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Todes unides: testimonios de resistencia y organización
La activista norteamericana comparte las reflexiones y lo más jugoso del libro que impulsó junto a cientos de personas de todo el mundo, para pensar las formas de solidaridad que parió la pandemia. Seguidora del proceso argentino post 2001 y participante clave del Occupy Wall Street, una mirada sobre cómo cambiar el mundo desde abajo. Por Marina Sitrin (con Nancy Piñeiro).
Cuando escribimos o hablamos sobre este momento histórico, entran en juego muchas cosas a la vez. Hay un miedo constante que nos invade, un miedo colectivo, que quienes vivimos estos tiempos nunca antes habíamos sentido en este nivel de colectividad. Y, aunque es cierto que estamos todxs capeando la misma tormenta del Covid-19, no estamos todxs en el mismo barco. La desigualdad estructural se pone de manifiesto en las crisis y catástrofes y esta, en particular, revela todos los aspectos horribles y todas las opresiones y desigualdades sistémicas sobre las que se construyeron la mayoría de nuestras sociedades, y que favorecen a un puñado de privilegiadxs mientras hacen que el resto nos enfrentemos entre nosotrxs.
¿Cómo funcionamos, entonces, con este miedo y peligro diferente, que es individual, pero que también es un peligro general y colectivo? En muchas partes del mundo, nos dicen que tengamos miedo unxs de otrxs, que algún desconocidx se va a quedar con nuestra comida, papel higiénico o lavandina. Y, en muchos casos, la gente que pudo hacerlo, se aprovisionó de papel higiénico para varios meses. ¿Por qué? ¿Fue sencillamente porque no pensamos en lxs demás y salimos a acopiar papel higiénico? ¿O será que el miedo responde a que creemos que las instituciones de poder, tal como funcionan en nuestra sociedad, no nos van a cuidar, ni siquiera al nivel más básico, el de la higiene personal?
Aquí existe una relación profunda con lo que somos verdaderamente, no con lo que nos dicen que somos. Sí, tenemos miedo. Sí, sentimos dolor y nos sentimos vulnerables, y , ¿qué hacemos con eso? Una y otra vez, en el transcurso de la historia y hoy más que nunca, tendemos lazos y buscamos formas de cuidarnos mutuamente. Experimentamos todas esas sensaciones, y todas a la vez. No tenemos que elegir entre temer o ayudar, ser vulnerables o no, entre proteger o protegernos: podemos hacer todas esas cosas, y las hacemos. Por eso este momento es, al mismo tiempo, horrendo y transformador en un sentido que inspira una profunda esperanza.
Libro y colectiva
Parir una investigación solidaria de más de cien entrevistas en dieciocho territorios del mundo en menos de dos meses. Así podría resumirse Pandemic Solidarity (Solidaridad pandémica), una historia de historias, de apoyo mutuo, cuidado, organización y resistencia durante una de las peores crisis que hayamos vivido. A la par, posiblemente la experiencia de apoyo mutuo a nivel mundial más masiva que también hayamos experimentado.
Este mosaico de narrativas de todo el mundo, compuesto por entrevistas realizadas en abril de 2020, nos muestra en conjunto un panorama de lo que creemos que somos realmente: comunidades vulnerables, pero solidarias, empáticas, valientes, comprometidas, en las que sí, el miedo nos acompaña, pero también nos empuja a tejer entramados diversos. La búsqueda: arrojar luz sobre aspectos de nuestra mejor versión, no para idealizarnos, sino para echar raíces en las maneras concretas y cotidianas en las que la gente sobrevive, ha sobrevivido, y continuará sobreviviendo si nos escuchamos y seguimos nuestros propios caminos colectivos, opuestos a la gestión capitalista, neoliberal, individual de esta pandemia.
El proceso que dio lugar al nacimiento de Solidaridad Pandémica es prefigurativo en muchos sentidos, como lo son las experiencias plasmadas en los capítulos. Es prefigurativo porque encarna el tipo de relaciones que deseamos entablar en nuestras propias acciones y relaciones. Todo comenzó con una conversación, a la que siguió otra, y otra, y estas conversaciones se replicaron en todo el mundo, se grabaron, transcribieron, tradujeron… y dos meses después de la concepción, coincidiendo con la fecha en que se celebra el Día de la Madre en Estados Unidos y en muchos otros países, parimos colectivamente este libro. “Parir” es un verbo apropiado aquí, ya que somos casi todas mujeres.
Todo había comenzado en un seminario de posgrado sobre etnografía -dictado por Marina en la Universidad de Nueva York-.Una vez que la pandemia fue patente para todxs nosotrxs, el tema se instaló y fue predominante en todas las discusiones. En una de ellas, en marzo, Seyma expresó su frustración respecto al discurso oficial de los funcionarios turcos, que distaba un abismo de la realidad: la gente ya se estaba enfermando y moría, el gobierno sabía por qué, y aun así insistía en negar el virus. De allí germinó la idea de explorar cómo se une la gente en tiempos de crisis y desastres, y de ese modo hallar una narrativa real. Un pequeño grupo se ofreció a trabajar en esto, no como tarea, sino como una acción de investigación solidaria. Así fue como comenzamos Seyma, Ariella, Debarati, Emre y Marina.
La red de colaboración fue enorme. Ariella, Emre, Seyma y Debarati, de nuestro seminario, fueron la base; luego Debarati sugirió a Midya, que estaba en Kurdistán (norte de Irak) y a Chia-Hsu. Conocíamos a la brasileña Vanessa de los días de Occupy Wall Street. Vanessa sugirió a Lais, que luego invitó a Raquel, que, a su vez, sugirió a Boaventura, de Mozambique. Emre, que había pasado un tiempo en Rojava, invitó a Khabat, que vive allí. Unas semanas antes, Magalí había hablado en nuestra clase sobre el trabajo que realizó en América Latina, y sugirió invitar a Nancy, de Argentina. EP y TP comparten amistad y militancia en los movimientos de Grecia. Neil fue sugerencia de Ana, argentina que vive en el Reino Unido. Nunca vi en persona a Carla, que vive en tierras de las naciones Tsleil-Waututh, Squamish y Musqueam (Vancouver, en la Columbia Británica de Canadá), pero hemos colaborado en distintos proyectos de movimientos y escritura. Sabu recomendó a Byeong-Gwon, quien, a su vez, recomendó a Ji Young. Conocíamos a Sabu y Byeong-Gwon por el trabajo contra el G8 en Japón. Este precioso entramado de colaboradorxs se tejió con amistad y movimientos.
No sabemos si fueron las historias que transmitimos, la crisis que nos abrió el corazón a una mayor compasión, el deseo urgente de un mundo nuevo, el hecho de que somos una mayoría de mujeres o una combinación de todos estos factores, pero el resultado final fue la colaboración más hermosa y contenedora que jamás hayamos imaginado.
Así fue que parimos el libro en dos meses, y hacer el libro parió a la Colectiva. No teníamos mucho tiempo para elegir el nombre, y no les encantó a todxs, pero todxs quedamos conformes con la decisión: somos Colectiva Sembrar, para sembrar semillas como colectivo.
Rojava: la autonomía
El libro comienza con Rojava, la única región del mundo —con la excepción de los zapatistas en Chiapas (México)— donde se observa una verdadera libre determinación, autoorganización y autonomía. (Rojava es la Administración Autónoma del Norte y Este de Siria, o el Kurdistán sirio, zona que obtuvo su autonomía institucional en 2013 y ha implementado una Constitución con una democracia fuertemente participativa, igualdad de género en todos los órdenes, incluido el político y el militar, descentralización, desarrollo ecológico, convivencia de diversidad de religiones, etnias y culturas).
“Para mí, Rojava es actualmente el punto más alto de la revolución prefigurativa que estamos teniendo en el siglo XXI en todo el mundo. Es el paso más reciente en el camino que trazaron los Zapatistas en Chiapas, y esperamos que a ese paso lo sigan otras comunidades en distintas regiones, colectivizando el poder y tomando todos los aspectos de la vida en sus propias manos”, dice Emre, un compañero kurdo.
La realidad de Rojava no es perfecta —nada lo es— y, a decir verdad, ¿qué vendría a ser la “perfección” cuando concebimos todo como proceso y como transformación? Sin embargo, en este libro es lo más cercano a una democracia; una verdadera democracia, donde el pueblo toma decisiones sobre su vida cotidiana colectivamente, y las mujeres no solo gozan de igualdad estructural y relacional, sino que también tienen más voz y voto en las cuestiones relacionadas con su género. Rojava es uno de los relatos inspiradores de Solidaridad Pandémica, que permite que sostengamos en la imaginación una posibilidad que es real y concreta, que nos enraíza en una transformación posible del mundo, poco a poco, paso a paso.
El arte de reimaginar
Durante y al final del proceso del libro, lo que más nos impresionó fueron las similitudes tanto en las necesidades de la gente como en las estrategias de organización. ¿Cómo puede ser que una vecina en Italia estuviera haciendo básicamente lo mismo para enfrentar esta crisis con sus vecines que un punk en Oregón o un grupo de docentes desobedientes en Mendoza? Desde Turquía, alguien cuyo teléfono arde, porque está pegado en los carteles que anuncian una red de apoyo mutuo, nos dice: “Escuchamos esta frase muchísimas veces: ‘¡Nos recordaron que somos humanos!’ Lo escuché de los que tienen recursos para compartir y de los que tienen necesidades. Efectivamente, la solidaridad nos vuelve humanos”. Tal vez sea esa la similitud básica que encontramos a través de edades y procedencias tan divergentes.
Otro denominador común: las necesidades también básicas, de alimento, elementos de protección, techo, agua. De a poco, las áreas temáticas se repetían e iban atravesando regiones: autogestión y solidaridad en las cárceles; producción y distribución de alimentos; autoorganización y solidaridad entre personas con distintos tipos de movilidad y distintas capacidades; arte, música y poesía; tareas de cuidado en público; fabricación de máscaras y elementos de protección; salud y autogestión de la salud; organización de los pueblos indígenas; educación, estudiantes y docentes; cuidado de mascotas y animales.
¿No será que el Estado y los poderes fácticos nos quieren contar quiénes somos para que creamos que somos solamente eso y no seres capaces de reconstruimos y reimaginamos antes, durante y después de estas crisis? ¿No será que el miedo en realidad no responde a la desconfianza hacia el otro, sino a que creemos que las instituciones de poder, tal como funcionan en nuestra sociedad, no nos van a cuidar, ni siquiera al nivel más básico?
La oportunidad
Como afirman convencidos muchos de los entrevistados en el libro, creemos que estamos también frente a una enorme oportunidad. Esta pandemia, junto con las múltiples crisis que la anteceden y la sucederán, está creando resquicios en los que las comunidades de todo el mundo se miran, se escuchan, se tienden la mano, se organizan y no sabemos cuántas cosas más. Mientras tanto, en todas partes son los gobiernos los que impiden que millones tengan agua, luz, techo. Esos mismos gobiernos que negocian con las multinacionales que saquean nuestros territorios. “El Estado al que le pagas los impuestos se quiere deshacer de vos, quiere verte muerto…”, dicen desde Turquía, después de contarnos que enviaron máscaras a los médicos de un hospital a 468 km de distancia, las que el Estado no podía garantizarles.
Lo llamemos apoyo mutuo, solidaridad de les de abajo, o como más nos guste, todas estas comunidades van contra la lógica del capital, lo sepan o no, lo articulen o no de esa manera y con esas palabras. Incluso descubriéndose en la crudeza del abandono estatal, transitan el camino de la justicia como descubrimiento, como proceso. Estos procesos, que para gran parte de la izquierda partidaria tradicional son menospreciables, para muchos de nosotros son enormes. Se están replicando en todo el mundo y están encontrando salidas.
Como dice nuestra compañera de Taiwán: “En medio de una pandemia, los espacios compartidos y los cuerpos permeables no deberían aumentar nuestro miedo, como nos enseñan los opresores, sino que deberían ser nuestro kit de supervivencia. Una red de apoyo comunitario con distanciamiento físico estratégico no equivale a la segregación social”.
En un sistema que ha llegado tal vez a lo más inhumano que somos capaces de imaginar (y sin embargo se sigue superando en el horror), todo acto de resistencia con otres, desde lo más simple y cotidiano, hasta lo más complejo, hace mella en el imperativo del individualismo.
Estas líneas se escriben desde Nueva York, en un país que estalló, donde la lucha por no morir en manos de la policía, por no morir de hambre con niveles de desempleo históricos, por no morir en el país más rico del mundo sin un respirador, esa lucha inundó las calles: hubo máscaras pero ya no más encierro. No se pudo aguantar más y la belleza inundó las calles. Desde esta Colectiva, tejimos cada una como pudo o supo la belleza y la rabia de esas voces en medio del apuro, la precariedad, el cuidado. Tejimos esta memoria en tiempo presente para anclar nuestra imaginación en el mundo que ya existe.
Desde Corea del Sur, Ji Young Shin nos iluminó sobre qué pasa con aquellos que dependen del cuidado físico, porque sus cuerpos diversos necesitan de otro cuerpo para la vida cotidiana. ¿Cómo enfrentan esta crisis? Y pienso en la violencia contra las mujeres, otro dolor que atraviesa varios de los territorios que componen este libro. ¿Cómo hacen las mujeres que han quedado encerradas con sus agresores? Bueno, ahí están las redes para dar respuestas, al menos para estar atentas a estas situaciones en lugar de negarlas.
Porque no sabemos si efectivamente habrá un mundo post Covid-19, pero sin dudas aún no habrá un mundo post-violencia. Sea esa la enfermedad que nos aqueje o cualquiera de las tantas otras, el momento de actuar y pensarnos actuando es siempre ahora. Caminamos con aquellos que están llenos de preguntas, como dice desde el Puel Mapu Lefxaru Nawel: “Esas personas que se hacen fuerza en la incertidumbre, con esas me voy a la vida y a la guerra, voy a la muerte y a la fiesta”. ¿Qué otra cosa hacer si no tendernos una mano en medio de tanta oscuridad?
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