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Un símbolo: Brukman 2007

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Se quedaron dentro de la fábrica un 18 de diciembre de 2001 esperando al patrón. Desde entonces, recorrieron un largo camino que incluyó desalojos, represión y tironeos políticos, cuyas heridas todavía se sienten. Hoy, ya sumaron 16 trabajadoras más, visten a los actores de la tira Casi ángeles y esperan que el Gobierno de la Ciudad haga, finalmente, su trabajo.

“Parece mentira todo lo que vino después. Sólo queríamos que nos pagaran los salarios”, coinciden Matilde Adorno y Celia Martínez, dos de las 52 costureras que el 18 de diciembre de 2001, un día antes de que la Argentina estallara, se plantaron frente a los gerentes de Brukman y les dijeron que no abandonarían la planta textil de Once hasta que no les abonaran los sueldos adeudados. Sin saberlo, se habían adelantado en 24 horas a la vigorosa revuelta popular que reclamaba “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.
Lo que a Matilde y a Celia les parece mentira es que aquella fábrica ahora les pertenezca por ley y que sea gestionada por ellas y sus compañeros. También les parece mentira que en los tiempos de baja temporada retiren unos 300 pesos semanales, cuando aquella jornada inolvidable se hubieran conformado con recibir lo suficiente como para abonar el boleto de colectivo que las devolviera a sus casas. Además, les resulta difícil de creer que hoy ya son 68 trabajadores, 16 más que los que había aquel tórrido diciembre. Y mucho más increíble resulta ver que en la tira Casi Ángeles, de Telefé, aparezca el logo de la Cooperativa de Trabajo 18 de Diciembre, ex Brukman. “Le prestamos la ropa a los actores y a cambio nos hacen propaganda”, explica Adorno, que ahora se dedica a las ventas y a las relaciones públicas después que sus cervicales le impidieran continuar en su máquina.
El principio
Cuenta la historia que aquel martes de 2001, los trabajadores se plantaron ante los dueños y gerentes y les dijeron que no se iban a ir hasta que no les dieran el dinero adeudado. Jacobo Brukman, el propietario, los contestó: “Si ustedes piensan que manejan la fábrica mejor que nosotros, aquí tienen la llave”, les dijo y agitó su llavero que de inmediato fue a parar a su bolsillo. Seguramente, hoy Brukman tampoco pueda creer el valor premonitorio de aquellas palabras.
Veintitrés trabajadores se quedaron aquella noche esperando a los gerentes que nunca aparecieron. “El primer día nos la pasamos mirando de aquí para allá”, recuerda Matilde. Mientras tanto estallaba el país. “A la segunda noche nos llamó el abogado y nos dijo que había Estado de Sitio. Nos dijo que sacáramos las banderas que habíamos puesto, que decían: “Queremos cobrar”. Casi nos morimos de susto, muchos compañeros se empezaron a ir. Pero Juanita, otra costurera, dijo: “De acá no se mueve más nadie y se puso las llaves acá (se señala el pecho)”.
Las costureras de Brukman no sabían qué pasaba: no tenían ni televisión ni radio. Mejor dicho, había en los despachos gerenciales, pero ellas no querían tocar nada porque guardaban la esperanza de que aparecieran los dueños. “Yo era la que cerraba todas las puertas para que nadie tocara, ¿cómo íbamos a pensar que no iban a volver más?”, señala Celia.
De pronto, comenzaron a escuchar ruido a la hora de la cena. Pensaban que era la gendarmería que iba por ellas. Tardaron bastante tiempo en descubrir que se trataba del tañir de las cacerolas. “Juanita nos decía que el Estado de Sitio era para los que estaban haciendo quilombo, no para nosotros”, recuerda Matilde. Cuando Fernando de la Rúa renunció a la presidencia, los obreros de Brukman comían un guiso de arroz, cocinado con los ingredientes que donaron los vecinos de la fábrica.
Un símbolo
La textil Brukman rápidamente se convirtió en un símbolo de la Argentina del 19 y 20 de diciembre. Despertó la solidaridad de las asambleas barriales que surgieron por entonces, también de los movimientos piqueteros, estudiantiles y de los partidos de izquierda. Pronto se transformó en una especie de meca para militantes e investigadores. “Cuando tomamos la fábrica a mi me decían `izquierda` y para mí era un solo partido. No tenía ni idea de que había tantos. Cuando se empezaron a acercar a la fábrica y me tironeaban de uno y otro para llenarme la oreja, me quería matar”, recuerda Matilde. “Ya el primer día llegaron los partidos, pero para mí la izquierda no significaba nada. Yo venía de Claypole, un barrio muy peronista. Con mi marido siempre votábamos PJ, pero no hacíamos nada de política. Pero ahora miro las cosas de otra manera, tanto social como políticamente”, dice Celia que se integró a las huestes del trotskismo, donde llegó a ser candidata a diputada por el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS).
Este 20 de diciembre Celia sale rápido de Brukman. Va hacia Congreso a marchar junto a los trabajadores de Zanón, la fábrica de cerámica recuperada en Neuquén. Los acompañará a entregar un proyecto de ley de expropiación definitiva para todas las fábricas autogestionadas por sus trabajadores elaborado por los neuquinos.
La autogestión
Un mes después de que los trabajadores se instalaran en la fábrica aparecieron representantes de la firma Port Said pidiendo que le entregaran en carácter de urgente una tanda de bermudas: era plena temporada y las precisaban. “Decidimos entregarle la mercadería y nos pagaron. Con eso pagamos la luz, el gas, el teléfono para que no nos cortaran los servicios y lo que sobró, lo repartimos entre todos en partes iguales”, rememora Matilde. Así –dice- comenzó la autogestión obrera, sin patrón, sin gerentes. “Todavía vienen muchos a preguntar por nuestra historia. Y siguen viniendo de distintas fábricas para ver cómo lo hicimos. Siempre les digo que hay que tener fe y confianza de que se puede. Aunque reconozco que decirlo ahora es fácil, no siempre pensaba lo mismo mientras estábamos en la carpa”, admite Matilde.
La represión
La carpa llegó después del tercer desalojo. En los dos primeros lograron reingresar rápidamente. Pero en el tercero, el del 18 de abril de 2003, no. Cuando las costureras intentaron volver a entrar, apoyadas por miles de manifestantes que se congregaron en plena Semana Santa, fueron ferozmente reprimidas: gases lacrimógenos, balas de goma, carros hidrantes, palazos por doquier. Así lo recuerda Celia, que aquel día se encontraba en la primera línea de la manifestación, valla por medio con el cordón policial: “Ese día estábamos negociando con la Defensora del Pueblo. Le pedíamos, por favor, a Chiche Duhalde, que estaba en plena campaña electoral- que viniera a apoyarnos como mujer, que nos ayudara. También hablábamos con la ministra de Trabajo, Graciela Caamaño. Yo les explicaba que en ningún momento nos íbamos a ir de al lado de las rejas. En un momento las chicas me dijeron: ´Entremos, entremos`. Yo les decía que esperáramos, que estábamos negociando con la ministra. Pero después ya no había argumentos. Encima, el jefe de policía nos decía que no íbamos a entrar, que no podíamos pasar ni para discutir. Eso generó bronca, impotencia. Estaba muy presionada. Detrás de mí estaban todas las compañeras de la fábrica. Porque habíamos dicho que si alguien iba a caer, las primeras íbamos a ser nosotras. Yo estaba agarrada de las vallas y me gritaban; `Entremos, entremos´. Me di vuelta, con bronca, las miré, les pregunté si en serio querían entrar. Me contestaron que sí, me di vuelta y empujé la valla. Me agarré de tres compañeras que se adelantaron y avanzamos. Fue un momento de bronca, una chispa. Cuando cayeron las vallas, vi a la policía levantar los fusiles y apuntar. Enseguida empiezan a tirar. Pensé: ´Acá nos matan´. Con las chicas corrimos a un rincón, nos acurracamos en el frente de el laboratorio de al lado. No podía dejar de pensar que estábamos tan cerca y que, sin embargo, no podíamos llegar. La gente corría y corría. De pronto me acordé que mis dos hijas estaban ahí, me aterrorizó la idea de haberlas perdido”.
Tras aquella represión las trabajadoras decidieron acampar en una carpa instalada a 50 metros de la planta. Enseguida llegó el invierno, el frío y la lluvia. Muchas costureras cayeron ante el desánimo y las necesidades. Poco a poco esa carpa comenzó a vaciarse.
Las obreras apenas sobrevivían con el fondo de huelga que recolectaban en universidades o en diversos eventos, como la Semana Cultural, organizada en torno a la carpa. “De ahí salió un trabajito de 2.000 pañuelitos para una organización antiglobalización inglesa para una manifestación contra el G-8, en México”, señala Celia.
La cooperativa
Mientras tanto, los partidos de izquierda –que exigían la estatización de la fábrica con control obrero- comenzaron a disputarse la conducción del conflicto. A medida que el tiempo pasaba y las soluciones no llegaban, algunas trabajadores comenzaron a buscar otras salidas. Se acercaron al Movimiento Nacional de Fábricas Recuperadas y empezaron a analizar la posibilidad de conformar una cooperativa. La lucha comenzó a transitar más por los pasillos de tribunales. Brukman fue declarado en quiebra y en octubre de 2003 la Legislatura aprobó una expropiación transitoria que después se transformó en definitiva. Ahora falta que el Gobierno de la Ciudad desembolse la indemnización correspondiente a los acreedores de la quiebra. “Ahora que asumió Macri no sabemos qué va a pasar –dice preocupada Celia-. Por lo menos, dentro del presupuesto de 2008, hay 8 millones destinados a fábricas recuperadas, aunque no sabemos bien cómo se van a aplicar”.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

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Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.

Por María del Carmen Varela.

La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen

La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia. 

La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.

Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.

La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional.  A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.

Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.

Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro. 

MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA

Viernes 30 de mayo, 20.30 hs

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

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Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.

Por María del Carmen Varela

La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.

La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro
Gabriela Pastor en escena. Detrás, Juan Zuberman interpreta a un ciego que toca la guitarra.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario.  Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.

El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.

Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.

Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.

La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.

Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA

Domingos 18 y 25 de mayo, 20  hs

Más info y entradas en @perlaguarani

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