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El veneno del barrio

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La planta de Atanor en San Nicolás que se incendió el domingo tiene un largo historial de denuncias por contaminación en el Barrio Química, que en seis manzanas cuenta doscientas muertes. Compartimos la investigación publicada en la MU 105 que está en kioskos para dar contexto al desastre de una fábrica que había sido clausurada por arrojar residuos de agrotóxicos al río y fue reabierta sin control estatal. ▶ LUCAS PEDULLA
En el Barrio Química, partido de San Nicolás, a 230 kilóme­tros de Buenos Aires, entre calles de tierra, otras asfalta­das, pájaros y una extraña ar­monía, esta mujer de 65 años habla sobre una preocupación que lleva una década: algo, en este barrio aparentemente sere­no, los está enfermando. Marta Roma se levanta y dice:
-Esperen acá.
Marta regresa con una remera blanca que tiene estampado en el pecho un mapa de las seis manzanas del vecindario. Se ven así 163 cruces negras censadas por los vecinos, que miran hacia una enorme palabra: “Atanor”.
Marta señala las calles Argerich y Alem:
“Fijate: veintiún muertes solo ahí, en menos de dos años. Que nos digan por qué frente a Atanor hay tantos muertos y en­fermos. Yo tengo problemas respiratorios, principio de tiroidismo… hay familias en­teras que murieron”.
Hace un mes el juez de Ejecución Penal de San Nicolás, Facundo Puente, ordenó la clausura preventiva de una de las plantas de agrotóxicos de Atanor al probar que allí se arrojaban químicos al arroyo Jaguardón, que desemboca en el río Paraná.
La noticia de hoy es que la planta volvió a funcionar.
La noticia de siempre es que siguen su­mando cruces. Lo que no hace el Estado, como tema de salud pública, lo contabili­zan los vecinos. Al margen de los enfermos que siguen vivos, la actualización del mapa de la muerte llega a 200 casos: “El más re­ciente fue acá a la vuelta”, relata Marta: “Una nena de 6 años”.

El veneno del barrio

Foto: Martina Perosa


En su página web la empresa informa: “En Atanor creemos que la sustentabilidad del negocio es el único camino posible para el futuro”. Presenta sus ocho plantas: Munro, Pilar, Baradero y San Nicolás (Bue­nos Aires), Río Tercero (Córdoba), Ingenios Concepción y Marapa (Tucumán), y la mina de sal Valuveal (La Pampa).
La planta del Barrio Química cuenta con 115 “colaboradores” y produce:

  • 12 mil toneladas al año de atrazina.
  • 8 mil toneladas al año de simazina.
  • 600 toneladas al año de formulación de herbicidas 2,4D y 2,4DB.
  • 500 toneladas al año de formulación de “insecticidas y otros”.

Atanor se presenta como “el único pro­ductor de 2,4D y 2,4DB del Mercosur y el segundo productor de glifosato de Argen­tina y uno de los principales productores de Atrazina a nivel mundial”. También destaca la formulación de cipermetrina y clorpirifos, usados en fumigaciones sobre plantaciones transgénicas.
En julio de 2015 la Agencia Internacio­nal para la Investigación sobre Cáncer (IARC) de la Organización Mundial de la Salud (OMS) alertó que el 2,4D -segundo herbicida más utilizado en Argentina, pro­hibido y limitado en seis provincias-, es “posiblemente cancerígeno”. La misma categoría que el glifosato, el agrotóxico más utilizado en el país, con 200 millones de litros al año. Atanor fabrica 130 millo­nes de litros. El tercer agrotóxico más uti­lizado es la atrazina.
Atanor produce todos.

Lo tenés adentro

“Nacido y criado en este barrio”, di­ce Roberto Pereyra, 48 años, pen­sionado, y cuenta que los terrenos se lotearon cuando la fábrica ya funciona­ba. “Hay muchos afectados. Yo estoy con problemas respiratorios y tengo heptaclo­ro en sangre”. El heptacloro es un plagui­cida prohibido en Argentina y el mundo: “En la Fiscalía me preguntaron a qué dis­tancia vivo de la fábrica. Usted verá: una cuadra”.
Dos de sus tres hijos tienen problemas respiratorios: “Viven con medicamen­tos”. Su mujer, María Victoria Delgado, cuenta: “Tengo picazón siempre, se me hacen granos, me rasco y me rasco. Y ven­go con problemas respiratorios de antes, con inhalador. Pero lo que me asombra es la cantidad de fallecidos de cáncer que hay en el barrio. Mucho cáncer de pulmón”.
Roberto: “La empresa sigue derraman­do líquidos, pero nadie se toma esto ense­rio. Una vez hubo una neblina anaranjada, y se huele a tóxicos, como un gas. Según de dónde sople el viento, agarrate. ¿Por qué no se va la gente? Muchos se han ido. Otros no tenemos dónde. Es un barrio humilde, obrero. ¿A dónde quieren que vayamos?”.

Cuando la ropa pica

Dora Duque vive en una casita de material y techo de chapa con su mamá de 99 años, dos perros y el canto de casi una decena de pájaros.
“Entendías al lavar la ropa. Lo que ten­días afuera quedaba impregnado de ese color amarillo, que no sale. Y si te la ponés, te agarra una picazón que más vale tirar la prenda y listo. También cae como una ce­niza negra. Es horrible. Es un olor que me corta la respiración y me va lastimando la garganta hasta dejarme afónica. Los ojos me lloran y la nariz me pica. Todo sale de Atanor. Mis hermanos vivían del otro lado, en un ranchito. Tomaban agua de ahí. Mu­rieron de cáncer: uno de colon, al otro le agarró parte de la carótida en la garganta. Ese trabajaba en Atanor”.
Se llamaba Hugo Rolando Duque. “Una vez lo mandaron a hacer una fosa profun­da, llegaron unos tipos de blanco, con máscaras, y enterraban cosas. Escombros, materiales. Cuando volvía de trabajar Hu­go tenía la nariz amarilla. Cuando empe­zaron las denuncias lo entrevistaban por­que sabía mucho. Una vez le dijeron, con abogados, que no hablara, se iba a meter en problemas. Pero él siguió contando lo que sabía, hasta que falleció”.
Atanor pertenece al grupo multinacio­nal Albaugh LLC, con sede en Estados Uni­dos, y un 20% de su paquete accionario en manos de la agroquímica china Huapont Nutrichem Co. Nació en 1938 como una so­ciedad mixta privada y estatal. En 1988 Compañía Química S.A (de Bunge y Born) adquirió el 34% de las acciones y obtuvo así acciones de YPF y Fabricaciones Militares. En 1997, Albaugh compró el 51% del capital a Bunge y Born. En 2005 vendió la planta de Llavallol tras las denuncias por el vuelco de desechos tóxicos al Riachuelo.
Atanor es además la mayor corporación azucarera del país: de la caña extraen com­ponentes para la formulación del glifosa­to. Pero la agencia de noticias Bloomberg informó que Atanor proyecta vender sus dos ingenios (Concepción y Marapa) por 200 millones de dólares “en tanto se con­centra en su negocio de protección de cul­tivos, y pone la mira en activos que podrían salir a la venta ante la fusión de Bayer-Monsanto”. La facturación de Ata­nor alcanza los 600 millones de dólares anuales. La firma posee en el país el 10 por ciento de cuota de mercado de productos vinculados al agronegocio, equivalente a 2.500 millones de dólares.
El veneno del barrio

Corrupciones

Las primeras denuncias de conta­minación fueron realizadas por los propios trabajadores. Hubo causas judiciales, penales y administrativas, acompañadas por el Foro de Medio Am­biente de San Nicolás (Fomea), Protección Ambiental del Río Paraná y la asociación civil Optar, dedicada a brindar trabajo a jó­venes con discapacidad.
“Cuando hay una población con índices tan elevados de enfermedad y muerte en proximidades de una empresa que mani­pula elementos químicos de manera tan desaprensiva como lo hace Atanor, es pre­sumible que allí esté la causa de las enfer­medades que denunciamos”, dice Fabián Maggi, abogado de un grupo de vecinos.
“Cuando hay contaminación no hay so­lamente un empresario contaminador si­no un funcionario corrupto. Atanor no tie­ne permisos de descarga de efluentes gaseosos al aire, ni líquidos al río. Sin em­bargo el OPDS (Organismo Provincial para el Desarrollo Sostenible), que es la autori­dad de aplicación, le dio el certificado de aptitud ambiental. Otra situación se plan­tea con la Autoridad del Agua (ADA) y sus convenios con Atanor, donde la propia empresa pagó viáticos y alojamientos a los inspectores que debían fiscalizarla. Es una franca muestra de corrupción de funcio­narios. Todo está denunciado”. El cuadro de lo denunciado por el doctor Maggi se completa con la noticia de que está mal habilitada la enorme chimenea que des­prende gases y esa nube anaranjada que cada tanto ven los vecinos, y se comprobó lo que había denunciado Hugo Duque: se enterraron residuos tóxicos, como lo de­mostró el trabajo de otro de los impulsores de que tampoco la información sea ente­rrada: el ingeniero Martín Solé.
A fines de agosto el juez Facundo Puen­te allanó Atanor y clausuró provisoria­mente la planta de síntesis de atrazina al corroborar las denuncias por contamina­ción. Prohibió el vertido de efluentes, y el ingreso de camiones desde otras plantas de la empresa, con materiales para ser vol­cados al río. Obligó a informar qué trans­portan esos camiones. La Cámara de Ape­laciones confirmó la medida, pero solicitó que la empresa estuviera en funciona­miento para extraer muestras de agua. Puente lo hizo. Maggi: “El juez simple­mente levantó la clausura. La actividad de Atanor quedó sin control alguno”.
MU se comunicó con el juzgado, pero el juez pidió licencia tras el fallo.
En la Municipalidad no contestaron al pedido de entrevista.
En Atanor, tampoco.

Atanor desde adentro

Uno de los trabajadores que disparó las primeras denuncias es Darío Álvarez, 50 años. Comenzó a tra­bajar en la planta de San Nicolás a fines de los 90. Lo echaron en 2005 por un acciden­te laboral. Hoy está con problemas alérgi­cos y dolores en las articulaciones.
“Envasaba y formulaba agroquímicos. Salían para Dow o Nidera, pero todo era de Atanor. ¿Derrames? Permanentemente. Eran de 2 mil y hasta 5 mil litros. Muchas veces no te dabas cuenta porque no andaba la alarma. No tenían un dique, una pileta para controlar. Todo iba al río, y después te hacían lavar. Yo no entendía la peligrosi­dad del producto. Pero teníamos los brazos salpicados, porque las máquinas además eran viejas y andaban mal. Un par de ve­ces, envasando Herbifen, me deshidraté, me tuve que ir a casa con medicamentos, todo acalambrado”.
Dice que nunca vio a un inspector del OPDS. “Aprobaban todo sin mirar nada. Solo iba Prefectura, pero la empresa se en­teraba antes, y nos hacía limpiar bien”.
Álvarez habla de sus compañeros: “Néstor Moreno entró conmigo. Tenía 36 años. Estaba en el sector Glifosato. Me di­jeron que le agarró leucemia, pero murió reventado: le sangraban los ojos, los oídos. A otro, Néstor Acosta, le sacaron un riñón. En la planta de salicílico todos fueron ope­rados del ano, de apendicitis, tenían pro­blemas estomacales, la piel quemada. Si se volcaba la cipermetrina, por ejemplo, no podías respirar. Un día el supervisor aga­rró un frasco para ver si estaba bien la nu­meración. Después fue al baño, y al hacer pis se tocó los testículos: se le inflamaron así. La irritación que te provocaba en los ojos te dejaba enceguecido. Una vez estalló un tanque y ahí fue cuando toda una nube naranja invadió San Niolás. No había plan de contingencia, y la seguridad siempre dejó mucho que desear”.
¿Por qué pasaba eso? “Por falta de in­versión. Y juegan con la desinformación. Cuando ingresamos nos dieron una char­la: no podíamos decir absolutamente nada de lo que veíamos ahí. Teníamos que fir­mar una especie de acuerdo, como si fuera de silencio. Te instalaban un miedo: si ha­blabas, te quedabas sin laburo”.
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Lina duele

Otra puerta del Barrio Química se abre. Otra historia. Carolina Ale­jandra Cruz, 38 años, empleada doméstica, invita a pasar. Y a escuchar.
Su hija Lina nació en 2010. “Vivía con­gestionada, con alergias, broncoespasmo. A los 3 años la operamos de los oídos. A los 5 años volvió a escuchar mal, ponía la TV fuerte. Volvimos a operarla en junio del año pasado. Y supimos lo que nunca imaginé”.
¿Qué es lo que Carolina no imaginaba? “Un viernes Lina fue al jardín. Una de mis sobrinas me dijo: ‘Tía, tiene elevada la cos­tillita’. Pensé que era un golpe. La llevé a la guardia, no la quisieron atender. No tenía dolor. Fui de nuevo. Le hicieron una eco­grafía y una placa. Me dijeron que había que hacerle un estudio de alta complejidad que ahí no podían hacer. Preparé el bolso y fui­mos a Rosario. Le hicieron una tomografía y le diagnosticaron un tumor. Ya era sába­do. Se me vino el mundo abajo. ¿De qué era? ¿De dónde viene? Si en mi familia no tengo a nadie con eso. ‘Está muy complica­do’, me decían. Respiraba mal. A la noche, en el sanatorio, se puso morada. La deriva­ron. Me decían que tenía líquido en los pul­mones, que le estaba oprimiendo el cora­zón. Imaginate: de un viernes en el jardín a un domingo en un sanatorio. El lunes le hi­cieron una punción para saber qué tenía, para ponerle un nombre y ver con qué clase de quimio iban a empezar. Era rabdiomio­sarcoma estadio IV. Ese día la oncóloga me dijo: ‘Es un 40 ó 50% de cura’. Apostába­mos que se iba a achicar para poder operar­se. Pasaron los meses, pero los estudios no respondían como ellos querían. Y no po­dían hacer la cirugía de alta complejidad. Había que ir al Italiano o al Garrahan. Deci­dimos el Garrahan. No queríamos pensar lo peor. Nunca tratamos de mentirle a Lina. Dijimos: que ella entienda a su manera. Así fue. Le hicieron rayos, quimio oral, pero no avanzaba. En el hotel del Garrahan tuvo un episodio de ahogamiento. Un llamado de atención. No podía estar ahí, tenía que es­tar en el hospital. Ya no respiraba muy bien, estaba somnolienta. Vinieron los tíos, toda la familia. Ya estaba medio dor­midita. Me pedía solamente hacer pis. Ese día la bañé, comió, cantamos. No pensé que se me iba. Pero se fue”.
Lina murió el 25 de julio de 2016.
La enfermera especialista en cuidados paliativos del Garrahan, Mercedes Mechi Méndez, con experiencia en atender niños con cáncer que llegan de sitios en contacto con agrotóxicos, le preguntó a la familia si vivían cerca de alguna fábrica, de alguna empresa, de una zona potencialmente pe­ligrosa. Le contestaron que sí.
Enfrente.
El veneno del barrio

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5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

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Pasaron cinco años del femicidio de Cecilia Basaldúa en Capilla del Monte. Tres años de un juicio que absolvió a un imputado sin pruebas. Cuatro fiscales, cuatro policías presos y numerosas movilizaciones, desde Buenos hasta Córdoba, para exigir la verdad, ese compromiso que aún es la certeza que falta.

Fotos y crónica de María Eugenia Morengo para cdmnoticias.com.ar

25 de abril. Cruz del Eje. El GPS calcula unos 2 kilómetros. La entrada a la ciudad está envuelta de un aire viscoso. Una avenida se extiende en silencio y después de atravesarla, la llegada a los Tribunales se convierte en un ritual: una reminiscencia de lo que fue, una promesa de lo que debe ser. El pedido por Verdad y Justicia, es una demanda que crece. Cada letra se ubica en el mismo lugar que ocuparon tres años atrás. Las escaleras de la justicia cruzdelejeña son de un cemento gastado. Raspan, duelen.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

¿Qué pasó en Capilla del Monte? El papá y la mamá de Cecilia, Daniel Basaldúa y Susana Reyes, están cargados de bolsas, llenas de carteles con el rostro de su hija, multiplicado. Son como una red que se estira a lo largo de esos 868 kilómetros que conectan a Buenos Aires con el noroeste de Córdoba. El camino recurrente que transitan para llegar a la verdad..

Sin previo aviso, adentro del edificio de Tribunales Daniel y Susana se anuncian. Quieren ver al todavía fiscal Nelson Lingua, quien aún está a cargo de la investigación de la causa, antes de que asuma como nueva fiscal, Sabrina Ardiles. Afuera todavía se respira la niebla. La espera alerta a los policías. Quieren saber si van a venir más personas.

      – Lo hacemos para cuidarlos –dice la mujer de uniforme.

Piden datos, intentan tomar nota de lo que es una rutina inventada.

–La policía a nosotros no nos cuida –reacciona Susana y en un intercambio sin sentido, se alejan.

Silvia Rivero es la prosecretaria de la fiscalía, se acerca afuera y los llama. El fiscal se hizo un lugar en la agenda del día viernes. Adentro, el reflejo del piso de tribunales es como un espejo que se extiende, entre mocasines, tacos, alpargatas y zapatillas.

La preocupación de la familia es evidente. El recibimiento del fiscal es cordial. Se explica ante los recientes cambios que pronostican para el mes de mayo a Sabrina Ardiles, como la persona que estará sentada en el mismo sillón inmenso de cuerina, desde donde ahora, les habla Lingua. La dra. Rivero, también explica, y confirma que nunca se dejó de investigar. La necesidad de la confianza es una tregua durante esa hora de reunión, los tecnicismos se suspenden y las palabras se abren en una cronología de datos, guardados en la memoria indeleble de Daniel Basaldúa.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La medida del tiempo de la causa, son las fojas de expedientes que se acumulan. La inspección judicial realizada en el mes de agosto del año 2024, por los posibles lugares donde Cecilia pudo haber estado en Capilla del Monte antes de su muerte, dejó en evidencia la dudosa hipótesis de la anterior fiscal de Instrucción de Cosquín, Paula Kelm, quien había asegurado que Cecilia había llegado por sus propios medios al lugar donde apareció sin vida. Mientras que en el transcurso de estos años, cada vez son más los policías que estuvieron en la búsqueda e investigación, presos por violencia de género:

Adrián Luquez, ex sub comisario, detenido por amenazas con armas de fuego a su pareja. Hoy en libertad, se fue a vivir a San Luis. Ariel Zárate, ex sub comisario de la Brigada de Investigaciones de la Departamental Punilla Norte –preso por violencia de género.  Diego Concha, ex director de Defensa Civil, encargado de la búsqueda –condenado a prisión perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por la causa de violencia de género hacia su ex mujer, y Diego Bracamonte, ex comisario departamental, a cargo del operativo de la búsqueda –preso por violencia de género.

El tiempo de la justicia es una curva enredada, en apariencia, inofensiva. El tiempo de la justicia es el de las burocracias que definen su forma de proceder. El tiempo, es de una lentitud que lastima. Las letras se vuelven a guardar.

Son las cuatro de la tarde y el sol avanza en la siesta de Capilla del Monte. En la plaza San Martín, alrededor del Jardín de la Memoria, se arman los gacebos, se pone un aguayo, se llena de flores. Rojas, amarillas, lilas, celestes, el monte aún está florecido. Contrayerba, lavanda, romero, palo amarillo, incayuyo, ruda, los sahúmos se arman. Una compañera comienza a preparar el fuego.

Más lejos, sobre la calle Pueyrredón, en la puerta de la Secretaría de Turismo, la concentración crece. Llegan de todas las direcciones. Con tambores y repiques, con banderas y ofrendas. Una combi estaciona, descienden vecinos y vecinas que subieron en Córdoba y en distintas partes del Valle de Punilla.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

La batucada suena, es un comienzo en cuenta regresiva. La marcha avanza a contramano. Hay una indignación que toma el ritmo de los tambores, trepa en el repique y todo se hace canción. La calle techada de Capilla del Monte es un anfiteatro de barricadas. Los sonidos viajan a través de la mejor acústica para el reclamo: ¡Vecino, vecina, no sea indiferente nos matan a Cecilia en la cara de la gente. Cecilia presente!

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“Este es un día especial y este lugar es especial porque tiene mucho que ver con lo que le pasó a Cecilia”, comienza Daniel en la puerta de la comisaría de Capilla del Monte, “hay muchos policías involucrados en el caso. Ya lo hemos denunciado muchas veces, pero parece que no alcanza”, dice mirando a los uniformados que permanecen parados como  granaderos.

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Daniel les recuerda que durante el año pasado, la policía de Capilla debió haber realizado  notificaciones a tres personas para declarar en los Tribunales de Cruz del Eje, pero no lo hicieron. Las testimoniales pudieron efectivizarse, porque intervinieron los abogados de la querella, Daniela Pavón y Gerardo Battistón. En ese mismo reclamo, la abogada Pavón  se acerca y también hace pública la falta de atención institucional que hay para las víctimas de violencia de género en la localidad.

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Susana, Daniel y Daniela Pavón

La familia de Ezequiel Castro, asesinado por la policía de Córdoba, se adelante y los abraza. Alguien grita que ahí mismo, en la comisaría, apareció ahorcado Jorgito Reyna, hace 12 años, atado con la manga de su campera a la reja de una ventana, pocos centímetros más alta que él. Que su causa, también sigue impune y que los golpes que tenía no fueron suficientes para demostrar  que lo habían torturado. Que a pesar de no bajar los brazos, las familias sienten que el duelo es un proceso tan profundo, como inacabado.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

Susana y Daniel permanecen frente a una multitud, observan hacia adelante y hacia atrás. Saben que la comisaría es señalar lo que siempre llega al mismo lugar: complicidad. “A las chicas les pedimos que no tengan miedo, que denuncien -acentúa Susana- que no se dejen asustar con los policías ni con nadie, nadie tiene derecho a venir a violentarnos”.

 El espacio público es un canal clave para recordar que los asesinos de Cecilia están libres, “y que muchos andan dando vueltas por acá”, dice Daniel y remarca que no dejarán de venir a Capilla del Monte, hasta que los responsables del femicidio de su hija, estén presos.

La llegada a la plaza San Martín es un círculo de candombe que la nombra. Hace cinco años que se insiste en las mismas palabras, como un tajo que se abre en el cemento, una cicatriz que se agranda en medio de la incertidumbre: ¿Qué pasó con Cecilia?

Tal es el encubrimiento que las responsabilidades se hacen obvias.

La ronda se acerca al altar. Es un asedio a la justicia que falta. Desde el micrófono se invita a dejar una ofrenda en memoria de Cecilia, a conjurar entre todas y todos ese momento, esa memoria. En el  centro de una plaza que se anochece, resuena una voz grabada -desde algún punto del Abya Yala- Lolita Chávez, lideresa maya de los pueblos K’iche de Guatemala, habla entre los yuyos que comienzan a perfumar lo que no se puede detener. Cada rama seca que se enciende se hace una intención, un pájaro que se dispara, restos del día que se van:

 “Hoy 25 de abril levantamos nuestra fuerza sagrada, y nuestro poder popular feminista. Reconociendo la memoria, la historia, el vientre en la sangre, de Cecilia Basaldúa. Ese femicidio no debe quedar en la impunidad (…). Con la fuerza de nuestras ancestras, con los fuegos sagrados que encendemos, levantamos nuestra expresión de indignación  y lo comunicamos a los cuatro puntos cardinales. Para que nunca más haya este tipo de violencias contra nuestras vidas”.

Las copleras y la poesía toman el escenario. Las y los músicos hacen de Cecilia esa canción y en el centro del caldero caliente, el humo abre el cielo: hay una memoria que se desprende y una vida que cambió de idioma.

5 años sin Cecilia Gisela Basaldúa: crónica desde Cruz del Eje

En medio del algarrobo que sostiene los carteles de Memoria, Verdad y Justicia, una placa de cerámica con el rostro de Cecilia, también observa. El día queda atrás y en el fondo de la noche, las palabras todavía están en suspenso, son un silencio que pronto dirá.


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Imágenes de la marcha a Plaza de Mayo: los jubilados siguen haciendo lío

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Jubilados y jubiladas se movilizaron desde el Congreso de la Nación hasta Plaza de Mayo en una nueva jornada de reclamos y denuncia por los ingresos de pobreza que perciben y el fin de la moratoria previsional, cuya prórroga sigue durmiendo en Diputados. Como siempre, los carteles manuscritos fueron una forma de expresión y creatividad. En uno se leía: «Francisco está feliz. Jubilados haciendo lío!!!»

La marcha comenzó nuevamente con un operativo desproporcionado con las cuatro fuerzas federales -PFA, Gendarmería, Prefectura y PSA- que reprimió la protesta pacífica: la Comisión Provincial por la Memoria contabilizó una persona detenida y 13 heridos por efectos de los gases lacrimógenos, entre ellos jubilados y trabajadores de prensa.

Frente a la Rosada, realizaron un acto donde distintas agrupaciones de jubilados se manifestaron contra el acuerdo con el FMI y cantaron por la salud de Pablo Grillo.

«Hasta el próximo miércoles», saludaron los jubilados y jubiladas.

La próxima semana, la marcha contará con la participación de los gremios de la CGT como previa al Día del Trabajador y la Trabajadora del 1 de mayo.

Imágenes de la marcha a Plaza de Mayo: los jubilados siguen haciendo lío

Foto: Juan Valeiro para lavaca

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Escritos sobrevivientes: Un nuevo libro escrito por ex detenidos desaparecidos

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Este 24 de marzo, a 49 años del golpe, la editorial lavaca publica Escritos sobrevivientes, un libro creado junto a un grupo de personas que estuvieron secuestradas y desaparecidas en distintos centros clandestinos de represión durante la última dictadura militar. Se presenta el próximo viernes 28, pero ya podés pasar a buscarlo por MU (Riobamba 143) desde hoy. En este texto, Claudia Acuña cuenta qué representa esta obra parida en colectivo y en medio de aires negacionistas.

Por Claudia Acuña

Este libro representa muchas cosas y todas y cada una nos parecen decisivas para estos tiempos desesperados.

Ni sé por dónde comenzar a enumerarlas, así que sin orden de importancia ni cronológico enumero algunas, aunque sin duda me faltarán otras que invito a que completen quienes lo lean.

Lo primero, para mí, es reconocer el valor social, político, histórico y ético que merecen las personas detenidas-desaparecidas por la dictadura cívico militar que azotó este país desde el 24 de marzo de 1976. No olvidamos esa fecha gracias a ellas, pero no siempre se las nombra con la relevancia que han tenido para construir verdad, justicia y memoria.

A algunas de ellas he tenido el honor de escucharlas y verlas testimoniar en los juicios de lesa humanidad, pero también en los diferentes procedimientos contra la impunidad que crearon y sostuvieron para que esos juicios sucedan.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Una y otra vez.

Hasta lograrlo.

Solo a una pude agradecerle con palabras y lágrimas el esfuerzo, el coraje y el legado que recibíamos por su esfuerzo, pero fundamentalmente por sus vidas consagradas a hacer posible lo imposible. Fue en la puerta de los tribunales de Comodoro Py, mientras los altoparlantes transmitían la primera condena a los genocidas responsables del centro de detención clandestino y de tortura que funcionaba en la Esma. Ahora, con este libro queremos extender esas gracias a cada una, a cada uno.

Sé, porque comprendí la lección que nos daban, que no puedo afirmar que lo hicieron solo ellas, ellos. Esa es otra de las cosas que representa este libro: el saberse parte – y reconocerlo siempre- de algo más grande, más importante y más trascendente no solo del yo, sino incluso del núcleo colectivo en el que nos organizamos, reflexionamos y tomamos fuerza para resistir. Nuestras fuerzas individuales y nuestras construcciones políticas suman, activan, empujan, pero alcanzan sus objetivos cuando sincronizan con la necesidad social, con la época y con la Historia. Tienen alas porque tienen raíces y mueven al mundo hacia lugares mejores porque se sabe más grande y más poderosa que lo que nos rodea.

Eso que aquí las y los autores definen como “subjetividad sobreviviente” nos advierte eso: somos nuestros cuerpos y la sombra que proyectan, lo que hacemos y lo que soñamos, nuestras obras y nuestra imaginación, nuestros saberes y nuestra intuición, pero también y además aquellos cuerpos, proyecciones, hechos, batallas ganadas y perdidas, que nos anteceden y desbordan para fortalecernos y sostenernos de pie. Aquello que ilumina la oscuridad es la memoria sensible: de eso se trata este libro, además.

Otra: el valor de las utopías. En los momentos más aterradores hemos gritado “Aparición con vida y castigo a los culpables”. Bueno: la noticia es que hemos tenido éxito y aquí están las personas que cuando pronunciábamos esas palabras mágicas no podíamos abrazar. Algunas de ellas son las que el tercer sábado de cada mes vimos ingresar a nuestra trinchera durante el largo y desalentador año 2024. Para nosotros ese taller de escritura significó una cita con la esperanza, cada vez. Y una comprobación: el futuro se construye con el hacer colectivo, cada vez.

Por último: este no es un libro de testimonios sobre el horror de la dictadura, sino su contracara o quizá, lo que se puede pensar después de cruzar el abismo de la impunidad.

Quizá.

Me falta todavía superar la alegría de haberlo logrado, de sostener con las manos esta pequeña utopía realizada en tiempos de saqueo de recursos simbólicos y materiales, en las cuales sólo proponerlo sonaba casi irresponsable, para poder encontrar las palabras certeras, que expresen lo que representa que personas empobrecidas y violentadas podamos hacer lo que querramos financiadas sólo por el deseo y la convicción, que siempre es política.

Quizá la palabra exacta sea una sola: Argentina.

La presentación

Escritos sobrevivientes y compila una serie de textos producidos en un taller de escritura que tuvo lugar en MU durante 2024. Estos relatos abordan historias marcadas por lo que el grupo denomina «subjetividad sobreviviente». El resultado es un conjunto de textos poéticos, políticos y filosóficos, de una potencia y belleza conmovedoras.

Participan: Rufino Almeida, Margarita Fátima Cruz, Graciela Daleo, Lucía Fariña, Mercedes Joloidovsky, Eduardo Lardies, Susana Leiracha, María Alicia Milia, Claudio Niro, Silvia Irene Saladino, Stella Maris Vallejos e Inés Vázquez.

Así lo resumen sus autoras y autores: «Un grupo de compañeras y compañeros, ex detenidos desaparecidos por el terrorismo de Estado, nos reunimos en un taller de escritura para crear textos enfocados en la subjetividad sobreviviente, mientras la voz del poder alimenta el negacionismo y la reiteración del sufrimiento popular por variados medios».

El libro se presentará el próximo viernes 28 de marzo a las 20 horas en Mu Trinchera Boutique, Riobamba 143.

Podés conseguirlo desde hoy, 24 de marzo, también en MU.

Escritos sobrevivientes: Un nuevo libro escrito por ex detenidos desaparecidos
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