Nota
Nosotros y ellos
El ataque terrorista contra la revista francesa Charlie Hebdo, Occidente, el mundo musulmán, el Papa Francisco, la libertad de expresión y aquello que puede ser lo más serio que existe: el humor. Por Pablo Marchetti.

Por Pablo Marchetti.
Ya está, es contra nosotros. No un “nosotros” abstracto, no un “nosotros” que involucra a toda la humanidad, ni a una sociedad, ni siquiera a un oficio o a un gremio. Es contra nosotros, el núcleo más cercano. La familia, ponele. Los amigos, si tenés ganas. El nosotros es chiquito, un nosotros en jogging y pantuflas, de vino al amanecer hablando de bueyes perdidos, de futuros proyectos, sacándole el cuero a la gente, hinchando las pelotas y los ovarios.
Fueron Cabu, Wolinski y Charb. Pero si fueron ellos, también podríamos haber sido Claudia Acuña, Sergio Ciancaglini y yo. O Nahuel Lag, Facu Gari y Aillín Bullentín. O Franco Ciancaglini, Lina Echasuri y Juli Colomer. O Naty Menstrual, Marlene Wayar y Susy Shock. O el Menchi Sábat, Rep y Langer. O Diego Parés, el Niño Rodríguez y Alfredo Sábat. O Liniers, Gustavo Sala y Quino. Y así. Nosotros. Ese nosotros que nos hace quedarnos charlando un rato si nos vemos, un nosotros chiquito de un mundo chiquito. Periodistas, dibujantes, escritores, generadores de proyectos, laburantes de la imagen y la palabra. Nosotros.
Es contra nosotros y lo peor de todo es que no sabemos qué es lo que es contra nosotros. ¿Qué hicimos? Nos están involucrando en una guerra de la que no queremos formar parte. Es más, no teníamos idea de que existía. Y no queremos saber nada, porque descreemos absolutamente de los bandos. Al menos de esos bandos. ¿Qué guerra? ¿Qué bandos? ¿El de la libertad de expresión contra el totalitarismo? ¡Por favor! Sólo hay algo más ridículo que una religión: pensar que lo que mueve a las guerras es la religión.
La religión es un emergente, una forma de generar un bando. Pero nada más. Acá no hay una guerra religiosa, acá hay una guerra por el poder. Y si no queremos (bueno, basta con el plural, me hago cargo), si no quiero formar parte de ningún bando es porque no sé cuáles son esos bandos ni qué intereses defienden. Porque así como no existe la religión, tampoco existe la ideología. ¿Quién vendría a ser la izquierda en todo esto? ¿Y la derecha? ¿Harán diferencia ellos, los asesinos, entre Cabu y Marine Le Pen, entre Hollande y Wolinski, entre Sergio Langer y Alejandro Biondini?
No, los tipos no hacen diferencia. Para ellos, todos nosotros somos occidente. Formamos parte de un mismo poder. No importa si gana Sarkozy, Hollande o Le Pen. Scioli, Macri o Binner. Lula, Tabaré Vázquez o Barack Obama. Pero no nos engañemos: nosotros tampoco somos mucho mejores. Y no me refiero esta vez al nosotros chiquito y familiar del comienzo. Me refiero a un nosotros mucho más incómodo, un nosotros mucho más amplio, un nosotros occidental y cristiano, capitalista y liberal, un nosotros que no me representa pero en el que ellos insisten en meterme.
Entonces claro, yo agarro el cartelito de Je suis Charlie, y meto hashtag en twitter y cambio la imagen del perfil de Facebook y le digo al mundo que sí, que hay un nosotros del que me voy a hacer cargo. Pero si digo eso, también tengo que aclarar que hay un nosotros que nada que ver, que no me interesa, que no me representa en lo más mínimo. Y del que me voy a seguir negando formar parte, aunque a ellos no les importe, aunque ellos insistan en pensar que soy Occidente.
Debo reconocer que hay un punto en el que ellos tienen razón: yo soy Occidente. Somos Occidente. Y hablo del nosotros chiquito, doméstico, familiar y querible. Y porque somos Occidente no nos comemos el verso de la libertad de expresión y todas esas estupideces. Sí, es cierto: somos un Occidente pequebú clase media intelectual que social y culturalmente podemos ejercer las bondades que hacen que hoy Occidente sea Occidente. La sátira, el arte, la reflexión, la ironía. Pero, ¿cuánto hace que ese Occidente es Occidente?
En Italia hay un diario que se llama La Nazione. Sí, La Nazione, ¿les suena? Al otro día de la masacre contra Charlie Hebdo, La Nazione tituló “Ataque a la libertad”, con la espeluznante imagen de uno de los agresores rematando a un policía tirado en el piso. Ese mismo diario La Nazione (sí, La Nazione, ¿les suena?) en 1939 titulaba en su portada “España liberada de los rojos”, y destacaba la alegría de Mussolini por la derrota republicana a manos de las tropas de Francisco Franco. Por no hablar de los títulos a favor de la política racial del Duce del mismo diario La Nazione. Sí, La Nazione.
Hoy el Papa Francisco es una figura venerada por la izquierda europea gracias a declaraciones muy jugadas sobre la pobreza, con dardos contra figuras centrales del poder en El Vaticano. ¿Sabrán esos integrantes de la izquierda europea que el cardenal Jorge Bergoglio encabezó la protesta contra León Ferrari? El argumento de Bergoglio fue que no era un cuestionamiento a la libertad de expresión, sino a que el Estado (en ese caso, el Centro Cultural Recoleta) apoyara una muestra así. Muy bien, ¿y nada para decir sobre la subvención del Estado a la Iglesia Católica? ¿Nadie va a decir nada sobre eso?
Es cierto: nadie atentó contra León Ferrari. Todo un logro para la institución que siglos antes había hecho arder en la hoguera a Giordano Bruno y a miles de mujeres infieles acusadas de brujería. ¿Terroristas fundamentalistas? No, religiosos. Gente de fe. Que financiaba a los más grandes artistas, además. Porque el arte fue el territorio donde se legitimó la tortura. León Ferrari había enviado al Papa una carta para abolir los infiernos. Él decía que las obras maestras que retrataban infiernos y martirios servían para embellecer y naturalizar la tortura. Pero eso es arte, no totalitarismo ni fanatismo religioso. Para nosotros es así. Por eso nos conmovemos con Miguel Ángel, Rafael o Caravaggio.
Hoy Occidente es Occidente porque triunfó. Triunfó sobre todo el mundo, inclusive el comunismo. ¿O hay que recordar que en los Estados Unidos, la tierra de la libertad, hace 60 años se censuraba a artistas fundamentales como Charles Chaplin o Dashiell Hammett? La libertad es un lujo que se permiten los estados que triunfaron. Y siempre la libertad es individual: el Partido Comunista Estadounidense vivió acosado e infiltrado por el FBI durante toda la Guerra Fría.
Ellos, en cambio, resisten. Tienen mucho poder, está claro. No son la idílica fantasía guerrillera de los 60, aunque muchos jóvenes musulmanes tengan varios puntos de contacto en sus simpatías con Hamas, Al Qaeda o grupos por el estilo. Pero tienen un coraje que en Occidente hoy no existe. El atentado contra Charlie Hebdo fue el corolario de una situación que ya venía algo violenta. Hace algunos meses, en Francia, un joven había entrado a un comercio, había matado a un par de personas y se había suicidado clavándose un puñal varias veces en el pecho.
No me imagino suicidándome pero, si tuviera que pensar en eso, podría considerar pegarme un tiro, tomar veneno o lanzarme desde las alturas. Ahora, ¿clavarme un cuchillo? ¿Cómo hago para insistir, si fallo en el primer intento, como sucedió con este joven musulmán? Repito, ¿hay alguien en Occidente capaz de hacer algo así? No digo que eso esté bueno. No pienso que eso sea un avance en la condición humana. Pero no puedo dejar de reconocer que hay una fuerza que impulsa a ellos a tomar partido de una forma absolutamente desconocida para nosotros.
Hablo de jóvenes formados, universitarios, que estudian en París, Londres o Berlín. Jóvenes que tienen formación, que no son lúmpenes desesperados que dan la vida porque no tienen futuro. Jóvenes que se sienten parte de un proyecto político, aunque a nosotros nos cueste entenderlo. Que resisten como resistía el cristianismo cuando quemaba infieles. Hoy nosotros miramos azorados cómo ellos queman infieles, sin hacernos mucho cargo de que hace 4 siglos nosotros (sí, otra vez este nosotros incómodo e irreal para mí, este nosotros definido por ellos) quemábamos infieles, y hace apenas 70 matábamos gente en las cámaras de gas, o hace 35 hacíamos desaparecer personas en la Esma.
Nosotros, sí, nosotros. Y no vengamos a América latina: quedémonos en el faro de Occidente, en esta Europa hipócrita y barnizada de libertad, que ahora se consterna, pero hace menos de un siglo mataba a Antonio Gramsci en una cárcel. En estos Estados Unidos que no entienden tanto odio, mientras mantienen encendidas las picanas en Guantánamo o Abu Grahib. ¿Deberíamos sorprendernos por los crímenes horrendos en París? Hablo del nosotros irreal, del de ellos, pero hablo también del nosotros familiar, del nosotros de nosotros. De ese nosotros que acaba de hacerse pedazos en París. De ese nosotros que nos deja sin ganas de reírnos de nada.
A todo esto, se supone que todo esto es una joda. Que se trata de una revista satírica, que estamos ante gente que no debe ser tomada muy en serio. Y eso sí que es gracioso: ellos, que se supone que no entienden nada, que nos meten en un grupo tan incómodo como irreal, ellos que tienen claro que acá no hay izquierda ni derecha, que sólo hay poder y petróleo, ellos entendieron perfectamente qué serio puede ser un chiste. Mientras nosotros nos preguntábamos sobre los límites del humor, ellos entendieron perfectamente que no hay límites entre el humor y la realidad.
Si hay algo que debemos agradecerles a ellos es que lograron hacernos ver que aquello que llamamos humor puede ser lo más serio que existe, nos cause o no gracia. Tengámoslo en cuenta cuando las cosas sucedan al revés y aquello que se supone que es serio nos parezca ridículo, inverosímil, estúpido y nos cause mucha, mucha gracia. Miremos los grandes medios “serios” y caguémonos de risa con las estupideces que allí se dicen en nombre del “periodismo”, la “libertad de expresión” y quién sabe cuántas pelotudeces más.
Hagamos como ellos: no reprimamos ningún sentimiento. Y entreguémonos a la risa, que es lo mejor que existe en esta vida. Ellos no se ríen. Y esta vez hablo de un ellos enorme, gigante. Nosotros, en cambio, nos divertimos y nos reímos. Y hablo ahora del nosotros minúsculo del comienzo. Un nosotros de risa y de placer. Reír, divertirnos, cagarnos en el poder: algo para tener muy en cuenta, ahora que la existencia humana no vale nada, ahora que el mundo es una joda. Ahora que ellos, sean quienes sean, vienen por nosotros.
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas.
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


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Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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