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Diario desde el ojo de la tormenta: así se contagió en Roma el Coronavirus, el miedo y la organización

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Crónica desde Roma, de la llegada del coronavirus hasta las prohibiciones y miedos que vaciaron las calles. El rol de los medios, el manejo político y la situación social. De la revuelta en las cárceles a la caída de las bolsas. Lo que empieza a resquebrajarse. Y las oportunidades que se abren: «Estamos viviendo tiempos difíciles, pero también es una oportunidad para organizarnos de otra manera». Escribe Giansandro Merli desde Italia, donde las muertes por coronavirus llegaron a 1.441 y hubo 175 en un día. Primera parte.

Diario desde el ojo de la tormenta: así se contagió en Roma el Coronavirus, el miedo y la organización

-¿Te acordás cuando íbamos a la cancha?

Mi amigo me pregunta, habla, escucha, pero no huele. Su cara está detrás de una pantalla, en mi computadora. Fuimos juntos a la cancha a ver al Lecce hace tres semanas; hace dos prohibieron los visitantes. El domingo jugaron pocos partidos y sin público. El martes pararon la Liga. El miércoles salió el primer caso de Coronavirus en la Serie A: es Daniele Rugani, jugador de la Juventus.

Solo tres semanas, pero todo cambió. Los primeros dos casos de Covid-19 fueron encontrados en Roma el 29 de enero: turistas chinos. El tercero -siempre en la capital- el 6 de febrero, un italiano de vuelta de Wuhan. Pero es desde el 21 de febrero que la vida empezó a volverse otra. Hace 22 días un hombre de Codogno resultó positivo. Pocas horas después, otros dos en Vo’ Euganeo. Son dos pequeños pueblos en Lombardia, en la región de Milano, la “capital económica de Italia”.

Al principio las medidas principales estaban localizadas sobre todo en esos pueblos y en la provincia de Lodi. Escuelas cerradas, prohibición de circulación y de reunión, cuarentena por la gente con fiebre y problemas de respiración.

Desde otras partes de Italia el problema parecía aún lejano, a pesar de que el virus en pocas semanas había llegado de China recorriendo casi 9 mil kilómetros. El punto de inflexión fue el sábado 7 de marzo. Desde entonces, cada día las cosas cambian muy rápido, mientras sigue subiendo la cantidad de infectados y muertos.

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Calles vacías cerca del Río Tevere, Roma.

Cuando todo cambió

Ese sábado, a la hora del almuerzo, en la primera página de todos los periódicos la primera noticia es que Nicola Zingaretti resulta positivo al test del Covid-19. Zingaretti es el gobernador de la regione de Lazio, donde queda Roma, y el secretario nacional del Partido Democrático, parte de la coalición de gobierno. En pocos minutos las redes sociales están llenas de una imagen suya de pocos días antes: se lo ve en Milano con varios jóvenes del partido junto al alcalde de la ciudad Giuseppe Sala bajo el hashtag #MilanoNoPara. El sentido del lema es que Milano no para porque la economía no puede detenerse, porque si la gente deja de salir de casa, deja también de gastar dinero.

A las 8 de la tarde del mismo sábado otro hecho cambia la percepción general de las cosas. A esa hora, se filtra el decreto que el primer ministro Giuseppe Conte (jefe de un gobierno que une el Partido Democrático y el Movimiento 5 Estrellas) iba a anunciar el día siguiente. Todos los periódicos y varias páginas Facebook lo muestran antes. La CNN y otras fuentes periodísticas afirman en seguida que el texto les llegó por mail con el remitente de Attilio Fontana, gobernador de la Lombardia, miembro de un partido de extrema derecha – al momento en la oposición, pero hasta agosto pasado, oficialista-.

El texto del decreto dice que la región entera, más algunas provincias de Veneto y Emilia-Romagna, van a ser zona roja desde el día siguiente: prohibido salir y entrar sin motivaciones urgentes o necesarias, o razones laborales.

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Mercado de Testaccio, cerrado y vacío.

Menos de dos horas después cientos de personas asaltan los trenes que salen hacia el sur. El decreto aún no está en vigor y los inmigrantes internos tienen miedo de quedarse en cuarentena lejos de casa y en una región que, a pesar de tener uno de los mejores sistemas sanitarios regionales de Italia, se está quedando sin camas en terapia intensiva. La medida que quiere confinar geográficamente el virus se vuelve de repente en una de las causas de posibles contagios. 

A las 2.35 de la noche del sábado, ya mañana del domingo, Conte está obligado a hablar por televisión, explicar las disposiciones del decreto y parar el pánico. O al menos intentarlo. Mientras tanto, los gobernadores de la regiones del sur ordenan a los migrantes bajar de trenes y autobuses y volver al norte, para no traer el virus a las casas de sus padres y abuelos y hacia sistemas sanitarios muchos más débiles que el de Lombardia.

No pueden hacer mucho. Por eso la mañana siguiente, cuando los universitarios y trabajadores sin trabajo llegan a la ciudad donde nacieron, encontrarán enfermeros y carabineros con mascarillas en la cara para medir la fiebre y ordenar la cuarentena.

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Venta de celulares y barbijos en una tienda del barrio de Torpignattara, Roma.

Encerrados

El día después, el domingo 8, mientras en todas las ciudades de Italia despacito empieza a aumentar el número de barbijos en la calle, a disminuir abrazos y apretones de manos y en los andenes los ojos más atentos empiezan a medir el metro de distancia entre seres humanos ordenados por las autoridades médicas, algunas miles de personas no pueden seguir las mismas indicaciones: 61.320 hombres y mujeres están presos en los 189 centros penitenciarios italianos. La capacidad total de las prisiones es de 50.931 y la tasa media de sobrepoblación llega al 120%. “Fuera, a un metro de distancia; adentro, ocho en una celda”, dice una pancarta pegada en la noche por la Acción antifascista de Roma Est.

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La primera cárcel que empieza a sublevarse es la de Modena. Los detenidos la toman y empiezan a prender fuego colchones. Llamas también en Bologna y Torino. 54 huyen de Foggia. Los detenidos llegan al techo de las estructuras en Milano, Venezia, Rieti. En Napoli y Roma los familiares junto a pequeños grupos de anarquistas protestan abajo. Todos piden amnistía e indulto. Las fuentes oficiales dicen que la revuelta, que en pocas horas incluye 30 prisiones y según las cifras del ministerio unos 6 miles detenidos, empezó porque el gobierno buscaba prohibir las conversaciones con los familiares por unas semanas para evitar que el virus entre en esos sitios cerrados. El lunes se conoce que en la cárcel de Modena hay un prisionero positivo de Covid-19.

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Pizzería y cafetería cerradas en el barrio del Pigneto, Roma.

La derecha pide el ejército para controlar las prisiones, pero al mismo tiempos algunas secciones locales de los tribunales empiezan a soltar gente. Sobre todo los más viejos y los que están en régimen de media libertad. Incluso los policías saben que así no se puede seguir, que si el virus llega a más personas dentro de las cárceles será un infierno, incluso para ellos. Voces no confirmadas dicen que durante las revueltas los policías han dejado las llaves, en algunas prisiones, porque no querían enfrentarse y tener contactos con los detenidos.

Lo cierto que es que hasta ahora la revuelta carcelaria ha dejado 13 detenidos muertos (según las autoridades, 12 murieron de sobredosis después de atracar las enfermerías con metadones y psicofármacos), 40 policías heridos, 500 millones de euros en daños, y 12 fugitivos.

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Cartel de una tienda dice que, debido al decreto del gobierno, pueden entrar a comprar de a dos personas.

El contagio

El lunes 9 de marzo, sobre las 10 de la tarde, Conte habla otra vez por televisión y redes sociales. “Toda Italia es zona roja”, dice. En las grandes ciudades y pocos minutos después, en frente de los supermarket que están abiertos 24 horas, empiezan a formarse largas colas. En algunos casos llega la policía para evitar robos pero también – o sobre todo- para medir la distancia entre la gente: uno por metro. El 4 marzo el gobierno ha cerrado todas las escuelas y universidades hasta el 15 del mes. Pero en el discurso del lunes el cierre es prolongado hasta el 3 de abril. Además cierran cines, teatros, restaurantes, bares (después de las 18), gimnasios y piscinas.

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Personas en la cola del supermercado, a una distancia prudente.

Las movilizaciones, incluso el paro feminista del 8 de marzo, habían sido prohibidas la semana antes, pero ahora también se prohíben reuniones sociales. Se puede salir de casa para hacer compras, ir a la farmacia, a trabajar, a ayudar parientes enfermos, hacer deporte (pero solo en los parques y con la distancia de seguridad). El martes paran todos los deportes de equipo.

El miércoles los números de la epidemia no bajan. Conte habla otra vez en la televisión. Poco minutos antes Confidustria Lombardia, la organización de los grandes dueños de la región, piden que no se pare la producción. El primer ministro cierra tiendas y todos los servicios no esenciales. En poco minutos la gente está pateando las maquinas que distribuyen cigarros. En media hora sale la lista: supermarket, bancos, correo, farmacias, quioscos, tiendas de comida, gasolineras quedan abiertas. Fábricas y cadenas de distribución alimentaria y de productos, abiertas.

La mañana después, en los sitios de distribución logística y de producción donde no hay condiciones mínimas de seguridad, los obreros hacen huelgas repentinas.

El día antes muchas compañías de vuelos ya habían han cancelado los aviones desde y hasta Italia. Ahora se borran también la mayoría de los en el interior, juntos a trenes y autobuses.

Las bolsas financieras se caen 10%, 16%. Cada día es peor. El gobierno pide derogar el “pacto de estabilidad” que la Unión Europea impuso a los gobiernos nacionales para que no tomen deuda. El pecio fue cortar los gastos sociales desde 2010 hasta ahora. Acaso hoy estamos viviendo el efecto. El virus empieza a cambiar las bases de la arquitectura neoliberal de Europa, y parece ser sólo el principio.

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Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

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Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.

Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.

Por Sergio Ciancaglini

A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org

Sonrisas junto al paraíso

Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
 

Madre de la bombacha roja

Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
 
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
 
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
 
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
 

El día que se distanciaron

Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
  

La hora del secreto

Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
 
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
 
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.

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Orgullo

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Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.

Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.

Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.

Eso es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.

Y no es Orgullo.

Orgullo

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

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Orgullo

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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

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(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los  libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?

El podcast completo:

Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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