CABA
El Dios de todos los días
A las 8:30 de la mañana Pablo Marchetti entró a la Casa Rosada a despedir a Diego Maradona, al igual que lo están haciendo miles de personas en estos momentos. La ceremonia comenzó ayer por la tarde, siguió durante la madrugada y concluyó esta tarde. Del velorio multitudinario participan personas de todas las edades, clases sociales y colores, que lo vieron jugar y que no; que cantan, saltan y lloran. Las sensaciones y los análisis. Las preguntas que habilita su muerte. Y qué significa el ritual colectivo de quienes hacen tres horas de cola para despedirlo en 30 segundos: «Estamos aquí en la Plaza de Mayo tratando de llenar un vacío. Tratando de pensar cómo seguir. No digo que no se pueda seguir. Digo que es imposible continuar colectivamente de la misma manera. ¿Es posible hoy construir un héroe popular, un ídolo colectivo, un dios pagano y pecador como lo fue él?«
Por Pablo Marchetti
Miles de personas esperan ver el cajón donde están velando a Diego Armando Maradona. Durante la espera, que es larga, la gente quiere cantar, la gente quiere desahogarse, la gente quiere tratar de entender este momento en el que se siente sola y desconcertada. Por eso, cuando se trata de saltar, salta. Eso sí, la gente no salta por cualquier cosa.
Cuando la consigna es “y ya lo ve/ y ya lo ve/ el que no salta/ es un inglés”, todo el mundo salta, todo el mundo canta. Por eso el cantito vuelve seguido, como una forma de arengar a los presentes y que no decaiga, y que nadie se duerma ni quiera desertar.
Ahora, cuando alguien se descuelga con un “hay que saltar/ hay que saltar/ el que no salta/ es militar”, la participación popular es mínima. Ni para cantar, ni para saltar. Por eso la consigna se escucha poco y nada.
El asunto tiene lógica: Diego es el autor de los dos goles memorables contra los ingleses. Dos goles que son el yin y yang, la belleza y la astucia, la perfección estética y la trampa de la avivada, pura armonía en cuanto a cómo ganarles a tus rivales en la cancha y en la guerra. Pero, sobre todas las cosas, Diego es quien nos representa en el mundo.
Maradona es universal y de acá a la vuelta. Es el desparpajo de nuestras miserias y nuestras avivadas, con una genialidad única y una llegada planetaria. Lo de los militares no prende porque Diego está más allá de consignas domésticas. Obviamente, tomó partido político y jugó fuerte. Como siempre lo hizo en cada lugar donde jugó. Pero entre la gente que lo ama, las cosas van por otro carril.
Diego enfrentó a los ingleses, los venció y los humilló, como no pudieron (o quisieron) hacer los militares. Entonces en la lógica maradoniana no tiene sentido saltar para decir que no somos militares. Debemos saltar para decir que no somos ingleses. ¿Militar? ¡Puesto menor!
La nueva normalidad
La gente es la que vino hasta la Plaza de Mayo para despedir a Diego. Gente formando una fila tras unas vallas, todo perfectamente organizado, a prueba de prejuicios y estigmatizaciones.
La cola se extiende a lo largo de toda Plaza de Mayo y sigue un par de cuadras más, por Avenida de Mayo, hasta Florida o Chacabuco, depende el momento. El comienzo es en la Casa Rosada: allí está el objetivo, donde hay que llegar para despedir a D10s.
Sí, despedir a D10s. Porque si estamos acá es porque llegó el día que nunca hubiéramos querido que llegue. El día que sabíamos que iba a llegar. Pero como había habido tantos momentos que parecía que sí, pero al final no, nos habíamos acostumbrado a vivir con la ilusión de que este día no llegaría nunca. Después de todo, estábamos habituados a sus gambetas, a su magia, a sus reinvenciones, a su arte.
Acostumbrados, habituados. Tal vez allí radique esa condición a la que le atribuimos carácter de deidad: en el habernos hecho creer que lo irreal podía volverse real. No sólo a creerlo: a imaginar que el asunto era parte de lo normal, de la nueva cotidianeidad.
Diego Armando Maradona fue el creador de la nueva normalidad. Él inventó una nueva normalidad, muy distinta a la normalidad que había hasta entonces. Con él nos acostumbramos a lo increíble. Nos fuimos haciendo a la idea de que lo imposible era posible. Por virtuosismo y por rebeldía.
Diego fue un desacatado. Un renegado, un paria. El que podría haber puesto todo su talento al servicio de algún club grande. Pero prefirió brillar en Nápoles antes que en Barcelona, Madrid, Milán o Turín. La nueva normalidad que creó Maradona tenía mucho de justiciera.
Nada podía salir mal. O eso parecía. Hasta que un día el asunto falló. Y aunque sabíamos que algún día iba a fallar, que finalmente esto que construimos como deidad no era más que una figura humana de carne y hueso, vulnerable hasta el extremo, nos negábamos a pensar que podía ser cierto. Más allá de las señales, más allá de la evidencia. Porque nada era evidente en DIego. Nada podía darse por sentado.
La noche del Diez
A las seis y media de la mañana, la cola avanza lentamente por avenida de Mayo. Son miles de personas para ver el cajón, para despedirlo, para partirse el alma por él. Pero no es el único lugar donde lo están despidiendo. Ni tampoco el único horario.
Anoche, a las 22, hubo un aplauso estruendoso en toda la ciudad. Y posiblemente en todo el país. Les puedo contar lo que pasó en mi barrio, en mi cuadra. Justo enfrente de mi casa para un grupo de cartoneros que al anochecer se empiezan a juntar, a ordenar lo recogido, a clasificar todo y a subir en los carros.
Hoy se pusieron a gritar “Maradooooo… Marado…” o “Diegooooo… Diegooooo”. Durante horas no dejó de escucharse un “vamos Diego” o alguna referencia a él. Un homenaje, sí. Pero cargado de incredulidad y hasta de esperanza. Como si alguien estuviera esperando aún el milagro que indique que en realidad nada de eso era verdad. Que en realidad, él seguía aquí, entre nosotros. fredes sociales. A esta muerte se le pone el pecho, como lo hizo él en vida, cuando se hizo cargo de esta representación colectiva de este, su país.
Después del aplauso de las 22 empezaron los fuegos artificiales. Y así sigue la noche: entre gritos de gente que aún no lo puede creer, entre aullidos de quienes creen que otra vez va a gambetear y a hacernos comer el amague, entre fuegos artificiales que cada tanto siguen retumbando.
En Buenos Aires, la despedida popular a Diego había comenzado donde suelen comenzar estas cosas: en el Obelisco. Hubo un montón de gente que fue hasta allí porque algo había que hacer, porque había que juntarse. Gente que pasó meses encerrada, cuidando la salud, siguiendo al pie de la letra las instrucciones sobre la cuarentena, la distancia social y la vida durante la pandemia.
Vi a dos chicas de unos veintipico, morochas de Zabaleta, con una nena de unos cinco o seis años. Madre, hija, tía. O hermanas e hija/sobrina. Las tres con una remera hecha especialmente para la ocasión, blanca con una foto de DIego en Boca estampada en el pecho, y otra de Diego en la Selección estampada en la espalda. Ninguna de las tres lo habían visto jugar. Pero allí estaban, llorándolo.
Vi otro carro de cartonero, esta vez frente al Obelisco, unos pibes que se habían desviado de su rutina para elevar una plegaria, para intentar encontrar las preguntas que buscábamos todos.
Había gente de todas las edades, de toda condición social, con camisetas de los equipos más inverosímiles. Muchos de Boca, pero también de Newell’s y de Argentinos, su terruño. Y también de Sevilla, muchas de la Selección. Hasta ahí, las que él vistió. Y la de Gimnasia. Porque recordemos que se fue de este mundo siendo técnico de Gimnasia.
Había también camisetas de Racing, de San Lorenzo, de Independiente, de San Telmo, de Deportivo Morón… lo que se dice de todo. En Plaza de Mayo estaban los pibes de Laferrére, que vinieron juntos desde el Partido de La Matanza para despedir “al más grande”, como dicen.
En un momento lo llamé a Juanosky, mi querido amigo, que vive justo enfrente de la cancha de Argentinos Juniors, en Gavilán y César Díaz. Venía de la cancha, había ido un rato a la casa y se volvía.
Me dijo que allá se estaba juntando mucha gente. Que habían cortado Boyacá e iban a seguir cortando calles porque se estaba juntando mucha gente. Estaban haciendo altares, la gente lloraba. Desde Nápoles llegaba la noticia de que la cosa estaba más o menos igual: llantos, altares callejeros. Y la novedad de que el estadio pasaría a llamarse San Paolo-Diego Maradona.
Yo estaba en el Obelisco, pero las redes que él había tejido por el mundo estaban funcionando a la perfección. Una red de afectos y pasión, de sentimientos inexplicables, que es como suelen ser los sentimientos más poderosos, más genuinos, los que realmente nos conmueven.
Me encontré con César, mi hermano, los dos buscando respuestas donde sabíamos que no íbamos a encontrar más que preguntas. Con César arreglamos para encontrarnos, allí, en el Obelisco, en la calle, entre la multitud, en el año en el que no fueron posibles las multitudes.
Me encontré con mi hermano porque los dos necesitábamos llorarlo a él, a quien estaba llorando un montón de gente más. En el año sin multitudes, en el año en el que murió nuestro padre, en el año en el que no pudimos ni velar a nuestro viejo, de repente estábamos en la calle, entre la multitud, intentando pensar si estábamos velándolo a Diego.
Velándolo, invocándolo, pensándolo, extrañándolo. Todo eso estábamos haciendo con él. Pero además, estábamos haciendo algo más, con nosotros: llenar el vacío que dejó él.
Lo llamamos a mi sobrino, que también estaba en el Obelisco, con unos amigos. Dante cumple 22 en tres días y sus amigos tenían su misma edad. Estaban desconsolados. Y eso que ellos tampoco lo vieron jugar a él. “Acá mismo estuvimos en 1986”, les contó César a Dante y a sus amigos, señalándome.
“Yo tenía 18 y él 16”, agrego yo y los pibes se quedan mirándonos con admiración y cierta envidia. Hasta que Dante dice: “Lo que daría yo por haber tenido 16 o 18 años en el 86”. De la Mano de Dios al Tiempo de Dios. Porque en la nueva normalidad maradoniana el tiempo no es lo que solemos llamar el tiempo.
Porque así como todo el gol del siglo, esa gambeta a seis rivales, dura apenas unos segundos, en Plaza de Mayo, el tiempo de cola es de unas tres horas, para ver algo que no dura más de 30 segundos. Pero esos 30 segundos son tan intensos, tan cuestionadores de nuestras existencias, que todo vale la pena.
El vacío y la calle
Por eso hay tanta gente de todos lados. Por eso hay camisetas de clubes tan diferentes. Algunas donde Diego jugó, como el grupo de pibes de Newells que viajó especialmente, estacionó sus autos frente a Plaza de Mayo sin hacerse muchos problemas. También hay muchísimas camisetas de Boca e incontables de la Selección. ¡Hasta hay algunos con la camiseta de River!
El orgullo maradoniano implica, primero, lucir la camiseta que el Diego vistió. Y luego dar testimonio de la devoción sin disimular nada, sin ocultar los verdaderos colores de la pasión futbolera de cada uno. Porque con Diego no había que caretear nada. Diego era un D10s y, como tal, era ecuménico, inclusivo, estaba más allá de peleas menores, de nimiedades.
En la cola hay pocos colados, mucho respeto, algunos chistes. Como para matizar el momento de ver el cajón, que descontamos, será muy fuerte. Y es por eso por lo que estamos acá. ¿O no? ¿Para qué estamos acá, haciendo varias horas de cola?
Sí, definitivamente estamos aquí en la Plaza de Mayo (con antes en el Obelisco o en los aplausos en la cuadra) tratando de llenar un vacío. Tratando de pensar cómo seguir. No digo que no se pueda seguir. Siempre se puede seguir, siempre, de alguna manera, seguimos. Digo que es imposible continuar colectivamente de la misma manera. ¿Es posible hoy construir un héroe popular, un ídolo colectivo, un dios pagano y pecador como lo fue él?
No sé qué pensarán ustedes. Pero a mí se me ocurre que la única respuesta posible es: no. Quedan Charly y el Indio Solari. Y no creo que muchos más. Eso sí, ninguno trasciende las fronteras como él. Ningún otro puede enfrentarse como él a los ingleses.
Ninguno puede ganar las gestas internacionales, llevar la bandera celeste y blanco y plantarla en cualquier lugar del mundo. Una bandera que flamee igual que la que está ahora en Plaza de Mayo, gigante y a media hasta. A su lado, la estatua ecuestre de San Martín. En estos momentos, el caballo de bronce de San Martín luce un 10 en el culo.
Así se funde lo sanmartiniano en el sincretismo maradoniano. Demasiado bueno para ser cierto. Pero igualmente lo es, Maradona existió y algunos tuvimos la enorme dicha de ser contemporáneos. Contemporáneos de una clase de ídolo popular, sin redes (ni sociales, ni de condicionamientos a la hora de decir cosas), que hoy, tras la muerte de Diego, parece ser definitivamente asunto del pasado.
Podrán venir muchos campeonatos del mundo en un deporte que seguirá siendo el más popular de todos. Ojalá. Pero es muy difícil que un futbolista (o un artista) logre el grado de pasión desbordada, de delirio, de amores (y también de odios) que supo conseguir él.
Sí, él. ¿O hace falta que lo nombre una vez más? ¿No está claro a quién me refiero? ¿Existe hoy alguien más? Ni nadie, ni nada. Por eso hoy el milagro fue volver a encontrarnos en la calle y que nadie se cuestionara absolutamente nada. Hoy la calle volvió a ser nuestra, de quienes creemos en ese ámbito soberano, democrático y libre donde poder expresar razones y pasiones.
La calle, el único ámbito posible donde llenar el vacío que nos deja su ausencia. En este, el año que pensábamos que era el del covid, el de la pandemia, el de la cuarentena. Ahora sabemos que no, que este año es mucho más difícil de lo que creíamos: este es el año en que tenemos que aprender a vivir sin él.
Sin él y sin todo lo que él representaba. Todo lo que él nos permitía a los demás ser simples mortales con preocupaciones de simples mortales. En el año de la peste nos quedamos sin él. Y lo peor de todo es que sabemos que para ese dolor infinito no hay vacuna.
Gracias. Gracias por todo lo que nos diste, por todo lo que nos ayudaste a pensar quiénes somos. Gracias, D10S, por enseñarnos a los ateos a creer en milagros. No, no te nombro. No hace falta. Hoy nadie habla de nadie más. Hoy es todo en tu honor y en tu memoria.
Gracias, D10S. Rezamos por vos. Aún los ateos. Recemos, que después de vos nadie se quedó sin fe. Es lo mínimo que podemos hacer por vos. Y de paso, saltemos. Que el que no salta, no entiende nada.
Portada
Sin pan y a puro circo: la represión a jubilados para tapar otra derrota en el Congreso
La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes […]

La marcha pacífica de jubilados y jubiladas volvió a ser reprimida por la Policía de la Ciudad para impedir que llegara hasta la avenida Corrientes. La Comisión Provincial por la Memoria confirmó cuatro detenciones (entre ellas, un jubilado) que la justicia convalidó y cuatro personas heridas. Una fue una jubilada a quien los propios manifestantes salvaron de que los uniformados la pasaran por arriba. En medio del narcogate de Espert, quien pidió licencia en Diputados por “motivos personales”, las imágenes volvieron a exhibir la debilidad del Gobierno, golpeando a personas con la mínima que no llegan a fin de mes, mientras sufría otra derrota en la Cámara baja, que aprobó con 140 votos afirmativos la ley que limita el uso de los DNU por parte de Milei.
Por Francisco Pandolfi y Lucas Pedulla.
Fotos: Juan Valeiro.
Un jubilado de setenta y tantos eleva un cartel bien alto con sus dos manos.
“Pan y circo”, dice.
Pero el “pan” y la “y” están tachados, porque en este miércoles, como en esta época, lo que falta de pan sobra de circo. El triste espectáculo lo ofrece una vez más la policía, hoy particularmente la de la Ciudad, que desplegó un cordón sobre Callao, casi a la altura de Sarmiento, para evitar que la pacífica movilización de jubilados y jubiladas llegara hasta la avenida Corrientes. Detrás de los escudos, aparecieron los runrunes de la motorizada para atemorizar. Y envalentonados, los escudos avanzaron contra todo lo que se moviera, con una estrategia perversa: cada tanto, los policías abrían el cordón y de atrás salían otros uniformados que, al estilo piraña, cazaban a la persona que tenían enfrente. Algunos zafaron a último milímetro.
Pero los oficiales detuvieron a cuatro: el jubilado Víctor Amarilla, el fotógrafo Fabricio Fisher, un joven llamado Cristian Zacarías Valderrama Godoy, y otro hombre llamado Osvaldo Mancilla.



Las detenciones de Cristian Zacarías y del fotógrafo Fabricio Fisher. La policía detuvo al periodista mientras estaba de espaldas. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
En esa avanzada, una jubilada llamada María Rosa Ojeda cayó al suelo por los golpes y fue la rápida intervención de los manifestantes, del Cuerpo de Evacuación y Primeros Auxilios (CEPA), y de otros rescatistas los que la ayudaron. “Gracias a todos ellos la policía no me pasó por encima”, dijo. Su única arma era un bastón con la bandera de argentina.
Como en otros miércoles de represión, la estrategia pareciera buscar que estas imágenes opaquen aquellas otras que evidencian el momento de debilidad que atraviesa el Gobierno. Hoy no sólo el diputado José Luis Espert, acusado de recibir dinero de Federico «Fred» Machado, empresario extraditado a Estados Unidos por una causa narco, se tomó licencia alegando “motivos personales”, sino que la Cámara baja sancionó, por 140 votos a favor, 80 negativos y 17 abstenciones, la ley que limita el uso de los Decretos de Necesidad y Urgencia (DNU) por parte del Presidente. El gobierno anunció un clásico ya de esta gestión: el veto.
Por ahora, el proyecto avanza hacia el Senado.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El poco pan
La calle preveía este golpe, y por eso durante este miércoles se cantó:
“Si no hay aumento,
consiganló,
del 3%
que Karina se robó”.
Ese tema fue el hit del inicio de la jornada de este miércoles, aunque hilando fino carece de verdad absoluta, porque las jubilaciones de octubre sí registraron un aumento: el 1,88%, que llevó el haber mínimo a $326.298,38. Sumado al bono de 70 mil, la mínima trepó a $396 mil. “Es un valor irrisorio. Seguimos sumergidos en una vida que no es justa y el gobierno no afloja un mango, es tremendo cómo vivimos”, cuenta Mario, que no hay miércoles donde no diga presente. “Nos hipotecan el presente y el futuro también, cerrando acuerdos con el FMI que nos impone cómo vivir, y no es más que pan para hoy y hambre para mañana, aunque el pan para hoy te lo debo”.
Victoria tiene 64 años y es del barrio porteño de Villa Urquiza. Cuenta que desde hace 10 meses no puede pagar las expensas. Y que por eso el consorcio le inició un juicio. Cuenta que otra vecina, de 80, está en la misma. Cuenta que es insulina dependiente pero que ya no la compra porque no tiene con qué. Cuenta que su edificio es 100% eléctrico y que de luz le vienen alrededor de 140 mil pesos, más de un tercio de su jubilación. Cuenta que está comiendo una vez por día y que su “dieta” es “mate, mate y mate”. Vuelve a sonreír cuando cuenta que tiene 3 hijos y 4 nietos y cuando dice que va a resistir: “Hasta cuando pueda”.

A María Rosa la salvó la gente de que la policía la pasara por arriba. Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
El mucho circo
Desde temprano hubo señales de que la represión policial estaba al caer. A diferencia de los miércoles anteriores, la Policía no cortó la avenida Rivadavia a la altura de Callao. Tampoco cortó el tránsito, lo que permitió que los jubilados y las jubiladas cortaran la calle para hacer semaforazos. Después de media hora, cuando la policía empezó a desviar el tránsito y la calle quedó desolada, comenzó la marcha, pero en vez de rodear la Plaza de los Dos Congresos como es habitual, caminó por Callao en dirección a Corrientes, hasta metros de la calle Sarmiento, donde se erigió un cordón policial y empezó a avanzar contra las y los manifestantes.
Desde atrás, irrumpieron con violencia dos cuerpos en moto: el GAM (Grupo de Acción Motorizada) y el USyD (Unidad de Saturación y Detención), pegando con bastones e insultando a quienes estaban en la calle. “Vinieron a pegarme directamente, mi pareja me quiso ayudar y lo detuvieron a él, que no estaba haciendo nada”, cuenta Lucas, el compañero de Cristian Zacarías, uno de los detenidos.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Cercaron el lugar una centena de efectivos de la policía porteña, que no permitieron a la prensa acercarse ni estar en la vereda registrando la escena.
“¿Alguien me puede decir si la detención fue convalidada”, pregunta Lucas al pelotón policial.
Silencio.
“¿Me pueden decir sí o no?”.
Silencio.
Un comerciante mira y vocifera: “¿Sabés lo que hicieron a la vuelta? Subieron a la vereda con las motos”.
Otro se acerca y pregunta: “¿A quién tienen detenido acá, al Chapo Guzmán?”
“No”, le responde seco un periodista: “A un pibe y a un jubilado”.
La Comisión Provincial por la Memoria confirmó las cuatro detenciones (fue aprehendida una quinta persona y derivada al SAME para su atención) y cuatro personas heridas. El despliegue incluyó la presencia también de Policía Federal, Prefectura y Gendarmería detrás del Congreso mientras el despliegue represivo fue «comandado por agentes de infantería de la Policía de la Ciudad». El organismo observó que después de semanas donde el operativo disponía el vallado completo, en los últimos miércoles el dispositivo dejó abierta una vía de circulación que es la que eligen las fuerzas para avanzar contra los manifestantes.

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
También se hizo presente Fabián Grillo, papá de Pablo, que sufrió esa represión el 12 de marzo, en esta misma plaza, y continúa su rehabilitación en el Hospital Rocca. “Su evolución es positiva”, comunicó la familia. El fotorreportero está empezando a comer papilla con ayuda, continúa con sonda como alimento principal, se sienta y se levanta con asistencia y le están administrando medicación para que esté más reactivo. “Seguimos para adelante, lento, pero a paso firme”, dicen familiares y amigos. El martes, la jueza María Servini procesó al gendarme Héctor Guerrero por el disparo. El domingo se cumplirán siete meses y lo recordarán con un festival.
Pablo Caballero mira toda esta disposición surrealista desde un costado. Tiene 76 años y cuatro carteles pegados sobre un cuadrado de cartón tan grande que va desde el piso del Congreso hasta su cintura:
- “Roba, endeuda, estafa, paga y cobra coimas. CoiMEA y nos dice MEAdos. Miente, se contradice, vocifera, insulta, violenta, empobrece, fuga, concentra. ¿Para qué lo queremos? No queremos, ¡basta! Votemos otra cosa”.
- “El 3% de la coimeada más el 7% del chorro generan 450% de sobreprecios de medicamentos”.
- El tercer cartel enumera todo lo que “mata” la desfinanciación: ARSAT, INAI, CAREM, CONICET, ENERC, Gaumont, INCAA, Banco Nación, Aerolíneas, Hidrovía, agua, gas, litio, tierras raras, petróleo, educación. Una enumeración del saqueo.
El cuarto cartel lo explica Pablo: “Cobro la jubilación mínima, que equivale al 4% de lo que cobran los que deciden lo que tenemos que cobrar, que son 10 millones de pesos. No tiene sentido. Por eso, hay que ir a votar en octubre”.
Pablo mira al cielo, como una imploración: «¡Y que se vayan!».

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org

Foto: Juan Valeiro para lavaca.org
Artes
Un festival para celebrar el freno al vaciamiento del teatro

La revista Llegás lanza la 8ª edición de su tradicional encuentro artístico, que incluye 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas. Del 31 de agosto al 12 de septiembre habrá espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. El festival llega con una victoria bajo el brazo: este jueves el Senado rechazó el decreto 345/25 que pretendía desguazar el Instituto Nacional del Teatro.
Por María del Carmen Varela.
«La lucha continúa», vitorearon este jueves desde la escena teatral, una vez derogado el decreto 345/25 impulsado por el gobierno nacional para vaciar el Instituto Nacional del Teatro (INT).
En ese plan colectivo de continuar la resistencia, la revista Llegás, que ya lleva más de dos décadas visibilizando e impulsando la escena local, organiza la 8ª edición de su Festival de teatro, que en esta ocasión tendrá 35 obras a mitad de precio y algunas gratuitas, en 15 salas de la Ciudad de Buenos Aires. Del 31 de agosto al 12 de septiembre, más de 250 artistas escénicos se encontrarán con el público para compartir espectáculos de teatro, danza, circo, música y magia.
El encuentro de apertura se llevará a cabo en Factoría Club Social el domingo 31 de agosto a las 18. Una hora antes arrancarán las primeras dos obras que inauguran el festival: Evitácora, con dramaturgia de Ana Alvarado, la interpretación de Carolina Tejeda y Leonardo Volpedo y la dirección de Caro Ruy y Javier Swedsky, así como Las Cautivas, en el Teatro Metropolitan, de Mariano Tenconi Blanco, con Lorena Vega y Laura Paredes. La fiesta de cierre será en el Circuito Cultural JJ el viernes 12 de septiembre a las 20. En esta oportunidad se convocó a elencos y salas de teatro independiente, oficial y comercial.
Esta comunión artística impulsada por Llegás se da en un contexto de preocupación por el avance del gobierno nacional contra todo el ámbito de la cultura. La derogación del decreto 345/25 es un bálsamo para la escena teatral, porque sin el funcionamiento natural del INT corren serio riesgo la permanencia de muchas salas de teatro independiente en todo el país. Luego de su tratamiento en Diputados, el Senado rechazó el decreto por amplia mayoría: 57 rechazos, 13 votos afirmativos y una abstención.
“Realizar un festival es continuar con el aporte a la producción de eventos culturales desde diversos puntos de vista, ya que todos los hacedores de Llegás pertenecemos a diferentes disciplinas artísticas. A lo largo de nuestros 21 años mantenemos la gratuidad de nuestro medio de comunicación, una señal de identidad del festival que mantiene el espíritu de nuestra revista y fomenta el intercambio con las compañías teatrales”, cuenta Ricardo Tamburrano, director de la revista y quien junto a la bailarina y coreógrafa Melina Seldes organizan Llegás.
Más información y compra de entradas: www.festival-llegas.com.ar

CABA
Festival ENTRÁ: Resistencia cultural contra el Decreto 345 que quedó ¡afuera! y un acto performático a 44 años del atentado a El Picadero

A 44 años del atentado en plena dictadura contra el Teatro El Picadero, ayer se juntaron en su puerta unas 200 personas para recordar ese triste episodio, pero también para recuperar el espíritu de la comunidad artística de entonces que no se dejó vencer por el desaliento. En defensa del Instituto Nacional del Teatro se organizó una lectura performática a cargo de reconocidas actrices de la escena independiente. El final fue a puro tambor con Talleres Batuka. Horas más tarde, la Cámara de Diputados dio media sanción a la derogación del Decreto 345 que desfinancia al Instituto Nacional del Teatro, entre otros organismos de la Cultura.
Por María del Carmen Varela
Fotos Lina Etchesuri para lavaca
Homenaje a la resistencia cultural de Teatro Abierto. En plena dictadura señaló una esperanza.
Esto puede leerse en la placa ubicada en la puerta del Picadero, en el mítico pasaje Discépolo, inaugurado en julio de 1980, un año antes del incendio intencional que lo dejara arrasado y solo quedara en pie parte de la fachada y una grada de cemento. “Esa madrugada del 6 de agosto prendieron fuego el teatro hasta los cimientos. Había empezado Teatro Abierto de esa manera, con fuego. No lo apagaron nunca más. El teatro que quemaron goza de buena salud, está acá”, dijo la actriz Antonia De Michelis, quien junto a la dramaturga Ana Schimelman ofició de presentadoras.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
La primera lectura estuvo a cargo de Mersi Sevares, Gradiva Rondano y Pilar Pacheco. “Tres compañeras —contó Ana Schimelman— que son parte de ENTRÁ (Encuentro Nacional de Teatro en Resistencia Activa) un grupo que hace dos meses se empezó a juntar los domingos a la tarde, a la hora de la siesta, ante la angustia de cosas que están pasando, decidimos responder así, juntándonos, mirándonos a las caras, no mirando más pantallas”. Escuchamos en estas jóvenes voces “Decir sí” —una de las 21 obras que participó de Teatro Abierto —de la emblemática dramaturga Griselda Gambaro. Una vez terminada la primera lectura de la tarde, Ana invitó a lxs presentes a concurrir a la audiencia abierta que se realizará en el Congreso de la Nación el próximo viernes 8 a las 16. “Van a exponer un montón de artistas referentes de la cultura. Hay que estar ahí”.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Las actrices Andrea Nussembaum, María Inés Sancerni y el actor Mariano Sayavedra, parte del elenco de la obra “Civilización”, con dramaturgia de Mariano Saba y dirección de Lorena Vega, interpretaron una escena de la obra, que transcurre en 1792 mientras arde el teatro de la Ranchería.
Elisa Carricajo y Laura Paredes, dos de las cuatro integrantes del colectivo teatral Piel de Lava, fueron las siguientes. Ambas sumaron un fragmento de su obra “Parlamento”. Para finalizar Lorena Vega y Valeria Lois interpretaron “El acompañamiento”, de Carlos Gorostiza.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
Con dramaturgia actual y de los años ´80, el encuentro reunió a varias generaciones que pusieron en práctica el ejercicio de la memoria, abrazaron al teatro y bailaron al ritmo de los tambores de Talleres Batuka. “Acá está Bety, la jubilada patotera. Si ella está defendiendo sus derechos en la calle, cómo no vamos a estar nosotrxs”, dijo la directora de Batuka señalando a Beatriz Blanco, la jubilada de 81 años que cayó de nuca al ser gaseada y empujada por un policía durante la marcha de jubiladxs en marzo de este año y a quien la ministra Bullrich acusó de “señora patotera”.
Todxs la aplaudieron y Bety se emocionó.
El pasaje Santos Discépolo fue puro festejo.
Por la lucha, por el teatro, por estar juntxs.
Continuará.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.


Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.

Foto: Lina M. Etchesuri para lavaca.
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