CABA
En descomposición
¿Cómo se gobierna un país que se desintegra, una sociedad en descomposición? O, mejor, ¿qué sentido tiene ser gobierno en una sociedad así? La impresión es que todas las medidas que toma el gobierno de Nicolás Maduro en Venezuela profundizan una crisis social que tiene raíces largas y que ha aumentado en los últimos años. Por Raúl Zibechi, en Brecha.

Protestas en Caracas tras las medidas adoptadas por el presidente Maduro. Foto: Federico Parra/AFP
“La comida es poder”, dice Gustavo en una enorme ronda de cooperativistas que reflexionan sobre cómo la escasez está afectando todos los proyectos y dejando a cada familia a la intemperie, en una situación desesperada para conseguir los alimentos de cada día. La lista de productos que han sido desviados al mercado negro por el “bachaqueo” (contrabando) es cada día mayor, y esto empieza a afectar la cohesión social, al punto que no son pocos los que temen estallidos sociales.
La contracara es la noche. En las grandes ciudades, apenas baja el sol las calles quedan desiertas, gobernadas por la soledad y la penumbra, ya que el temor a los robos hace que las familias abandonen –y eso pasa hace años ya– la tradicional sociabilidad caribeña, bullanguera, colectiva, callejera, para encerrarse en la seguridad del hogar. Apenas deambulan algunas parejas y casi no se ven personas solas desafiando la oscuridad de avenidas mal iluminadas.
Sorprende sin embargo la circulación de enormes coches de los años sesenta, los célebres “colachatas” uruguayos que de-saparecieron hace tiempo de la geografía urbana del continente. La falta de divisas para importar coches despierta el ingenio y, mientras pueden, los caraqueños y habitantes de otras ciudades venezolanas hacen rodar estos armatostes que enseñan los rasgos de una sociedad atravesada por escaseces de todo tipo. Junto a la seguridad, la falta de alimentos y de medicinas es el problema mayor en el día a día de los venezolanos.
Hay situaciones casi ridículas. El dólar oficial más bajo vale 13 bolívares, pero en el mercado negro se paga a más de 1.000. Es el dólar para importar medicinas y alimentos regulados. Hay otro intermedio que se vendería a unos 300 bolívares. Pero todo es ficción, porque ninguno de los dos se consigue, siendo el Estado el único que puede hacerlos circular. El resultado es que para todo hay que ir a abastecerse al mercado negro.
BAILE DE NÚMEROS. Las distorsiones de los precios suenan alucinantes y los relatos a realismo mágico. Algunos ejemplos. Un kilo de harina “regulada” tiene un precio de 19 bolívares (subió a 190 hace apenas un día), pero sólo se consigue en el mercado negro pagando más de 1.000. Por cierto, algunos la pueden comprar, pero deben hacer largas colas, de horas y hasta días, para hacerse con el tesoro a precio oficial. Salvo las personas con poder (armas o influencias), que se hacen de los alimentos sin tener que pasar por las increíbles filas que rodean las tiendas y supermercados que los venden.
Una botella de medio litro de agua, que sí abundan, vale cien “bolos” (bolívares). El litro de nafta de 91 octanos tiene un precio de un bolo y la de 95 octanos de seis bolos. Se puede llenar un tanque de 50 litros por la mitad del precio de la botellita de agua. La garrafas de 18 kilos de gas cuestan 11 bolos, pero no las distribuyen (o sea, se las quedan los que pueden), y la gente debe pagarlas a 700 bolívares a los “bachaqueros”.
El salario mínimo es de 18 mil bolívares. Si se mide por el dólar a 300, sería de unos 600 dólares. Pero si se divide por el dólar real, el paralelo, se reduce a apenas 18 dólares. O sea, nada. Por eso la gente se pelea por conseguir los productos a los precios regulados, porque es la única forma de que el dinero le rinda. La mayoría hace las colas, donde se deprime y enfurece, y cuando no tiene más remedio acude al bachaqueo.
El problema se agrava porque los productos que faltan son cada vez más numerosos. Leche no se encuentra. Los alimentos básicos (harinas, fideos, arroz) tampoco. Ahora las cosas se agravan por la falta de gas y, en los últimos meses, por la falta de energía eléctrica, producto de la sequía que está provocando cortes de luz rotativos de tres y cuatro horas diarias. La inflación trepó a más del 700 por ciento en 2015 y se espera que este año alcance los cuatro dígitos. El billete mayor es el de 100 bolívares. Pero el autobús vale 50. El aumento vertiginoso de precios no ha ido acompañado de la emisión de billetes mayores, y la gente empieza a salir a la calle con bolsas cargadas de papeles de 20 y 50 bolívares con los que les suelen pagar los salarios y las jubilaciones.
Todos se preguntan cuánto tiempo puede durar esta situación. “El tiempo que los militares decidan”, responde uno de los participantes en la ronda cooperativista. Al parecer comienzan a verse fisuras en los cuerpos militares que hacen imprevisible el desenlace de una crisis que, en realidad, va mucho más allá de una simple crisis: una sociedad que se descompone, que ya no tiene referencias y parece estar siendo tragada por una espiral fuera de control.
Pero los rasgos de la descomposición se sienten en todos los sectores y actitudes, no sólo respecto de la comida. Hay toda una industria de falsificación de partidas de nacimiento para poder comprar pañales a precios regulados. Algunas familias que tienen el “privilegio” de tener un discapacitado, lo “alquilan”, porque hay colas especiales para que reciban alimentos a precios reducidos.
Pero la clave de la situación se encuentra en la caída de la producción, en general, y de alimentos en particular. El Estado fue ganando presencia en la economía, pero a medida que expropiaba o nacionalizaba empresas la ineficiencia iba ganando nuevos sectores. Una gangrena que comenzó llamándose “rentismo petrolero” y terminó afectando a todo el cuerpo social.
Sin embargo, hablar de contrabando/bachaqueo puede inducir a error. Existen, sin duda, redes de bachaqueros que cuentan con la complicidad de los uniformados (policías y militares) y de poderosos empresarios. Sería ingenuo dudar que algunos de ellos son cómplices de poderes globales, el “imperialismo” que denuncia el gobierno a toda hora. Pero el bachaqueo es mucho más que eso, está presente en todos los poros de la sociedad y le impide respirar.
El señor que compra una comida en un comedor a precio regulado y sale a la calle para venderla a diez veces lo que pagó no forma parte de ninguna red ilegal. Así sucede con muchas personas, un porcentaje imposible de establecer pero cada día mayor. Son actitudes que ya se volvieron cultura, para algunos son modos de acumulación y para otros formas de supervivencia. Lo cierto es que la sociedad no sólo las tolera sino que vive de ellas: unos como bachaqueros y otros como consumidores. “Es el pobre especulando con el pobre”, dice Jorge Rath, de la red de cooperativas Cecosesola. Ahora el gobierno se propuso entregar una bolsa de alimentos a cada familia como forma de enfrentar la crisis de escasez. Pero al segundo mes ya no tienen con qué llenar las bolsas. Las empresas privadas no entregan mercadería si no se les paga al contado. Y las empresas estatales naufragan en la improductividad y el despilfarro. La entrega de bolsas también tiene otros efectos: la gente debe anotarse en una lista, y siempre está el temor de que si protesta la saquen de la lista.
Al parecer, se vive al día. Ni el gobierno tiene un plan a mediano plazo. La impresión es que todos los planes, que se anuncian mediáticamente con bombos y platillos, se los lleva el viento de la degradación colectiva.“Estamos pasando del rentismo a la depredación”, remata Jorge. Quizá la mejor forma de describir un modelo de sociedad que descansó en los altos precios del petróleo y, cuando éstos se evaporaron, perdió el rumbo y apenas le queda mirar alrededor para ver quién tiene, y quitárselo.
CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
CABA
La vida de dos mujeres en la Isla de la Paternal, entre la memoria y la lucha: una obra imperdible

Una obra única que recorre el barrio de Paternal a través de postas de memoria, de lucha y en actual riesgo: del Albergue Warnes que soñó Eva Perón, quedó inconcluso y luego se utilizó como centro clandestino de detención; al Siluetazo de los 80´, los restoranes notables, los murales de Maradona y el orfanato Garrigós, del cual las protagonistas son parte. Vanesa Weinberg y Laura Nevole nos llevan de la mano por un mapa que nos hace ver el territorio cotidiano en perspectiva y con arte. Una obra que integra la programación de Paraíso Club.
María del Carmen Varela
Las vías del tren San Martín, la avenida Warnes y las bodegas, el Instituto Garrigós y el cementerio de La Chacarita delimitan una pequeña geografía urbana conocida como La Isla de la Paternal. En este lugar de casas bajas, fábricas activas, otras cerradas o devenidas en sitios culturales sucede un hecho teatral que integra a Casa Gómez —espacio dedicado al arte—con las calles del barrio en una pintoresca caminata: Atlas de un mundo imaginado, obra integrante de la programación de Paraíso Club, que ofrece un estreno cada mes.
Sus protagonistas son Ana y Emilia (Vanesa Weinberg y Laura Nevole) y sus versiones con menos edad son interpretadas por Camila Blander y Valentina Werenkraut. Las hermanas crecieron en este rincón de la ciudad; Ana permaneció allí y Emilia salió al mundo con entusiasmo por conocer otras islas más lejanas. Cuenta el programa de mano que ambas “siempre se sintieron atraídas por esos puntos desperdigados por los mapas, que no se sabe si son manchas o islas”.


La historia
A fines de los ´90, Emilia partió de esta isla sin agua alrededor para conocer otras islas: algunas paradisíacas y calurosas, otras frías y remotas. En su intercambio epistolar, iremos conociendo las aventuras de Emilia en tierras no tan firmes…
Ana responde con las anécdotas de su cotidiano y el relato involucra mucho más que la narrativa puramente barrial. Se entrecruzan la propia historia, la del barrio, la del país. En la esquina de Baunes y Paz Soldán se encuentra su “barco”, anclado en plena isla, la casa familiar donde se criaron, en la que cada hermana tomó su decisión. Una, la de quedarse, otra la de marcharse: “Quien vive en una isla desea irse y también tiene miedo de salir”.
A dos cuadras de la casa, vemos el predio donde estaba el Albergue Warnes, un edificio de diez pisos que nunca terminó de construirse, para el que Eva Perón había soñado un destino de hospítal de niñxs y cuya enorme estructura inconclusa fue hogar de cientos de familias durante décadas, hasta su demolición en marzo de 1991. Quien escribe, creció en La Isla de La Paternal y vio caer la mole de cemento durante la implosión para la que se utilizó media tonelada de explosivos. Una enorme nube de polvo hizo que el aire se volviera irrespirable por un tiempo considerable para las miles de personas que contemplábamos el monumental estallido.
Emilia recuerda que el Warnes había sido utilizado como lugar de detención y tortura y menciona el Siluetazo, la acción artística iniciada en septiembre de 1983, poco tiempo antes de que finalizara la dictadura y Raúl Alfonsín asumiera la presidencia, que consistía en pintar siluetas de tamaño natural para visibilizar los cuerpos ausentes. El Albergue Warnes formó parte de esa intervención artística exhibida en su fachada. La caminata se detiene en la placita que parece una mini-isla de tamaño irregular, sobre la avenida Warnes frente a las bodegas. La placita a la que mi madre me llevaba casi a diario durante mi infancia, sin sospechar del horror que sucedía a pocos metros.
El siguiente lugar donde recala el grupo de caminantes en una tarde de sábado soleado es el Instituto Crescencia Boado de Garrigós, en Paz Soldán al 5200, que alojaba a niñas huérfanas o con situaciones familiares problemáticas. Las hermanas Ana y Emilia recuerdan a una interna de la que se habían hecho amigas a través de las rejas. “El Garrigós”, como se lo llama en el barrio, fue mucho más que un asilo para niñas. Para muchas, fue su refugio, su hogar. En una nota periodística del portal ANRed —impresa y exhibida en Casa Gómez en el marco de esta obra— las hermanas Sosa, Mónica y Aída, cuentan el rol que el “Garri” tuvo en sus vidas. Vivían con su madre y hermanos en situación de calle hasta que alguien les pasó la información del Consejo de Minoridad y de allí fueron trasladas hasta La Paternal. Aída: “Pasar de la calle a un lugar limpio, abrigado, con comida todos los días era impensable. Por un lado, el dolor de haber sido separadas de nuestra madre, pero al mismo tiempo la felicidad de estar en un lugar donde nos sentimos protegidas desde el primer momento”. Mónica afirma: “Somos hijas del Estado” .
De ser un instituto de minoridad, el Garrigós pasó a ser un espacio de promoción de derechos para las infancias dependiente de la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia de Argentina (SENAF), pero en marzo de este año comenzó su desmantelamiento. Hubo trabajadorxs despedidxs y se sospecha que, dado el resurgimiento inmobiliario del barrio, el predio podría ser vendido al mejor postor.
El grupo continúa la caminata por un espacio libre de edificios. Pasa por la Asociación Vecinal Círculo La Paternal, donde Ana toma clases de salsa.
En la esquina de Bielsa (ex Morlote) y Paz Soldán está la farmacia donde trabajaba Ana. Las persianas bajas y los estantes despojados dan cuenta de que ahí ya no se venden remedios ni se toma la presión. Ana cuenta que post 2001 el local dejó de abrir, ya que la crisis económica provocó que varios locales de la zona se vieran obligados a cerrar sus puertas.
La Paternal, en especial La Isla, se convirtió en refugio de artistas, con una movida cultural y gastronómica creciente. Dejó de ser una zona barrial gris, barata y mal iluminada y desde hace unos años cotiza en alza en el mercado de compra-venta de inmuebles. Hay más color en el barrio, las paredes lucen murales con el rostro de Diego, siempre vistiendo la camiseta roja del Club Argentinos Juniors . Hay locales que mutaron, una pequeña fábrica ahora es cervecería, la carnicería se transformó en el restaurante de pastas Tita la Vedette, y la que era la casa que alquilaba la familia de mi compañera de escuela primaria Nancy allá por los ´80, ahora es la renovada y coqueta Casa Gómez, desde donde parte la caminata y a donde volveremos después de escuchar los relatos de Ana y Emilia.
Allí veremos cuatro edificios dibujados en tinta celeste, enmarcados y colgados sobre la pared. El Garrigós, la farmacia, el albergue Warnes y el MN Santa Inés, una antigua panadería que cerró al morir su dueño y que una década más tarde fuera alquilada y reacondicionada por la cheff Jazmín Marturet. El ahora restaurante fue reciente ganador de una estrella Michelín y agota las reservas cada fin de semana.
Lxs caminantes volvemos al lugar del que partimos y las hermanas Ana y Emilia nos dicen adiós.
Y así, quienes durante una hora caminamos juntxs, nos dispersamos, abadonamos La Isla y partimos hacia otras tierras, otros puntos geográficos donde también, como Ana y Emilia, tengamos la posibilidad de reconstruir nuestros propios mapas de vida.
Atlas de un mundo imaginado
Sábados 9 y 16 de agosto, domingos 10 y 17 de agosto. Domingo 14 de septiembre y sábado 20 de septiembre
Casa Gómez, Yeruá 4962, CABA.
Actualidad
Discapacidad: “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”

Se concretó este martes la marcha de personas con discapacidad y familiares, frente a quienes el gobierno hizo más de lo mismo: envió Policía y Gendarmería a amedrentarlos y amenazarlos, pese a que no estaban siquiera rompiendo el protocolo. Los gendarmes y policías tuvieron así la notable actitud de empujar y agredir a manifestantes con discapacidad que estaban reclamando pacíficamente por la motosierra aplicada a sus tratamientos, lo cual rompe toda frontera de la palabra «vulnerable».
Compartimos aquí la crónica realizada por el diario autogestivo Tiempo Argentino al respecto, reflejo de lo que está ocurriendo en el país.
Por Tiempo Argentino
Fotos: Antonio Becerra.
En protesta por el veto presidencial a la Ley de Emergencia, organizaciones de personas con discapacidad concentraron frente al Congreso, rodeado por policías y gendarmes. El reclamo se multiplicó en distintos puntos del país.
“Vallaron todo, nos rodearon de una manera exagerada. No es una movilización agresiva, nunca lo fue. No era necesaria tanta policía, tanta militarización”, criticaba Fernanda Abalde mientras emprendía la retirada de la masiva concentración frente al Congreso contra el veto de Javier Milei a la Ley de Emergencia en Discapacidad. Coordinadora de un centro de profesionales en neurodesarrollo y hermana de una persona con discapacidad a quien le recortaron las pensiones, sufre en carne propia el ajuste y el maltrato sobre el sector, que afecta tanto a prestadores como familias.
“Hay mucho maltrato del sistema a las familias, no es un sistema accesible. No solo en lo económico, es agresivo. Este año fue terrible. Hasta junio no estaban autorizados tratamientos presentados en noviembre del año pasado, por ejemplo. Siempre hubo un golpe a la discapacidad, pero este año fue muy atípico, recortaron muchos tratamientos, demoraron las autorizaciones, se planchó el nomenclador”, enumeró Abalde, coordinadora de Pulsar NeuroSocial y miembro del colectivo de Prestadores en Unidad CABA y GBA. “Es un sector con mucha demanda y se lo está desmantelando. Hay muchas familias que no pueden costear sus tratamientos”, lamentó en diálogo con Tiempo.

Represión como respuesta
La protesta había comenzado 11.30. Pasado el mediodía la concentración ya era masiva y comenzó el operativo represivo, con un número desproporcionado de efectivos de Policía Federal y Gendarmería que empujaban incluso a grupos de manifestantes entre los que había personas en silla de ruedas que gritaban contra el veto y solo portaban carteles por los derechos de las personas con discapacidad.

La Ley de Emergencia en Discapacidad busca revertir un panorama que por estos días es desolador. Según un informe reciente de la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI), la pensión por invalidez laboral está congelada en $217.000 y una maestra de integración en la escuela común cobra solo $3.000 la hora, con una demora de 180 días. Todo esto, mientras se recortaron pensiones por discapacidad y la Agencia Nacional de Discapacidad (ANDIS) proyecta recortar otros cientos de miles. Se trata de pensiones de 270 mil pesos, más un bono que lleva el total a poco más de 300 mil.
“Uno va pidiendo ayuda en la familia, se hace lo que se puede. Pero esperemos que este hombre recapacite”, pidió ante las cámaras Olga, una jubilada que marchó ante el Congreso, dirigiéndose a Milei. “Hay remedios que tuve que suspender. Hay muchas cosas que tienen que cambiar en la casa para poder subsistir. Para poder seguir adelante por mi hija”, dijo a C5N.

Un reclamo federal
La masiva protesta frente al Congreso se replicó también en distintos puntos del país. “Si la crueldad avanza, salimos a las plazas”, había anunciado la Asamblea De Trabajadores de Inclusión (ATI) al convocar para este martes a una Jornada Federal por la Ley de Emergencia en Discapacidad.
Córdoba fue escenario de las protestas más concurridas. Desde la Plaza San Martín de Córdoba Capital, Virginia Els –presidenta de la Cámara de Prestadores de Discapacidad de Córdoba (Capredis)- destacó el gran número de familias que se sumó a reclamar, junto a prestadores, transportistas y profesionales. “El veto incrementó el reclamo. Ahora estamos intentando alzar la voz para que los diputados escuchen el reclamo y vuelvan a votar la ley con los dos tercios necesarios para que se sostenga. Fue algo multitudinario, con mucha más participación de familias que antes”, resaltó.

Los motivos de protesta son varios, pero todos tienen que ver con frenar el maltrato y el ajuste sobre el sector, ante una política cruel que afecta a todos los actores del circuito. “Reclamamos que se actualicen los aranceles, que se contemplen otros criterios para las auditorías. El tema de las prestaciones está en una etapa crítica: las instituciones están cerrando”, advirtió.
El embate contra el sector es tal que está generando un nivel de unidad inédito: “En Córdoba, prestadores, instituciones, profesionales independientes, familias, personas con discapacidad, estamos todos muy unidos. Estamos todos trabajando a la par. Es algo que nunca había sucedido. Nos unió el espanto”, resumió Els.
Franco Muscio, terapista ocupacional al frente de un centro de día en la zona de Sierras Chicas, se acercó a la capital provincial para participar de la protesta. “El servicio es cada vez más precario, una situación alarmante y angustiante y un Estado nacional que no da respuesta. Este año es imposible sostener las prestaciones. Cada vez hay más recortes. No sé cómo vamos a seguir. Las familias son las más perjudicadas”, sentenció ante las cámaras. “Sin espacios como los nuestros, se pierde calidad de vida. Hace diez años que estoy en esto. Nunca había pasado algo así”.

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