Nota
A un año del Occupy Wall Street: un balance
El español Amador Fernández Savater dialogó con cuatro activistas que participaron en la gestación del movimiento Occupy Wall Street, que cumplió el pasado 17 de setiembre un año y sigue conmoviendo la realidad política norteamericana. Las claves del cambio y los desafíos actuales. Cómo fue la mirada de los medios en las reseñas del aniversario y cómo es la realidad del movimiento hoy.
Educación, celebración y resistencia
Begoña, Luis, Susana y Vicente aterrizaron sus vidas en Nueva York hace ya algunos años. Sin apenas experiencia política a sus espaldas pero muy tocados por el 15-M, formaron parte del grupo que activó la convocatoria que lanzó la revista Adbusters para ocupar Wall Street el 17 de septiembre de 2011 y han participado activamente en Occupy Wall Street a lo largo de su primer año de vida.
Descontentos con las dinámicas más activistas del movimiento, crearon Making Worlds, un espacio desde donde habitar Occupy de manera diferente, con otras estéticas, preguntas y ritmos, trabajando en torno a la idea-fuerza de los «commons» (bienes comunes) como eje de diálogo e investigación (más allá de la alternativa público o privado, Estado o mercado).
Begoña Santa-Cecilia nació en Madrid y vive en Nueva York desde hace 17 años, es artista y profesora de arte en la Harlem School of the Arts y en el museo Metropolitan. Luis Moreno-Caballud nació en Fraga (Huesca) y vive en Nueva York desde 2003, imparte clases de literatura y cultura española contemporánea en la Universidad de Pennsylvania (Filadelfia). Susana Draper nació en Uruguay, llegó a Nueva York hace cinco años y es profesora de literatura latinoamericana en la Universidad de Princeton. Vicente Rubio nació y creció en Zaragoza, lleva viviendo seis años en Nueva York donde escribe su tesis doctoral sobre ideología y cultura española contemporánea en la universidad SUNY Stony Brook.
¿Qué impresiones les ha dejado el primer aniversario de Occupy?
Luis. Las sensaciones son diferentes y contradictorias porque ha habido varios momentos. El aniversario se ha planteado en tres días. El sábado, education: actividades de autoformación, charlas y debates. El domingo, celebration: concentración en un parque y fiesta. Y el lunes, resistance: regreso a Zuccoti Park y acciones de bloqueo en la zona de Wall Street.
Vicente. El imaginario en torno al aniversario es en principio muy pobre: una lógica del evento y no del proceso, como si en tres días fuera a ocurrir lo que no ha pasado en un año. No sé… Yo estuve sólo el sábado en Washington Square. Pero no pasó mucho. Fue algo muy interno, con formas de estar juntos ya ritualizadas: los puestos de información, las asambleas, etc. No había ninguna electricidad en el aire.
Begoña. A mi el relato de los tres días me parecía problemático porque todo parecía culminar en el tercer día con las acciones de protesta. Por eso el lunes fui a Zuccoti escéptica, pero volví muy contenta. Sólo pudimos concentrarnos en la plaza, porque un despliegue policial increíble nos impidió movernos (de hecho diría que había mucha más policía que el año pasado). Pero en la plaza se reunió mucha gente, gente nueva y distinta. No había tanta ansiedad como el año pasado.
Susana. Sí, el año pasado Zuccoti era como una droga. Ahora había mucha energía de contagio, pero más sutil, más serena, sin tantos aspavientos. Podías hablar de verdad con el otro. Los tambores sonaron al sur como siempre, pero no hipnotizaban como antes. Estábamos muy alegres por estar de nuevo allí juntos, demostrando que el movimiento no está muerto, que lo necesitamos, lo queremos y lo construimos en el día a día.
La mirada cínica
¿Cómo se ha recogido el aniversario en los medios de comunicación?
B. En resumen: «Occupy no ha muerto, pero ha decaído». No han podido matarlo, porque ha acudido bastante gente a las convocatorias. Pero eso es lo que dicen: se está difuminando y no se ha conseguido nada. Moraleja: sin estructuras permanentes, líderes visibles y reivindicaciones tradicionales, no vas a ningún sitio.
S. Es una mirada clínica: ¿vivo o muerto? Pero vivo o muerto ¿el qué? ¿A qué te refieres, de qué hablas? No han entendido de qué se trataba ya desde el principio.
L. De acuerdo, pero el problema es que nuestra atención está demasiado centrada en qué van a decir la televisión y el New York Times. Se notaba el sábado: había un clima de celebración pero al mismo tiempo también nos dábamos palmadas en la espalda como para convencernos de que seguimos vivos. La narrativa de los mainstream media pesa demasiado sobre el movimiento. Nos juzgamos a nosotros mismos desde esa mirada y nos esforzamos en demostrar que seguimos vivos y hacemos muchas cosas. Nos dejamos examinar.
B. Lo único que los medios reconocen es que Occupy ha «cambiado la conversación» poniendo sobre la mesa el problema de la desigualdad económica. Pero yo me pregunto de qué conversación se trata. ¿Se refieren a que la agenda política y mediática amplía el repertorio de temas añadiendo otro «talking point» para sus debates o campañas electorales? Esa apropiación desactiva más que otra cosa. Lo interesante es que cambie la conversación cotidiana. Por ejemplo, que se piense la deuda personal como un problema político y colectivo. Eso está empezando a pasar.
V. No podemos limitarnos a echar la culpa a los medios. El problema es la obsesión por entenderlo todo en términos de identidad. Se ha coagulado una identidad-Occupy: la asamblea o la plaza son símbolos que se veneran y no herramientas que ayudan a trabajar y conseguir cosas. Son fetiches más que símbolos abiertos y en construcción permanente. En el momento en que fetichizamos las cosas nos volvemos también muy caricaturizables. Por su lado, los medios alternativos inflan el fenómeno Occupy para contrarrestar el desprecio de los grandes, pero siguen jugando en la misma lógica del espectáculo. Se infla un globo y se sigue codificando, caricaturizando aunque sea con buena intención.
L. La dificultad es que no tenemos nuestro propio lenguaje para hablar de lo que hacemos y nombrar un proceso político experimental y abierto que consiste en vivir de otro modo la vida cotidiana, pero sin separarse radicalmente de la sociedad.
S. Me pregunto por qué no podemos generar nuestra propia narrativa. En las reuniones previas al aniversario hablábamos todo el rato de la policía y los media, pero nunca de cómo contar nuestra propia historia. Una historia distinta, más incluyente (ir a Manhattan ya excluye a todos los inmigrantes que son inmediatamente deportados si son detenidos). Más imprevisible: ¿por qué no podemos generar un evento donde no se nos espera? ¿Por qué no podemos hacer de la invisibilidad una potencia? Estamos respondiendo una y otra vez a la mirada del Padre: el policía, el periodista, el Estado. Esforzándonos en responder a sus propios criterios de valoración, cuando en realidad el hecho de que no nos entiendan es muy buena señal porque significa que estamos creando otra historia y tenemos nuestros propios criterios.
Las semillas
Algunos usamos la metáfora del «clima» para pensar el 15-M como un movimiento que no se reduce a una estructura organizativa localizada, sino que afecta a la vida social de formas más difusas y descentralizadas. ¿Se podría hablar en el mismo sentido de Occupy?
V. Desde luego hay varios Occupy. El Occupy mediático se ha desinchado, la marca ha perdido atractivo para los medios. Por ejemplo, no juega ningún papel en relación con las elecciones. Ha desaparecido y yo no sé si eso es bueno o malo. Hay también un Occupy difuso que afecta a otras luchas y experiencias a la manera de un caldo de cultivo, por ejemplo en el caso de las luchas de profesores contra el empeoramiento de sus condiciones de trabajo que se desarrollan ahora en Chicago. Desde el núcleo más activo de Occupy se propone ahora una «huelga de deuda» (Debt Strike): se trata de trabajar políticamente en torno a este problema que determina la vida de millones de estadounidenses. Y luego están los proyectos salidos de Occupy que trabajan más a largo plazo y de forma continua. Es por ejemplo el caso en Nueva York de la Free University, del periódico Indig-nación, de Making Worlds y muchos más.
B. El tabú que se ha roto ahora es que muchos grupos renuncian al nombre de Occupy porque ya está muy codificado. E incluso se escuchan voces que proponen pensar un post-Occupy. No ya una siguiente fase de Occupy, sino otra cosa.
S. Nosotros mismos en Making Worlds ya no usamos la identidad Occupy. Llevamos con nosotros el clima, pero ya no usamos el nombre. Occupy son semillas que están en la gente que vivió la experiencia de la plaza y que en otros contextos se convertirán en otras cosas.
L. Occupy ha sido un momento necesario de separación del sistema de partidos. El inicio posible de una renovación a largo plazo de la cultura política de este país. Es una primera grieta que se puede profundizar más adelante. No afecta a la situación general tanto como el 15-M en España, pero también hay que decir que en EEUU la crisis no está golpeando tan fuerte. Hay sectores de la sociedad que viven en una situación dramática, pero han vivido así desde siempre. Esta es una sociedad muy heterogénea y fragmentada, es muy difícil que algo afecte a todos. El asunto que podría generar más resonancias es el de la deuda.
La deuda
Cuentenme cómo es el problema de la deuda en EEUU y qué se está tratando de hacer al respecto.
L. Hay que entender primero la dimensión del problema. En Estados Unidos, la sostenibilidad de la vida no sólo pasa por acceder a un trabajo o a un salario, sino por poder acceder a préstamos. Cada uno vive pendiente de su «credit history», que registra si eres digno de crédito o no. Si quieres alquilar una casa o incluso comprar un teléfono móvil has de presentar tu «credit history«. Se convierte en una verdadera obsesión, la manera perfecta de convertir a las personas en números.
S. Para que se entienda mejor: tu «credit history» gana puntos si eres capaz de contraer y devolver deudas. Si te demuestras capaz de manejar tu deuda. Si pides préstamos y eres capaz de devolverlos con regularidad. Si eres un ciudadano predecible que pagas siempre a tiempo. Y mejor que sean deudas grandes, mejor que sean con una American Express que con otra tarjeta, claro.
V. Si no tienes visa y no pides créditos no tienes «credit history». Y no tener «credit history» es algo muy sospechoso aquí. Es decir, si no pides préstamos eres sospechoso. Te miran raro cuando vas a alquilar una casa, por ejemplo. Culturalmente es una diferencia radical. Tener deudas no es una disfunción ni una anomalía, sino lo más normal, lógico, natural. Todo el mundo vive endeudado. Deudas de estudios, deudas de consumo… Vivir en EEUU es vivir endeudado. Pareces rico, pero en realidad eres muy pobre.
B. El objetivo de Debt Strike es politizar el problema de la deuda. Es decir, cambiar la percepción: no se trata de un problema estrictamente personal, sino político y colectivo. Se ha elaborado un manual con información, se están pensando maneras colectivas de librarse de las deudas, etc. El eslógan de la campaña es muy bueno: » You’re not alone». Un juego con la similitud fonética de «alone» (solo) y «loan» (préstamo). La frase dice a la vez: no estás solo y no eres un préstamo.
L. La deuda se vive con mucha vergüenza. La gente de Strike Debt habla de que las «asambleas de deudores» que organizan ayudan a la gente a dejar de sentirse avergonzada por tener deuda. Porque no sólo está estigmatizado no pagarla, sino también acumular mucha, a pesar de que por todos lados nos llegan mensajes que nos impelen a endeudarnos (toneladas de cartas en el correo ofreciéndote tarjetas y demás).
S. La cuestión de la deuda toca e interpela a mucha gente distinta. Gente normal, no especialmente politizada. Eso es lo interesante. El problema son de nuevo las estéticas y las retóricas activistas, por lo general muy poco incluyentes. El manual de que hablamos se dirige a los «debt resistors» (los resistentes a la deuda) y tiene una estética muy guerrera. Ya es difícil poner el común el problema personal de la deuda como para encima tener que convertirse en un militante revolucionario. La misma consigna de Debt Strike me parece precipitada. Todavía habría que trabajar durante mucho tiempo en torno a la otra idea: «you’re not alone».
Las elecciones
Por último, quería preguntarles sobre el debate en Occupy en torno a las elecciones de noviembre 2012.
S. No es tema en Occupy. La gente siente que está más allá. Sólo se entra en el tema para decir que Obama está pagado por Wall Street, lo cual es verdad pero también un poco limitado. A mi desde luego me preocupa una victoria de los republicanos. Sería bueno tener más mirada hacia la macropolítica, incluso inventar una política desde abajo pero que sea capaz establecer relaciones con el Estado.
B. Estoy de acuerdo, pero es tanto ya el camino que hay que recorrer para descubrir que la política no es sólo la política de los partidos políticos… Mucha gente está descubriendo y celebrando eso, aún es pronto para dar ese otro giro de tuerca que es reinventar la relación con el Estado.
L. Es muy interesante lo que dijo Romney sin saber que estaba siendo grabado: “el 47% de los estadounidenses no son capaces de responsabilizarse de su propia vida y no los vamos a convencer nunca de que lo hagan porque su vida depende del Estado”. Es un discurso brutal. Me parece que en España esas cosas no han calado tanto: culpabilizar a las víctimas, estigmatizar la pobreza, esa idea tan americana de que si te va mal en la vida es porque eres un mierda: la figura del loser (perdedor).
V. En Chicago (la ciudad de Obama) se desarrolla estos días una huelga de profesores organizados autónomamente de los sindicatos. Romney utilizó el hecho enseguida para cargar contra Obama y la izquierda más tradicional se quejaba de que la huelga “daba razones a los republicanos”. En el tablero de ajedrez del bipartidismo se pierde la autonomía de la acción. Es un gran logro que se abra la idea de que podemos hacer cosas colectivamente sin la burocracia de los sindicatos y del Partido Demócrata. Esa es la grieta que ha abierto Occupy en la escena política.
Nota
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
Nota
83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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