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Cuando la plaza desborda

Una multitud desbordó la Plaza de Mayo en defensa de la democracia, al día siguiente al atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. La conmoción, la ideas sobre el odio y la respuesta de una marcha que recordó qué significa Nunca Más. Memoria, presente y reflexiones sobre cómo bordar un futuro. Por Lucas Pedulla.
El tren repleto, el subte colmado, las estaciones llenas, las miradas que se encuentran, el corazón que late y se siente en el pecho de la persona amiga, compañera, desconocida, que late y se percibe en el abrazo y en una 9 de Julio que se puebla de a poco, esa que Sabrina y Gabriel –40 y 42 años– cruzan hacia Plaza de Mayo, donde compran una bandera argentina a 500 pesos. Ella es docente de primaria, él profe de Historia y Geografía en secundarios, y sobre su hombro viaja Bruno, 3 añitos, que mira las columnas de banderas y de personas sueltas, como ellas, que se van formando a sus espaldas, como gotas que pueblan un mar. Vinieron de Tapiales, partido de La Matanza, y por una razón concreta: “Se cruzó un límite. La discusión tiene que ser política. Hace rato se vienen cruzando límites, y lo que se vio ayer dejó en evidencia lo que se venía gestando”.



Lo que se vio ayer es lo que Sabrina y Gabriel vieron por televisión en una imagen estremecedora para la historia argentina: el momento exacto en el que una persona, que luego la justicia identificaría como Fernando André Sabag Montiel, brasilero de 35 años, gatilló dos veces con una Bersa .32 a centímetros del rostro de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, cuando llegaba a su casa en el barrio porteño de Recoleta.
“Hay que cuidar la democracia”, dimensiona Sabrina.
Gabriel suma: “No es menor. Más allá de si actuó solo o es parte de algo más que hasta ahora no se sabe, es un límite. Los mensajes de odio que vienen hace años calan hondo en muchas mentes. Y hay mucha gente que piensa así: no es un loco solitario, lo que pasó es que este tipo tuvo el agregado de hacerlo. Pero los mensajes se siguen viendo ahora, hoy mismo, con gente que duda, siempre anteponiendo algo metapolítico por arriba”.
Gabriel acaricia la cabeza de Bruno, que sigue mirando el mar de abrazos que se va formando a sus espaldas.
Y dice, en la clara interpretación del gesto: “Por eso, hay que poner un freno”.
La memoria, el edificio y el arma


La respuesta es inmediata, de reflejo y memoria, aún con el cuerpo temblando. No son las doce del mediodía y la Plaza de Mayo ya muestra indicios de un viernes que la va a desbordar. Esa memoria es histórica, un pulso de la sociedad argentina que venció la dictadura, explican Alicia y Cristina, de 73 y 70 años, que vienen de Avellaneda.
Alicia recuerda: “Mi familia vivió cosas horrorosas en dictadura, solo porque éramos pobres. Mi primo desapareció y mi tía lo rescató en Córdoba. Mi padre era ferroviario y veía cómo se llevaban a trabajadores encapuchados. ‘No mires atrás porque podés ser fiambre’, le decían”. Cristina vivía a la vuelta de la sede de la Brigada de Investigaciones de Lanús, el centro clandestino conocido como El Infierno: “Las cosas que pasaban eran terribles”.

El silencio de Cristina profundiza lo que no hace falta decir: las torturas, los secuestros, las desapariciones. Por eso, Alicia dice que el atentado la shockeó tanto que no pudo dormir. Cristina: “El odio no se justifica. Lo vemos en el barrio, con el vecino, que nos insulta y nosotras nos tenemos que quedar calladas”. Alicia y el edificio en el que vive: “Hay vecinos macristas que hoy decían: ‘La hubiesen matado’, ‘Eso no es verdad’, ‘es un arma de juguete’. ¿Qué le vas a discutir?”. Cristina pregunta: “¿Cómo frenás ese odio?”.
Magalí y María tienen 32 y 35 años, son amigas, son profesionales de la salud y ambas viven en la ciudad de Buenos Aires. María piensa: “Nuestro país tiene 30 mil desaparecidos, miles de presos políticos, cientos de niños secuestrados por la dictadura. A nuestra Argentina le costó mucha sangre estar en democracia. Y hoy estoy acá por eso”. Magalí tiene una imagen que no se puede sacar de la cabeza: “Me horroriza pensar lo que podría haber pasado si eso funcionaba”. Eso, claro, es el arma, que se repitió en loop por canales y redes, y que genera que ambas cierren los ojos en un suspiro.

María recuerda otra imagen, del sábado pasado, cuando la vicepresidenta habló en la esquina de su casa, frente a una movilización que por la tarde había sido reprimida: “Ese día bajó del departamento y se paró frente a la multitud. Dije: ‘Wow, que pueda hacer eso es un montón, cualquier otro tendría miedo de que le den un balazo entre ceja y ceja’. Y después pasa esto”. Coincide en la lectura sobre los discursos de odio que se ven en la calle, entre familias, entre amigos: “Disculpame, pero esto es de los medios, que echan leña al fuego y dividen la sociedad. Tienen que hacerse responsables por lo que magnifican”.
Tienen razón.
Del infarto a la Plaza


Sobre Avenida de Mayo y 9 de Julio, una señora vende banderas de Néstor y Cristina a 500 y 1.000 pesos. Se presenta con una sonrisa: “Me llamo Cristina y mi marido, Néstor”. La coincidencia no sólo la divierte, sino que le realza el pecho. Tiene 61 y es de Florencia Varela, sur del conurbano bonaerense. Cuenta que durante el gobierno de Macri vendía pañuelos amarillos y la corría la policía: “Con el peronismo se puede laburar”. Por eso, remarca, este viernes agarró las banderas y se vino a la calle: “Todos los que recibieron ayuda de Néstor, de Cristina, de Eva Perón que descanse en paz, y de Perón, tienen que estar acá, apoyando, repudiando lo que pasó. Me pareció muy malo lo que pasó, yo como peronista no iría a ponerle una pistola a Macri ni a otro gobierno que esté”.
A metros se encuentra Graciela, 74 años, de Ciudad Evita, vendedora de pañuelos de Cristina, Néstor y Nunca Más a $300: “Casi me da un infarto anoche cuando vi la tele. Soy cristinista a muerte, la amo, me dio la jubilación a mí y a mi marido, la obra social, todo”.
¿Qué piensa? “La gente está mala, no la entiendo, no sé si es la envidia o qué. ¿Por qué la maldad? No quieren que la gente pobre sea clase media, que pueda salir, quieren aplastarnos y que nos muramos de hambre”.
En la Plaza de Mayo, ya colmada, Noemí y Leonardo –63 y 58 años– vinieron del barrio porteño de Boedo. “Somos gente mayor que vivió la dictadura –cuenta Noemí–. Mi padre fue exiliado político, sé lo que es la persecución y la proscripción. Hoy hay que defender la democracia”. Leonardo rememora: “Antes eran las botas, ahora son los jueces y los medios. Pero esta Plaza significa que el pueblo responde inmediatamente, como con Santiago Maldonado, como con el 2×1. Y a Cristina la vamos a defender porque, además, es la única que tiene una idea de país desde este lado. Hay que poner un límite”.
Mara tiene 27 y está sentada sobre el cordón del Cabildo. Trabaja en una fiscalía y revolea los ojos: “Es tremendo ver cómo la justicia y los medios están llevando a la gente a un lugar de odio, de demencia, de ira, cómo fogonean que Cristina es la enemiga máxima que hay que destruir. No quiero pecar de ponerme técnica, pero se ve cómo se flexibiliza y se busca encuadrar en diversos tipos penales como la asociación ilícita, que es súper complejo de probar. Por eso es importante y mostrar repudio: el pueblo no se va a bancar estas cosas”.
El bordado



Son las cuatro de la tarde y la Plaza está colmada. Por Avenida de Mayo ingresan partidos políticos. Por Diagonal Sur, sindicatos. Por Diagonal Norte, movimientos sociales. Desfilan banderas del Sindicato de Prensa de Buenos Aires, de la Unión Obrera Metalúrgica, de La Cámpora, del Evita, de La Dignidad, de la Unión de Trabajadorxs de la Economía Popular, de Barrios de Pie, de la Asociación de Trabajadorxs del Estado, del Frente Popular Darío Santillán, del Movimiento de Trabajadorxs Excluidos. Del. Del. Del.
Y así.
Y así.
El mar que miraba Bruno ya es océano.
La actriz Alejandra Darín lee un comunicado que concluye: “El pueblo argentino está conmovido, impactado por lo ocurrido, incluyendo a millones que no simpatizan con Cristina ni con el peronismo. En honor a todos nuestros compatriotas es que hacemos este llamamiento a la unidad nacional pero no a cualquier precio: el odio afuera”.
La Plaza desborda en una ceremonia en la que, más acá del documento, no se preveían palcos ni oradores, sino solamente la potencia política del estar, en defensa de la democracia. Con hijes, amigues, familias. Estar, ni más ni menos, y con el abrazo como un hilo transmisor de emociones, sensibilidades, historia, memoria, verdad y justicia.
Eso también transmiten los ojos y las sonrisas amables de Nora y Margarita, ambas de Lomas de Zamora. Nora es docente jubilada y su papá fue perseguido político por la dictadura fusiladora que derrocó a Perón en el 55. Margarita es enfermera jubilada y llegó de Chile en el 75 escapando de la dictadura de Augusto Pinochet, y al año se tuvo que refugiar de la dictadura argentina. Ambas cruzan pasado y presente, con rigor y dulzura.


Nora: “Yo soy peronista, mi marido es radical, pero cuando la patria estuvo en peligro, como con los levantamientos contra Alfonsín, me vine sin banderas. Cuando Perón muere el 1º de julio del 74, Ricardo Balbín dice: ‘‘Este viejo adversario despide a un amigo’. Hoy hay mucho odio”. Margarita se emociona: “Todos los que estamos acá tenemos historias parecidas porque el ADN nuestro está marcado. Defendemos la democracia porque la hemos vivido: no nos dejaron pensar, nos mataron, nos torturaron, nos desaparecieron. Acá no estamos por nosotras: ya estamos hechas, ya sumamos, restamos, multiplicamos y dividimos. Hicimos todo. Lo que queremos sembrar es por el futuro, nuestros nietos, por vos”.
Margarita teje, y apela a su práctica: repasa los doce años de Néstor y de Cristina, las jubilaciones, la Asignación Universal por Hijo, la defensa de derechos, la llegada del macrismo. “Tejer un hermoso pulover lleva un largo tiempo, 15 o 20 días, pero desarmarlo lleva dos minutos: tirás del hilo. Es lo que hizo Macri”.
Frente a las imágenes de conmoción, a las banderas de Cristina, los pañuelos de Graciela, la mirada de tres años de Bruno, la Plaza infinita, ¿qué es lo que hay que tejer?
Margarita no duda: “Esperanza y confianza”.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
Esta es parte de la vida que no pudieron matar:
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La transfiguración de Miguelito Pepe: los milagros seducen
Una obra teatral que recurre al milagro como ingrediente imprescindible para una transformación. Un niño santo en un pueblo perdido. Su primera intervención paranormal desata furor y de todas partes van a suplicarle lo imposible. La transfiguración de Miguelito Pepe es un unipersonal con la dramaturgia y dirección de Martina Ansardi en el que el actor Tuco Richat se pone en la piel de varios personajes que dialogan con lo sagrado y lo profano. Este viernes 30 de mayo a las 20.30 podés ver en MU Trinchera Boutique la primera de tres funciones.
Por María del Carmen Varela.
La transfiguración de Miguelito Pepe gira en torno a un fenómeno que sucede en un pueblo norteño. Miguelito, un niño de Famaillá, se convierte de la noche a la mañana en la gran atracción del pueblo. De todas partes van a conocerlo y a pedirle milagros. En todo el pueblo no se habla de otra cosa que del niño santo, el que escucha los pedidos de quien se le acerque y concede la gracia.
La obra tiene dramaturgia y dirección de la activista y artista travesti Martina Ansardi, directora teatral, actriz, bailarina, coreógrafa y socia de Sintonía Producciones, quien la ideó para que fuera itinerante.
Se trata de un unipersonal en el que el actor Tuco Richat se luce en varios personajes, desde una secretaria de un manosanta que entrega estampitas a quien se le cruce en el camino, una presentadora de televisiòn exaltada a un obispo un tanto resentido porque dios le concede poderes a un changuito cualquiera y no a él, tan dedicado a los menesteres eclesiásticos.
La voz de la cantante lírica Guadalupe Sanchez musicaliza las escenas: interpreta cuatro arias de repertorio internacional. A medida que avanza la trama, Richat irá transformando su aspecto, según el personaje, con ayuda de un dispositivo móvil que marca el ritmo de la obra y sostiene el deslumbrante vestuario, a cargo de Ayeln González Pita. También tiene un rol fundamental para exhibir lo que es considerado sagrado, porque cada comunidad tiene el don de sacralizar lo que le venga en ganas. Lo que hace bien, lo merece.
Martina buscó rendir homenaje con La transfiguraciòn de Miguelito Pepe a dos referentes del colectivo travesti trans latinoamericano: el escritor chileno Pedro Lemebel y Mariela Muñoz. Mariela fue una activista trans, a quien en los años `90 un juez le quiso quitar la tenencia de tres niñxs. Martina: “Es una referenta trans a la que no se recuerda mucho», cuenta la directora. «Fue una mujer transexual que crió a 23 niños y a más de 30 nietes. Es una referenta en cuanto a lo que tiene que ver con maternidad diversa. Las mujeres trans también maternamos, tenemos historia en cuanto a la crianza y hoy me parece muy importante poder recuperar la memoria de todas las activistas trans en la Argentina. Esta obra le rinde homenaje a ella y a Pedro Lemebel”.
Con el correr de la obra, los distintos personajes nos irán contando lo que sucedió con Miguelito… ¿Qué habrá sido de esa infancia? Quizás haya continuado con su raid prodigioso, o se hayan acabado sus proezas y haya perdido la condición de ser extraordinario. O quizás, con el tiempo se haya convertido, por deseo y elección, en su propio milagro.
MU Trinchera Boutique, Riobamba 143, CABA
Viernes 30 de mayo, 20.30 hs
Entradas por Alternativa Teatral

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Relato salvaje guaraní: una perla en el teatro

Una actriz que cautiva. Una historia que desgarra. Música en vivo. La obra Perla Guaraní volvió de la gira en España al Teatro Polonia (Fitz Roy 1475, CABA) y sigue por dos domingos. El recomendado de lavaca esta semana.
Por María del Carmen Varela
La sala del teatro Polonia se tiñe de colores rojizos, impregnada de un aroma salvaje, de una combustión entre vegetación y madera, y alberga una historia que está a punto de brotar: Perla es parte de una naturaleza frondosa que nos cautivará durante un cuarto de hora con los matices de una vida con espinas que rasgan el relato y afloran a través de su voz.
La tonada y la crónica minuciosa nos ubican en un paisaje de influjo guaraní. Un machete le asegura defensa, aunque no parece necesitar protección. De movimientos rápidos y precisos, ajusta su instinto y en un instante captura el peligro que acecha entre las ramas. Sin perder ese sentido del humor mordaz que a veces nace de la fatalidad, nos mira, nos habla y nos deslumbra. Pregunta: “¿quién quiere comprar zapatos? Vos, reinita, que te veo la billetera abultada”. Los zapatos no se venden. ¿Qué le queda por vender? La música alegre del litoral, abrazo para sus penas.

La actriz y bailarina Gabriela Pastor moldeó este personaje y le pone cuerpo en el escenario. Nacida en Formosa, hija de maestrxs rurales, aprendió el idioma guaraní al escuchar a su madre y a su padre hablarlo con lxs alumnxs y también a través de sus abuelxs maternxs paraguayxs. “Paraguay tiene un encanto muy particular”, afirma ella. “El pueblo guaraní es guerrero, resistente y poderoso”.
El personaje de Perla apareció después de una experiencia frustrante: Gabriela fue convocada para participar en una película que iba a ser rodada en Paraguay y el director la excluyó por mensaje de whatsapp unos días antes de viajar a filmar. “Por suerte eso ya es anécdota. Gracias a ese dolor, a esa herida, escribí la obra. Me salvó y me sigue salvando”, cuenta orgullosa, ya que la obra viene girando desde hace años, pasando por teatros como Timbre 4 e incluyendo escala europea.
Las vivencias del territorio donde nació y creció, la lectura de los libros de Augusto Roa Bastos y la participación en el Laboratorio de creación I con el director, dramaturgo y docente Ricardo Bartis en el Teatro Nacional Cervantes en 2017 fueron algunos de los resortes que impulsaron Perla guaraní.
Acerca de la experiencia en el Laboratorio, Gabriela asegura que “fue un despliegue actoral enorme, una fuerza tan poderosa convocada en ese grupo de 35 actores y actrices en escena que terminó siendo La liebre y la tortuga” (una propuesta teatral presentada en el Centro de las Artes de la UNSAM). Los momentos fundantes de Perla aparecieron en ese Laboratorio. “Bartís nos pidió que pusiéramos en juego un material propio que nos prendiera fuego. Agarré un mapa viejo de América Latina y dos bolsas de zapatos, hice una pila y me subí encima: pronto estaba en ese territorio litoraleño, bajando por la ruta 11, describiendo ciudades y cantando fragmentos de canciones en guaraní”.
La obra en la que Gabriela se luce, que viene de España y también fue presentada en Asunción, está dirigida por Fabián Díaz, director, dramaturgo, actor y docente. Esta combinación de talentos más la participación del músico Juan Zuberman, quien con su guitarra aporta la cuota musical imprescindible para conectar con el territorio que propone la puesta, hacen de Perla guaraní una de las producciones más originales y destacadas de la escena actual.
Teatro Polonia, Fitz Roy 1475, CABA
Domingos 18 y 25 de mayo, 20 hs
Más info y entradas en @perlaguarani
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