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El chico 10

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Agustín Guerrero. Tiene 27 años y creó la orquesta típica que lleva su nombre y su talento.

El chico 10

Hay en la Argentina tres jóvenes de talento descomunal, superlativo, tres pibes fuera de serie, que parecen llegados de algún otro planeta y que su genialidad inclasificable los pone bien lejos del resto. Sólo uno de ellos no toca el piano: se llama Lionel Messi, juega al fútbol y tiene 28 años. Los otros dos sí tocan el piano: Horacio Lavandera tiene 31 años y es probablemente el mejor pianista del Universo. El tercero también toca el piano, es un pianista maravilloso, pero sobre todo es un compositor inmenso e inclasificable. El pibe en cuestión tiene 27 años y se llama Agustín Guerrero.

Agustín acaba de sacar el segundo disco de la orquesta típica que lleva su nombre. Y la primera tentación al escucharlo es compararlo con Astor Piazzolla. Pero hay que ser justos: por un lado, la magnitud de la obra de Agustín es comparable a la de Piazzolla. También su carácter revolucionario, su vocación por dar vuelta por completo y reinventar un género. Pero estilísticamente, la obra de Piazzolla estaba atada a la tonalidad. En cambio, lo que propone Agustín es volcar en el tango las experiencias más radicales de las vanguardias, desde el atonalismo al dodecafonismo.

El nuevo disco de la Orquesta Típica Agustín Guerrero se llama XXI, como una declaración de principios, una apología de la contemporaneidad y, por ende, una presentación en sociedad de la prueba más contundente de que el género está vivo, vivísimo. Y a sus 27 años, Agustín es ya un veterano. Arrancó a tocar el piano a los 9 años y a los 11 ya integraba una orquesta-escuela que dirigía su maestro, el gran pianista Julián Peralta, fundador de la Orquesta Típica Fernández Branca (luego Fernández Fierro) y actualmente al frente de Astillero.

Un par de años después, Peralta les dijo “sigan ustedes” y Agustín, con 14 años, se hizo cargo de la orquesta, ya no orquesta-escuela, sino orquesta de verdad. Se llamó Cerda Negra y con esa orquesta tocaron por todos lados, viajaron por el mundo y empezaron a dar vuelta la historia de un género que ya estaba en plena revolución. Quiebre, el único disco de Cerda Negra, tiene varias composiciones de Agustín y dos obras de Alberto Ginastera.

Cuando se separó Cerda Negra, Agustín formó la Orquesta Típica Agustín Guerrero. “Le puse mi nombre para hacerme cargo de esta historia”, dice, como si tuviera que pedir permiso. “A alguna gente le suena vanidoso, pero en los años 40 y 50, Troilo, Salgán, Pugliese, todos usaban sus nombres. Mi intención no era ponerme adelante como diciendo ‘soy un campeón’, sino que quedara claro que era mi propuesta, y si salía mal, la responsabilidad era sólo mía”.

Agustín tenía 19 años cuando se puso al frente de su orquesta. Hoy dice que el proyecto sigue, pero que se cansó un poco de andar remando contra la corriente con un proyecto titánico, de 15 músicos. La orquesta sigue, el repertorio está, los músicos también, pero hoy prefiere bajar un cambio. “Presentamos el disco, salió en todos lados, pero no puedo seguir poniendo plata”, se sincera. Y por el momento su apuesta pasa por tocar más, con un formato más chico: un dúo junto al guitarrista Juan Martín Scalerandi, algo así como la versión siglo XXI de Salgán-De Lío.

Scalerandi es un guitarrista folklórico y a Agustín le entusiasma la idea, no de fusión, sino de integración que hay entre el tango y el folklore. “Para mí el tango es un ritmo folklórico más y lo encaro de ese modo, por eso me gusta el cruce que se da con Juan Martín, sobre todo porque toca folklore de la provincia de Buenos Aires, que tiene mucho que ver con el tango”, explica. Pero además, cuando empezó a tocar sólo escuchaba tango y folklore, que era la música que se escuchaba en su casa.

Agustín dice que escuchó poco rock. Que le interesa el rock inglés progresivo de los 70 (Genesis, Emerson, Lake and Palmer), y también Frank Zappa. Y que está armando un quinteto con esa impronta. Pero que nunca fue rockero. “Mi apertura fue más hacia el jazz y hacia la música contemporánea, a la que llegué estudiando música clásica, de Bach al siglo 20”. En su adolescencia, su vida de mortal (o sea, no de niño prodigio, ni de virtuoso) pasaba por jugar al fútbol. Pero nada de bailes ni de recitales: “Me embola ir a un boliche, y además tocaba todos los fines de semana”.

El guitarrista y compositor Gustavo Mozzi, director del Festival de Tango de Buenos Aires, dice que la escena del tango contemporáneo, nacida en los 90, tiene tres grandes referentes: La Chicana, la Orquesta Típica Fernández Fierro y la Orquesta El Arranque. Que dicho en otros términos podría sintetizarse en: la canción, la mugre, la academia. Agustín coincide con esta lectura y da algunas pistas de por qué este resurgimiento del tango: “Creo que frente al neoliberalismo de los 90, los músicos jóvenes empezaron a buscar en las raíces como forma de definir una identidad cultural opuesta a lo que se dictaba desde el poder”.

Resurgimiento: así se llama, precisamente, el primer disco de la OTAG. Un resurgimiento que es, en el caso del tango, artístico, de búsqueda y de nuevos paradigmas de todo tipo: desde estéticos hasta de producción. “Por supuesto que a mí me gusta el tango de la década del 40, de la llamada época de oro”, advierte. “Pero esa época de oro está también muy marcada por el mercado. El tango vendía y entonces los sellos imponían condiciones que hoy no existen. Añorar aquella época porque el tango era popular es tener una mirada de mercado, no artística”.

¿Qué es, entonces, el tango? La pregunta parece compleja, pero Agustín reflexionó mucho sobre el tema: “Muy simple: desde lo compositivo, es una forma de acentuar una melodía o una composición. Si yo acentúo una serie dodecafónica con la acentuación del tango, es tango. No es una cuestión de métrica, sino de acentuación. Eso es lo que une obras tan distintas como la de Vicente Greco o Astor Piazzolla. Lo demás son distintas variaciones de esa acentuación. Por otra parte está el fraseo y lo interpretativo”.

Hoy el tango vive otra época de oro: “Rescato principalmente la libertad creativa que da el no tener mercado y la autogestión como forma de producción. Eso creo que es una herencia de Pugliese, que mantuvo la orquesta como cooperativa, cuando el mercado se achicaba y todos los músicos armaban grupos más chicos. Hay muchos locales y festivales armados por músicos, y eso es tan importante y tan definitorio de esta época como la gran variedad de propuestas artísticas”.

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