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Un año sin Darío y Maxi

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Este sábado en Roca Negra el MTD conmemoró el aniversario de la Masacre de Avellaneda. Con su ronda de pensamiento, sus talleres y producciones, mostró allí todo lo que pudieron hacer en este año y a pesar de todo. A lo largo del día, diferentes organizaciones compartieron las preocupaciones actuales del movimiento autónomo y exhibieron los frutos de sus emprendimientos. La propuesta era una: frente a la muerte, la vida. Este miércoles por la noche comenzará la ceremonia en Puente Avellaneda, donde hacia el mediodía del jueves está previsto que algunas agrupaciones partidarias monten su palco.

A la muerte se la combate con vida. No hay otra manera de mitigar el dolor. Y eso fue lo que sucedió el sábado 21 en Roca Negra, cuando los movimientos autonomistas se reunieron para homenajear a Darío Santillán y Maximiliano Kosteki, los piqueteros asesinados por la policía el 26 de junio pasado en la estación Avellaneda.

Amaneció frío. Pero ese enorme predio -una antigua fábrica de metales para barcos- se llenó de calor humano. La gente fue llegando de a poco, sola o en pequeños grupos. No hubo columnas. Sólo los miembros del MTD de Guernica, al que pertenecía Kosteki, ingresaron todos juntos, abigarrados, como dándose fuerza detrás de un redoblante que sonaba suave y emocionante.

En un galpón en penumbras y tan grande como una cancha de fútbol, las distintas organizaciones mostraron cómo le disputan la batalla a un sistema que los amenaza de muerte por inanición. Un grupo de mujeres del barrio La Sarita, integrante del MTD de Solano, vendía coloridos pájaros realizados con la técnica del origami. Las de Barrio Monte exhibían lapiceros y las del IAPI, gorros de lana tejidos a mano. El MTD de Allen, Río Negro, ofrecía mermeladas artesanales mientras colgaba fotografías de sus panaderías y talleres de costura: «Somos empresarios de la nada y creemos que podemos todo», decía el epígrafe. Al lado, Indymedia, Argentina Arde y RedAcción exponían imágenes de las distintas luchas que emergieron después del 19 y 20 de diciembre de 2001: fábricas recuperadas, marchas piqueteras y microemprendimientos productivos colgaban en medio de la corriente ventosa como si fuera ropa recién lavada.

En el stand del MTD de Lanús ofrecían orgullosos su libro Darío y Maxi, dignidad piquetera, una investigación propia sobre la masacre del año pasado. No era la única autoedición que podía comprarse. También estaban las publicaciones del Colectivo Situaciones y Más allá del corte, el libro de Francisco Ferrar. Muy cerca, en una pequeña piecita despojada, montaron una instalación que no era otra cosa que una especie de monumento al trabajo: palas, rastrillos, baldes, cinceles, martillos y serruchos se entrelazaban como antesala de un audiovisual que relataba la vida y la militancia en el Movimiento de Trabajadores Desocupados. La imagen de Darío Santillán en la bloquera se proyectaba sobre una pared mientras las voces en off de sus compañeros confesaban sueños que deberían ser realidades. «Un trabajo digno», pronunció uno, con la voz tímida, como si fuera un deseo.

Al lado, decenas de chicos que no llegaban a los diez años participaban de un taller de serigrafía popular y estampaban sus remeras con diseños propios, donde mezclaban monigotes, flores y soles, con piqueteros marchando y llantas ardiendo. Exactamente enfrente, otro grupito creaba títeres mezclando globos y papeles de diarios. Escondidos en un rincón, se pintaban los niños murgueros mientras reformulaban una vieja canción de María Elena Walsh: «Me dijeron que en el reino del revés trabajan pocos y comen tres».

Una cartelera convocaba a anotarse para formar talleres de literatura, poesía, canto y guitarra. También teatro piquetero: «Será nuestra intención -decía el cartel- que cada vez que se prenda la luz del escenario tenga el mismo vigor, el rigor y el coraje de un corte de ruta».

Mientras todo esto sucedía, doscientas personas participaban de la ronda de pensamiento autónomo, que una vez por mes se realiza en Roca Negra para analizar de manera colectiva cómo crear una sociedad mejor. En esta oportunidad, tal vez por la asistencia masiva, hubo más exposición que reflexión. Una mujer mapuche describió la lucha de Esquel contra la minera Meridian Gold, una asambleísta de Wilde relató la batalla contra el CEAMSE y una piquetera de Guernica hablaba de la represión de Gendarmería.

Vestida toda de negro, con su atuendo tradicional, la mujer mapuche intentó explicar su noción de desarrollo, antagónica a la del mundo capitalista. «No queremos el desarrollo de las represas eléctricas que destruyen el lugar donde habitamos», dijo. «Pero nosotros queremos la luz para poder nebulizar a nuestros hijos», complejizó la mujer de Guernica. En la ronda, hubo más voluntad que posibilidad de síntesis. «Dejemos de pensar en los problemas de cada una de nuestras organizaciones para pensar en un nosotros», propuso un miembro del colectivo Proyecto 19 y 20 y se puso a dar algunas lecciones de materialismo histórico que parecían para otro auditorio. No tuvo eco, había muchas personas que venían por primera vez y necesitaban presentarse.

«Pensemos cómo repercute en nuestro movimiento este intento de legitimación por parte del gobierno», intentó sin éxito encausar el debate el moderador. De todas formas, ese tema estuvo presente en cada conversación que espontáneamente se armaba en Roca Negra. La Aníbal Verón había sido recibida por primera vez por un presidente y eso generaba inquietudes

Algunos asambleístas parecían apocados. Señalaban que la agenda de derechos humanos establecida por el gobierno y su política hacia la Corte Suprema daba por tierra con aquella explosión ciudadana de diciembre de 2001. Otros contrarrestaban que sin aquella revuelta popular, esta jamás sería la agenda de un presidente. «Antes nos sobrevaloramos y ahora no estamos subvaluando», sentenció un asambleísta de Colegiales

Bastaba repasar la lista de talleres que se desarrollaban luego de la ronda de pensamiento para advertir la herencia de aquel diciembre. Hubo uno sobre fábricas recuperadas y otro sobre salud autogestionada. Estaba el de educación popular y el de economía solidaria. Se habló de medios alternativos, de cooperativismo y de medio ambiente. También de pueblos originarios y de comunidades campesinas.

Lo que no hubo en todo el día fueron palos y capuchas. Tal vez por eso, ningún medio de alcance nacional cubrió el encuentro.

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De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Todos los jueves de agosto, presencial o virtual. Más info e inscripción en [email protected]

Taller: ¡Autogestioná tu Podcast!

De la idea al audio: taller de creación de podcast 

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Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

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Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.

Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Darío Santillán.

Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Maximiliano Kosteki

Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.

El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.

Siguen faltando los responsables políticos.

Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.   

Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.

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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

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Pablo Grillo
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83 días.

Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.

83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.

83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.

83 días y seis intervenciones quirúrgicas.

83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo. 

83 días hasta hoy. 

Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro. 

Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”. 

Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).

Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca. 

El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”. 

La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».

La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería. 

Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.

Esta es parte de la vida que no pudieron matar:

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