Nota
30.001
Este ex albañil de 76 años que tuvo el coraje de prestar su crucial testimonio en un juicio por genocidio, está desaparecido desde el 17 de septiembre. La hipótesis del shock emocional es casi tan temible como la del secuestro policial: las personas que buscan justicia abandonadas a su suerte, en un país donde la impunidad no es una pieza de museo y la defensa de los derechos humanos vuelve a estar en los pies de quienes salen a la calle con una consigna: aparición con vida. Nilda Eloy, la otra querellante de esta causa, calcula: “Menos de un 5 por ciento de los represores están en la cárcel. Mientras el otro 95 por ciento esté libre, nosotros estamos en peligro. No hablo de nosotros los testigos, hablo de nosotros como sociedad”. De eso se tratan las movilizaciones e iniciativas por la aparición con vida de Julio López, para reafirmar dos palabras: nunca más.
Jorge Julio López, 76 años, ex albañil, testigo crucial y querellante en el primer juicio oral y público por genocidio tras la anulación de las leyes de impunidad, no contaba con cuidado ni protección alguna. Está desaparecido desde el 17 de septiembre. Fue un desaparecido durante la dictadura. Es un desaparecido ahora en democracia. En la Casa de Derechos Humanos que comparten varias organizaciones de la provincia de Santa Fe apareció un volante con su foto y la siguiente leyenda:
“Jorge Julio López terrorista 30.001. ¿Quién será el 30.002?”
Jorge Julio López fue durante dos años y medio un desaparecido, pero tuvo el extraño privilegio de sobrevivir para contarlo. Estuvo prisionero en un circuito clandestino de detención que representa el nido de los amos de la vida y de la muerte en esa ciudad de La Plata de tiempos de la dictadura y de la policía comandada por Ramón Camps y su secuaz, Miguel Etchecolatz. “Tenía cara de mono”, describió López en su primera declaración en los llamados Juicios por la Verdad. No sabía todavía el nombre de ese “mono” que terminó condenado a prisión perpetua y que en los tiempos en que López era una desaparecido acompañaba a Camps en las torturas. A López le quedó el pecho marcado con los rastros de la picana y por eso ofreció mostrarle sus heridas a los jueces como prueba. Él, junto a tantos otros, lograron así reconstruir con lo que tenían –pedazos de nombres, fragmentos de lugares, terrores y heridas- ese nido de impunidad de la policía bonaerense: lo allí pasaba y quiénes pasaban. Nombraron a los represores y nombraron a sus víctimas.
El 18 de setiembre López iba a terminar un capítulo de esa historia que comenzó cuando lo secuestraron, el 27 de octubre de 1976 y que a lo largo de 30 años tropezó con las más increíbles formas de impunidad. La causa que lo tuvo como testigo puede ser también considerada un nido: solo contabilizando los últimos tropiezos judiciales, tuvo desde marzo de 2000 –fecha en que se llevaron adelante las audiencias de los llamados Juicios por la Verdad- tantas idas y vueltas que cuesta creer que en el momento crucial, López no estuviera allí para escuchar el fallo. Pero no estuvo. No hay metáforas para explicar el por qué: una vez más, nadie vio qué pasó.
Romper el silencio
“Callate la boca y no digas nada”, le dijeron cuando lo soltaron dos años y medio después, luego de haber soportado cuatro centros clandestinos de detención –el Pozo de Arana, la Unidad de Cuatrerismo, la Comisaría 5 de La Plata y la Comisaría 8, también de esa ciudad- hasta que lo “legalizaron” poniéndolo a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en una cárcel, de donde salió finalmente el 25 de junio de 1979.
Pero López habló –como tantos otros- y el represor Miguel Etchecolatz fue condenado. Sin embargo, la historia no terminaba allí: el nido de impunidad que denunció López involucra a –por lo menos- 62 militares y policías. Sólo 7 están detenidos.
Ahora, López volvió a ser un desaparecido.
En tanto, el funcionario que en la actualidad oficia como ministro del Interior -Aníbal Fernández- se reunió con el grupo que impulsa la causa por el genocidio cometido por el Estado argentino durante la dictadura, y realizó una revelación asombrosa. Les dijo que la desaparición de Jorge Julio López le produce preocupación, pero que se trata de “un problema provincial”.
Adriana Calvo, en cambio, sostiene ante lavaca: “A Julio López lo secuestró la Policía Bonaerense. Y que siga desaparecido es una respuesta a la condena por genocidio contra Etchecolatz”.
El caso
Desde que Jorge Julio López desapareció, hubo diversas formas de explicar la ausencia:
- Un shock emocional que pudiera causarle pérdida de memoria, o alguna forma de extravío.
- Simple y puro miedo, y que López decidiera esconderse en alguna parte ante la exposición que significaba la condena de Etchecolatz.
- El secuestro: la desaparición forzada por sectores policiales o “bolsones” de represores en actividad (la idea transmitida hace ya una semana por lavaca tras conversar con ex detenidos desaparecidos, ratificada por el ministro bonaerense León Arslanián y luego por el propio gobernador Felipe Solá).
López había sido un testigo fundamental en el juicio. Explicó detalladamente su propio secuestro y torturas, pero además el modo en el que fueron sometidos y asesinados Patricia Dell’Orto y Ambrosio De Marco, y la participación de Etchecolatz en esos crímenes. Además fue uno de los tres querellantes en la causa, junto a la Asociación de Ex Detenidos Desaparecidos y a otra sobreviviente del terrorismo de Estado, Nilda Eloy.
Teniendo en cuenta estos datos, ¿tenía Jorge Julio López alguna forma de cuidado o protección?
Adriana Calvo: “Ninguna, en absoluto. La verdad es que nadie pensó en el tema, ni el gobierno ni el Tribunal”. En el caso de la propia Asociación, “lo que nos pasa es que pensamos: ¿quién es que nos va a cuidar? ¿La Bonaerense? ¿Los mismos que nos secuestraron? Nunca en todos estos años de democracia hemos pedido esa protección” reconoce Adriana. “Por el lado del gobierno es imprevisión, irreponsabilidad, le quitaron importancia. Jamás se pusieron a pensar en esto”.
Nilda Eloy, la otra querellante, calcula:
-La realidad te indica que menos de un 5 por ciento de los represores están en situación de cárcel. Mientras el otro 95 por ciento esté libre, nosotros estamos en peligro. No hablo de nosotros como “testigos”, nosotros como “sobrevivientes”, hablo de nosotros como sociedad.
-Pero el caso de López tiene la particularidad de tratarse de un testigo muy importante, incluso para futuros juicios.
-La desprotección es hacia todos. Si nos vamos a lo chiquito, a este juicio solamente, te pido que pienses: ¿Para quién hubo medidas de seguridad? Para el reo (Etchecolatz), para el abogado del reo, y para el testigo del reo, Raúl Alfonsín. Punto. Nada más. En el Estado no se evalúa que la seguridad pasa por otro lado: que no haya impunidad, que haya justicia plena, que no se nos rían en la cara en plena calle.
-¿No se consideró que alguien como López podía estar en peligro?
-No. Parece que éste fuera el tema de un grupito, unos locos que estamos reclamando. Y nos dan esta respuesta: acá estamos, miren lo que podemos hacer. Un secuestro en la cara, como si fuese la Triple A en 1974. (Triple A, o Alianza Anticomunista Argentina, fue el grupo paramilitar que dio inicio a la represión ilegal previa al golpe de 1976).
Los que no se resignan
La hipótesis de que López se haya escondido por miedo, cada vez más descartada, es en sí misma temible, por lo que indica acerca del desamparo en que se encuentra una persona que quiere impulsar la justicia. Con la teoría del “shock emocional” ocurre algo similar: si existió tal shock, sólo puede ser visto como la consecuencia de las enormes dosis de miedo a vencer, pesadillas de décadas y compromiso de cuerpo y alma que una persona debe poner en juego en una situación como esta.
En realidad, siempre ocurrió lo mismo. Fueron personas concretas las que hablaron, revelaron, dijeron lo que había pasado. Personas como López son las que han hecho que la justicia no sea una mera metáfora en los escenarios. Cuando Jorge Julio López declaró por primera vez en 1999, el objetivo ni siquiera era el castigo de los responsables, sino simplemente el conocimiento de la verdad. Y esas declaraciones (de López, de Nilda Eloy, y de cientos de testigos) se hicieron en el marco de un tremendo silencio oficial, estatal, mediático y social. Y ese conocimiento de la verdad, y la movilización, y la acción de organismos de derechos humanos, es el que fundó el clima para la anulación de las impresentables leyes de Punto Final y Obediencia Debida. Y eso motorizó los juicios como el actual. Son décadas y décadas de luchar contra la resignación y el silencio. Así se entiende el estallido de H.I.J.O.S el día de la sentencia a Etchecolatz, con lágrimas, gritos, abrazos, la emoción de sus abuelos, y algo que corearon juntos:
“Vas a la cárcel, Etchecolatz, no es el Estado, es la lucha popular”.
Actualmente hay toda una movilización de fuerzas buscando el paradero de Jorge Julio López. La pregunta es: cuando era crucial protegerlo realmente ¿tuvo López algún apoyo, acompañamiento? Ninguno, salvo el de los otros testigos, como si se tratara de un problema privado. Consulta a Nilda Eloy:
-¿Tiene lógica en este marco la posibilidad de que López haya huido o se haya escondido por miedo?
-No. Él estaba chocho, radiante. Había declarado por primera vez en 1999, en los Juicios por la Verdad. Lo hicimos juntos. Pero esta era la primera vez que iba a declarar con el apoyo y la compañía de sus hijos. Eso lo tenía feliz. Al contrario, estaba medio enojado porque Etchecolatz no estuvo el día que él declaró, y quería ir a la lectura de la sentencia para verle la cara.
-¿Y la hipótesis del shock emocional?
-No. Con lo único que encaja esto es con un secuestro.
Adriana Calvo sabe que todo esto es una especie de diálogo con el mal: uno de los campos de concentración, el Pozo de Quilmes, era llamado El Infierno por sus administradores; “de aquí nadie sale”, decían para justificar el nombre. Tal vez por eso calcula: “Una vez que lo secuestraron, también lo pueden hacer aparecer en un puente al lado de dos linyeras, como si hubiera fallecido de muerte accidental”. En la Argentina de monseñor Enrique Angelleli, ya hay experiencia sobre el contenido real de ciertas muertes accidentales.
De todos modos la insistencia de algunos medios acerca del shock emocional la irrita: “¿Y éste, para quién trabaja?” dice sobre uno de los empleados del periódico Página 12 que sostuvo tal teoría en una nota del martes, como para moderar las declaraciones del propio gobernador Felipe Solá, quien reconoció que López podría ser “el primer desaparecido en democracia”. Esa frase, luego, recibió la respuesta de Rosa Schönfeld, la madre de Miguel Bru, estudiante de periodismo desaparecido en 1993, secuestrado también por la Policía Bonaerense: “Se olvidó de Miguel y de unos cuantos más”. (Puede mencionarse, entre otros, el caso de la desaparición de Iván Torres en Comodoro Rivadavia en octubre de 2003, en el que tres posibles testigos murieron asesinados y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos exigió al Estado argentino que tome recaudos para defender a los otros testigos de una causa con olor a policía, petróleo e impunidad, sumadas al silencio oficial. Aunque tal vez se trate de un problema provincial).
Desconfiar del Estado
Nilda Eloy ya recibió llamadas de testigos que iban a presentarse a los futuros juicios orales y públicos contra represores:
-Llaman y dicen: yo no declaro. Es miedo, difícil de controlar.
-¿Y usted, Nilda?
-El miedo nunca se pierde. Pero no te podés paralizar. En algún momento una aprende a que el miedo sirva de motor. Lo que quieren es volver a manejarnos con el terror. Y la respuesta tiene que ser “no”. Como sociedad no podemos permitirnos eso. Vamos a seguir declarando, vamos a seguir adelante con los juicios.
La propia Nilda ahora cuenta con custodia, pero sus amigos relatan que ni ella quiere subirse al auto de sus guardianes. “El otro día estábamos en una reunión, se tuvo que ir, y armamos una colecta entre todos para que tomase un remis. Y atrás iba la custodia”, cuenta Adriana Calvo.
Nilda tuvo que salir de esa reunión cuando recibió un urgente llamado de su hija, 21 años, que estaba sola en su casa. Cuenta Nilda: “Empezaron a llamar, ella se daba cuenta que había alguien del otro lado de la línea, pero no le contestaban, y tampoco cortaban”. El miedo se apoderó de la joven. Nilda misma recibió una llamada el día anterior a la desaparición de López: “Me pasaban algo que quiero creer que era un simulacro de sesiones de tortura”.
Adriana Calvo no cree en las intenciones del gobierno.
“No tenemos ninguna confianza en estos discursos tan defensores de los derechos humanos. Se parte de un Estado ausente, con testigos y víctimas que le tienen desconfianza al Estado por la impunidad de décadas. No es solo la desconfianza por la impunidad de ayer, sino porque venimos con la certeza de que hay tipos vinculados a los campos de concentración en la policía actual y eso lo confirmamos al hablar con (León) Arslanián”.
Por eso considera que la desconfianza “va más allá del aparato de seguridad. Es el Estado. El mismo gobernador Solá, que ahora parece tan cercano a este tema, ¿qué hizo en estos últimos años, yo pregunto? ¿Qué hizo mientras las leyes de impunidad y obediencia debida estaban vigentes? Nunca lo escuché quejarse o pedir la anulación. ¿Y Kirchner? ¿Qué hizo antes del 2003 por la nulidad de las leyes de impunidad? Desde el represor hasta el gobernador o el presidente, no tenemos confianza”
Adriana recuerda que en su reunión con Felipe Solá, el gobernador pareció molesto y dijo “acá parece que partimos de la desconfianza”. Obviamente era así. Pero a partir de ese recuerdo, analiza una cuestión decisiva para entender el presente:
“Estamos ante un Estado que aniquiló, que impunizó, que reivindicó. Y que de buenas a primeras anula las leyes del perdón. Pero todos los personajes que aniquilaron, impunizaron y reivindicaron, ahora están de nuestro lado diciendo: bravo, bravo, hagamos justicia ¿En eso quieren que confiemos?”
Nota
Encuentro a la hora del té: Hebe de Bonafini, Chicha Mariani y una reunión para hacer historia

Tiempo, emoción y galletitas. Memoria, humor y lucidez. Esos fueron algunos ingredientes de una reunión histórica y nutritiva ocurrida en 2010 entre Hebe de Bonafini y María Isabel Chicha Mariani. Una charla para recordar un día como hoy, 4 de diciembre, en el que Hebe cumpliría años, porque cuenta parte del nacimiento de un inédito tipo de movimiento social conformado por mujeres desesperadas ante la desaparición de sus hijas e hijos, nietas y nietos, tras el golpe del 24 de marzo de 1976. ¿Por qué recordar? Porque quienes olvidan todo o tienen amnesia, no saben quienes son hoy, en este momento.
Este encuentro de 2010 ocurrió en La Plata entre dos vecinas: Hebe (fallecida en 2022, quien era presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo) y Chicha (quien fallecería en 2018, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo). Estaban distanciadas desde hacía 29 años, y la propuesta de nota en MU permitió reunirlas. ¿Qué nos dicen sobre el presente los primeros tiempos en la historia de lucha por la aparición de sus hijos y nietos? Los viajes, las gestiones, las anécdotas, la causa de la pelea, sus reflexiones e intercambios, en los principales tramos de esta conversación inolvidable.
Por Sergio Ciancaglini
A las 6 de la tarde sonó el timbre, con una puntualidad de los tiempos en que vida o muerte podían depender de la exactitud de las citas de madres, abuelas y familiares de desaparecidos. En la casa de la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, había una mesa con tetera, tazas y medialunas, que por un rato desplazaron expedientes judiciales, recortes de diarios y denuncias de su creación más cercana, la Asociación Anahí. A esa casa de la calle 47 de La Plata, llegó Hebe de Bonafini, presidenta de la Asociación Madres de Plaza de Mayo, con masas, un huevo de Pascua (enviado por Alejandra, su hija) y galletas dietéticas.
Besos, abrazos. Chicha ha perdido casi totalmente la vista. Por eso es Hebe la que dice: “Nos vestimos igual. Estamos en la misma murga”. Las risas ayudaron a sobrellevar la emoción de este encuentro en el que cada palabra y cada silencio tuvieron una carga que mejor que adjetivar, es conocer.
Chicha tiene 86 años, Hebe 81, y ambas una lucidez sin edad.
Se habían distanciado hace 29 años. Se volvieron a ver en marzo, en una exposición sobre Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde noviembre de 1976. Hebe fue a esa muestra en Canal 7, y del reencuentro fugaz nació la idea de una charla con MU. Con tiempo, té y galletitas.

La reunión en casa de Chicha, después de 29 años distanciadas. Foto: lavaca.org
Sonrisas junto al paraíso
Hebe tiene dos hijos desaparecidos, Jorge y Raúl. A Enrique Mariani, el hijo de Chicha, lo mataron en 1977. En noviembre de 1976, un ataque de la Bonaerense bajo órdenes de Ramón Camps reventó literalmente la casa donde había al menos cinco personas que fueron acribilladas, entre ellas la nuera de Chicha, Diana Teruggi. Allí estaba Clara Anahí, tres meses de edad.
Hebe y Chicha se conocieron en noviembre de 1977, con la llegada a Buenos Aires de Cyrus Vance, enviado del presidente norteamericano James Carter, que iba a participar en un acto en Plaza San Martín. Chicha: “Yo había conocido a Licha (Alicia De la Cuadra, un hijo y una hija embarazada desaparecidos) y me dijo que podíamos ir a darle un ‘testimonio’ a Vance. Yo era una bruta, daba clases de Artes Visuales en el Liceo de La Plata pero no sabía viajar a Buenos Aires. Aprendí que un testimonio era un papel con mi caso. Cuando llegué me quedé paralizada. Estaban los funcionarios, todo lleno de milicos armados, los perros, en otro lugar había mujeres. Todas empezaron a gritar. Y se pusieron los pañuelos que tenían escondidos. Y yo sin saber qué hacer, con el papelito apretado contra el pecho. Vino una mujer corriendo, me dijo: ‘Dame el testimonio’, y se lo llevó a Cyrus Vance. Era Azucena Villaflor, la fundadora de Madres”.
Con Licha ya habían resuelto encontrarse allí mismo con otras mujeres que buscaban a sus nietos. “Nos juntamos abajo de un paraíso, frente al Colegio Militar. Nos debían estar filmando desde adentro. Conocí a Ketty (Beatriz Neuhaus) y me llevé una sorpresa: me saludó con una sonrisa. Y Eva Castillo, lo mismo. Pensé que no tenía que andar con esa cara de desgraciada, si ellas intentaban que el encuentro no fuera tan ingrato”.
Así, el 21 de noviembre, nacía Abuelas. Hebe, intencionadamente: “¿No era el 22 de octubre, entonces?” La diferencia de fechas es parte tal vez de las distancias nacidas con la salida de Chicha de Abuelas, en 1989. “Hubo cosas que no me gustaron y siguen sin gustarme, pero no quiero hablar de eso. No quiero que nada demore el trabajo de buscar a mi nieta”. Hebe: “Pero tu trabajo fue fundamental, y en los momentos más difíciles con vos al frente, fue que lograron recuperar a los primeros 60 chicos. Todos lo sabemos. Y por eso te quiero decir que todas las Madres te mandan un beso grande, te apoyamos totalmente en lo que necesites”.
Chicha se emociona, y me cuenta: “Pero aquel día, cuando me iba a volver, la veo a Hebe que dice: ¿quién va para La Plata? Cuando me acerqué, no me preguntó si quería que fuéramos juntas. Directamente me dijo: ¡vamos!” Se ríen y Hebe agrega datos no descartables: “Los pañuelos eran en realidad los viejos pañales que guardábamos para nuestros nietos. Los habíamos usado primero en octubre, para poder reconocernos en una marcha a Luján. Las que nunca los usaron fueron Azucena, y Esther Careaga, porque decían que parecíamos monjas”. Azucena, Esther y Mary Bianco desaparecieron poco después, en diciembre de 1977, operativo de la ESMA alrededor de la Iglesia de la Santa Cruz, merced a la infiltración de un falso hermano de desaparecidos, que en realidad era Alfredo Astiz.
Madre de la bombacha roja
Los viajes de estas dos mujeres recién comenzaban. Chicha empieza a reírse, recordando uno de sus regresos en colectivo, desde Quilmes.
Hebe: Yo iba con la carpeta de denuncias, paraguas, piloto, fiambres y chorizos.
Chicha: Y yo llevaba salamines, lo hacíamos medio para disimular, y para hacer algún mandado de paso.
H: Cuando llegamos, me paro, se me cae la pollera, y quedo en bombacha.
C: Escuché la risotada de Hebe, que para no largar los chorizos no se subía la pollera. No la veía bien porque yo iba agarrada a los salamines. Pensé que tenías combinación.
H: ¡No! Para mi las enaguas eran cosa de vieja, y para colmo me habían regalado una bombacha roja y era justo la que llevaba puesta. Más trola imposible.
Otra ronda de té. Chicha toca la mano de Hebe.
C: Pero te quiero recordar algo más, también por el 77 o 78. Un día apareciste con vestido celeste, planchadito. La noche anterior se había escuchado un tiroteo. Viniste a avisarme que ibas a ver qué pasaba. Y llevabas una canastita con comida por si había alguien que necesitara algo. Te pregunté si querías que fuera con vos, dijiste que no. Fue una prueba de coraje. Yo no me atrevía a ir.
H: Esas cosas nacen pensando en que si tu hijo está en esa situación…
C: El tema es cómo superar el miedo sin paralizarse.
H: Las mujeres lo sabemos. Es como parir. No pensás en vos, ni en quedarte quietita, pensás que tenés que hacer fuerza para que nazca y sea sano. Pero además, se llevan a tu hijo ¿Hay algo peor, más horrible? Así que nada: hay que seguir.
C: Yo pensaba que si me llevaban no iba a aguantar ni dos minutos en la mesa de torturas. Soy muy sensible al dolor. Mi ilusión era morirme enseguida. Qué tonta, ¿no?
H: Una piensa estupideces. Yo andaba siempre con cepillo de dientes, calzoncillos y pañuelitos en una bolsita, por si encontraba a mis hijos. Todos éramos muy inocentes. Hasta los chicos. Un día entro al cuarto del mayor y estaba con unos amigos, todos atándose. ¿Qué hacen? “Practicamos cómo desatarnos por si nos agarran”. Creían que les iban a dar tiempo.
C: Nunca imaginaron la perversión.
H: Habían preparado todo para saltar a lo del vecino. Pobres. A uno de mis hijos lo encontraron por mi vecina, que dijo que había reuniones en la casa y pasaba algo raro.
C: Pensar que tanta gente pudo ayudar, pero se calló. No sé qué tenemos adentro. El enano fascista.
H: Pero fijate al revés: otro vecino salió a avisarle a mi hijo que lo esperaba la policía, y entonces se lo llevaron a ese vecino. Después lo soltaron, pero el tipo no quería ni verme. Es difícil juzgar.
C: Sí, pero yo veo que tenemos raíces. Hace mucho quiero hacer un libro, la Historia de la Infancia Argentina. Desde los españoles que llevaban chicos y chicas indígenas como esclavos y sirvientes, después los terratenientes con derecho a hacerles hijos a las mujeres campesinas y apropiarse de ellos. El derecho de pernada, que todavía existe, del patrón sobre la primera noche de cada niña. Hagamos un salto: llegan los militares, se llevan a los chicos, y mucha gente lo ve bien. Yo creo que es todo ese residuo ancestral, que produjo la enorme vergüenza de un pueblo que se supone culto, pero no abrió la boca, no tomó la defensa de ningún niño. Me atrevo a decirlo porque es mi pueblo. Pero no puede ser que haya parecido normal que los chicos sean secuestrados y apropiados.
H: Hacé el libro. Nosotras lo podemos imprimir.
C: Te cuento algo más. El secretario de Pío Laghi, monseñor Celli, les dijo a dos abuelas, Elba Ford y Delia Penela: “Dejen de molestar, imagínense los chicos están con familias que pagaron 4.000 pesos por cada uno, eso les dice que los van a cuidar bien”.
Hebe da un respingo. “Tengo una información muy importante que contarte cuando estemos solas”.
Les propongo apagar el grabador. “No, totalmente solas. Encerradas en el baño”, dice Hebe, entre las carcajadas de Chicha. ¿El baño es un lugar para intercambiar datos? Hebe: “Claro. Hay cagadas, pero de otra clase”. Chicha: “Me estoy divirtiendo. Mirá, cada una habrá hecho o dicho cosas. Pero somos leales”. En una época engañaron a Chicha diciéndole que podría recuperar a su nieta. “Le hice a Hebe un poder para que cuidase a mis padres por si yo tenía que irme al exterior. Todavía lo tengo guardado”.
El día que se distanciaron
Siguen las cataratas de diálogos:
C: ¿Te acordás cuando estuvimos con Sandro Pertini? (Presidente de Italia)
H: Estábamos en un departamentito vacío, con dos camas y dos colchones. Como éramos cuatro (con Elida Galetti y María Del Rosario Cerrutti) nos turnábamos: cama sin colchón, o colchón en el piso. Calentábamos agua en una jarrita para poder bañarnos.
C: Salimos de compras y vos llevabas la comida en una bolsita.
H: Comprar era un lío, como no sabíamos italiano, tenía que hacer el gesto de limpiarme el que te dije para que entendieran de queríamos papel higiénico.
C: Y de repente nos avisan que vayamos urgente al Quirinale, que Pertini nos iba a recibir. Salieron los del protocolo, agarraron nuestros tapados pero Hebe no quería darles el tapadito ni la bolsa de comida.
H: ¡Con lo que nos costaba la comida, mirá si se las voy a dar! Además yo había salido así nomás, con ropa medio feona, no quería sacarme el tapado. Pertini lloró con nosotras, denunció a la dictadura. No lo reconoció a Videla. Fue de los pocos.
C: Pero cuando salimos, en esos salones principescos, había un sillón de terciopelo con la bolsita de nuestra comida.
¿Cuándo se distanciaron?
C: Capaz que ni te diste cuenta. Yo me enojé con vos en la Catedral de Quilmes. Las Madres la habían tomado. Yo las acompañaba. Seríamos 20 entre todas. Hiciste un comentario de esos que hacés vos, fuerte. Yo dije: “No podemos seguir discutiendo”, y me abrí.
H: Ya me acuerdo, fue en 1981, después de la primera Marcha de la Resistencia. Claro, lo querían mucho al obispo (Jorge Novak) y yo le decía de todo. Fue así: terminó la Marcha y nos fuimos para Quilmes. Teníamos termos, frazadas, hasta walkie talkie (en la era pre-celulares y pre-Internet). Estábamos comiendo heladito en la plaza, todas separadas para que nadie se diera cuenta. Juanita Pergament se encargaba de la prensa. Pero llegó antes de tiempo con los periodistas, tiramos los helados y nos metimos corriendo antes de que nos cerraran la Catedral. Se armó un quilombo padre. Y ya ni sé qué le habré dicho al viejo ese. Me decían: “Claro, tomás la Catedral del que sabés que no te va a echar”. Y claro, no iba a ir a una donde nos rajaran. El ayuno duró 12 días, hasta Navidad. Pero es cierto, siempre fui una desbocada. Ella no (señalando a Chicha). Ella lo que tuvo es el rigor, la prolijidad para investigar todo. Impresionante.
C: Mi desesperación era encontrar a Clara Anahí. Todo lo que fuera distraer esa búsqueda para discutir, me sacaba de quicio. Pelear con Hebe no tenía sentido. Además, te acordás que una vez en tu casa te dije: mi hijo está muerto. Mi búsqueda es diferente. Las Abuelas tenemos que recurrir a la justicia. Las Madres tienen otro reclamo. Fue bueno que cada una fuera por su lado.
La hora del secreto
Hebe cuenta que a pedido de su hijo Raúl una vez sacó a una mujer y a un chiquito al Brasil, todos con documentos falsos, en plena dictadura. “Lo llevaba en brazos yo, porque si agarraban a la mamá, por lo menos se salvaba la criatura”. Chicha tuvo lo suyo, pero en democracia: “Con Mirta Baravalle, una valiente, llevamos a un chiquito a Brasil, donde tenía familia. La mamá había muerto ese día en el ataque a La Tablada (enero de 1989). Lo hicimos en secreto. Nunca supe de él”.
¿Cuáles son las claves para actuar en estas situaciones donde todo parece en contra?
C: Hay que aprender a mirar para afuera de uno, de la casa, captar todo lo que hay alrededor. Aprender todo lo que quepa en el cerebro, en el cuerpo y en la memoria.
H: Es cierto. No pensar en uno. El otro soy yo. Lo que le pasa al otro me pasa a mí. Y no parar. Como hizo Chicha. Lo que está haciendo ahora es muy importante con la Asociación Anahí. Hay que conocer eso. Porque ella tiene un modo especial que le llega mucho a la gente. Hoy como funciona la política, no sirve. Hay que cambiar el estilo. A nadie le interesa hablar de marxismo, trotskismo ni peronismo. No te dan bola. Funciona que haya gente como Chicha, o las cosas que hacemos nosotros con el Ecunhi (Espacio Cultural Nuestros Hijos, en la ex ESMA), con la Universidad, la radio y todo lo demás”.
Sobre el presente, Chicha dice: “El gobierno hizo avances, pero para mí falta que apuren a las fuerzas militares para que digan qué pasó con los desaparecidos y los chicos apropiados. Lo saben, tienen el material. Entonces, que digan la verdad”.
Hebe: “¿Te digo lo que te tengo que contar”. Chicha le responde “vamos” y zarpan las dos tras una puerta vaivén. La reunión no fue en el baño, sino en la cocina de la casa de Chicha. Vuelven, sin apiadarse del cronista.
Hebe: No sabés lo que te perdiste.
Chicha: Ya lo sabrás alguna vez.
Hebe: Ella sabe unas cosas. Yo sé otras. Es lo que hicimos siempre. Juntar lo que cada una sabe, y armar el mapa, para saber dónde estamos paradas.
Nota
Orgullo

Texto de Claudia Acuña. Fotos de Juan Valeiro.
Es cortita y tiene el pelo petiso, al ras en la sien. La bandera se la anudó al cuello, le cubre la espalda y le sobra como para ir barriendo la vereda, salvo cuando el viento la agita. Se bajó del tren Sarmiento, ahí en Once. Viene desde Moreno, sola. Un hombre le grita algo y eso provoca que me ponga a caminar a su lado. Vamos juntas, le digo, pero se tiene que sacar los auriculares de las orejas para escucharme. Entiendo entonces que la cumbia fue lo que la protegió en todo el trayecto, que no fue fácil. Hace once años que trabaja en una fábrica de zapatillas. Este mes le suspendieron un día de producción, así que ahora es de lunes a jueves, de 6 de la mañana a cuatro de la tarde. Tiene suerte, dirá, de mantener ese empleo porque en su barrio todos cartonean y hasta la basura sufre la pobreza. Por suerte, también, juega al fútbol y eso le da la fuerza de encarar cada semana con torneos, encuentros y desafíos. Ella es buena jugando y buena organizando, así que se mantiene activa. La pelota la salvó de la tristeza, dirá, y con esa palabra define todo lo que la rodea en el cotidiano: chicos sin futuro, mujeres violentadas, persianas cerradas, madres agotadas, hombres quebrados. Ella, que se define lesbiana, tuvo un amor del cual abrazarse cuando comenzó a oscurecerse su barrio, pero la dejó hace apenas unas semanas. Tampoco ese trayecto fue fácil. Lloró mucho, dirá, porque los prejuicios lastiman y destrozan lazos. Hoy sus hermanas la animaron a que venga al centro, a alegrarse. Se calzó la bandera, la del arco iris, y con esa armadura más la cumbia, se atrevió a buscar lo difícil: la sonrisa.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Al llegar al Congreso se pierde entre una multitud que vende bebidas, banderas, tangas, choripán, fernet, imanes, aros, lo que sea. Entre los puestos y las lonas que cubren el asfalto en tres filas por toda Avenida de Mayo hasta la Plaza, pasea otra multitud, mucho más escasa que la de otros años, pero igualmente colorida, montada y maquillada. El gobierno de las selfies domina la fiesta mientras del escenario se anuncian los hashtag de la jornada. Hay micros convertidos en carrozas a fuerza de globos y música estridente. Y hay jóvenes muy jóvenes que, como la chica de Moreno, buscan sonreír sin miedo.
Eso es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Sobre diagonal norte, casi rozando la esquina de Florida, desde el camión se agita un pañuelazo blanco, en honor a las Madres, con Taty Almeyda como abanderada. Frente a la embajada de Israel un grupo agita banderas palestinas mientras en las remeras negras proclaman “Nuestro orgullo no banca genocidios”. Son quizá las únicas manifestaciones políticas explícitas, a excepción de la foto de Cristina que decora banderas que se ofrecen por mil pesos y tampoco se compran, como todo lo mucho que se ofrece: se ve que no hay un mango, dirá la vendedora, resignada. Lo escaso, entonces, es lo que sobra porque falta.
Y no es Orgullo.

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org


Foto: Juan Valeiro/lavaca.org

Foto: Juan Valeiro/lavaca.org
Nota
Cómo como 2: Cuando las marcas nos compran a nosotros

(Escuchá el podcast completo: 7 minutos) Coca Cola, Nestlé, Danone & afines nos hacen confiar en ellas como confiaríamos en nuestra abuela, nos cuenta Soledad Barruti. autora de los libros Malcomidos y Mala leche. En esta edición del podcast de lavaca, Soledad nos lleva a un paseíto por el infierno de cómo se produce, la cuestión de la comida de verdad, y la gran pregunta: ¿quiénes son los que realmente nos alimentan?
El podcast completo:
Con Sergio Ciancaglini y la edición de Mariano Randazzo.

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