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Ciencia al agua

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Corporaciones vs. ciencia: otra mirada. ¿Qué relación tienen los agrotóxicos con la contaminación de las cuencas de agua? ¿Cómo investiga la UBA y con qué resultados? Entrevista a la bióloga Haydée Pizarro.

Ciencia al agua

En el Pabellón 2 de Ciudad Universitaria, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, subiendo 4 pisos por ascensor, doblando a la izquierda, llamando una puerta con portero eléctrico, siguiendo un pasillo que pasa por distintas oficinas, se llega a la 44, al laboratorio de liminlogía, que tiene un microscopio enfocando un fitoplancton. De fondo, un ventanal muestra un paisaje pertinente en dos sentidos: el Río de la Plata se ve muy lindo; y aquí se estudia el impacto de las actividades humanas en aguas dulces.

Haydée Pizarro, bióloga hincha de River, es quien dirige una de las líneas de investigación de este laboratorio, en el marco del Departamento de Ecología, Genética y Evolución, y profesora de la materia Ecología y Desarrollo. Su definición “tengo puesta la camiseta de la UBA” quizá sea gráfica, pero no en el estilo obsecuente, adormecido ni robotizado que caracteriza al monocultivo académico. “Como investigadora del Conicet, tengo amplia libertad de elegir el tema”, pone en orden los factores.

Haydée estudia hace 10 años al herbicida glifosato y con su equipo ha logrado demostrar su impacto en los ecosistemas de aguas dulces, pero sobre todo comprobaron que se puede hacer ciencia crítica y en la universidad pública a la vez.

El secreto: la seriedad metodológica.

Donde falla el laboratorio

Haydée entró a la Universidad en 1976, se licenció en Ciencias Biológicas, luego se doctoró, consiguió ser becaria del Conicet, investigadora y docente. La suya es una carrera académica de manual, sostenida con sonrisa, carácter y tres colegas que la acompañan todos los días en el laboratorio. Desde esa trinchera han logrado construir una línea de investigación que consigue financiamiento estatal para analizar las consecuencias del modelo extractivo.

En la parte docente, Haydée se reconoce formada por esa “ciencia dura” que define a la Universidad de Buenos Aires y que cría científicos teóricos. Su oasis en ese desierto se llama Ecología y Desarrollo, la materia que dicta. “Allí vemos de una forma abarcativa todos los problemas, incluidos los de la contaminación, el impacto de las políticas extractivas, en particular de la agricultura y la minería. Las demás materias tocan los temas, pero en el marco de un programa más teórico”, cuenta.

A la vez, ese tipo de formación metodológica –confiesa- le ha servido para producir investigaciones contundentes: “Nuestro caballo de batalla son los estudios a escala eco-sistémica, en mesocosmos, experimentales, al aire libre”. ¿Qué significa? Haydée y los suyos trabajan en el campo experimental de la Facultad, en donde recrean las condiciones naturales de los ambientes acuáticos. “El impacto que pueda llegar a tener una sustancia en el ambiente no lo hace solo en una especie. En realidad, las poblaciones se encuentran en comunidades específicas que interactúan en un medio biótico, entonces la respuesta que tiene un ecosistema es muy diferente a aquella que se pueda encontrar en un ensayo de laboratorio”.

Los estudios de impacto ambiental contratados por las empresas trabajan –a propósito- de esa otra manera: “Cuando sale un producto que se dice que es inocuo para el medio ambiente se lo define así en función del laboratorio; a escala eco sistémica ya no es tan inocuo”.

En los terrenos de la Facultad cuentan con tanques experimentales o directamente crean piletones de hormigón para crear un ámbito que reproduzca las reales condiciones del ambiente. 

Glifosato bajo la lupa

Con esta metodología la doctora Pizarro, junto con el doctor Horazio Zagarese del Instituto Tecnológico de Chascomús, determinaron que el glifosato produce un incremento de fósforo en el agua y favorece la emergencia de cianobacterias. El estudio lo hicieron en 10 piletas de 25 metros cuadrados construidas especialmente durante un año, las mediciones se realizaron en 11 días, y tardaron un año y medio más en constatar los resultados y publicarlos en la revista científica Ecological Aplications. El glifosato transforma los cuerpos de agua en sistemas turbios, con un gran desarrollo de microalgas, principalmente cianobacterias. De este modo, todo el sistema se modifica y se deteriora la calidad de agua”, resume.

A este estudio sobrevino otro, que el laboratorio de Limnología apadrinó: fue la tesis doctoral de María Solange Vera, llamada Impacto del glifosato y algunos de sus formulados comerciales sobre el perifiton de agua dulce. El estudio probó las consecuencias del herbicida con glifosato fabricado por Monsanto, Round Up, “desde un punto de vista integrado y ecológico a escala de comunidad y ecosistema”.

Los resultados fueron dos:

El técnico: “Los sistemas tratados con herbicida registraron un incremento significativo del fósforo total (…). Nuestros resultados demuestran que el glifosato altera significativamente la estructura y funcionamiento de las otras comunidades microbianas y la calidad del agua en general”.

El político: “El glifosato no es inocuo para el ambiente y por lo tanto los cuerpos de agua naturales se hallan en riesgo de ser afectados directamente (…). Si tenemos en cuenta la aplicación intensiva y recurrente de altas cantidades de formulados de glifosato, el ambiente corre peligro de ser afectado en forma drástica”.

Ser científico

La secuencia muestra a una estudiante licenciándose con una investigación acerca del impacto del glifosato, en el marco de la UBA, financiada con fondos estatales. “No hubiera podido realizar todos estos estudios si no hubiera sido por este apoyo importante de dinero. Así se ha formado gente, han salido al menos dos tesis doctorales y ahora tenemos una nueva tesista. Acaba de ingresar una becaria doctoral que va a estudiar al glifosato y al 2,4D. Hay fondos, y por suerte hay apoyo”, plantea Pizarro.

El equipo de Limnología (la ciencia que estudia la física y biología de los ecosistemas de agua dulce) ha conseguido becas del Conicet, de la propia Universidad y también del Ministerio de Ciencia y Tecnología directamente. Nunca fondos privados, salvo para algún congreso o foro donde “nos cuidamos bien de a qué sponsors acudir”.

Haydée mira hacia atrás y se ve cuando ella misma era becaria: “Me pagaba las campañas para mi tesis, y con mi sueldo de becaria no se podía alquilar un departamento. Hoy sí: ese es un indicador”. Un becario doctoral del Conicet cobra ahora entre 8 mil y 10 mil pesos.

Otras tendencias: “Yo daba clases de Limnología, que es una materia del último año, y le preguntaba a los chicos qué iban a hacer. El 80 por ciento se iba del país. ¡El 80 por ciento! Ahora no se van: están acá. Eso es una realidad”.

Ejemplos concretos: “Un becario que trabaja con nosotros acaba de hacer dos masters en Francia y, luego, volvió para acá; otra chica del laboratorio estuvo tres meses en Canadá y volvió”. Haydée cuenta que, de esta nueva camada, cada vez hay más interés por estudiar el impacto del modelo productivo.

El sistema

Rubsisten todavía algunas tuercas oxidadas: si bien al equipo de Limnlogía jamás le rechazaron una propuesta de investigación en el Conicet (tocar madera), la forma de validar la investigación para ese organismo está atada a estándares internacionales. “Hay que publicar normalmente en revistas de internacionales de ciencia. Y esa edición está monopolizada por cuatro editoriales en el mundo. Son publicaciones que tienen todo un sistema de arbitraje internacional: los resultados son evaluados por pares y eso les da aval científico y relevancia. Cuesta más publicar en esas revistas que en las nacionales, pero es lo que miran para evaluar la investigación”.

Si bien los trabajos del Departamento de Ecología, Genética y Evolución fueron publicados en las revistas de más alto impacto y prestigio, sus integrantes ponen en tela de juicio esa forma de evaluar. El razonamiento: “Un trabajo publicado en Science o en Ecology, ¿cuánta gente lo lee? ¿Mil personas? ¿Diez mil? Cuando, en realidad, el contenido de ese informe puede estar afectando e impactando a una comunidad de 5 millones de habitantes”. Lo que cuestionan es la relación que se establece entre ciencia y comunicación: cómo difundir aquellas investigaciones que tocan temas que afectan la salud pública.

Recuerda Haydeé que algo parecido dijo el ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva, Lino Barañao, en el aniversario número 55 del Conicet festejado en Tecnópolis, aunque sigue funcionando la brecha entre lo que se dice y lo que se hace, y se exige la publicación internacional para refrendar nvestigaciones que comprueban cómo los herbicidas afectan al ambiente  y a las personas. Haydeé. “Continúa la inercia… ¿Sabés qué pasa? Los grandes bichos, los elefantes, ponele, tienen embarazos de 24 meses. La Universidad de Buenos Aires también tiene procesos lentos”.

Tiempo de cambio

Haydée calcula que una investigación de las que su equipo realiza tarda tres años en salir a la luz. “Lamentablemente corremos de atrás en todo, no solo con las contaminaciones químicas”, dice en referencia a la reciente y tardía declaración de la Organización Mundial de la Salud que reconoce que las aplicaciones de glifosato son un factor que aumenta la posibilidad de contraer cáncer.

¿Puede la ciencia reaccionar más rápido? Haydée relata que uno de los reflejos de la época tiene que ver con la producción de estudios e informes a escala local. “En general son informes que solicitan las municipalidades, que no tienen el mismo rigor que otras investigaciones porque no son evaluados. Pero la tendencia es que este tipo de trabajos sobre la salud y lo ambiental lleguen realmente a los afectados y a los que toman las decisiones”.

Los científicos, los afectados y los que toman las decisiones. Haydée dibuja una mesa imaginaria: “Para mí la salida en este tema es una mesa de diálogo con todos los actores: empresarios, economistas, organizaciones gubernamentales y no gubernamentales, la justicia, científicos y técnicos. Y cada uno tendrá que resignar algunas cosas sobre esa mesa. No puedo decir ‘basta de glifosato’ y punto. Esta economía está basada en eso, no se puede cortar de un día a otro. Hay buscar una transición hacia otra cosa, pero tenemos que estar todos en esa mesa, no sólo algunos”, se ilusiona sobre ese improbable diálogo que incluya a las comunidades que sufren las enfermedades y las muertes, y las corporaciones que lucran con el modelo extractivo y transgénico. 

Otra idea: “¿Qué pasa si en el precio del auto se incluye el costo de reparación ambiental por los daños que produce el carbono que contamina la atmósfera?”. La pregunta de Haydée intenta relacionar los resultados de sus estudios a las formas de producción y mensurarlos económicamente, no para hacerlos negociables, sino visibles. “Se podrían traducir los resultados científicos en dinero, para que se vean. Pensar el ambiente dentro de sistema económico”. Dilemas: ¿a cuánto cotizar el agua, los suelos, el cáncer, las malformaciones, las vidas?

El futuro ya llegó.

Es puro presente.

El diagnóstico está muy claro. Creo que este modo de producción ya está trayendo problemas económicos a empresas y a gobiernos. Por eso los cambios van a llevar su tiempo, pero no creo que quede otra. Yo soy optimista”.

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