Nota
El partido más importante

Ella es hija de uno de los 30.000 detenidos-desaparecidos y él, hijo de un represor de la última dictadura. Ambos son hinchas de Racing. Julián Scher los reunió en el Cilindro para hablar de todo lo que nos une, además de los colores, y también de lo que no: las historias familiares, lo que sabe y lo que se arrancó, las preguntas entre ellos, las contradicciones, y las elecciones desobedientes.
Por Julián Scher
-Hubiera querido tener un papá como el tuyo.
-Me duró poco.
-Y a mí el mío me está durando demasiado.
Leonardo Miranda, hincha de Racing, está sentado sobre una silla blanca de plástico en el Recinto de Honor del Estadio Presidente Perón. Es la mañana del 24 de marzo y el viento se cuela con fuerza por la única puerta abierta. Integrante de Historias Desobedientes, el colectivo de familiares de represores que condenan el accionar de sus parientes, se le ponen los ojos vidriosos cuando le dice a Zulema Chester, también hincha de Racing, que le hubiera encantado que su papá fuera alguien como Jacobo Chester y no alguien como Ricardo Benjamín Miranda Genaro, jefe del Departamento 2 de Informaciones de Mendoza, condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad desde el 22 de marzo de 2013.
Dos voces que coinciden en dos puntos: por un lado, ambas enfatizan la certeza de que la Argentina sufrió un genocidio que merece el máximo repudio por los tiempos de los tiempos; y, por el otro, ambas suscriben el afecto hacia el club que acaba de cumplir 119 años. A su vez, las separa una abismo insoslayable: ella es hija de uno de los 30.000 detenidos-desaparecidos y él, hijo de un represor de la última dictadura.
Zulema escucha a Leonardo desde el sector opuesto de la mesa, a un metro de distancia, con la mano apoyada en el sobre de papel madera donde guarda el carnet de socio eterno de Racing que recibió el 7 de diciembre de 2021 adentro del campo de juego del Cilindro. Jacobo, su viejo, trabajador del Hospital Posadas, fue secuestrado el 26 de noviembre de 1976 por el grupo de tareas que operaba en el centro clandestino de detención que funcionaba adentro del centro de salud. Zulema y su mamá reconocieron los rostros de los represores. No se los olvidaron jamás.
Se ven por primera vez en la cancha del club del que son simpatizantes. Es el sitio que podía reunirlos. Suben a paso lento hasta una de las plateas bajas. Posan para una foto. Zulema es de la Academia por su papá y lo acompañó varias veces a la tribuna de chiquita. Sintió una vez más el orgullo de la herencia cuando Racing les restituyó la condición de asociados a su viejo y a otros 45 hinchas y socios detenidos-desaparecidos por la última experiencia genocida que sufrió el país. Leonardo siguió el acto desde su Mendoza natal. Aprendió a querer esta camiseta de la mano de un amigo de la secundaria que le contagió la locura celeste y blanca. En su casa eran de River pero había algo en esa pertenencia que no encajaba. Conoció la popular de Avellaneda promediando la década del noventa cuando visitó Buenos Aires para un congreso universitario. El bautismo en la cancha lo impresionó.

Leonardo pregunta primero:
-¿Qué tan al tanto estabas de la vida de tu papá?
-Nada me era ajeno. Mi papá era algo como muy mío. Mi viejo no era un militante político. Era un buen tipo, empático con el dolor de los demás, solidario con sus compañeros y con sus amigos. Laburaba en las guardias del Hospital y hablábamos mucho de lo que pasaba en la calle. Me decía que llevara la Estrella de David adentro de la ropa porque nadie tenía por qué saber cómo pensaba o cómo me identificaba. Eso me permitió entender muchas cosas que pasaron después.
-¿Y cómo fue el día siguiente al secuestro?
-Enseguida entendimos que todo tenía que ver con el Hospital y fuimos a buscar una respuesta ahí. El Posadas estaba tomado militarmente desde el 28 de marzo de 1976 y ya había un clima enrarecido. Mamá, que también trabajaba ahí, volvía y contaba que se habían llevado a fulanito. Mi papá pensaba en cómo acercarse a la familia para ayudarla. Intentamos hablar con el director pero no nos recibió y en la comisaría tampoco tomaron la denuncia. No fue fácil.
Ahora es Zulema quien toma la posta:
-¿Cuándo te diste cuenta?
-De grande. Soy el más chico de cinco hermanos. Mi infancia fue con un papá adorable: me llevaba a pescar, jugaba a la pelota. Me crié en el Barrio Policial y crecí yendo al Círculo Policial. Yo sabía que él era un policía muy reconocido que se había retirado con la máxima jerarquía. Gran parte de mi vida la pasé teniendo un papá “normal”. La derogación de las leyes de impunidad fue el primer detonante porque desató tensiones que no existían. Pero recién en 2012, cuando empezó el juicio, caí en la realidad. Fui a ver al defensor oficial y me contó que mi padre estaba imputado por el secuestro de Antonia Campos y de José Alcaraz. Y que Martín, el hijo de ambos, de sólo nueve meses, había sido apropiado aquel 6 de diciembre de 1977. Ahí comenzó el proceso de vergüenza que me llevó al lugar de la desobediencia.
-¿Entraste alguna vez a la D2?
-Mi papá me llevó una vez cuando era jefe. Me fui a curiosear y me topé con unos calabozos con personas. Salí corriendo y nunca dije nada. Volví mucho después, cuando ya había sido declarado centro clandestino de detención, y me paré exactamente en el mismo pasillo y vi exactamente el mismo calabozo. Mi papá llegó incluso a negarme que ahí hubiera calabozos. Pero eso no es nada. En nuestra última discusión, cuando le hablé de Antonia Campos y de José Alcaraz, me respondió que cómo sabía que estaban desaparecidos, que a lo mejor estaban en una playa paradisíaca del Caribe. Y ahí te das cuenta de que no es que no te quiera a contar a vos: es que mantiene a ultranza el pacto de silencio.
«Mi papá todavía vive con la ilusión de que el proceso judicial vuelva hacia atrás. Creyó que eso iba a suceder durante el gobierno de Macri».
Leonardo miranda
Leonardo asume que está para hacer pública su historia: “Racing es la oportunidad de reconectar con la mística futbolera, es la pasión loca por los colores”. Y sigue:
-Durante mucho tiempo, creí que mi papá se podía arrepentir. Pensaba que, si entendía lo que significaba desaparecer personas, a lo mejor aparecía algo de humanidad en él. Se lo pregunté: “¿Sentís algo? ¿Te pasa algo?”. Y no. No le pasaba nada.
Zulema revolea los ojos para los cuatro puntos cardinales. Acota que nadie llega al puesto de jefe del centro clandestino de detención de la Policía de Mendoza sin formarse durante años para eso. Dicho de otro modo: Miranda Genaro no era ningún perejil. Pregunta además si las hijas de Leonardo tienen contacto con el abuelo represor. Le inquieta también el rol de la madre de Leonardo en todo esto.
-Me cuesta mucho analizar a mi mamá. Creo que no estaba de acuerdo, que algo de esta rebeldía se lo debo a ella. Que no se atrevió a más por su mandato familiar pero que, en la intimidad, hubiera deseado otra vida. La voy a visitar cada dos o tres semanas porque pienso que cada vez puede ser la última. Y siempre me abre la puerta mi papá, que está mejor que ella de salud. Pido que entiendan que no es fácil para nosotros.
Miranda Genaro, 89 años, goza de la prisión domiciliaria. El 3 de mayo de 2017, la Corte Suprema de Justicia declaró aplicable la ley 24.390, más conocida como 2×1, para el caso del represor Luis Muiña. Muiña integraba la patota que secuestró a Jacobo Chester. Un tsunami de repudio produjo la marcha atrás. Se gritó, se grita y se seguirá gritando: el único lugar para un genocida es la cárcel. El tema asoma inevitable en la conversación. Zulema respira lo más profundo que puede. Leonardo detalla:
-Es una contradicción. Adhiero a la consigna general de cárcel común pero, por mi mamá, estoy a favor de la domiciliaria para este caso. Si ella no viviera, yo estaría más cómodo con que mi papá estuviera en la cárcel. Se mezcla todo. Sí quiero que lo exoneren cuanto antes de la Policía. Es una barbaridad que siga figurando con retiro efectivo.
Zulema calla. Leonardo aguarda. En medio de ese silencio, queda espacio para una pregunta:
-¿Soñás con que se te terminen las contradicciones con este tema algún día, Leonardo?
-Sí, claro. Lo hablé mucho en terapia. Se dará con el tiempo.
-El paso del tiempo –interrumpe Zulema- no cambia las cosas.
-Pasa que mi papá todavía vive con la ilusión de que el proceso judicial vuelva hacia atrás. Creyó que eso iba a suceder durante el gobierno de Macri.
Se miran a los ojos de nuevo. De fondo, las réplicas de los trofeos que la Academia obtuvo cuando fue heptacampeón entre 1913 y 1919. Zulema gira la cabeza hacia las copas: “Racing es mi papá agarrándome de la mano para entrar a la cancha”. Luego inquiere por los archivos genocidas que no aparecen. Leonardo contesta que desde Historias Desobedientes no sólo esperan aportar a los procesos judiciales sino también contactar a otros hijos para Interrumpir los mandatos perversos y la repetición de esos mandatos en el futuro. “Varios de mis sobrinos son negacionistas porque tres de mis hermanos defienden a rajatabla a mi papá”. Zulema enfatiza: “El silencio es perpetrar hasta el día de hoy los hechos. Es terrible que sigan sin decir dónde están los cuerpos y a quiénes les entregaron a los chicos”.
Nuevo silencio, nueva oportunidad para introducir otro interrogante:
-¿Estás de acuerdo con que no puede haber ni perdón ni reconciliación con alguien como tu papá?
-Sin dudas. Si a mí me desapareciera un papá como el de Zulema, ni perdón ni olvido ni reconciliación ni nada. Es un daño a la humanidad. Es lesa humanidad. Seríamos un país más solidario y más justo si no hubieran desaparecido a tantos compañeros. Puedo volver a la vergüenza de decir que mi papá fue culpable de que las personas como Jacobo desaparecieran. Fue culpable de que este mundo no pueda estar mejor.
Zulema asiente con una mueca y acomoda la palma de la mano justo encima de donde sabe que está el carnet de su papá. El resto le sale solo:
-Es lo bueno de la vida: mientras la tenemos, podemos elegir de qué lado nos paramos. Bienvenido a este lado de la galaxia.
Nota
5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje
Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.
Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar
25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..
Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.
– Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.
Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.
–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.
Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.
La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:
Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género. Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.
El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.
Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.
Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como granaderos.

Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.
El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.
La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?
Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.
La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:
“Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.
Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.
Nota
Imágenes de la marcha a Plaza de Mayo: los jubilados siguen haciendo lío

Jubilados y jubiladas se movilizaron desde el Congreso de la Nación hasta Plaza de Mayo en una nueva jornada de reclamos y denuncia por los ingresos de pobreza que perciben y el fin de la moratoria previsional, cuya prórroga sigue durmiendo en Diputados. Como siempre, los carteles manuscritos fueron una forma de expresión y creatividad. En uno se leía: «Francisco está feliz. Jubilados haciendo lío!!!»
La marcha comenzó nuevamente con un operativo desproporcionado con las cuatro fuerzas federales -PFA, Gendarmería, Prefectura y PSA- que reprimió la protesta pacífica: la Comisión Provincial por la Memoria contabilizó una persona detenida y 13 heridos por efectos de los gases lacrimógenos, entre ellos jubilados y trabajadores de prensa.
Frente a la Rosada, realizaron un acto donde distintas agrupaciones de jubilados se manifestaron contra el acuerdo con el FMI y cantaron por la salud de Pablo Grillo.
«Hasta el próximo miércoles», saludaron los jubilados y jubiladas.
La próxima semana, la marcha contará con la participación de los gremios de la CGT como previa al Día del Trabajador y la Trabajadora del 1 de mayo.

Foto: Juan Valeiro para lavaca

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.
Nota
Escritos sobrevivientes: Un nuevo libro escrito por ex detenidos desaparecidos
Este 24 de marzo, a 49 años del golpe, la editorial lavaca publica Escritos sobrevivientes, un libro creado junto a un grupo de personas que estuvieron secuestradas y desaparecidas en distintos centros clandestinos de represión durante la última dictadura militar. Se presenta el próximo viernes 28, pero ya podés pasar a buscarlo por MU (Riobamba 143) desde hoy. En este texto, Claudia Acuña cuenta qué representa esta obra parida en colectivo y en medio de aires negacionistas.
Por Claudia Acuña
Este libro representa muchas cosas y todas y cada una nos parecen decisivas para estos tiempos desesperados.
Ni sé por dónde comenzar a enumerarlas, así que sin orden de importancia ni cronológico enumero algunas, aunque sin duda me faltarán otras que invito a que completen quienes lo lean.
Lo primero, para mí, es reconocer el valor social, político, histórico y ético que merecen las personas detenidas-desaparecidas por la dictadura cívico militar que azotó este país desde el 24 de marzo de 1976. No olvidamos esa fecha gracias a ellas, pero no siempre se las nombra con la relevancia que han tenido para construir verdad, justicia y memoria.
A algunas de ellas he tenido el honor de escucharlas y verlas testimoniar en los juicios de lesa humanidad, pero también en los diferentes procedimientos contra la impunidad que crearon y sostuvieron para que esos juicios sucedan.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Una y otra vez.
Hasta lograrlo.
Solo a una pude agradecerle con palabras y lágrimas el esfuerzo, el coraje y el legado que recibíamos por su esfuerzo, pero fundamentalmente por sus vidas consagradas a hacer posible lo imposible. Fue en la puerta de los tribunales de Comodoro Py, mientras los altoparlantes transmitían la primera condena a los genocidas responsables del centro de detención clandestino y de tortura que funcionaba en la Esma. Ahora, con este libro queremos extender esas gracias a cada una, a cada uno.
Sé, porque comprendí la lección que nos daban, que no puedo afirmar que lo hicieron solo ellas, ellos. Esa es otra de las cosas que representa este libro: el saberse parte – y reconocerlo siempre- de algo más grande, más importante y más trascendente no solo del yo, sino incluso del núcleo colectivo en el que nos organizamos, reflexionamos y tomamos fuerza para resistir. Nuestras fuerzas individuales y nuestras construcciones políticas suman, activan, empujan, pero alcanzan sus objetivos cuando sincronizan con la necesidad social, con la época y con la Historia. Tienen alas porque tienen raíces y mueven al mundo hacia lugares mejores porque se sabe más grande y más poderosa que lo que nos rodea.
Eso que aquí las y los autores definen como “subjetividad sobreviviente” nos advierte eso: somos nuestros cuerpos y la sombra que proyectan, lo que hacemos y lo que soñamos, nuestras obras y nuestra imaginación, nuestros saberes y nuestra intuición, pero también y además aquellos cuerpos, proyecciones, hechos, batallas ganadas y perdidas, que nos anteceden y desbordan para fortalecernos y sostenernos de pie. Aquello que ilumina la oscuridad es la memoria sensible: de eso se trata este libro, además.
Otra: el valor de las utopías. En los momentos más aterradores hemos gritado “Aparición con vida y castigo a los culpables”. Bueno: la noticia es que hemos tenido éxito y aquí están las personas que cuando pronunciábamos esas palabras mágicas no podíamos abrazar. Algunas de ellas son las que el tercer sábado de cada mes vimos ingresar a nuestra trinchera durante el largo y desalentador año 2024. Para nosotros ese taller de escritura significó una cita con la esperanza, cada vez. Y una comprobación: el futuro se construye con el hacer colectivo, cada vez.
Por último: este no es un libro de testimonios sobre el horror de la dictadura, sino su contracara o quizá, lo que se puede pensar después de cruzar el abismo de la impunidad.
Quizá.
Me falta todavía superar la alegría de haberlo logrado, de sostener con las manos esta pequeña utopía realizada en tiempos de saqueo de recursos simbólicos y materiales, en las cuales sólo proponerlo sonaba casi irresponsable, para poder encontrar las palabras certeras, que expresen lo que representa que personas empobrecidas y violentadas podamos hacer lo que querramos financiadas sólo por el deseo y la convicción, que siempre es política.
Quizá la palabra exacta sea una sola: Argentina.
La presentación
Escritos sobrevivientes y compila una serie de textos producidos en un taller de escritura que tuvo lugar en MU durante 2024. Estos relatos abordan historias marcadas por lo que el grupo denomina «subjetividad sobreviviente». El resultado es un conjunto de textos poéticos, políticos y filosóficos, de una potencia y belleza conmovedoras.
Participan: Rufino Almeida, Margarita Fátima Cruz, Graciela Daleo, Lucía Fariña, Mercedes Joloidovsky, Eduardo Lardies, Susana Leiracha, María Alicia Milia, Claudio Niro, Silvia Irene Saladino, Stella Maris Vallejos e Inés Vázquez.
Así lo resumen sus autoras y autores: «Un grupo de compañeras y compañeros, ex detenidos desaparecidos por el terrorismo de Estado, nos reunimos en un taller de escritura para crear textos enfocados en la subjetividad sobreviviente, mientras la voz del poder alimenta el negacionismo y la reiteración del sufrimiento popular por variados medios».
El libro se presentará el próximo viernes 28 de marzo a las 20 horas en Mu Trinchera Boutique, Riobamba 143.
Podés conseguirlo desde hoy, 24 de marzo, también en MU.

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