Nota
Sentada en defensa del Hospital Argerich
Médicos, residentes, pacientes y vecinos de la Boca realizaron ayer una sentada en las escalinatas del Hospital Cosme Argerich. Denunciaron así el suministro irregular de insumos básicos, la falta de reequipamiento técnico y la progresiva precarización laboral que afecta a los profesionales.Pasadas las 10, la gente se reúne bajo las puertas del hospital y comienza a aplaudir; se escuchan, tímidos, cánticos de denuncia. Algunos parecen esperar la estrepitosa llegada de medios comerciales que –obvia, tristemente- no aparecerán. Los carteles denuncian “No hay insumos” y alientan: “Defendamos al hospital público”.
Los primeros síntomas de esta crisis se hicieron visibles “en la segunda mitad del gobierno de (Jorge) Telerman, pero esto aumentó sensiblemente durante el gobierno macrista” relata un médico, mientras la concentración ya se torna numerosa. La insuficiencia en tiempo y forma de la llegada de insumos al hospital es ocasionada por la nueva modalidad de compra centralizada. Este procedimiento, ideado y puesto en práctica bajo la gestión de Jorge Lemus, Ministro de Salud de la ciudad, ocasionó un desabastecimiento severo y ha puesto en riesgo la capacidad de atención efectiva del centro hospitalario. Incluso, algunos médicos han debido implementar un ranking de “estado crítico” para evaluar a quien es conveniente atender y a quien, derivar. El gobierno porteño ya ha aceptado el “fracaso” de este sistema que impide el correcto funcionamiento y la renovación tecnológica de la aparatología del hospital. Pero hasta el día de hoy no se ha realizado ni se ha hecho visible ningún cambio.
“Los quirófanos están inestables, un día contás con diez, y al otro día con ninguno” cuenta, mientras aplaude en las escaleras, uno de los profesionales del Argerich. Agrega: “Estamos reflexionando sobre por qué el hospital está siendo sometido al deterioro, al vaciamiento”. Otro médico comenta: “Uno se lamenta que los responsables, la dirección, no estén acá”. El director del hospital es, hoy, Néstor Hernández, sucesor del Donato Spaccavento, quien, luego de haber participado en la jornada simbólica de “Abrazo al Argerich” -realizada en octubre del año pasado- y al día siguiente de haber denunciado este grave desabastecimiento, fuera renunciado por las autoridades municipales.El hospital cubre gran parte de la atención médica mediante el sistema de módulos asistenciales, los cuales permiten horas de trabajo que no están estipuladas por contrato previo. Desde el ministerio de Salud se está bloqueando este recurso, y se estima que para el próximo mes se eliminarán otros miles de módulos en la mayoría de los hospitales porteños.
Según el presupuesto para bienes de consumo en el área de salud (313 millones de pesos), el 88% de ese dinero estaría destinado a gastos de insumos en centros sanitarios. La situación real es la siguiente: los médicos no pueden atender a sus pacientes, la unidad de terapia intensiva funciona a un 50% de su capacidad, el 40% de las cirugías programadas son suspendidas tanto por instrumentales rotos como por falta de quirófanos. Y eso no es todo: “Faltan insumos críticos para transplantes, por lo que se derivan al hospital Italiano. Las mesas de anestesia no están en condiciones, una sola camilla funciona como corresponde. No hay jeringas, no hay gasas, no hay tubos para sacar sangre” cuenta otra médica, también desde las escaleras del Hospital. Los niveles de ejecución de esas partidas, son -queda demostrado- pésimos. Esta situación se expande, como un eco, a los otros 33 hospitales públicos de la ciudad.
A causa de las protestas, las autoridades han retenido los sueldos de varios de los empleados del hospital.
Casi al mediodía, la gente se desconcentra, los médicos y enfermeras regresan para atender a sus pacientes, los pacientes regresan para ser atendidos; el hospital vuelve a funcionar de manera corriente, y sin insumos.
Más información en: www.todosporelargerich.net
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Nota
Darío y Maxi: el presente del pasado (video)

Hoy se cumplen 23 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki que estaban movilizándose en Puente Pueyrredón, en el municipio bonaerense de Avellaneda. No eran terroristas, sino militantes sociales y barriales que reclamaban una mejor calidad de vida para los barrios arrasados por la decadencia neoliberal que estalló en 2001 en Argentina.
Aquel gobierno, con Eduardo Duhalde en la presidencia y Felipe Solá en la gobernación de la provincia de Buenos Aires, operó a través de los medios planteando que esas muertes habían sido consecuencia de un enfrentamiento entre grupos de manifestantes (en aquel momento «piqueteros»), como suele intentar hacerlo hoy el gobierno en casos de represión de sectores sociales agredidos por las medidas económicas. Con el diario Clarín a la cabeza, los medios mintieron y distorsionaron la información. Tenía las imágenes de lo ocurrido, obtenidas por sus propios fotógrafos, pero el título de Clarín fue: “La crisis causó 2 nuevas muertes”, como si los crímenes hubieran sido responsabilidad de una entidad etérea e inasible: la crisis.

Darío Santillán.

Maximiliano Kosteki
Del mismo modo suelen mentir los medios hoy.
El trabajo de los fotorreporteros fue crucial en 2002 para desenmascarar esa mentira, como también ocurre por nuestros días. Por aquel crimen fueron condenados el comisario de la bonaerense Alfredo Franchiotti y el cabo Alejandro Acosta, quien hoy goza de libertad condicional.
Siguen faltando los responsables políticos.
Toda semejanza con personajes y situaciones actuales queda a cargo del público.
Compartimos el documental La crisis causó 2 nuevas muertes, de Patricio Escobar y Damián Finvarb, de Artó Cine, que puede verse como una película de suspenso (que lo es) y resulta el mejor trabajo periodístico sobre el caso, tanto por su calidad como por el cúmulo de historias y situaciones que desnudan las metodologías represivas y mediáticas frente a los reclamos sociales.
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83 días después, Pablo Grillo salió de terapia intensiva

83 días.
Pasaron 83 días desde que a Pablo Grillo le dispararon a matar un cartucho de gas lacrimógeno en la cabeza que lo dejó peleando por su vida.
83 días desde que el fotógrafo de 35 años se tomó el ferrocarril Roca, de su Remedios de Escalada a Constitución, para cubrir la marcha de jubilados del 12 de marzo.
83 días desde que entró a la guardia del Hospital Ramos Mejía, con un pronóstico durísimo: muerte cerebral y de zafar la primera operación de urgencia la noche del disparo, un desenlace en estado vegetativo.
83 días y seis intervenciones quirúrgicas.
83 días de fuerza, de lucha, de garra y de muchísimo amor, en su barrio y en todo el mundo.
83 días hasta hoy.
Son las 10 y 10 de la mañana, 83 días después, y ahí está Pablito, vivito y sonriendo, arriba de una camilla, vivito y peleándola, saliendo de terapia intensiva del Hospital Ramos Mejía para iniciar su recuperación en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, en el barrio porteño de Monte Castro.
Ahí está Pablo, con un gorro de lana de Independiente, escuchando como su gente lo vitorea y le canta: “Que vuelva Pablo al barrio, que vuelva Pablo al barrio, para seguir luchando, para seguir luchando”.
Su papá, Fabián, le acaricia la mejilla izquierda. Lo mima. Pablo sonríe, de punta a punta, muestra todos los dientes antes de que lo suban a la ambulancia. Cuando cierran la puerta de atrás su gente, emocionada, le sigue cantando, saltan, golpean la puerta para que sepa que no está solo (ya lo sabe) y que no lo estará (también lo sabe).
Su familia y sus amigos rebalsan de emoción. Se abrazan, lloran, cantan. Emi, su hermano, respira, con los ojos empapados. Dice: “Por fin llegó el día, ya está”, aunque sepa que falta un largo camino, sabe que lo peor ya pasó, y que lo peor no sucedió pese a haber estado tan (tan) cerca.
El subdirector del Ramos Mejía Juan Pablo Rossini confirma lo que ya sabíamos quienes estuvimos aquella noche del 12 de marzo en la puerta del hospital: “La gravedad fue mucho más allá de lo que decían los medios. Pablo estuvo cerca de la muerte”. Su viejo ya lloró demasiado estos casi tres meses y ahora le deja espacio a la tranquilidad. Y a la alegría: “Es increíble. Es un renacer, parimos de nuevo”.
La China, una amiga del barrio y de toda la vida, recoge el pasacalle que estuvo durante más de dos meses colgado en las rejas del Ramos Mejía exigiendo «Justicia por Pablo Grillo». Cuenta, con una tenacidad que le desborda: «Me lo llevo para colgarlo en el Rocca. No vamos a dejar de pedir justicia».
La ambulancia arranca y Pablo allá va, para continuar su rehabilitación después del cartucho de gas lanzado por la Gendarmería.
Pablo está vivo y hoy salió de terapia intensiva, 83 días después.
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