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Lecciones del aislamiento: las ganas de hacer juntas otro mundo

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¿Cómo utilizar el aislamiento para algo bueno? La propuesta de la dramaturga América Vera Zabala viaja desde Estocolmo al mail de Claudia Acuña, fundadora de Lavaca. Y dispara múltiples reflexiones en esta quinta parte del intercambio epistolar 2.0, entre dos amigas y dos países que encaran estrategias distintas frente al coronavirus. Los femicidios, las no-respuestas estatales y el feminismo en tiempos de aislamiento; y de la soledad al estar juntxs, los desafíos que se vienen cuando pase la pandemia.

Buenos Aires, Argentina, 3 de abril de 2020

Querida América:

Demoré dos días en escribirte porque no sé ni por dónde comenzar a contarte lo que nos está pasando con la violencia que sufren las mujeres en esta situación de encierro.

Comienzo entonces por el final: la burocracia de género es una contrarrevolución activada para despolitizar al movimiento feminista argentino. No sé cómo funciona en otros países, pero en este hay una serie de expertas, la mayor parte académicas y colegas periodistas, que se han montado sobre la enorme ola que representa este movimiento  que sacudió hasta el último rincón de la sociedad argentina  para usar ese impulso de escalera, ocupar sitios de poder y desde allí, hacer… nada. Salvo garantizarse, en medio de esta crisis espectacular, un ingreso seguro y convertir derechos en prebendas.

Esta despolitización tiene consecuencias dramáticas, en el contexto de un país que ya acumula, en lo que va de 2020, 89 femicidios. Es interesante que esta cifra surge de los padrones que elaboramos diferentes organizaciones sociales, ya que mientras todos los días recibimos una comunicado emitido por el Estado, a través de la autoridad pertinente –el Ministerio de Salud- sobre el número de muertos por coronavirus, con datos precisos y oficiales (a hoy hay 42 muertes, todas personas mayores y con cuadros de salud complicados), la cifra de mujeres asesinadas depende de lo encontremos en Google, a partir de lo publicado en los medios.  Y como ya te imaginas, en medio de la locura que significa informativamente esta pandemia no es precisamente una prioridad de los medios informar sobre los femicidios.

Primera conclusión: estar así, a ciegas, le permite al Estado eludir la planificación de políticas, programas y campañas para contener, prevenir y erradicar la violencia machista.

Esto, concretamente, intentaron plantear al Presidente familiares de víctimas de femicidios a través de una carta que entregaron en la Casa de Gobierno un día después que asumió el mando. ¿Por qué este apuro? Porque cualquiera de las organizaciones que elaboramos aunque de esa de esa manera precaria y provisional los datos de femicidios sabemos que diciembre, enero y febrero son meses de “temporada alta” de este tipo de crímenes. Urgía, entonces, que el tema sea prioritario, para evitarlos.

La esperanza de tener por primera vez un Ministerio de las Mujeres creó esa ilusión de ser escuchadas, pero no.

Tres cartas, durante tres meses y nada.

Tres funcionarias intermediaron para que esas familias sean escuchadas, y nada.

El último intento fue en marzo. Diluviaba. Las madres de las víctimas femicidios se reunieron en Plaza de Mayo para entregar la carta. Ana Romero, la mamá de Melina –asesinada el día que salió a festejar sus 17 años- llegó desde Martín Coronado, luego de una hora y media de viaje, con los zapatos y el paragua rotos. Marta Montero –mamá de Lucía Pérez, asesinada a los 16 años- desde Mar del Plata, distante a 300 kilómetros,  pagándose el pasaje con su sueldo de enfermera en un hospital público. Blanca –mamá de Agustina Fredes, asesinada a los 19 años- también llegó desde Mar del Plata y el pasaje lo pagó con su sueldo de jubilada. Mónica –mamá de Araceli Fulles, asesinada a los 22 años- arribó directo desde el hospital de San Martín, a donde pasó toda la noche, tras el tercer intento de suicidio de su hijo, atormentado por haber encontrado tras 23 días de búsqueda el cuerpo de su hermana. Rosana –mamá de Carla Siggou, asesinada a los 28 años- desde el porteño barrio de Pompeya, luego de dejar en la escuela a los dos nietos de los que tuvo que hacer cargo tras el crimen. Ella se repone de la quimioterapia por un cáncer de mamá.

Todas estas mujeres, empapadas y tiritando, esperaron una vez más ser escuchadas, y nada.

Marta, la mamá de Lucía, había pedido dos días de licencia en su trabajo, consciente de que quizá fuera necesario esperar en Capital a que las convocaran. Se quedó en mi casa, así que pude compartir su espera, firme, decidida e ilusionada, y nada.

¿Qué esperaban estas mujeres?

“Nosotras queremos que a este gobierno le vaya bien”, comenzaban explicándome. Y para que le vaya bien tiene que comprender esto que es tan importante: “tiene que hacer algo, ya, urgente, para que quede claro que hay un cambio”.

¿A quién le tiene que quedar claro?

La respuesta es unánime: al Poder Judicial.

En Argentina el Poder Judicial no es lo mismo que la justicia, en el caso de la violencia contra las mujeres, es exactamente lo contrario.

Estas mujeres lo saben por dolor propio: sus hijas fueron humilladas por jueces y fiscales de manera cruel y sistemática. No hay metáfora ni exageración en esta afirmación: dos de estas mujeres viven amenazadas y con custodia policial permanente porque fueron ellas quienes se encargaron de buscar, encontrar el cadáver e investigar el crimen de sus hijas. En el caso de Lucía Pérez los tres jueces que justificaron su crimen analizando su “conducta sexual precoz” están ahora enfrentando un jury de destitución y el pedido de anulación de ese fallo horroroso que dejó impune ese femicidio, que impulsó en su momento dos paros nacionales de mujeres, coronados por masivas movilizaciones de repudio. En el caso de Carla, la crueldad incluye que luego de enterrarla, la madre recibió un llamado del juzgado preguntando por su hija: le avisaron así la fecha en que iba a comenzar el juicio por la violación y los golpes, ya que el juicio por el asesinato se haría aparte; desdoblaron la causa. En el primero, Carla era querellante, pero al estar muerta, los padres no pudieron reemplazarla, así que presenciaron el juicio desde el público.

Esto es apenas un resumen breve, que no se detiene en ninguno de los detalles que conozco de lo que representa en la vida de estas mujeres cada uno de estas violencias que el sistema  descarga sobre ellas ( uno de los que más me impactó: se endeudaron para pagar el sepelio de sus hijas firmando pagarés usurarios). Sin embargo, alcanzan a dar una dimensión de por qué es absolutamente necesario que ese Poder Judicial reciba un mensaje claro y contundente: Nunca Más.

En plena reclusión obligatoria sucedieron 15 femicidios, pero solo voy a contarte detalles de dos, porque están muy relacionados con este tema.  La hija de Cristina Iglesias, 40 años, fue a la comisaria de Monte Chingolo, en la provincia de Buenos Aires, a denunciar que estaba recibiendo mensajes de texto muy extraños de su madre, quien además no le contestaba el teléfono. Estaba preocupada también por su hermanita, de 7 años. Le dijeron allí que esperara unos días, hasta confirmar si no se habían ido a algún lado…en pleno encierro obligatorio! La hija no esperó: fue directo a la casa y quien le abrió la puerta fue quien ahora sabemos era el femicida que degolló a su mamá y a su hermanita  y las enterró en el fondo de la casa.

Ese mismo fin de semana, muy lejos de allí, en Mar del Plata, los dos hijos de Cristina seguían buscando a su madre, desaparecida desde hacía 23 días. A pesar de la reclusión obligatoria, recorrían las calles de esa ciudad dejando a todo el que pudieran su número de teléfono y la foto del principal sospechoso, hasta entonces prófugo. Recibieron así una llamada que les advertía que el hombre que estaban buscando estaba andando en bicicleta muy cerca de la casa de su madre y, de hecho, de dónde él mimo vivía, ya que eran vecinos. Fueron, lo apresaron y avisaron a la policía. Esperaron toda la noche en la puerta de la comisaría, hasta que les avisaron que la indagatoria se la tomarían en la mañana en Tribunales. Allí fueron: esperaban, desesperados, que confesara dónde la tenía…con vida. Esa mañana en Tribunales un tropel de policía intentó, con las mañas represivas que aquí tiene la Bonaerense, disuadirlos de la espera. Les advirtieron así que por haberse declarado la feria judicial no estaban tomando indagatorias que no estuvieran relacionadas con las denuncias de violación de la cuarentena. Comenzaron entonces a sumarse las mujeres que en esa ciudad ya tiene experiencia sobre cómo parir justicia: con barbijos, guantes y a un metro de distancia una de las otras, se plantaron ante Tribunales dispuestas a dejar en claro lo que sintetizaron con una consigna: de acá no sale nadie hasta que no confiese. Lograron así que se lleve a cabo la audiencia. Al terminar, el juez y el fiscal huyeron por la puerta lateral, y fue la abogada, ahí en la calle, quien les informó a los hijos qué había confesado: la había matado y enterrado. Es desgarrador ver el video de la reacción de esos hijos, destrozados, a la intemperie, aullando de dolor.

Del enorme legado que nos ha dejado la lucha argentina contra los crímenes de la dictadura, hay uno que nos sirve para dimensionar qué representa todo lo que te estoy contando: el movimiento social por los derechos humanos argentinos logró, para beneficio de toda la Humanidad, que las familias también fueran consideradas víctimas cuando se trata de violencias de Estado. Esto significa que tienen derechos consagrados por tratados internacionales que en cada uno de los casos que te estoy narrando fueron sistemáticamente violados. Está claro también que no se trata de tal juez o aquel fiscal, sino que estamos frente a una violación sistémica. Y eso es exactamente lo que están reclamando que se frene ya, de una vez y para siempre.

El reclamo es tal que obviamente el Estado ha tenido que responder. Y lo ha hecho como todos los gobiernos anteriores: promocionando una línea de teléfono de atención a las víctimas de violencias. El problema es que esa línea está enchufada a la nada. Si vos llamás, una persona muy dispuesta, comprometida e informada, en primer lugar te contiene, pero su objetivo final es que hagas la denuncia judicial, porque sólo así pueden activarse los mecanismos de protección, que se reducen a sólo dos cosas: botón antipánico y obligación de distancia. Pero los lugares de recepción de denuncias están restringidos por esta pandemia y aun así, lo que pueden hacer es recomendar las medidas de protección necesarias para cada caso, pero quien las activa es un juez. Y no hay más que uno: el de turno. Y ese juzgado está desbordado por las denuncias de violaciones de cuarentena: 1200 por día, informan.

Como resultado del encierro más la combinación con la campaña de agite del teléfono, las líneas están recibiendo un 60% más de pedidos de ayuda y las empleadas que la tienden, desbordadas. Eso también es violencia de Estado.

Y como la presión social por respuestas concretas y  urgentes sigue, la cereza de esta torta de impotencia es la nueva medida que han inventado: una campaña que te informa que podés ir a cualquier farmacia y pedir un “barbijo rojo”. Esa es la clave que activa que el farmaceútico te de un folleto y llame…al número de teléfono.

El problema es que en Argentina hay dos entidades que nuclean a las farmacias de todo el país y este acuerdo se firmó sólo con una, así que hay siete provincias que no lo tienen y, por lo que indagué en un recorrido por mi barrio, ni siquiera todas las farmacias de Capital están afiliadas a uno u a otro, ya que no es obligatorio. Sin embargo, la campaña no especifica estas limitaciones.

Hace dos días recibí el llamado de una farmaceútica de mi barrio, desesperada porque había visto en las redes sociales el aviso y nadie se había comunicado con ella para indicarle qué hacer en caso de que se presente en su local una mujer pidiéndole “el barbijo rojo”. Se me ocurrió tuitear lo que me dijo. Hoy pasé por la farmacia y me agradeció porque le habían hecho llegar todo el material. Se me ocurre ahora que en los próximos días estaré recorriendo las farmacias de mi barrio para seguir reportando direcciones: si me para la policía voy a alegar que estoy cumpliendo un servicio esencial para el Estado.

Ahora, te explico mi conclusión: sería muy fácil, pero también muy político encontrar los canales adecuados para llegar a las mujeres que necesitan contención y apoyo para enfrentar situaciones de violencia. Como bien sabés, las redes sociales territoriales en este país funcionan desde hace décadas y eficientemente porque sin ellas hubiera sido imposible resistir a la pandemia de políticas neoliberales que nos infecta la vida desde hace décadas. . Pero eso representaría darle poder y recursos –de eso se trata “empoderar”- a la cocinera del comedor comunitario, y no al puntero.

La forma de eludir este tema de fondo –que es reconocer  simbólica y materialmente quién tiene el poder de parar esto- es correrlo de eje y reducir todo el problema  a la cuestión “de género”. ¿Qué significa el género? Nada, más allá que la relación desigual entre sexos en relación al acceso al poder, no para cambiarlo sino para ocuparlo tal cual está: igualdad en el disfrute de privilegios, lo cual significa consagrar la meritocracia como forma de merecimiento a ese acceso: las que “saben” , las que “pueden”, las “expertas”. Pero de lo que estamos hablando es de luchar contra las violencias que desata un sistema que humilla, degrada, corrompe y hace estallar las relaciones humanas. De lo que estamos hablando es, sobretodo,  cómo destruir ese sistema horrible y crear otro, más armónico y feliz.

La herramienta para construirlo es el feminismo y el territorio dónde dar esa batalla es aquel que llamamos política. Democratizarla es el objetivo.

Por último, la buena noticia. Alguien escuchó a esas madres: la ministra de las Mujeres de la provincia de Buenos Aires. Hace dos días logró que el gobernador firmé un decreto que otorga un subsidio inmediato a víctimas y familias, que incluye hasta el reintegro por los gastos del sepelio.

Es un triunfo del movimiento feminista, que no está asilado ni encerrado, sino activo y desbordando, como siempre.

Mientras escribo estas líneas acaba de suceder algo que no sabría cómo clasificarlo: hace catorce días que estamos obligadas a encerrarnos para protegernos de un virus que es letal para las personas mayores de 68 años, según el promedio de edad que surge de la lista de muertos. Esa es exactamente la población que quedó hoy a la interperie -el primer día frío de este otoño-  durante largas horas, amontonadas en la cola de los bancos, que abrieron por primera vez desde la cuarentena para pagar jubilaciones y subsidios. No hay lógica sanitaria si no hay sensibilidad política y los bancos, que hicieron fortunas  durante los últimos cuatro años, no la tienen. Nadie del Estado previó esto., lo obvio, lo que nos infecta la vida desde hace décadas.

Te abrazo,

Claudia.

Lecciones del aislamiento: las ganas de hacer juntas otro mundo

Estocolmo, Suecia, 6 de abril 2020, 13 grados, primer día que no hay frio de invierno en el aire.

Querida Claudia

¡Que carta!

No hay nada para agregar, salvo que lo que me cuentas que pasa en Argentina pasa en Suecia, en la India, en China, en Francia, en todas partes donde hay hombres.

En Suecia recién salió la noticia de que los crímenes sexuales contra niños a través de la web están en aumento. La policía informa que detectaron conversaciones de delicuentes pedófilos en la darknet que hablan  de una situación muy favorable gracias al coronavirus: las infancias pasan más tiempo en internet, los padres los controlan menos. Pesadilla

Pero te propongo que primero hablemos de otra cosa.

Quisiera que hablemos un poco sobre la soledad.

¿Qué es la soledad? ¿Cómo una la percibe? Y esa percepción, ¿cambió en tiempos de coronavirus?

Tu recién publicaste un libro con el título “No estás sola”. Tu libro no tiene nada que ver con coronavirus, pero sí con el tema que me cuentas  en tu carta. Bueno, no solamente sobre eso, claro: es un libro maravilloso y me encanta. Pero si piensas en tu título y piensas en el coronavirus y el aislamiento obligad0, ¿qué sale?

Comencé a pensar en soledad el día que empecé a extrañar a mis amigas. Como ya te conté, una de mis mejores amigas tiene cáncer de mama y no puede ver a nadie por el riesgo de que se enferme antes de la operación. Otra de mis mejores amigas tiene 70 años, diabetes, sobrepeso y además, se fue a su casa de verano, a varias horas de acá. Otra amiga se trasladó del ministerio de Relaciones Exteriores al ministerio de Política Social, que ahora se ha transformado en el “ministerio del coronavirus”: ahora trabaja noche y día. En síntesis, todo lo que a mi normalmente me da consuelo no está cerca. Tampoco puedo decir: bueno, voy al teatro, el cine, a ver una exposición, cosas que me encantan hacer sola: todo cerró. (Yo no tengo ninguna tendencia al alcohol, pero obviamente el consumo aumenta en  estos casos y con ese aumento viene también el crecimiento de la violencia en el hogar. En Groenlandia, por ejemplo, se prohibió venta de alcohol como una medida de prevención en el marco de la pandemia de coronavirus).

Pregunté a través de mi Facebook sobre soledad. Me llegaron respuestas muy  lindas y muy variadas. Una mujer comentó que ella nunca (en tiempos “normales”) se siente sola cuando está sola. Sus momentos de soledad son cuando está mal acompañada. Ahora, en cambio, piensa mucho en la gente que vive sola o con una pareja violenta. Otra escribe que nunca extrañó tanto estar sola como ahora, que está encerrada con sus hijos. Y reflexiona: la sociedad ayuda a equilibrar la carga de las mujeres con la existencia de jardines o escuelas, porque eso permite que estés “sola”. Y que el desbalance que se produce ahora es tan obvio, cuando tanta gente que se ha quedado sin trabajo -o sea “sin nada que hacer”- y  otros –por ejemplo, aquellas personas que  trabajan en el sector de salud- tienen demasiado que hacer. Otra escribe que extraña mucho el contacto físico, y que se angustia con las noticias que llegan de  gente por el momento muere sola, de entierros en soledad. Y en lo que significa todo eso  para elaborar el duelo. Otra cuenta que su vida se siente mucho más rica, y que se dio cuenta de todo lo lindo que tiene en su alrededor gracias a una cuarentena de varias semanas con su pareja y hijos. Mucha gente me dice también que su ritmo cambió, mejoró. Un hombre me cuenta que tiene 70 años, que después de su última separación ya no quería más problemas de relación de pareja. Era profesor, su relación era con libros, con las palabras. Y justo a esta altura de la vida volvió a tener un encuentro: una amiga de infancia, se contactaron por Facebook. Si vieron, se tocaron, volvió a sentir alegría. Ahora en cuarentena, solo, su vida se convirtió en una espera de la muerte.

¿Qué significa entonces  esta soledad impuesta por una cuarentena? ¿Qué significa para personas diferentes y para los diferentes grupos que forman nuestras sociedades. ¿La podemos transformar en algo positivo que se quede en nuestra vida post-corona?

Nosotras compartimos una conferencia sobre democracia participativa, en Caracas y en 2005. Por entonces, yo fui como autora de un libro sobre democracia participativa que había escrito en 2003. Tú aquella vez hablaste sobre las fábricas recuperadas tras la crisis 2001. Dijiste algo sobre cambiar economía por amor, o economía del amor (por favor: recuérdame). De todas maneras, mi recuerdo es que transmitiste que ahí se logró hacer algo: cambiar el paradigma que normalmente tiene que ver con la codicia y el individualismo por algo que tiene que ver con el amor. Y así fábricas, hoteles, medios, funcionaron con otra lógica aun dentro del dominio de un mercado que mantuvo la suya, de saqueo y depredación.

Ahora el coronavirus nos hace conscientes de la crisis económica, la crisis del cambio climático y otras tantas que ya existían, pero no eran reconocidas como crisis.

Ahora, podemos decir entonces: cambiemos esta soledad con estar juntos, en el sentido de crear una sociedad nueva juntos.

Ahora, podemos, quizá, tener la oportunidad de poner mucha más atención en lo más necesario, porque lo más necesario es lo único que está funcionando durante esta corona-cuarentena. Por lo menos aquí en Suecia donde lo único que no cerró son los hospitales, buses, subte, escuelas y jardines, negocios de cercanía.

Ahora podemos, sin duda, valorar la ganas de estar juntos, las maneras hacer juntas, con una creatividad insuperable.

Ahora podemos comprender lo que significa decir: no estás sola.

Podemos utilizar este asilamiento para algo bueno.

¿Qué piensas?

Lecciones del aislamiento: las ganas de hacer juntas otro mundo

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

Entradas por Alternativa Teatral

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