Mu17
La república de Cleto
Crónica del más acá
Fui por primera vez a la Rural. Y bueno, tenía que pasar. Si fui al Zoo… ¿por qué no cruzar? Cola de 100 personas para pagar los 13 maltrechos pesos que vale la entrada. Gente, gente y gente. Y niños (muuuuuchos niños). Primer prejuicio derribado del que suscribe: gente fashion había, pero muchísimos clase media o media clase o que se dan vuelta como una media sin tener clase, como quiera llamarlos, pero ahí estaban, fácilmente reconocibles. Jubilados en micros especialmente fletados, estudiantes universitarios de dudosa filiación en su formación agraria, nenes emperrados en comer salchichas y avanzar rápido, tipos y tipas con boinas vascas, chambergos de rufián borgiano y la inefable escarapela argentina, “paisanos” más cercanos a Los Chalchaleros que a Martín Fierro. Ni para ser Don Segundo Sombra les alcanza…
¿Qué hacen ahí?
La Rural es un predio gigante lleno de carpas y tinglados sin mayor distinción ni coquetería (segundo prejuicio al suelo), muy pero muy aburrido para el que no tiene que ver con el “campo”, para el que no tiene una mirada técnica o comercial o incluso fanfarrona acerca de lo allí producido. Inmensas vacas, que parecen completamente idas o falopeadas –yo qué sé– observan inmunes el corretear de los chicos y los recurrentes chistes acerca del asado, que repite cada marmota que pasa cerca. Estoy perdiendo el sentido del humor, ¿no?
Chanchos de 300 kilos que duermen inmutables. Y lo bien que hacen porque la verdad, no se me ocurre qué otra cosa pueden hacer (a ellos tampoco); caballos (lindos los pingos) en jaulas del tamaño de un ascensor, inquietos algunos y resignados otros, todos inevitablemente tristes al decir de Natalia, mi compañera, cuyo embole sólo es mitigado por un oportuno y carísimo pirulín comprado en las puertas de las entrañas del monstruo. Y sí, cuando me pongo en gastos no mido…
Un nene interroga a su padre: ¿hay chanchos en Córdoba? El papá, estoico, informa: los chanchos son habitantes del mundo. El enano no parece deslumbrado por semejante revelación.
Gallos del tamaño de un Rotweiler, chinchillas cuyo horizonte es un abrigo (sin metáforas), conejos hartos de Bugs Bunny, faisanes con el esplendor arrugado, ovejas con la permanente recién hecha. Bicherío grande y pequeño, todos, sin excepción, en minúsculos espacios y ese olor que prueba la vigencia plena de la sentencia sarmientina: “una oligarquía con olor a bosta”, sumado a otros olores insoportables, incluido el perfume de algunas damas y ciertos caballeros. El toro Cleto –bautizado así en homenaje al vicepresidente–, ajeno absolutamente a la imbecilidad de la cual se lo inviste. Dicho sea de paso, la verdad es que ninguno de los dos Cletos –ni el bípedo ni el cuadrúpedo– se acerca al estereotipo de la bravura toruna. Pero ya se sabe que a los toros no les van ni el paso del mito al logos, ni la filosofía. A sus dueños tampoco.
¿Qué es lo que atrae a la gente común a La Rural? ¿Qué?
Animales lustrados y peinados, peones lustrados y peinados, propietarios lustrados y peinados, inmensas y brillantes maquinarias para el campo (impresionan realmente), automóviles emblemáticos de ciertas formas de riqueza, todo en stands vulgares, comunes, corrientes. Ya dije: ni el exquisito gusto afrancesado, ni el farolerismo de Juárez Celman, ni la grandiosidad de la generación del 80, ni el despliegue del urquicismo. Ni siquiera las chicas que atienden están a la altura de ninguna fantasía. ¿O estaré envejeciendo, y mal?
Un híbrido absoluto, impersonal, hijo del nuevo siglo en una estética que se disuelve en una oligarquía que cada vez se parece menos a sí misma. O no.
Una frase escalofriante corona el predio principal: “Cultivar el suelo es servir a la Patria”. Como un cachetazo, embandera el palco de honor y no deja lugar a dudas de nada. De Nada. Ahí están Ellos. Estuve un rato sentado entre Ellos y se ve clarita la cuestión. Tan clara que ni vale la pena contarlo. sencillamente ahí, sentados, están Ellos. Para que nadie lo olvide o se confunda, hay un sector que se llama José Alfredo Martínez de Hoz, Pariente del que te jedi…
Alguien se desgañita a través de un cd con un cierto folklore tipo Rimoldi Fraga (no da ni para Hernán Figueroa Reyes) y letras a favor de la patria que, por supuesto, es el campo. Prolijamente pegadas, malas fotocopias de las caras de algunos diputados que tienen la “entrada prohibida por traidores”. (Gente desagradecida: no vi ningún homenaje a Lilita o a Chiche). Además, regalan una réplica de un cuadrito de alguien que se llama Gabriela López Herrero. Es un óleo con pretensiones de Revolución Francesa, pero sin las tetas al aire, con una alegoría acerca del campo, la patria y la ciudad, que consigue transmitir su enfrentamiento militante con el buen gusto… Ah, encima se llama “Libertad, justicia y dignidad”. Ausentes: fraternidad e igualdad.
Si te agarra Robespierre…
Parece que no falta nada, pero por supuesto, estoy confundido. En una placa pisoteada por la gente, el agradecimiento a Carlos Saúl Primero por la entrega del predio y todos los nombres, todos los nombres de Ellos, los de antes y los de ahora. Que no son tan distintos.
Está bien: ya entendí. Me llevó media hora, pero ya entendí.
¿Qué mierda estoy haciendo yo en la Rural?
Por si a Natalia se le ocurre responderme, le encajo otro oportuno pirulín.
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Apunando a las mineras
Una movilización vecinal logró frenar la amenaza de explotación de uranio en una provincia que todavía lucha contra las consecuencias del saqueo minero con la complicidad estatal: en Abra Pampa el 80 por ciento de los chicos está contaminado con plomo; en Pan de Azúcar, el cianuro está a la vista. Los verdaderos venenos de este modelo. Y sus antídotos.
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Los sí y los no del saqueo
Trescientas asambleas ciudadanas y movimientos ambientales de todo el país se reunieron en Catamarca y propusieron que todos los que opinaron sobre el conflicto campo-gobierno, se pronuncien ahora sobre la minería. Una conclusión: la prohibición a las mineras puede llegar a ser ley en media Argentina.
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Mover-se
Es el nuevo libro de Raúl Zibecchi que lavaca editará en los próximos días. Una investigación sobre el significado geopolítico de las periferias urbanas latinoamericanas y lo que está en juego en esos lugares que crecen y se expanden por fuera del mercado y el Estado. El rol de los gobiernos. Los planes sociales, las oenegés y la educación popular: las nuevas formas de dominación en la batalla por controlar a los movimientos sociales.
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