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Conversaciones en el acampe

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El centro porteño es escenario de un acampe masivo que refleja parte de la crisis que vive el país. Organizaciones de izquierda y gente no necesariamente encuadrada, se suman a un debate político y mediático que nunca ve con buenos ojos que la gente reclame derechos en la calle, cuando ya no encuentra otro lugar que brinde respuestas. Algunas charlas, imágenes y vaivenes desde adentro de una marcha con incertidumbres, frío y tortas fritas.

Daniel y Yésica toman mate sentados en el cordón de la 9 de Julio, a unos 20 metros del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación. Aunque no integran la organización, son parte de la columna más grande del Polo Obrero que va desde ese cordón hasta la Avenida de Mayo, que a su vez es parte de una marcha de decenas de organizaciones que reclaman que se distribuyan de manera urgente las partidas para sostener comedores, se aumenten las asignaciones para cooperativas y se incluya a más personas. Daniel, 54 años, hernia de disco, y Daniela, 31 años, madre soltera, son padre e hija. Son dos de los 17 millones pobres que anunció ayer el INDEC.

A  las 9:30 de la mañana el paisaje más amplio incluye:

  • Miles de personas que viajaron desde el conurbano, muchas familias, carros de bebé;
  • Decenas de organizaciones sociales y políticas de izquierda y, también, de algunas afines al gobierno: “Personas del propio gobierno nos dicen que marchemos”, asegura Daniel.
  • Mate o té con torta frita para aguantar el frío otoñal.
  • Banderas y bombos que no pararan de sonar, para que se escuche desde las oficinas  del edificio con la cara de Evita.
  • Carpas y frazadas que indican que aquí hay varios que pasaron la noche y otros que ¿dormirán? hasta mañana.

Sobre la 9 de Julio la masa de gente migra de acá para allá, en bloques; Daniel y Yésica explican los movimientos: “Se van turnando. La otra vez, en la marcha del FMI, nos tocó acampar: estuvo lindo”, dice ella.

Conversaciones en el acampe

Su papá la mira sorprendido, y ella aclara: “…lindo, en el sentido de que no hizo frío”.

Esta vez les tocó a otros guardar los lugares más cercanos al Ministerio. Los movimientos cruzados indican los grupos que se van, cansados, relevados por quienes recién llegan, como Daniel y Yésica: “La otra vez vinimos a las dos de la tarde y nos fuimos a la mañana. Hoy hacemos al revés”.

Si bien están en la columna del Polo Obrero, no militan en la organización. “Me quedé sin laburo en el gobierno anterior, me echaron. Yo me fui a anotar solo al Polo, por un vecino que estaba cobrando hace un año: puso un kiosquito”.

Daniel cobra dos asignaciones: una bajo el paraguas del Potenciar Trabajo (16.000 pesos), orientada a apoyar a trabajadores de cooperativas y emprendimientos comunitarios; y la Asignación Universal por Hijo (5.000 pesos), para su hija más chica.

“Nuestro trabajo es marchar para que se mejoren los salarios de los que trabajan”, define él. “Con el tiempo, podés pasar a una cooperativa”, asegura sobre el proceso.

Está anotado hace un año en una cooperativa en la que no cumple funciones. Su hija cobra únicamente la Asignación Universal y, además de acompañar a su padre, está en la marcha para reclamar nuevas altas en las asignaciones. Tal vez, una le toque a ella.

Además de los 21 mil pesos por mes de estos dos planes sociales, Daniel suma otros miles de changas: “Hago horas extra”, dice un poco en chiste, un poco en serio. “Corto el pasto: ayer me hice dos mil pesos”, cuenta.

Su rol en la columna es el básico: acompañar, dormir, estar en el lugar que le indican. Pero dice que hay otros roles para ocupar, con otros sueldos. Lo menciona como “recategorización”: “Para que te recategoricen tenés que ponerte los chalecos, llevar las banderas, ir a descargar los camiones a los comedores, hacer de seguridad”, enumera. Según Daniel, quienes realizan estas tareas dentro de la organización cobran 32 mil pesos. “Yo no quiero”, define sobre los límites de su compromiso.

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Durante muchos años Daniel fue motoquero. “Andaba por acá, por esta zona”, dice señalando al Obelisco. “¿¡Sabés cómo puteaba a los piqueteros!?”, dice entre risas. Vive en Moreno. “La primera marcha a la que fui fue en mi municipio”. Corría el 2017. “Me puse en la columna y me vieron todos. ‘¿Qué haces ahí?’ Tuve que mentir: vine a acompañar a mi hija”. La cosa era más bien al revés.

“No podés faltar, sino, te dan de baja”, comenta y aclara: “Pero siempre te explican bien cómo es: nadie te miente. De la organización te podés ir cuando quieras, pero en tiempos como estos, claro, no tenés mucha opción”, cuenta en relación a la situación personal pero sobre todo, a la situación del país: “Antes que movilizarme, prefiero barrer la vereda”, asegura sobre otro de los trabajos a los que asignan a sus compañeros. “No quiero molestar a nadie”, retoma pensativo. “Pero hoy hay que luchar. Hay gente que no está cobrando”, dice, tal vez pensando en su hija. Más allá de las opiniones que genere, la movilización es la expresión de un problema social de fondo que no solo no encuentra solución sino que tiende a profundizarse. Y es el símbolo de gente reclamando sus derechos en la calle, mientras buena parte de la clase política sigue sin dar respuestas.

Yésica tiene 31 años, una niña de 7 y hace dos meses no encuentra trabajo. Su último empleo fue como cajera en un supermercado chino en Moreno: ganaba 650 pesos por día, de 8 a 21, con un franco los domingos. “Dejé porque era muy poca plata”, dice. Antes trabajó en un Supercompras por 15 mil al mes. “Muchas horas, y no estaba con mi nena”.

Además de la Asignación Universal por Hijo, Yésica cuenta: “Recibo cajas de mercadería que da la escuela: galletitas, dulce de leche, harina, fideos, polenta. La otra vez, que arrancaron las clases, vino una chocolatada”. Estos comestibles (que no son necesariamente alimentos) son fundamentales para el cotidiano familiar desde hace años: “Ya cuando la nena iba al jardín nos lo daban”. También cuenta con la ayuda de su padre.

Daniel hace sus propias estimaciones: “La marcha sabemos para qué es; hay gente que no sabe. Pero la necesidad está para todos. El 20 por ciento no querría tener trabajo. El 70 por ciento de la gente debe estar igual que yo”, calcula, más acá del INDEC.

“Primero, iría a trabajar. Segundo a pedir un plato de comida. Pero la gente se cansó de dar en el tren: de Once a Moreno pasa uno tras otro pidiendo”. ¿Entonces? “Robar nunca es opción”, informa.

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Daniel suspira y dice que tiene muchos años. Menciona 1988 y 2001 como comparaciones con el presente. Pero se detiene y niega con la cabeza: “No, no. Porque medianamente este es un gobierno que hace cosas. Lástima que hay una grieta muy grande…”.

Su percepción: “Hay un desprecio. Gente de acá desprecia a la gente que tiene una empresa. Y al revés. Hay una diferencia social muy grande. Hay mucha bronca”.

Daniel vive en el barrio donde nació. Dice que al lado, hace unos 5 años, nació un barrio nuevo: “Creció un montón. Vinieron muchos bolivianos y paraguayos, albañiles. Esa gente salió adelante. Pero generó pobreza en el barrio. A mí no me parece malo, porque son países hermanos”, reflexiona. Y ensaya una explicación: “Antes te cobraban para levantar una pared 200 mil pesos. Y estos (se refiere a las personas bolivianas y paraguayas) te la hacen por cien. Se desequilibró mucho. Estos no te faltan mucho, trabajan hasta los domingos. Son laburantes”.

Daniel cuenta una anécdota sobre un paro de colectiveros que hubo esta semana en Moreno: “Pedían un aumento del 150 mil pesos por mes. ¡Es lo que yo gano en un año!”. Enseguida piensa. “Igual, está bien que reclamen y les paguen lo que hay que pagarles”.

Reencauza la charla: “Esto es muy largo. Primero hay que cambiar la cultura de la gente”. ¿Alguna propuesta? Se ríe: “Podemos hacer la marcha y después dejar todo limpio: eso es trabajo”.

Cuenta que hace poco, otra marcha similar al Ministerio de Desarrollo “benefició a quienes limpian la verdad. Hubo bono de 15 mil pesos”.

De repente, por Cerrito, pasan varios camiones de policía.

Yésica avisa: “Si se pudre, yo me voy”.

Siguen llegando y yéndose distintas personas: cambio de turno.

Algunos miran fotos intentando encontrar dónde están sus compañeros.

Otros hablan por celular: “Después del semáforo, la tercer bandera”.

Alguien reta a un nene.

Otro pisa cenizas y una botella de vino que sirvieron para calentarse la noche anterior.

Algunas mujeres llegan con bolsones de fideos y frazadas para pasar la que viene.

Yésica y Daniel se disculpan; se tienen que ir porque los reasignan en otro lugar.

A la pasada, y mientras calculan que pasarán allí otra noche, con frío y tal vez sin respuestas, le preguntan a una de las mujeres que va llegando:

-¿Qué va a cocinar?

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Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

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A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.

Por María del Carmen Varela

Fotos Lina Etchesuri para lavaca

Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.

Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.

Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.

Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.

El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.

Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.

Continuará.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

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La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

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Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.

María del Carmen Varela

Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.

Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.

La historia

A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…

Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial.  Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.

A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.

Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.

El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal.  Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos  los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .

De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.

El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.

En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.

La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en  el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia. 

Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.

Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.

Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.

Atlas de un mundo imaginado

Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre

Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.

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Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

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Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».

Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.

Por Tiempo Argentino

Fotos: Antonio Becerra.

En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.

“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.

“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Represión como respuesta

La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.

“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Un reclamo federal

La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.

Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes, resaltó.

Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.

El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.

Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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