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G20 en Argentina: el festejo de goles ajenos
El Gobierno asumió como propios los acuerdos alcanzados en la Cumbre y celebró la “tregua comercial” entre Estados Unidos y China, después de que Trump le hiciera pisar el palito. “Nos tenemos que llevar bien con los dos”, justificaba el oficialismo en el búnker de prensa, donde también bromearon con instalar el nombre de “Acuerdo de Buenos Aires”. Panorama internacional de lo que pasó puertas adentro de Costa Salguero.
Por Facundo F. Barrio
Cuando se habla de “sueño húmedo” se suele pensar en fantasía sexual, pero en realidad la frase significa polución nocturna: eyaculación involuntaria que se produce durante el sueño. La Cumbre del G20 en Buenos Aires, el sueño húmedo del macrismo, no fue ninguna fantasía: el orgasmo gubernamental existió. Fue, de hecho, el mayor goce para el oficialismo en tres años de gestión. Y la circunstancia no tuvo casi nada que ver con el sex appeal de la Argentina.
“Si no fallamos en la organización, para nosotros la Cumbre es un triunfo aunque no se acuerde una declaración final conjunta”, decía el viernes temprano en Costa Salguero un funcionario de la Casa Rosada que acompañó a Macri durante los dos días. Desde el primer minuto, el Gobierno salió a instalar un argumento de sentido común: la Argentina es un país incapaz de influir en las deliberaciones de las potencias. Por lo tanto, su única responsabilidad como anfitrión era garantizar la seguridad, el soporte diplomático y la organización del evento. Lo cual tampoco era poca cosa para una administración que hace unos días no pudo asegurar el desarrollo normal de un partido de fútbol.
Así, se dedicaron a hacer lo único que podían, lo que tanto saben: cotejar a los que sí influyen. En especial a Donald Trump y Xi Jinping.
A nadie se le escapaba que el desenlace de la Cumbre dependía de la dinámica entre Estados Unidos y China. Para variar, Trump fue el gran factor de incertidumbre. Tiene un magnetismo en algún punto parecido al de Diego Maradona, que consiste en una capacidad insólita para llamar todo el tiempo la atención. Llegó tarde a su bilateral con Macri. Revoleó un auricular porque no le gustó la traducción. Faltó a la reunión a solas de líderes y dijo que prefería quedarse haciendo llamados. Firmó el NAFTA. Suspendió una conferencia de prensa en señal de duelo por la muerte de George Bush e hizo temblar a algunos que ya lo veían subiéndose a un avión. Le canceló una reunión a Vladimir Putin pero lo saludó de parado. Terminó la gira en una cena con Xi donde pactaron una supuesta tregua a la “guerra comercial”.
Apenas arrancó la Cumbre, Trump le hizo pasar un mal momento al macrismo: en la mañana del viernes, la vocera de la Casa Blanca dijo que Trump y Macri habían conversado sobre “el compromiso de enfrentar desafíos regionales como la actividad económica depredadora china”. El Gobierno tuvo que mandar funcionarios al Centro Internacional de Medios en Parque Norte –un búnker para 2500 trabajadores de prensa dónde había máquinas expendedoras de Luigi Bosca pero funcionaba mal el WiFi– a aclarar que eso no corría por cuenta de la Argentina sino de Estados Unidos. No fuera cosa que se enojaran los chinos.
La delegación argentina transpiró haciendo equilibrio entre Washington y Beijing. “Son las dos mayores fuentes de inversión externa. No podemos elegir a uno u otro: necesitamos estar bien con los dos”, decían desde el Gobierno. Ese esfuerzo por complacer a las potencias fue la línea de conducta de la Argentina en el G20. A la premier británica Theresa May, por ejemplo, Macri ni le mencionó la palabra Malvinas. La Cumbre fue el marco ideal para que la representación argentina se pasara dos días mendigando inversiones entre los países desarrollados, con resultados diversos pero que en líneas generales conformaron al oficialismo.
Al final hubo acuerdo entre las potencias para una declaración final conjunta. Puntazo para el Gobierno, aunque no hubo en ello ningún mérito del macrismo. Ni siquiera del multilateralismo. “Sólo fue posible gracias al clima de distensión entre Estados Unidos y China”, reconocía el sábado un ministro nacional. El documento que firmaron los líderes no aporta nada nuevo en términos de gobernanza global; y ni que hablar de la felicidad de los pueblos. Su único valor fue la firma en sí misma: una mínima señal de concordia en tiempos violentos, para sacarse el mal gusto de los recientes fracasos del G20 en Alemania y del G7 en Canadá.
Todos los grandes jugadores tuvieron que ceder algo. Trump debió bancarse una mención explícita al Acuerdo de París, del que se retiró porque dice que el cambio climático es fake news, aunque consiguió que Europa aceptara un punto donde se aclara que Estados Unidos no suscribe a lo que se desprende del Acuerdo. China no pudo evitar una referencia a la necesidad de reformar la Organización Mundial del Comercio (OMC), un reclamo prioritario de Washington para fijarle “reglas de juego” más estrictas a la súperpotencia asiática en el comercio internacional. “Pero la declaración incluye una sola línea sobre la OMC”, minimizaban los voceros chinos. Igual el mayor éxito fue para Trump, quien por primera vez en la historia del G20 logró que no se utilizara la palabra “proteccionismo” en el documento final.
Los funcionarios macristas, los mismos que habían abierto el paraguas, salieron a gritar la declaración final como un gol propio. “Ayúdennos a instalar que este es el Acuerdo de Buenos Aires”, pedían, medio en chiste medio en serio, a los periodistas acreditados. Hay que admitir que, esta vez, el dispositivo de comunicación del Gobierno estuvo rápido de reflejos.
El G20 también tuvo momentos de simbolismo. La imagen de Macri llorando en el Colón ante los líderes de las potencias, mientras un elenco de artistas coreaba “Argentina, Argentina”, fue una síntesis gráfica de lo que la Cumbre significó para el Gobierno. Justo en el Colón, ese emblema de la aristocracia argentina del Centenario que, como comentó esta semana el historiador Ernesto Semán, fue creado por las elites locales para lo mismo que lo usó Macri: mostrar al mundo que la oligarquía tenía firmes las riendas del país.
Cuando parecía que ya más no se podía pedir, el macrismo se llevó otro premio de arriba: la pax acordada entre Trump y Xi. En la noche del sábado, cuando aún quedaban algunas comitivas en Costa Salguero, los dos presidentes más poderosos del mundo cenaron en el Palacio Duhau de la Recoleta y negociaron una tregua en la guerra comercial. Que nadie se ilusione: la disputa estratégica por el liderazgo global entre Estados Unidos y China sigue su curso. El choque recién empieza. Pero el encuentro en Buenos Aires les calzó justo a ambos mandatarios para enfriar un poco el partido después de 360 mil millones de dólares en impuestos de importación en 2018.
El impasse entre Trump y Xi le levantó aún más el perfil a la Cumbre y el anfitrión se anotó indirectamente otro gol. El sábado el gobierno ya se regodeaba con los elogios que le llegaban de personajes como Christine Lagarde, después de un año para el olvido.
“Nunca hubo tanta atención del mundo para Argentina como ahora”, salió a decir hoy el presidente argentino. Y es cierto: durante un fin de semana fuimos el centro de atención. Tal vez también lo dejamos el próximo, cuando Boca y River expongan el naufragio del fútbol argentino en el Bernabeu de Madrid.
Por lo pronto, en Buenos Aires el G20 mostró que aún le queda soga. Trump, Xi y los demás se fueron contentos.
Ahora ellos vuelven a lo de siempre: rivalidad estratégica, competencia por mercados externos, carrera tecnológica y militar.
El gobierno argentino, a lo suyo: devaluación, ajuste, precarización.
Y, por supuesto, Súperfinal de la Libertadores: otro partido que tampoco se definirá en la Argentina.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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