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Abusados

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En un caso, una maestra fue condenada, pero cumplió sólo 6 meses de prisión y no se investigó a los hombres mencionados por las seis nenas abusadas. En otro, fue absuelto el profesor de gimnasia y fueron procesados dos peritos. El tercero sucedió en un jardín de infantes de Villa Gesell y todavía espera justicia. Sus diez expedientes se convierten en una prueba de cuál es el rol de quienes deben escuchar el relato de niños y niñas de apenas 4 años y hacer algo a partir de ello. También, de cómo se comporta la máxima autoridad eclesial cuando se reportan denuncias que involucran a las instituciones de la que es responsable, actitud que mereció hasta el reproche de los mismos jueces que exoneraron a los denunciados por considerar que los testimonios de los chicos estaban “contaminados”. El caso del Instituto Ana Böttgger de Villa Gesell permite verificar cómo se toman esas pericias y plantea un debate de fondo: por qué los tribunales no están en condiciones de hacer justicia.

AbusadosDurante el tiempo en que el Obispado de Mar del Plata estuvo bajo la dirección espiritual de monseñor Juan Alberto Puiggari hubo tres denuncias de abuso sexual. Las tres tienen muchas cosas en común, pero también tres diferencias importantes. Veamos cuáles.

Caso 1

El 17 de junio de 2004 el Tribunal en lo Criminal N° 34 de Mar del Plata condenó a la maestra Ana Elma Pandolfi a siete años de prisión por el delito de abuso sexual agravado. La maestra había trabajado durante 28 años en el jardín de infantes Divino Rostro, de Mar del Plata, aunque los jueces en su fallo señalan que la muerte de su madre, ocurrida en 2001, podría haber desencadenado su conducta delictiva. Fue por entonces que seis familias denunciaron que sus hijas, todas de 4 años, relataron aquello que el fallo resume así:
 
“La señorita Ana me tocó la cola”.
¿Dónde estaba?
En una piecita.
¿Cómo era la piecita?
Más o menos así como está acá, y ahí hay como ventanas así… (con) cortinas… amarilla.
¿Tenía muebles como acá?
No.
¿Qué había?
Una cama.
¿Algo más que te acuerdes?
(Silencio).
¿Había luz?
Estaba apagada… estaba oscuro.
¿Y cómo fue que te tocó la cola?
(Silencio).
¿Con la ropa puesta?
No, me sacaba el pantalón y me bajaba la bombacha.
¿Quién te bajaba?
Ana y un, eh… un doctor, porque Ana le decía “vení doctor”.
¿A vos te bajaban el pantalón y la bombacha? ¿para qué?
¿Eh?
¿Te explicaron para qué?
Para tocarme la cola… yo ya iba a llorar, pero si yo lloraba me iba a pasar de vuelta eso.
¿Quién dijo eso?
Ana y el doctor.
¿Qué cosa iba a pasar de vuelta?
Lo que me hicieron.
¿Fuiste sola a la cuevita o fuiste con otros nenes?
Con otros nenes, con cuatro… (los menciona) Había dos doctores más, uno me daba muchos besos y otro me daba una pastilla para calmarme, una pastilla fea… blanca.
¿La tomaste sola?
Sola.
¿Sin agua, sin nada?
Sin nada.
¿Te daba muchos besos, dónde?
En la boca.
¿De qué color estaban vestidos los doctores?
De blanco”.
 
Durante el juicio oral, la Fiscalía destacó: “Sería obvio concluir afirmando, al menos, la existencia de una macabra y compleja red de encubrimiento integrada por personal docente y directivos del Colegio, a quienes no podría haber pasado desapercibida la presencia de tantos sujetos en la escena”; pero el Tribunal consideró que “la información aportada al juicio no resulta suficiente para dar por acreditada semejante cuestión”. No se investigó, entonces, a qué hacen referencia las niñas cuando hablan de los supuestos doctores, pero al menos –señalaron entonces los padres– se condenó a la maestra.
Creían que habían llegado al final de esta historia, pero no.
Ana Pandolfi cumplió sólo seis meses de prisión.
Dato Imprescindible 1: Los padres de las niñas contaron que lo primero que hicieron fue solicitar una reunión con las autoridades del colegio Divino Rostro. Los recibieron la directora Mirta Paieta, la vicedirectora, María Isabel Mansilla, y un enviado del Obispado de Mar del Plata. “Después de esa reunión, decidimos sacar a las chicas del colegio y hacer la denuncia ante la justicia, porque nos dimos cuenta de que no iban a hacer nada”.
¿Quién fue el representante del Obispado que concurrió a esa reunión?
El cura Alejandro Martínez, el mismo que unos meses después fue relacionado con los abusos que involucraron a otro colegio dependiente del Obispado.

Caso 2

Las denuncias de los abusos cometidos en el colegio Nuestra Señora del Camino sumaron 39. Sólo 22 llegaron a la instancia judicial y, finalmente, apenas 11 casos fueron tenidos en cuenta en el fallo que absolvió a Fernando Melo Pacheco, el profesor de gimnasia denunciado, y procesó a dos peritos: la psicóloga Ana María Birades –que se desempeña en el área Minoridad del Partido de General Pueyrredón y atendió a 18 de las víctimas (los jueces la calificaron de “incapaz y desbordada” y “egocéntrica y mesiánica”, y la responsabilizaron de “co-construir el relato de los chicos”)– y a Adriana Vitali, perito del Tribunal de Menores Nº 1, a quien acusaron por “incumplimiento de los deberes de funcionario público”, por sospechar que su trabajo fue parcializado.
Las denuncias que debía investigar la justicia se formalizaron en octubre de 2002 y señalaban al profesor y al sacerdote Alejandro Martínez como responsables de una serie de hechos que luego el tribunal desestimó, entre otras cosas, porque los relatos de las víctimas recogidos en las pericias fueron realizados en presencia de sus padres.
Los jueces determinaron que estaban frente a un caso de psicosis colectiva, de la que responsabilizaron a los adultos. Para el acusado, en cambio, el motivo que llevó a los padres a exponer a sus hijos al calvario judicial fue económico: “Cuando me enteré de que iniciaron una causa civil para sacarle plata al Obispado entendí qué había detrás de esta persecución”, dijo a la prensa el profesor de gimnasia al ser absuelto.
Quedaba pendiente, entonces, el caso en el cual se había comprobado médicamente la existencia de un abuso: el de la niña que padecía de clamidia tracomatis, una enfermedad venérea de transmisión sexual. La duda se resolvió recién el 1 de noviembre de este año, cuando el Tribunal Oral N° 2 de Mar del Plata condenó a su padrastro a 12 años de prisión, que se hizo efectiva en la misma sala de audiencias, donde el hombre resistió la acusación a los gritos y con golpes.
El caso de Nuestra Señora del Camino está ahora en la Corte Suprema y cruzado por un sinfín de acusaciones. Así resumió la situación una de las madres a la periodista Sonia Santoro, del diario Página 12, en marzo de este año: “A lo largo de estos 8 años en búsqueda de justicia, un papá sufrió un infarto, falleció una de las mamás tras un horrible y dolorosísimo cáncer, otra de las mamás tiene cáncer de páncreas, un nene dos intentos de suicidio, otro nene un intento de ahorcamiento con una soga que colgó en el patio de su casa, una nena con bulimia, un nene que se corta los brazos y un nene medicado psiquiátricamente. Pero para la justicia, entramos en psicosis colectiva y contaminamos los dichos de nuestros hijos“.
 
Dato Imprescindible 2: De todo el ruido que produjo este caso en su deriva judicial conviene rescatar lo que el propio fallo recomienda: una autocrítica, que reclama especialmente al Obispado. “Las autoridades eclesiásticas del colegio afectado podrían reflexionar acerca de si el viernes 3 de octubre de 2002, al tomar conocimiento de la delicada situación planteada por los padres de una alumna, adoptaron en verdad una postura acorde a los preceptos de la fe católica, tantas veces predicados, de acompañar al prójimo que sufre -aunque pueda hallarse equivocado- poniéndose con humildad a su lado y no con soberbia por encima de ellos; si fue la decisión más piadosa por parte de la máxima autoridad eclesiástica retirarse a misionar fuera de la ciudad, en vez de permanecer junto a esos padres que buscaban respuestas para sus dudas y contención para su angustia, y si esa decisión no pudo haber contribuido a desencadenar los acontecimientos que sobrevinieron, luego tan lamentados”.
Actualmente, el cura Alejandro Martínez es el párroco de la iglesia Nuestra Señora del Huerto de Mar del Plata. También, hay una página en Facebook titulada “Para todos los que conocen al padre Alejandro Martínez” con el propósito de “apoyar en momentos difíciles al mejor cura del mundo”.
Tiene 240 miembros.

Caso 3

Estoy frente al reducido mostrador del juzgado de Dolores, de pie, ante los 10 cuerpos de la causa N° 2308/08 y ante dos empleadas que los vigilan en severo silencio. Durante cuatro meses escuché el relato de padres, psicólogos, médicos y abogados, pero nada se compara con lo que desfila ahora ante mis ojos: páginas selladas, numeradas y zurcidas que narran en jerga burocrática esa historia que comenzó tal como lo evidencia esta implacable secuencia judicial.
El folio N° 1 da cuenta de que el 29 de mayo de 2006 el padre de una niña de 4 años se presenta ante el oficial ayudante del fiscal para declarar que su hija “asiste a un jardín de infantes dependiente del Obispado de Mar del Plata”. Que exactamente ésas sean las primeras palabras de esta declaración y de este expediente algo nos dice sobre aquel que escucha. Quien haya participado alguna vez de la ceremonia de una declaración judicial comprenderá a qué me refiero.
A continuación, sigue el relato del padre: “su hija refiere molestias y picazón excesiva en la cola, mucha arena en el ano y sangre en la vagina, llevándola inmediatamente al pediatra que constata una lesión en vagina. El médico le dice que es una lesión provocada, sin poder establecer la causa, descartando un golpe por ausencia de hematomas”. Por último, el padre cuenta que luego se enteró de lo siguiente: “Otras madres refieren episodios sucedidos en el colegio, los cuales consistirían en exhibición de genitales, contacto físico y agresiones por parte de un personaje llamado por los niños Jorge”.
Más adelante, en el expediente hay un certificado firmado por el pediatra Daniel Arbizu en el cual se diagnostica “lesión en vagina” y otro certificado con membrete del Hospital Municipal de Villa Gesell, firmado por la pediatra Lucía Bellotini que determina “diagnóstico preventivo: abuso”.
Un día después, una breve página informa que la ayudante del fiscal, Verónica Zamboni, se aparta de la investigación “para mantener la objetividad del caso”. Su hija concurre al mismo jardín que la niña abusada.
Así comienza la causa que debía investigar lo sucedido en el jardín de infantes del Instituto Parroquial Anna Böttgger de Villa Gesell, dependiente del Obispado de Mar del Plata.
31 meses y 7 fiscales después lograron transformar a este expediente en un cruel testigo. Lo que dice es contundente: cómo la justicia enfrenta una denuncia de abuso infantil que involucra a un colegio católico.
Tres ejemplos:
Los niños y niñas víctimas de los abusos denunciados suman en principio más de 20. Tenían 3, 4 y 5 años en el momento de los hechos. La primera vez que tuvieron que declarar fue ante el fiscal de Pinamar, Diego Bensi. El relato de esa experiencia que me hace una de las madres permite entender en qué condiciones la justicia se dispone a escuchar a una víctima de abuso de sólo 4 años. “Yo tenía turno a las 6 de la tarde y a las 10 de la noche todavía estaba con mi hijo en una estación de servicio, haciendo tiempo, porque Bensi quería terminar con todos ese día. Cuando finalmente me avisan que me toca entrar, justo sale una mamá y me dice: ´Ni te gastes porque no está la perito y para que sea válida la declaración tiene que haber una´. Entonces, llamo desde el celular a mi prima, que es abogada y vive en Buenos Aires, que me explica cómo se tienen que hacer esas cosas: tiene que haber una cámara y una perito psicóloga, porque si no esa declaración no tiene validez legal. Me aconseja, entonces, que me presente y deje constancia de eso: de que me presenté, de que no estaban dadas las condiciones y que por eso el nene no declaraba. Pero cuando entré, la Defensora de Minoridad de Dolores, que estaba junto al fiscal, empezó a decirme: ‘Vos quedate tranquila, no pasa nada, todo va a estar bien’. Y ahí empezamos a discutir, que sí, que no. El chico estaba re nervioso y yo no quería que se pusiera mal, así que me callé solo para tranquilizarlo. Pero el nene se asustó tanto que ese día no habló”. Entrevisté luego a otros tres padres que, por separado, me relatan la misma escena con similares detalles. Por cierto, aquellas declaraciones tomadas por el fiscal Bensi no se consideraron, efectivamente, válidas.
La segunda vez ya fueron menos los chicos que estuvieron dispuestos a declarar ante un nuevo fiscal y en una nueva sede. La causa ya había pasado de Pinamar a Dolores, de allí a Mar del Tuyú y regresado a Dolores para cuando se dispuso de una cámara de video y una perito. Tampoco fue válida: la defensa la objetó por no haberla presenciado.
La tercera vez fue recién en octubre de este año. Chicos y padres tuvieron que viajar hasta la Capital para acceder a la única cámara Gesell que cuenta con las condiciones necesarias para que una prueba semejante no sea objetada: la de la Corte Suprema. Los que llegaron hasta esa instancia fueron menos de la mitad y al comprobar los efectos que tuvo en los pequeños esa experiencia puede entenderse por qué otros padres prefirieron evitarla: los síntomas del abuso regresaron, intactos. Pesadillas, masturbación compulsiva, llantos, terrores nocturnos y hasta el miedo a salir de la casa o ir solos al baño.
 
Dato Imprescindible 3: Tuvo que pasar más de un año y cuatro fiscales para que se redactara una orden de allanamiento. Fue en marzo de 2009, cuando el entonces fiscal Roberto Miglio Salmo ordenó nueve operativos sincronizados y simultáneos. Ocho en los domicilios de las personas involucradas en los relatos de los niños y uno en la sede del jardín, que alcanzó a la parroquia y la sacristía. En los procedimientos se secuestraron computadoras, DVD y equipos de video, entre otros materiales. Todo lo requisado estuvo almacenado en la sede judicial durante varios meses, hasta que se hizo cargo el departamento de Gendarmería que se especializa en el análisis de estos elementos. Hasta hoy no pudieron hacerlo: esperan turno en la larga fila de causas que tiene a los expertos saturados.

El comienzo de la pesadilla

Lo que pasó en el jardín de infantes del Instituto Parroquial Anna Böttgger es para la justicia un trámite desquiciado y para los padres una pesadilla. No me atrevo a usar calificativos para definir lo que representa para los niños que veo deambular a mi alrededor en cada entrevista.
Trato de entender con cada relato cuáles son los límites para encontrar una explicación. Y al buscarla, me pierdo en un laberinto de papeles y palabras.
Un laberinto no es una estructura caótica, nos advirtió Borges, sino un diseño que sólo es claro para quien lo construye.
Su arquitecto es, entonces, el único que sabe dónde está la salida.
El resto, queda atrapado.
Y desorientado.
Ésa es la sensación que me persigue desde que escuché en Buenos Aires el primer relato de lo que sucedió en jardín de infantes del Instituto Ana Böttgger
Fue esa misma sensación la que me llevó a recorrer Mar del Plata, Pinamar, Villa Gesell y Dolores para buscar testimonios y datos.
La misma que me enmudece ahora cuando finalmente encuentro a esa primera persona que comenzó a contar esta historia, y a la que busqué con el afán de recorrer el laberinto del final hacia el principio, con la esperanza de encontrar la salida.
Estamos en el ruidoso McDonald´s de Pinamar. Es mediodía. Hay sol. Hay un café que se enfría arriba de la mesa. Y hay una persona que llora, con mocos y quejidos, porque acaba de decir en voz alta la siguiente frase:
El día en que me encontré llevando a mi hijita a hacerle un examen de sida me pregunté si yo, que no había sido capaz de cuidarla, era el tipo de madre que ella necesitaba para superar algo como eso.
¿Cómo empezó todo?
Mi hija entró en salita de 3 años, sin ningún problema, sin adaptación ni nada. Todo hasta ahí, bien, pero cuando llegaron las vacaciones de invierno, no quiso volver más. No le di importancia, pero desde entonces fue cada vez más difícil llevarla. Pero fue. Llegó el siguiente año y en la salita de 4 tuvo a la misma maestra que había estado haciendo un reemplazo en la sala de 3 el año anterior. En abril, mi hija empezó a hablar de un amigo secreto del que no podía decirme nada. Casi como un juego se me ocurre preguntarle cuántos años tenía, pensando en adivinar así a qué salita iba. Y me contesta: “Es como papá”. No me gustó, pero lo único que logré sacarle fue que se llamaba Jorge. Desde ahí, empecé a observarla. Le encontré moretones en las piernas. Cuando le lavaba la cabeza me decía que le dolía porque le habían tirado muy fuerte del pelo, pero cuando le preguntaba quién, se callaba. Lo hablé entonces con una amiga psicopedagoga y me aconsejó que la hiciera dibujar. Estábamos en la cocina de mi casa, cuando le pedí que me dibujara al amigo Jorge. Y seguí cocinando. Cuando me di vuelta, veo que dibujó un muñecote con pito y lo tacha fuerte, justo ahí. Le pregunto: ¿por qué? Y me responde: “Porque es un asqueroso que se baja los pantalones”. Ahí arrancó todo.
¿Hablaste de esto en el colegio?
Pedí una reunión y me recibieron la maestra, la directora y la psicopedagoga. La psicopedagoga me dice que no le parece nada normal. La directora le dice a la maestra: “A vos se te pegan todos”. Le pregunto por qué y cuenta que había venido otro padre quejándose porque su hijo contaba cosas obscenas. Esa reunión quedó asentada en el libro de actas, por pedido de la psicopedagoga, pero después ese libro se perdió.
¿Qué pensaste en ese momento?
Que era un problema de descontrol. Ingenuamente le pedí a la maestra que prestara atención, porque pensé que era una negligente y que alguien ajeno a la escuela se asomaba por el alambrado –en ese momento no estaba el muro que construyeron después– y hacía esas asquerosidades frente a los chicos. Pero al otro día, una madre me cuenta que su hija salió del jardín lastimada. Ahí me siento a hablar con mi hija más seriamente. Le digo que no tenga miedo, que no podía haber secretos entre nosotros y que no la iba a retar. Y empieza a hablar: que la señorita era mala, que la llevaba con Jorge, que ella no quería ir, pero igual la señorita la llevaba… y todo lo demás.
¿A dónde decía que la llevaban?
Atrás del campo de deportes, donde había unas duchas, o a la “casita de Jesús” o a la “oficina de Jesús”. Lo que a mí me llamó la atención en ese momento fue que, si bien los lugares de los que me hablaba existían en el colegio, los chicos del jardín no tenían acceso directo: para ir a esos lugares tenían que pasar delante de mucha gente. Entonces, ¿cómo nadie se daba cuenta? Era imposible. Ni siquiera en la teoría más conspirativa se puede pensar que todas las personas de un colegio estén involucradas en algo así. Nos quedaba entonces una instancia de duda. Al día siguiente, le pido a mi hija que me muestre dónde era exactamente que estaba Jorge. Fuimos al colegio y con mucho miedo, me señala el buffet. Me marca a dos hombres distintos y me dice que los dos son Jorge. Me costaba entender. Me parecía incoherente. Hasta que tiempo después y luego de analizar distintos testimonios de los chicos, alguien planteó una teoría: todos se hacían llamar de la misma manera justamente con el objetivo de confundir el relato de los chicos. Otra ficha me cayó cuando el fiscal, después de tanto exigirle que hiciera algo, ordena una inspección visual. Ya para entonces la directora se había tomado una licencia y la gente del buffet se había llevado todas sus cosas, así que no tenía muchas esperanzas, pero igual fui. Menos mal, porque cuando el fiscal abrió la puerta de una salita, a la que ni siquiera entró, veo por la bisagra que atrás de esa puerta había otra, que comunicaba al salón de actos, detrás del telón del escenario, y que por allí se podía llegar a la capilla y a la sacristía. Esa puerta ni figura en los planos del colegio. Y era una explicación posible de por dónde llevaban a los chicos sin que nadie los viera a los lugares que ellos mencionaban.
 
A fines de mayo de 2008 estos padres se encontraron con otros padres en la oficina del responsable del Instituto, el sacerdote Miguel Cacciutto. Luego de esa reunión, las tres familias decidieron hacer la denuncia en la justicia. Así se originó la causa que debía investigar a las seis personas mencionadas en los relatos de los niños y niñas: la maestra, tres hombres que trabajaban en el buffet, el encargado de maestranza y un tal Chucky que siempre llegaba en una moto y se presentaba como amigo de este grupo. Las fotos de todos aparecieron el año pasado empapelando las calles de Gesell en un cartel anónimo que los denunciaba como integrantes de la banda de abusadores que operaba en el jardín de infantes del Instituto Böttgger.
Al ser citado por el fiscal, el cura Miguel Cacciutto confirmó que se enteró en la reunión con los padres lo que relataban los chicos –Jorge, la exhibición de genitales– y que les aconsejó que hicieran la denuncia. También declaró que el titular del buffet le merecía “un buen concepto, siendo una persona atenta y que cuida las instalaciones del colegio”.
 
Dato Imprescindible 4: “El peor error que cometimos es hacer una causa conjunta. Creíamos que así íbamos a tener más fuerza, pero a la larga nos dimos cuenta de que no se avanza hasta que todos los denunciantes no cumplan con cada paso. Y veces o no están todos de acuerdo o no están todos en condiciones de hacer cada cosa que requiere una causa así”. Como ejemplo señalan el expediente que por los mismos hechos se abrió tiempo después en otro juzgado y ya está próximo a lograr el procesamiento de la maestra de la salita de 4. Cuando entrevisto al abogado y al padre que llevan adelante esa causa, encuentro otra explicación. “Decidimos ir paso por paso. Denunciamos solo a la maestra. Si logramos su condena, después veremos cómo seguimos”. Sortearon así las barreras que, suponen, protegen más a las instituciones que a las personas.

Médico y soldado

Una vez realizada la denuncia ante la justicia –y difundida por la prensa– el colegio convocó a una reunión con todos los padres. Allí estaban el responsable del colegio, el padre Cacciutto, la directora y un enviado del Obispado de Mar del Plata, el presbítero Silvano De Sarro, titular de la Junta Regional de Escuelas Católicas (JUREC). Todos los testimonios coinciden en señalar que la actitud del enviado fue, cuanto menos, provocadora. Algunas la califican peor. Lo cierto es que la reunión terminó abruptamente cuando De Sarro pronunció esa frase que nadie olvida: “Si hay algo de cierto en lo acabamos de oír, cosa que dudo…”. Lo dijo después de que tres madres contaron, con lágrimas, lo que habían escuchado de boca de sus hijos y ante un auditorio conmovido por la angustia que transmitían estas mujeres. Lo dijo en un tono y con un gesto que muchos consideran que justifica lo que luego ocurrió. “Yo fui ese día, porque tenía por entonces mis 5 hijos en ese colegio y cuando lo escuché, me di vuelta y me fui para no hacer una barbaridad. Estaba de espaldas cuando estalló la batahola. Gente que gritaba, que lloraba a los gritos. Y el cura corriendo de una paliza segura. No se puede ser tan soberbio cuando hay una conmoción como la que había ese día ahí. Esa soberbia es violenta”. Así resume aquella reunión el doctor Daniel Arbizu. Es el pediatra que atendió a la chiquita abusada, es también quien conversó con el fiscal Bensi durante una larga hora y el que me recibe ahora en su consultorio de Villa Gesell, sin condiciones ni preguntas. Me doy cuenta después por qué: también es el soldado que combatió en Malvinas, y en esa experiencia deduzco que forjó su actitud: frontal, directa, al grano. “El hecho fue muy puntual y no admite dudas. La chiquita sale del jardín, llega a la casa y cuando la madre la va a cambiar se encuentra con una pequeña hemorragia, me llama.y viene para acá. Estamos hablando de un lapso de 10 minutos desde la salida del jardín hasta la llegada al consultorio”.
¿Qué vio cuando la revisó?
Lo que vi yo ese día acá fue una lesión típica de un abuso, pero sin penetración. En pediatría muchas veces se ven esas lesiones como producto de una picazón excesiva en la que los chicos se rascan, pero no tan exageradas como ésta, que tenía pequeños desgarros sobre los labios menores. Lo que en ese momento hice, porque la verdad es que nos quedamos todos bastantes shockeados, fue aconsejar la intervención de un médico legista y, en base a eso, hacer la denuncia. Eso fue lo que les recomendé a los padres y ellos tomaron la decisión de seguir esos pasos.
¿Ése fue el único caso que trató?
Hubo otro, pero los padres decidieron no hacer la denuncia. Los desalentó el hecho de que habían pasado varios días y temían que pasaran cosas como las que a veces pasan en estos casos: la justicia termina investigando a la familia. En cambio, el caso de la chiquita que denunció, es bien claro. Es lo que le dije al fiscal cuando me llamó a declarar: acá no hay forma de pensar que no fue en el jardín. Después uno puede sospechar que ahí se cayó. ¿Pero justo se cayó sobre algo romo, de punta y golpeándose en ese lugar? ¿El chiquito puede haberse masturbado hasta producirse una lesión así? Y sí: puede ser. Pero lo tiene que haber hecho de una forma tal y durante un tiempo tal que es imposible que alguien no lo haya notado. Pero acá no había habido ninguna advertencia y sólo habían pasado unos minutos desde la salida del jardín hasta el consultorio… todo había sido tan directo que era muy difícil cuestionarlo.
Pero se lo cuestionó….
Y bueno, en situaciones como éstas, donde están involucradas instituciones tan pesadas, hacen dudar a más de uno. Lamentablemente muchas veces hasta los médicos se hacen los tontos para no complicarse. Pero si uno ejerce esta profesión como corresponde hay que salir a defender al paciente por encima de todo.
¿Cómo fue su declaración ante el fiscal?
Fue una larga charla muy directa. Le dije de entrada: esto es extremadamente evidente. Si usted no lo está viendo, tengo que pensar que está influenciado. El fiscal enseguida saltó: “Está diciendo que soy un corrupto”. Le respondí: “No, le estoy diciendo que está influenciado. Después, el tiempo dirá qué es usted. Porque si esto termina en la nada no sólo yo, sino todo Gesell, va a pensar que usted es un corrupto. Lo único que espero es que actúe debidamente, porque si las primeras actuaciones no son rápidas, concretas y coherentes, lo demás está jugado.
¿Qué era para usted actuar debidamente?
No hacer, por ejemplo, las pericias con psicólogas del lugar. Se lo dije al fiscal ese día. Es la única manera de garantizar imparcialidad cuando hay de por medio una institución como la iglesia, que agita tanto adhesión como broncas que hacen perder la atención de lo que realmente importa: los chicos. Si las pericias psicológicas están bien hechas, salta todo. Son la clave de un juicio así. Es lo que rompe toda la estructura del abuso, porque la técnica está bien armada para lograrlo. Por eso es tan necesario garantizar que se hagan bien. Esa es la gran tarea de un fiscal en un caso así. El abuso de menores es algo que sensibiliza mucho a una comunidad. Y si involucra a una institución como la iglesia, mucho más. Así que la mejor manera de garantizar la objetividad es, de entrada, convocar a peritos no contaminados ni por la comunidad ni por las instituciones involucradas. Y ojo: yo crecí en un colegio de curas, internado. Y les estoy eternamente agradecido porque hicieron por mí cosas extraordinarias.
¿Cuál es su teoría sobre lo que pasó en el jardín?
No sé qué pasó, pero sí que pasó algo. De eso no tengo dudas.
 
Dato Imprescindible 5: Las últimas encrucijadas de este laberinto las recorrí con uno de los abogados de la causa. Me confirmó que ocho familias habían renunciado al juicio civil, para evitar las sospechas de que detrás de sus denuncias se escondía la ambición de dinero. También me contó que el expediente, que estaba a punto de ser archivado, cobró en los últimos meses un impulso que atribuye a tres posibles causas: el encuentro de las madres con el gobernador Daniel Scioli, en uno de sus pasos por la costa; la designación de un nuevo fiscal, o la entrega anónima de esas fotos que ahora tengo en mis manos.
Están aferradas al noveno cuerpo de la causa, atadas con un cordel del que pende el sobre de papel marrón que las contiene, con una advertencia: “material reservado”.
Las fotos muestran a un hombre, macizo y maduro, sonriendo. En las tres viste sólo una corta bata floreada que deja desnudos sus muslos y lleva un pañuelo azul atado en la cabeza.
En una está sentado en un sofá, con las píernas al aire.
En otra apoya su mejilla en la de otro hombre, que no está disfrazado.
En la tercera posa con una pierna levantada.
Adentro del sobre también hay un acta que detalla que las fotos fueron entregadas en forma anónima en la sede fiscal y que la empleada, presente en el momento de abrirlo, reconoció al hombre que está en las tres fotos “por ser el sacerdote que ofició su boda”. Dice su nombre: Miguel Cacciutto. El cura responsable del Instituto Ana Böttgger.

Consecuencias

Tras aquella atropellada asamblea de padres, el padre Cacciutto se fue de Villa Gesell hacia su nuevo destino: la parroquia Cristo Obrero de Mar del Plata. Allí mismo está ahora, al frente de la misa en la que bendecirá los ejemplares de la Biblia que entregará a los niños y niñas que comienzan su preparación para recibir la comunión. Su sermón es idéntico, palabra por palabra, al que dará al día siguiente en la misa dominical. Por la tarde, encabezará la procesión al santuario de la Virgen de Itatí, acompañado por media de docena de uniformados de la Prefectura local y una treintena de fieles que agitan con entusiasmo banderitas de plástico y argentinas.
En tanto, Mar del Plata espera su nuevo obispo.
El que estaba a cargo durante todos los episodios que aquí relato fue removido por el Papa Benedicto XVI.
Juan Alberto Puiggari ya no deberá ser llamado monseñor.
Desde ahora estará en Paraná y será arzobispo.

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