Nota
León Ferrari: el arte de la eterna rebeldía
Con más de ochenta años a cuestas y una obra intensamente política, Ferrari ofrece sus creaciones en ArteBa o en la puerta de la fábrica Brukman. El mensaje es idéntico: «en un país de hambrientos y saciados», como él mismo lo define, el arte debe desafiar al poder para mantenerse vivo. Y a salvo.
Un globo terráqueo cubierto de cucarachas de utilería, una trampa para ratones en la que quedó atrapada la imagen de la Corte Suprema de Justicia, el Papa envuelto en un preservativo, los laberintos de autos y figuras en Letraset… Los universos creados por León Ferrari conviven junto al artista y su mujer en el departamento bello y antiguo de la calle Reconquista. Ahora, además, están atrapados en la computadora que maneja con habilidad -aunque no lo reconozca- y que compró gracias a unas piezas que se llevó Eduardo Costantini. Basta entrar a su casa para descubrir, en esa superabundancia, las dos grandes líneas de trabajo del plástico: los trazos estilizados y refinados de las Caligrafías -juegos con las tipografías, las formas repetitivas-y también sus obras con una carga intencional y explícita de denuncia. Ejemplos de las dos tendencias pueden verse, por estos días, en el Museo de Arte Moderno y en la muestra ArteBA, dos espacios reconocidos como consagratorias de una obra que recién hace poco tiempo se incorporó al mercado. Como también pudieron verse sus obras en la puerta de Brukman, durante la semana en la que un escudo cultural protegió el reclamo de las trabajadoras de esa fábrica violentamente desalojada.
Ferrari pasó ya los 80 años, y se mantuvo casi toda su vida como ingeniero. Nunca perdió la mirada irónica y cruda que desarrolló a partir de los 60 cuando se volcó al arte político, ni el sentido del humor, ni la incomodidad de habitar una realidad mal distribuida.
Las caligrafías obsesivas, el grafismo transformado en objeto artístico, la escritura como una imagen. Sobre estos elementos trabajaba León Ferrari cuando, a mediados de la década del 60, fue convocado para participar en el Premio Nacional del Instituto Torcuato Di Tella, centro cultural que nucleaba a la vanguardia artística de la época. Allí se produjo el primer cambio de rumbo: el artista presentó su obra Civilización Occidental y Cristiana.
«En lugar de mezclar sus abstracciones con alusiones a la realidad, de introducirla en forma enmascarada, simulada entre los enredos de la línea y del alambre, Ferrari decidió trabajar con la realidad misma -escribió la especialista Andrea Giunta-. La estrategia compositiva sobre la que tramó la operación central de su obra se arraigaba en una práctica intensamente transitada por el surrealismo y el dadaísmo: la aproximación de dos realidades en una misma y nueva situación. El recurso se basaba en el montaje y en la confrontación de dos realidades, en principio, ajenas: sobre la réplica en escala reducida de un avión FH 107, colocaba la imagen de un cristo de santería; ambos estaban, a su vez, suspendidos, definiendo, con su posición absolutamente vertical, el sentido de una amenazante caída. Una crucifixión contemporánea que tenía un referente inmediato en la guerra de Vietnam».
La obra no fue autorizada a ser exhibida al público y su existencia sólo quedó registrada por la foto de la maqueta incluida en el catálogo. Desde entonces y durante mucho tiempo, Ferrari solo participó de muestras colectivas, fuera de las galerías: Tucumán Arde, Homenaje a Vietnam, Malvenido Rockefeller, entre otras.
-¿Cómo interpreta sus obras el público de ArteBA?
– En 1968 yo escribí un texto que se llamaba El arte de los significados donde señalaba que el arte colaboraba con el poder. La cultura -en general- le daba al poder ese barniz de aceptabilidad, lo hacía más humano. El poder se volvía más culto, y frente a lo culto había una especie de reverencia. Por eso nosotros decidimos irnos del mundo de la elite, del mundo de los museos, para usar el arte contra el sistema. Desde entonces pasaron más de treinta años, así que yo ahora debo preguntarme qué pienso de lo que pensaba. Y lo que pienso de lo que pensaba es que, efectivamente, el arte tiene todo ese aspecto que sirve de base al poder, pero que además la cultura tiene otros elementos que desgraciadamente no se distribuyen por toda la población, son parte de la mala distribución de los ingresos… Y también tiene la posibilidad de golpear fuerte. Por ejemplo, para la inauguración del Malba se exhibió el Cristo y el avión y a pesar de estar allí, ese avión recuperó su fuerza porque fue exhibido alrededor del 11 de septiembre, cuando las caída de las Torres Gemelas. No sé, quizás me consuele un poco con esto. En los últimos años, he hecho del arte una profesión y en ese sentido, todos los profesionales – desde el tipo que hace pan hasta los dentistas- sostienen el poder… Así que esa es mi pobre justificación de artista.
– En los 60 decía que el arte no se medía en belleza sino en la eficacia del mensaje.
– Para ser sinceros eso lo dijo Ricardo Carpani antes que yo. Y efectivamente creo en la eficacia del arte, pero me parece que ella consiste en encontrar una forma diferente de expresar las cosas.. Yo puedo decir «la gente se muere de hambre» o expresarlo de un modo que conmueva, que le pegue al espectador.
– ¿Cómo se define el arte político?
– Son, por supuesto, obras con un mensaje. Yo quiero que mis trabajos digan una determinada cosa, pero que la digan de un modo distinto, para que el mensaje tenga efecto, hay que encontrar nuevas formas de decirlo. Lo que importa es la forma de expresar una idea; ese me parece que es el aporte contemporáneo más interesante al arte. Ya no interesa solo la belleza, como se creía antes. Es que es imposible que sea así en una sociedad que se divide entre hambrientos y saciados. Y yo, que estoy en el mundo de los que comen, siento una suerte de contradicción permanente. Sé que si he trabajado toda la vida tengo derecho a un poco de bienestar ,y eso en un mundo donde todos tuvieran algo estaría perfecto, pero tal como es la distribución de la riqueza en este país, no sé… A los setenta y pico de años me dieron un premio municipal que consiste en una pensión vitalicia de 1.075 pesos por mes y yo no sé si corresponde, en el contexto de lo que pasa, no sé si es justo…
-¿Hay un resurgir del arte político?
-Me parece que sí, por un lado puede haber algo de moda pero por el otro creo que tiene que ver con la necesidad de expresión. Hay una cantidad de grupos fuera del mercado que hacen arte en las fábricas, en las marchas, en la calle… Cantidad de manifestaciones interesantes del arte fuera del mercado.
– ¿Se hace arte político del mismo modo que en los 60?
-Nosotros éramos, en ese momento, parte de la vanguardia. El Instituto Di Tella sirvió para que muchos artistas tuvieran el espíritu de la renovación en la cabeza. De todas formas me parece que ahora el arte político se hace más en la calle que entonces. Y además es más variado.
– Quizás otra diferencia es que ustedes eran, por entonces, reconocidos como referentes artísticos por la prensa y la crítica, en cambio ahora me parece que estos grupos quedan desplazados a los márgenes
-Es muy cierto… Nosotros éramos gente que había triunfado ya, por decirlo de algún modo. El arte político actual no está incluido en el circuito de los diarios, los galeristas, los críticos, los coleccionistas, que son los que definen qué es arte y qué no para el mercado.
…
El Cristo del avión fue la primera obra directamente política de Ferrari y también la primera en ser prohibida, de una larga lista de trabajos que despertaron el escándalo y la censura. Por citar los dos ejemplos más recientes:
- En el 2000 la muestra Infiernos e Idiolatrías-montada en el ICI de Buenos Aires-fue repudiada por la Agrupación Custodia que no dejaban entrar a los espectadores y proclamaban a los cuatro vientos que » los derechos de los hombres no pueden pisotear los derechos de Dios».
- En septiembre de 2002, la pintura Amate -que muestra una masturbación femenina- no pudo ser colgada en el Museo Castagnino de Rosario por orden de la Secretaría de Cultura de la comuna.
-¿Le preocupa la censura de tus obras?
-A diferencia de la práctica tradicional de los artistas que cuando les censuran una pieza retiran toda su obra, yo dejo el resto, porque me parece que la censura forma parte de la obra. En el caso del ICI, por ejemplo, era mejor el espectáculo de la gente afuera que lo que pasaba adentro… Hicieron una misa en la puerta y rezaban el rosario, con carteles y figuras religiosas. Hasta me tiraron una granada de gas lacrimógeno. Con la reacción del publico las obras se vuelven una verdadera intervención. En el 92 expuse una obra que se llamaba La Justicia, en la que una gallina defecada en una balanza y me escribieron de todo: «»Qué culpa tiene la gallina de que vos quieras hacer arte», «»Gallo: cagate en este arte deshumnanizante» y «Ojalá te encierren a vos». Con eso armé al año siguiente una muestra que se llamó Autocensura. La gallina, esta vez, estaba embalsamada.
-¿Le parece peor la censura del público que la oficial?
-Peor no… mejor. Hay algunos, incluso, que se acercan a la verdad: los que me dicen herejes, por ejemplo. En cambio, no deja de llamarme la atención esa preocupación excesiva por la gallina. La Sociedad Protectora de Animales mandó una carta pidiendo que la sacara. Yo les contesté explicándoles que esa gallina estaba a la espera de que la degollaran y que, por lo tanto, tenía mucho mejor destino como obra de arte. Más satisfacción me dio cuando alguien me puteó porque hacía cagar una paloma blanca sobre una imagen del Juicio Final de Miguel Angel. Por lo menos sentí que había llegado mi crítica a la cultura. El Bosco, Miguel Angel, Giotto, sin dudas hicieron maravillas pero que justificaron una cultura basada en la tortura, en la persecución, en el castigo… Ese arte avaló el accionar de la Iglesia. Así que la reacción de este hombre me sirvió para constatar de que alguien me escuchaba. Las protestas intervienen directamente sobre la obra y la completan. Peor que las puteadas es la indiferencia.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
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Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.
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Elecciones: lo que ven y sienten los jubilados para el domingo y después
Otro miércoles de marcha al Congreso, y una encuesta: ¿cuál es el pronóstico para el domingo? Una pregunta que no solo apunta a lo electoral, sino a todo lo que rodea la política hoy, en medio de una economía que ahoga: la que come en el merendero; el que no puede comprar medicamentos; el que señala a Trump como responsable; la que lo lee en clave histórica; y los que aseguran que morirán luchando, aunque sean 4 gatos locos. Crónica y fotos al ritmo del marchódromo.
Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla
Fotos Juan Valeiro
El domingo son las elecciones legislativas nacionales pero también es fin de mes, y Sara marchó con un cartel que no necesitaba preguntas ni explicación: “Soy jubilada y como en un merendero”.
Tiene 63 años, es del barrio Esperanza –Merlo, oeste bonaerense–, y para changuear algo más junta botellas y cartón, porque algunos meses no le alcanza para medicamentos: “El domingo espero que el país mejore, porque todos estamos iguales: que la cosa cambie”.

El miércoles de jubilados y jubiladas previo a las elecciones nacionales de medio término –se renuevan 127 diputados y 24 senadores– tuvo, al menos, tres rondas distintas, en una Plaza de los Dos Congresos cerrada exclusivamente para manifestantes. Nuevamente el vallado cruzó de punta a punta la plazoleta, y los alrededores estuvieron custodiados por policías de la Ciudad para que la movilización no se desparramara ni tampoco avanzara por Avenida de Mayo, sino que se quedara en el perímetro denominado “marchódromo”. Un grupo encaró, de todas formas, por Solís, sobrepasó un cordón policial y dobló por Alsina, y se metió de nuevo a la plaza por Virrey Cevallos, como una forma de mostrar rebeldía.
Unos minutos antes, un jubilado resultaba herido. Se trata de Ramón Contreras, uno de los rostros icónicos de los miércoles que llegó al Congreso cuando aún no estaba vallado después de la marcha por el recorte en discapacidad, y mientras estaba dando la ronda alrededor del Palacio un oficial lo empujó con tanta fuerza que cayó al suelo. “Me tiraron como un misil –contó a los medios–. Me tienen que operar. Tengo una fractura. Me duele mucho”. La Comisión Provincial por la Memoria (CPM) presentó una denuncia penal por la agresión: “Contreras fue atacado sin razón y de manera imprevista”.

La violencia desmedida, otra vez, sobre los cuerpos más débiles y más ajustados por un Gobierno que medirá esa política nuevamente en las urnas. Jorge, de 69 años, dice que llega con la “billetera muerta”. Y Julio, a su lado, resume: “Necesito tener dos trabajos”.
Juan Manuel es uno de esos jubilados con presencia perfecta cada miércoles. Una presencia que ninguna semana pasa desapercibida. Por su humor y su creatividad. Tiene 61 años y cada movilización trae mínimo un cartel original, de esos que hacen reír para no llorar. Esta vez no sólo trae un cartel con una inscripción; viene acompañado de unas fotocopias donde se leen una debajo de la otra las 114 frases que creó como contraofensiva a la gestión oficialista.
La frase 115 es la de hoy: “Milei es el orificio por el que nos defeca Trump”.

Muestra la lista que arrancó previo a las elecciones de octubre de 2023. Sus primeras dos creaciones:
- “Que no te vendan gato por león”.
- “¿Salir de la grieta para tirarse al abismo?”.
Y elige sus dos favoritas de una nómina que seguirá creciendo:
Sobre el veto al aumento de las jubilaciones: “Milei, paparulo, metete el veto en el culo”.
Sobre el desfinanciamiento de las universidades: “Milei: la UBA también tiene las facultades alteradas”.
Juan Manuel le cuenta a lavaca lo que presagia para él después de las elecciones: “Se profundizará el desastre, sea porque pierda el gobierno o porque gane, de cualquier forma tienen la orden de hacer todo tipo de reformas. Como respuesta en la calle estamos siendo 4 gatos locos, algo que no me entra en la cabeza porque este es el peor gobierno de la historia”.

Sobre el cierre de la marcha, en uno de los varios actos que se armaron en esta plaza, Virginia, de Jubilados Insurgentes y megáfono en mano, describió que la crisis que el país está atravesando no es nueva: “Estuvo Krieger Vassena con Onganía, Martínez de Hoz con la última dictadura, Cavallo con Menem, Macri con Caputo y Sturzenegger, que son los mismos que ahora están con este energúmeno”. La línea de tiempo que hiló Virginia ubica ministros de economía con dictaduras y gobiernos constitucionales en épocas distintas, con un detalle que a su criterio sigue permaneciendo impune: “La economía neoliberal”.
Allí radica la lucha de estos miércoles, dice. Su sostenibilidad. Porque el miércoles que viene, pase lo que pase, seguirán viniendo a la plaza para continuar marchando. “Estar presente es estar activo, lo que significa estar lúcido”, define.

Carlos Dawlowfki tiene 75 años y se convirtió en un emblema de esa lucidez luego de ser reprimido por la Policía a principio de marzo. Llevaba una camiseta del club Chacarita y en solidaridad con él, una semana después la mayoría de las hinchadas del fútbol argentino organizaron un masivo acompañamiento. Ese 12 de marzo fue, justamente, la tarde en que el gendarme Héctor Guerrero hirió con una granada de gas lacrimógeno lanzada con total ilegalidad al fotógrafo Pablo Grillo (todavía en rehabilitación) y el prefecto Sebastián Martínez le disparó y le sacó un ojo a Jonathan Navarro, quien al igual que Carlos también llevaba la remera de Chaca.
Carlos es parte de la organización de jubilados autoconvocados “Los 12 Apóstoles” y habla con lavaca: “Hoy fui a acompañar a las personas con discapacidad y me di cuenta el dolor que hay internamente. Una tristeza total. Y entendí por qué estamos acá, cada miércoles. Y sentí un orgullo grande por la constancia que llevamos”.
La gente lo reconoce y le pide sacarse fotos con él. “Estás muy solicitado hoy”, lo jode un amigo. Carlos se ríe, antes de ponerse serio: “Hay que aceptarlo, hoy somos una colonia. Pasé el 76 y el 2001, y nunca vi una cosa igual en cuanto a pérdida de soberanía”. De repente, le brota la esperanza: “Pero después del 26, volveremos a ser patria. Esperemos que el pueblo argentino tenga un poquito de memoria y recapacite. Lo único que pido es el bienestar para los pibes del Garrahan y con discapacidad. A mí me quedarán 3, 4, 5 años; tengo un infarto, un stent, así que lucho por mis nietos, por mis hijos, por ustedes”.

Carlos hace crítica y también autocrítica. “Nosotros tenemos un país espectacular, pero nos equivocamos. Los mayores tenemos un poco de culpa sobre lo que ocurrió en las últimas elecciones: no asesoramos a nuestros nietos e hijos sobre lo que podía venir y finalmente llegó. Y en eso también tiene que ver la realidad económica. Antes nos juntábamos para comer los domingos, ahora ya no se puede. No le llegamos a la juventud, que votó a la derecha, a una persona que no está en sus cabales”.
Remata Carlos, antes de que le pidan una selfie: “Nosotros ya estamos jugados pero no rendidos. Estos viejos meados -como nos dicen- vamos a luchar hasta nuestra última gota. Y cuando pasen las elecciones, acá seguiremos estando: soñando lo mejor para nuestro país”.


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