CABA
¿Qué pasó con Daiana Abregú? La muerte que conmueve a Laprida

Decenas de personas marcharon en el centro de la ciudad para reclamar justicia y verdad por la joven de 27 años que fue hallada muerta dentro de la Estación de Policía comunal. La familia asegura que no se trata de un suicidio, como buscó instalar la policía. Dudas, certezas y sospechas que envuelven a una comunidad movilizada, que se hace preguntas pero ya se responde: “Nadie se suicida en una comisaría”. Crónica desde Laprida.
Esta nota forma parte de una cobertura colaborativa realizada por Perycia, LAVACA y Revista Cítrica.
Texto: Redacción Perycia
Esta CRÓNICA forma parte de una cobertura colaborativa entre Perycia, Revista Cítrica y lavaca.org
Los carteles empiezan y terminan siempre en el mismo lugar: los custodia la familia de Daiana Soledad Abregú desde el martes siguiente a que apareciese muerta en la Estación de la Policía Comunal de Laprida, cuando se dio inicio a una serie de marchas para pedir justicia. La familia se encarga de bajarlos del auto y volver a cargarlos en el baúl cuando la plaza queda vacía. Elles hicieron los más chiquitos que dicen: “Justicia por Dai”, “Justicia por mi tía” y tienen la cara del Intendente Pablo Torres con la inscripción “Vos también sos culpable”. Los más grandes, que llevan entre varias personas y dicen “Justicia por Dai” y “Nadie se suicida en una comisaría”, se los acercaron les vecines. Les mismes que les alentaron a movilizarse hasta tener justicia y saber la verdad.

Para las cinco de la tarde, el mástil de la plaza se convierte en un altar rodeado por vecinos y vecinas que se acercan para apoyar a la familia. Hasta allí se acerca Dana con su hija y una amiga, como en cada una de las marchas que hasta ahora se convocan día por medio. Ella, al igual que muchos otres vecines, habla de la hipocresía de un pueblo que supuestamente alza la bandera de la solidaridad, pero no se acerca a pedir justicia por una chica de 26 años que entró viva a la comisaría y nunca pudo salir. “Somos muchos, que no nos callen. ¿Qué pasa que no están acá? ¿No saben que mañana le puede pasar a cualquiera?”, grita en la puerta de la comisaría.
En la plaza hay gente que nunca jamás se cruzó con Daiana Soledad, pero que sabe que si no sale a la calle a pedir justicia, mañana puede pasarle a cualquiera de sus hijes: “Porque preso podés ir, pero tenés que salir vivo, no muerto”, dice Marcela, otra vecina que se acercó con una amiga y sus hijas al lugar.
Ningún funcionarie municipal está en la plaza. No están el intendente Pablo Torres ni su secretario de Gobierno, Nicolás Di Filippo. Ni María Necul, la directora de Equidad de Género y Promoción de Derechos. Tampoco Daniel Bayones, el secretario de Seguridad e Inspección General. En la plaza, las posturas sobre las causas y consecuencias que llevaron a la muerte de Daiana son disímiles y no están exentas de aprovechamientos partidarios. En un rincón observan la escena
les concejales locales de Juntos por el Cambio, y dicen que no solo quieren apoyar a la familia, sino también conocer la verdad para que la policía sea la institución que “tiene que ser” en una localidad como Laprida, “porque sabemos que no todos los policías son iguales”.
—Hoy no vamos a putear a nadie porque hay suficientes pruebas y creemos que la justicia se va a encargar —se escucha.

Una a una las personas pasan por el mástil a retirar un cartel y se encolumnan atrás de la familia de Daiana Soledad. Hoy Laura, la mamá, no tiene ganas de hablar y le pasa la posta a su hija Antonella. Roberto, el papá, camina de un lado al otro, con un cigarrillo en una mano y un parlante en la otra. Ese parlante que hasta hace dos semanas hacía sonar cumbia a todo volumen mientras “Sole” —como elles le decían— limpiaba, y que ahora reproduce una y otra vez la canción de Sara Hebe que dice:
Nadie se suicida en una comisaría /
yo abortaría por si se hace policía /
Nadie se suicida en una comisaría /
los cuerpos hablan, no flotan río arriba.
“¡Mami presente!”
Laprida es una ciudad de once mil habitantes en el sur de la provincia de Buenos Aires, visitada turísticamente por ser el corazón de la obra del arquitecto Francisco Salamone, reconocida por tener un equipo fuerte de cestoball y que fue noticia en los últimos días porque una chica de 26 años apareció colgada de su campera de jean en una celda después de haber sido detenida por una contravención.



El informe policial publicado el lunes 6 de junio —un día después del hecho— habla de suicidio. La familia no les cree: “Si hay algo que yo sostengo es que ella no se quería matar, nunca quiso hacerlo”, dijo Laura, la mamá de Daiana Soledad, en su casa. La familia quiere que la carátula de la causa se cambie de “Averiguación de causales de muerte” a “Homicidio culposo”. Es decir, que se investigue si Daiana murió por la por imprudencia, negligencia o impericia de los policías que estaban a cargo de la comisaría.
Desde el día de la muerte de Daiana Soledad, la familia y les vecines recibieron comentarios de personas que estuvieron detenidas en el mismo sitio y que cuentan experiencias que hacen parecer que la violencia institucional no es algo tan raro como parte de la comunidad cree.
A la sospecha de la familia se le sumaron una serie de eventos desafortunados que cada vez les aleja más de la versión oficial: tres horas pasaron desde la muerte de Daiana Soledad hasta que la familia se enteró. A Roberto le duele sentir que todo el pueblo sabía que “La Sole” —como él la nombra— estaba muerta antes que elles. Casi un día tardaron en poder ver y reconocer un cuerpo que, para elles, tiene muchas más marcas que las que debería tener el de una persona que decidió quitarse la vida, un cuerpo que todavía no está en un nicho porque se está evaluando la posibilidad de una segunda autopsia. Un cuerpo que hasta que no haya justicia, no va a descansar en paz, como dice uno de los trapos que se pintaron para la marcha.
La columna ocupa la avenida San Martín y dobla en la esquina Carlos Pellegrini hasta llegar a la comisaría, custodiada por cerca de veinte policías. La protesta es pacífica: a diferencia de las primeras movilizaciones en las que se quemaban gomas y se cuestionaba a los uniformados, esta vez nadie se enfrentó a los policías. En cambio, cantaron y gritaron pidiendo Justicia por Dai.
Roberto es el encargado de ubicar el parlante en un lugar donde todos escuchen. Laura llora abrazada a su nieto Tobías, que de a ratos dice “MAMI” para que todas las personas que están detrás de él le respondan “¡PRESENTE!”. Un cartel se destaca entre todos los demás, el que dice: “¿Quién nos cuida de la policía?”

Cuando la gente se calla, Leo grita. Durante toda la tarde se va a dedicar a encabezar la marcha, repasar las pintadas de la calle —frente a la municipalidad, en la puerta de la comisaría y en la esquina de San Martín y Pedro Pereyra— con un aerosol blanco y dejar la garganta cada vez que dice “Justicia por Daiana” y la gente le responde “¡JUSTICIA!”. Pasaron dos semanas y el amigo de Dai, con el que pateaba las calles de Laprida todos los días, con el que contaba para todo cuando tenía una relación conflictiva y el resto se alejó, no lo puede creer. El día que se enteró de la noticia, se puso pálido y salió corriendo para la casa de la familia. Desde ese momento, se dedica a luchar para que se haga justicia por Daiana y para que no vuelva a pasar. “Queremos hacer marchas pacíficas, porque a los pobres siempre nos tildan de quilomberos, y nosotros solamente queremos saber la verdad”, dice.
“Cuando mi hermana regrese vengo a limpiar tus calles”
Entre las decenas de personas que se agruparon enfrente de la comisaría, sosteniendo un cartel que dice “Cuando mi hermana regrese vengo a limpiar tus calles”, está Daiana Antonella, una de las tres Abregú que tienen el mismo primer nombre. Antonella, que desde el día que se enteró de la noticia fue la que se puso al frente de la burocracia de la investigación, dice que hay bastante menos gente que en las marchas anteriores, pero que ellxs van a seguir estando porque siempre van a ser —por lo menos— nueve: la cantidad de hermanxs que quedaron después de la muerte de Daiana Soledad .
El mismo domingo 5 de junio, llegó desde La Plata con su abuela y sus tías, y sin quererlo empezó a hablar con abogados, con periodistas, con organismos de Derechos Humanos, con Ignacio Calonje, titular de la Fiscalía Especializada en Violencia Institucional y Delitos Carcelarios de Azul, y con todas las personas involucradas en la causa. Dos semanas después de perder a su hermana, necesita volver a La Plata para retomar su vida cotidiana pero tiene miedo de lo que pueda pasar cuando no esté siguiendo el minuto a minuto y sus padres tengan que hacerse cargo de decidir entre tanto dolor.


La marcha termina una hora después de haber empezado con una ronda en la esquina de Pedro Pereyra y San Martín. Todos los cruces quedan obstaculizados durante el tiempo que Leo tarda en pintar el nombre de Daiana Soledad y la fecha en la que entró a la comisaría (05/06/22) en la senda peatonal. Los autos hacen marcha atrás, desesperados por salir de la fila; otros tocan bocina.
En la esquina, una persona le dice a otra que entiende lo que pasa, pero que no hay derecho de que corten la calle. Lo que no sabe es que la mujer con la que está hablando está marchando desde la cinco de la tarde y no va a tardar en contestar que la chica también tenía derecho a seguir con su vida, a disfrutar de su hijo de nueve años y de su familia.
“Lo que más cuesta es la noche, porque a la tarde viene gente, pero cuando cae el sol y nos sentamos a comer con mis hijos y nietos, hay una silla que queda vacía”, dice Roberto, que conoció a Laura cuando las tres Daianas eran chiquitas y las crió como si fueran suyas. El hombre se quiebra, prende una vela en el mástil y le agradece a toda la gente que se acercó. Después junta los carteles y los vuelve a meter en el auto hasta el martes, que va a volver a ocupar la plaza con toda su familia para pedir justicia por su “Sole”.

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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