Nota
La revoluZanón permanente
Son 480 hombres y mujeres que todos los días producen el desafío de poner en marcha una fábrica, resistir las amenazas de desalojo y crear formas de gestión social. Cuáles son para ellos las claves de esta dura batalla por la que están dispuestos a todo y que este mes puede terminar si la legislatura neuquina se decide, al fin, hacer lo que debe.
Dicen que es una fábrica de cerámicos, pero en realidad produce otra cosa. Es lo primero que se me ocurre pensar frente al tremendo predio que se asoma tras el portón. Estoy tratando de calcular la dimensión de este fenómeno recorriendo con la mirada la postal. El parque, los playones, los edificios, los depósitos y las grúas que frenéticamente transportan de acá para allá las cajas estampadas con un logo que sintetiza todo en pocos trazos: un apretón de manos en medio de una ruta.
Abracadabra: la mano está tendida frente a mí y la ruta está a mis pies.
–Bienvenidos.
Nos dice sonriente Raúl Godoy.
Acaba de comenzar nuestro recorrido por ese parque de sensaciones llamado Zanón.
Gorra rapera, ojos transparentes, barba candado y paciencia zen. Godoy parece un Sabina patagónico –más rocker o menos gastado que el español– pero su fama proviene de otros ámbitos: es obrero, sindicalista, integrante del pts y referente de la batalla que desde hace ocho años vienen librando los hombres y mujeres de Zanón. Su magia, en cambio, proviene de cualidades más extrañas: saber escuchar, dejar hablar, esperar, correrse a un costado o incluso desaparecer para dar espacio a que otros cuenten, sin presión, lo que piensan de él. Esta enumeración, justamente, es la que me está dictando uno de sus compañeros y –abracadabra– cuando busco a ese Godoy que nos acompaña a todos lados recién me doy cuenta de que no está en ninguno. Por no quedarme con la boca abierta, pregunto:
–¿Cuánto mide Zanón?
Si no entendí mal, la cosa es así: todo comienza donde estamos ahora, en esta habitación con estantes repletos de frascos de vidrio y una gran mesa en el centro, donde apoya las manos Manoplas para dejar en claro su apodo. A su lado, Carlos –33 años, un hijo de 2– es el encargado de descubrirnos los misterios de su sección: el laboratorio. Durante mucho tiempo era un lugar que custodiaban con recelo, cuenta Carlos, porque allí se esconden los secretos de la producción. Si hoy están a la vista es porque ya ganaron el primer round. “Cuando arrancamos, un proveedor se dedicó a llamar a los otros para que no nos vendan insumos. Entonces, para evitar que se supiera quién no participaba del boicot, ésto estaba bajo siete llaves. El que conoce del tema, con solo mirar los estantes ya lo sabe.”
-¿Y qué cambió?
-Que ya nos venden todos, incluso el que nos boicoteó.
El laboratorio –como su nombre lo indica– es el lugar de experimentación y creación. Aquí urden lo que llaman el “modelo”, es decir, eso que en base a la experiencia, el saber, el hacer y el deshacer y el sacar conclusiones de todo ese proceso, finalmente genera una pieza que puede ser reproducida al infinito. Hoy tienen 30 modelos. Arrancaron con uno, que armaron con los pocos materiales que encontraron. Lo apodaron El Obrero y tenía tres variantes: celeste, gris y blanco. Para el mercado, se trataba de un cerámico. ¿Hace falta decir que para ellos era mucho más? Hace falta.
Primero, tuvieron que estar en seis meses en la ruta, en una carpa. Fue el tiempo que les consumió el infierno institucional –judicial, legislativo y estatal– ciego a sus reclamos.
Luego, tuvieron que comprobar en esa ruta quiénes estaban dispuestos a darles una mano. Lo dirá Godoy, con nombre e incluso, con cifras. “Teníamos que resolver la situación de 240 familias y creamos un fondo de huelga. El pts aportó 10 mil pesos, el mst 5 mil, el po –que no estaba de acuerdo con el fondo de huelga– lo mismo aportó 600 pesos. Hubo una campaña en la Universidad del Comahue para que cada alumno aporte 1 peso. El sindicato del subte nos mandó alimentos. El movimiento piquetero nos dio otra mano. Y la gente que pasaba por acá siempre nos dejaba algo. Incluso los presos de la Unidad 11 nos donaron su ración de comida durante tres días. De los que menos tenían, más recibías. Durante todo ese tiempo tuvimos que aguantar llevándonos a casa 50 pesos cada uno, así que el apoyo de la familia fue clave. Fueron los meses más críticos.”
-¿Cuál fue la peor amenaza?
–El fantasma del escepticismo. Cuando los compañeros planteaban ¿vamos a poder solos contra este monstruo? Es un cuestionamiento lícito. Incluso el más fuerte duda en esos momentos de su propia fuerza.
-¿Y cómo lo superaron?
–Con ideología. Diciendo: lo único que tenemos para perder son nuestras cadenas. El no, ya lo tenemos. Busquemos lo positivo. Eso nos alimentó. Porque la cuenta es sencilla: el escepticismo te mata. Y lo que te mantiene vivo es la asamblea. Cara a cara, podés debatir o pelearte, ganar o perder, pero siempre sale algo bueno, porque hay reflexión. Votamos en la asamblea empezar a producir recién después de meses de debates. El tema de propiedad privada fue un problema: los compañeros sentían que esto no era nuestro. Y hasta que no hubo convencimiento, no pasamos ni a considerar la votación. Cuando más del 80 por ciento se sintió seguro, votamos. Y el resultado fue una mayoría absoluta. Pero cuando terminó la votación, el silencio era… aterrador. Nadie sabía cómo empezar. Los primero que hicimos fue organizarnos por sector. Cada sector tenía que limpiar y hacer un inventario de lo que había y de lo que faltaba.
¿Qué faltaba en el laboratorio?, le pregunto a Carlos.
Cerebros. Llamamos a los chicos que habían trabajado en este sector –tres ingenieros y dos técnicos químicos– y ellos nos dieron una mano. Nos enseñaron todo lo que sabían. Hoy, ese mismo trabajo lo hacen un maestro mayor de obras, un perito mercantil, un profesor de historia y un electromecánico.
-¿Cuál fue la fórmula que aprendieron?
-Respeto y compromiso. Y responsabilidad. Sin responsabilidad, no podés hacer nada. Un error nuestro significa mucho, pero un acierto más, porque nos beneficia a todos. Sabemos que nuestros compañeros aguantan nuestros errores, nos bancan, pero eso te compromete más. Acá hay gente con mucha experiencia que nos aporta buenas ideas y en eso nos apoyamos. Nuestro punto de referencia fue cómo trabajábamos antes, sacándole la presión de si lo hacés bien o mal.
-¿Cómo se arranca desde cero?
–Con mucho huevo. Organizar esto fue difícil. Hasta hoy es difícil. La incertidumbre lo hace difícil. Y también es difícil de entender cómo es ahora trabajar acá. Nos quedamos para no perder lo que teníamos y lo que pasó después no podíamos ni imaginarlo. Para mi es un privilegio trabajar acá, pero también un desafío.
-Mirado desde este laboratorio ¿cuál es ese desafío?
–Desde acá hay que ser frío. Lo que determina si una idea es buena o mala, posible o no, es el costo. La cultura del mercado se volcó a valorar sólo lo económico y dejó de lado la valoración de la calidad. Mantener entonces el equilibrio entre precio y calidad se hace cada vez más difícil. Pero nosotros no queremos hacer cualquier cosa. Nosotros no pensamos como el resto: que lo mejor es el que el piso de tu casa te dure dos años, así volvés a comprar cerámicos. Nosotros pensamos: cambiá el piso y que te dure mucho, para que al menos eso no sea más un problema.
De 1 a 10, ¿cuántos puntos le das a los productos que hacen?
8. Los niveles de control de calidad que tenemos no los hace nadie en el mercado.
Ahora estamos en el sector donde se decoran los cerámicos y el encargado de mostrarnos la variedad de diseños es Juan Riquelme, el coordinador. Juan se entusiasma hablando de los productos, pero se queda sin palabras cuando cambiamos de tema. “Mucho no me gusta hablar”, dirá pudoroso. Para saber qué piensa Juan e intuir incluso lo que siente alcanza con conocer a su hija Belén, 20 años, pelo y cejas color fucsia, ojos cielo, diseñadora del sector que coordina su papá. Ella tampoco hablará demasiado, pero dirá lo suficiente: “Papá se la pasa preguntando ¿qué podemos hacer? Todos los días, todas las noches.”
Así nació la idea de hacer cerámicas con el abecedario, las tablas o el mapa argentino, entre otros de los productos que Zanón fabricó especialmente para donar a escuelas, hospitales y jardines de infantes. Ahora Juan está ensimismado en una nueva idea: hacerlos en braile. “Es que esta semana visitó una escuela de ciegos y no va a parar hasta poder entregarles algo en nombre de Zanón.”
Para Juan eso se llama “devolver”.
Belén dirá, como al pasar, que en julio cumplirá tres años de trabajo en la fábrica, pero que desde hace mucho más “ayuda” a Zanón.
-¿Cómo?
-Empecé acompañando a mi papá para que no caminara solo.
Belén no dice nada más y será Godoy quien completará la historia. Juan vivía –como él– en el barrio San Lorenzo. Juan es budista y Godoy trotskysta. Durante aquellos primeros y difíciles meses, no tenían plata ni para el colectivo. Belén tiene la misma edad que la hija mayor de Godoy. Las dos los acompañaban cuando iban caminando desde sus casas hasta la puerta de la fábrica.
-¿Cuántas cuadras?
No sé. Nunca sacamos la cuenta.
Belén me dirá entonces que la distancia no se calcula en cuadras, sino en kilómetros.
Las dos chicas se reunían por las noches para pintar chalecos con la leyenda “Yo apoyo a mi papá” que lucían los fines de semana en la carpa. Ellas fueron las que acercaron el conflicto a las escuelas. Cuenta Godoy:
–Un día nos citó la maestra. Cuando llegamos, tenía un volante arriba del escritorio: lo habían llevado las chicas para repartirlo en la escuela. Yo estaba buscando palabras en mi cabeza para explicarle lo que estábamos pasando, cuando la maestra nos dice: “Las chicas ya nos contaron todo. Los llamamos para saber cómo podemos ayudarlos.”
Andrés Blanco ahora trabaja en el sector estampado, pero antes pasó tres años en la sección compras. Es una de las leyes del control obrero de Zanón: los puestos de administración son rotativos.
-¿Hay diferencia entre trabajar en la administración y en la producción?
-Mucha. En la administración tenés relación cotidiana con los buitres y una visión concreta de la usura. Todo el tiempo estás alerta para que no te pasen por arriba. En producción, la relación es con tus compañeros. Para mi, el desafío en la administración fue aprender a hacer ese trabajo y transformarlo.
-¿Cómo?
-Nunca tomando una decisión solo. Consultando todo con los compañeros.
Andrés fue uno de los encargados de lidiar con el boicot de los proveedores, en aquellos primeros días de producción autogestiva. “Costó muchísimo abrir la cadena de pagos, porque nos tildaban de usurpadores. La primera compra fue con pago anticipado: 3.500 pesos. Y a prender velas hasta ver llegar la arcilla. Imaginate lo que significaba para nosotros esa cifra. Y al viejo Zanon, los mismos proveedores lo financiaban un año. Si no, no hubiese podido generar la tremenda deuda que les dejó de clavo.”
Otras ventajas del patrón: pagar sólo el 25% de la factura de luz. El resto, lo cubría un subsidio que le otorgaba la cooperativa que administra ese servicio. De su directorio, participa el gobierno provincial e incluso delegados gremiales que responden a la cta. Sin embargo, la gestión obrera de Zanon no tiene descuentos: paga el 100 por ciento.
Andrés también participó de la primera delegación de la fábrica que viajó a Buenos Aires, en una vieja combi que consiguieron prestada. Buscando apoyo para poner en marcha la fábrica, golpearon todas las puertas posibles e, incluso, las imposibles. “A Moyano lo fuimos a encarar al Salón de los Pasos Perdidos del Congreso, donde daba una conferencia de prensa. Nos respondió: ´agarren un plan y déjense de hinchar las pelotas.´ De Gennaro nos dijo que las cuentas de la cta estaban mal y nos propuso que nos afiliáramos. Por eso cuando miro para atrás, siempre digo que cada una de esas cosas que vivimos nos educó. La experiencia nos enseñó a no quedarnos con el no, a siempre ir por más.”
-Y cuando mirás para atrás, ¿qué encontrás que fue clave para avanzar, pese a todo?
-La asamblea.
En Zanón las asambleas son semanales y si hace falta, más. Una vez al mes, le dedican una jornada. Se paraliza la producción los tres turnos y durante ocho horas debaten y aprueban informes que separaron en tres rubros: político, judicial y económico. Dice Godoy:
–Eso es lo único que nos mantiene vivos. Si no, te firmo donde sea que hubiésemos sido derrotados. Sin asamblea no hay gestión obrera que valga. El patrón te puede hacer producir con un látigo, pero la gestión obrera depende del convencimiento que tenga cada uno de que todos tiramos para el mismo lado. Nuestra principal inversión es la asamblea.
Godoy agregará, entonces, que otra de las claves fue no eludir el debate político. “Muchos conflictos empiezan por problemas internos y se quedan ahí, no debaten por qué se generan. Nosotros no le tuvimos miedo a que ese debate abra diferencias, sino al contrario, hablamos de esas diferencia y encontramos los puntos en común.”
Otro obrero me dirá después lo mismo de otra manera: “Godoy consulta a sus compañeros del pts y yo consulto a mi mujer. Los dos hablamos con los que tenemos más confianza”. Para Godoy, la asamblea es el lugar donde esas dos visiones se encuentran y se superan.
-Sus compañeros ¿no les recriminan el uso del discurso militante?
-Podemos hablar desde ese lugar porque nos hemos ganado el respeto de nuestros compañeros.
-¿Y cómo se ganaron ese respeto?
-Porque supimos respetar. Y el error que comete la izquierda es no hacerlo.
-Muchas veces el problema es que la izquierda aparece alentando más el conflicto que la solución…
-Es que hay una izquierda abonada al régimen, de diferentes formas, que opera con las lógicas del poder. Pero cuando se logra que la izquierda nutra la experiencia de una lucha obrera, tus compañeros ya no piensan que es un pecado mortal tener una mirada política.
Obligaciones vs. responsabilidades
La primera consecuencia directa de esta mirada fue, en Zanón, entender quiénes eran sus aliados y cuál era el escenario de combate. Godoy lo sintetiza así: “En la calle y unidos con quienes estaban librando la misma batalla que nosotros”. En Neuquén esto significó encontrarse en la ruta con los movimientos piqueteros, que los defendieron siempre, y poniendo el cuerpo, ante cada amenaza. Por eso, cuando Zanon tuvo la posibilidad de ampliar los puestos de trabajo, la asamblea votó la incorporación de quienes más los apoyaron: media docena de puestos fueron para el mtd, un par para el Teresa Vive, otro para el Polo Obrero y otro para Barrios de Pie. El siguiente cupo se cubrió con organizaciones sociales de mapuches y discapacitados. El tercero fue para familiares y recién el cuarto buscó cubrir las vacantes teniendo en cuenta qué especialidades les faltaba reforzar. Cuenta Godoy: “Tuvimos problemas con la gente del mtd porque jamás habían tenido un trabajo. Y fueron discusiones fuertes, porque la lógica ahí opera al revés: ¿qué significa tomar una responsabilidad? Para algunos significa una obligación y para otros, una forma de hacer algo concreto para cambiar el sistema de relaciones de poder. Producir junto a otro te crea responsabilidades, no obligaciones. Por eso, acá tenemos la responsabilidad de cumplir con nuestra parte de trabajo, de asistir a las asambleas. Pero es totalmente voluntario asistir o no a una movilización.”
Ya es mediodía y en el comedor nos esperan fideos con tuco de sabor casero. Arriba del mostrador que separa el comedor de la cocina han colocado –como en cada rincón de la fábrica– una cerámica que recuerda: “Daniel: siempre te recordaremos. 15-7-2000”. Debajo de esa cerámica, sirviéndome los fideos, está Ana, la mamá de Daniel. No hace falta hacerle ninguna pregunta para que comience hablar.
–Todavía lo lloro, todavía no me entra en la cabeza cómo pasó. Salió ese día de mi casa diciéndome ´chau mamá´y a la hora y media me estaban llamado por teléfono para avisarme que estaba en el hospital.
En realidad, Daniel –22 años, sostén de su familia– murió antes de que llegara la ambulancia de un paro cardiorrespiratorio: el tubo de oxígeno de la enfermería de la fábrica estaba vacío. Su muerte se convirtió en un trágico símbolo del vaciamiento que sufría la empresa en tiempos de Luis Zanon. “Ya no pagaba los salarios ni invertía en mantener la seguridad de la fábrica. Lo de Daniel fue el límite, la primera vez que dijimos basta”, contará Godoy después. Ahora, es Ana la que sigue recordando en voz alta aquel día que está congelado en su cabeza. “Los muchachos me mandaron un taxi para que me llevara al hospital y cuando llegué, le pidieron a los médicos que me dieran una pastilla antes de darme la noticia. Por las caras que tenían me di cuenta que pasaba algo grave, pero nunca me imaginé que mi hijo, que tenía apenas 22 años, iba a morirse así. Si pude reponerme de ese golpe, es porque siempre estuvieron ellos al lado mío. Nunca dejaron de visitarme, de llevarme ayuda, y apenas pudieron, me llamaron para que venga a trabajar acá. Yo tengo 62 años, así que imaginate: ¿quién me iba a dar trabajo? Acá estoy rodeada de los compañeros de mi hijo, me siento querida, apoyada y encuentro la fuerza para seguir adelante.”
Ana me mira con sus ojos mojados. Tiene las manos aferradas al delantal.
Me pregunta:
–¿Algo más?
Y me ofrece una rodaja de pan.
Para que la arcilla se convierta en baldosa son necesarias cinco horas de molienda y otras tantas de compactación, secado y pulverización, aunque seguramente implique más cosas que no llegué a entender, a pesar de la paciencia de Luis –coordinador de la sección molienda y atomización– para explicarme el proceso.
Luis entró a Zanón en el año 79 y aunque lo echaron en el año 98, no dejó de trabajar en la fábrica: el despido fue un pase mágico para convertirlo en proveedor. “Tuve que sacar monotributo, factura. Y todo para poder seguir haciendo el mismo trabajo”. Intuyo que el motivo que lo obligó a aceptar ese mal acuerdo fue el mismo que motivó a la empresa a forzarlo: Luis es viudo y padre de siete hijos. Con la maniobra, la empresa se ahorraba –entre otras cosas– el salario familiar. “Me dieron la indemnización, pero como después no me pagaron las facturas, me comí esa plata y quedé vacío. Al tiempo, y aunque no quería, me tuve que ir a trabajar a otro lado, en changas, porque a mi casa, algo tenía que llevar.” Cuando al año sus compañeros recuperaron la planta “me llamaron para que ponga en marcha este sector. Para mi fue algo muy lindo. Imaginate, con todo lo que pasé acá. Y eso que fui supervisor, jefe. Que me llamen mis compañeros era una manera de reconocer que nunca me creí las boludeces que me decía la empresa.”
¿Por qué aceptó?
Porque era un desafío y, la verdad, una venganza personal. No sabía qué iba a pasar, si iba a poder llevar un peso a mi casa, pero era una buena revancha. Hablé con mis hijos. La mayor en ese tiempo tenía 19 años, pero el resto todavía era muy chico. Pero entendieron y me apoyaron, incluso me acompañaron a algunas marchas. Eso me bastó.
¿Y cuál es la diferencia entre cómo trabajaba antes y ahora?
Yo hago las cosas tal cual las hacía antes, pero mejor. Empezamos de la nada y llegamos a lo que llegamos porque cada uno pone todos los días lo mejor que tiene. Sigue siendo un desafío, pero ya demostramos que se puede hacer algo sin patrones, sin mandamás. El compañerismo es algo muy lindo, que te llena, te da orgullo. Siento que vamos por buen camino y cada vez veo más cerca la solución. No porque sea fácil, sino porque la veo.
¿Qué ve?
Que hoy por hoy es un problema político. Y la solución, también.
Las baldosas que salen crudas de la sección de Luis viajan hasta los hornos transportadas por una máquinas solitarias, que ejecutan movimientos sincronizados. Se desplazan, hacen filas, suben brazos, bajan bandejas y regresan a su lugar como por arte de magia, a través de unos pasillos infinitos que forman catorce hornos de 95 metros de largo, cada uno. El sector tiene, entonces, la dimensión de un pequeño barrio, con calles por donde transitan robots. En cada esquina, hay un obrero controlando el proceso.
El cocido consume dos horas y media e implica, entre otras cosas, que la baldosa sea tragada por un horno a 585 grados y escupida cuando alcanza los 1.162 grados. En una de esas bocas está ahora Franco, 27 años, menos de dos en Zanón. Él representa la generación de los nuevos y lo hace notar apenas saluda.
–Todo lo que sé me lo enseñó El Viejo.
El Viejo es Alberto Berra y Franco lo convoca haciendo sonar una sirena, porque las distancias en ese sector son así de elocuentes. Cuando Don Berra asoma, Franco lo presenta:
–Mi maestro.
Don Berra tiene 64 años, veinticuatro de los cuales vivió en Zanón, siempre al lado de los hornos. “Tengo el ojo y la experiencia que se necesita para cuidar esto, porque cada error que se comete lo pagamos muy caro. Y digo pagamos porque lo que se pierde sale del bolsillo de todos. Acá nadie te manda, así que es tu conciencia la que te mueve a hacer el trabajo como corresponde.”
Casi sin tomar aliento, sigue Don Berra: “Esta era una empresa rica que vimos empobrecerse. Se empobreció la fábrica y nos empobrecimos nosotros. Los patrones, no. Ellos no pagaron nunca ni las deudas ni las consecuencias. Eso se lo dije al síndico cuando me lo crucé acá. Le dije también: “¿Ve este horno encendido? Lo prendí yo. Y para apagarlo me va a tener que matar.” Esa es nuestra riqueza.
Don Berra parece un personaje de película y esto en Zanón significa que es literal y doblemente cierto. El documental Corazón de fábrica lo muestra en el afiche, parado frente a los hornos. El título de la película es una frase que dijo Don Berra en una asamblea. “Si esto se apaga es porque la producción, pero también nosotros, estamos muertos”.
Estos fantasmas son los que acechan a los hombres y mujeres de Zanón todos los días. Y en algunos más que en otros. Los ojos claros de Godoy se ponen transparentes cuando recuerda el peor de todos: 8 de abril de 2003.
El juez de la quiebra había decretado el desalojo y los síndicos viajaron desde Buenos Aires con la orden de ejecutarlo. La noche previa, los trabajadores se reunieron en una asamblea para decidir qué harían. Cuenta Godoy:
–Todos dijimos y repetimos: ninguno tiene la obligación de quedarse, ni siquiera moral. Pero nadie se movió. Nos preparamos a resistir. Estábamos alertas, tensos, cuando nos avisan que por la ruta se acerca un micro. Nos asomamos por las ventanas –que parecían trincheras– y vemos un colectivo que se para frente al portón, se abre la puerta y se asoma un pie hinchado. Era Hebe. Detrás de ella, bajó una docena de Madres. Hebe ese día me regaló un pañuelo. Y yo pensé: ya está. Ya entendí todo: soy un desaparecido que tiene la oportunidad de dar pelea. Acá lo que único que va a morir es el temor. Después, empezaron a llegar de todos lados. Había gente que estacionaba su cero kilómetro en el playón para armar un cordón alrededor de la fábrica y gente que estacionaba al lado el carrito del bebé. Los tres claustros de la Universidad del Comahue decretaron un paro y movilización, también el gremio docente y la cta. Había tanta gente alrededor nuestro y nosotros, unas horas antes, no sabíamos si íbamos a estar solos. Eso te cura el miedo.
Parece un trono, pero es el estrado desde el cual Julia juzga la calidad de las cerámicas que acaban de abandonar los hornos. Desfilan ante ella sin pausa, una tras otra y una tras otra, cual película de Carlitos Chaplin. Julia tiene un marcador indeleble en la mano y cada vez que pasa por delante de sus ojos una cerámica cachuza, la marca con una cruz. A Julia le sobra experiencia y concentración para hacer justicia con su marcador y hablar al mismo tiempo. A mi, en cambio, me da vértigo la coincidencia entre lo que está diciendo y lo que está haciendo. Precisa, breve y contundente, Julia dictamina:
“Esta es una lucha constante. De todos los días y de cada uno. Lo sabemos. Y la vamos a seguir todo lo que haga falta (marca una cruz). Hay gente que te apoya en todo lo que hacés y hay gente que siempre va estar en contra, hagas lo que hagas. Eso también lo sabemos. Como sabemos que la solución en bien sencilla: los diputados tienen ahora la posibilidad de darnos la expropiación. Firman y listo (otra cruz). Está en sus manos (y otra). Sabemos que ellos tienen mucha experiencia en beneficiar empresas. A las petroleras, por ejemplo. ¿Con qué argumento entonces van a negarnos a nosotros la expropiación?”
Al terminar el recorrido, le pido a la gente de prensa y difusión algunas fotos sobre los momentos claves del conflicto. Me convidan un mate, dos, y con el tercero me entregan cuatro dvd. En tres están algunas de las películas que se hicieron sobre Zanón: Fábrica sin patrón, No retornable y Corazón de fábrica. En el cuarto copiaron 1.784 fotos sacadas por ellos mismos en movilizaciones, recitales, asambleas, actos solidarios. Es apenas una muestra de todo lo que fueron capaces de hacer en estos años.
Me despiden con un regalo: un cerámico con el calendario 2008 y el retrato de Carlos Fuentealba, el maestro asesinado por la policía del gobernador Sobich.
Cuando ya estoy a la vera de la ruta, esperando el auto que me regresará a eso que llamamos realidad, alguien me toca el hombro y –abracadabra– me tiende su teléfono celular. Del otro lado, la amable voz de uno de los coordinadores de prensa me dice:
– Zanón mide 12 hectáreas.
Y hasta en ese pequeñísimo detalle queda claro qué produce Zanón.
Nota
Blas Correa, y la condena a 11 policías responsables de su muerte: “Esto recién comienza”

11 agentes policiales fueron condenados por la muerte de Blas Correas en agosto de 2020 en Córdoba, después de 7 meses, 36 audiencias y el testimonio de más de medio centenar de testigos. La sentencia es histórica no solo porque demostró cómo funciona la máquina de violencia institucional, sino porque incorpora la capacitación a todos los agentes de la policía en el trato a víctimas, en el uso de armas de fuego, y obliga que se profundicen los exámenes psicotécnicos periódicos. Estos argumentos fueron planteados por la familia de Blas, que dice: “Marchando el 24 de marzo por mi hijo entendí en el lugar que estoy: vi mujeres marchando durante 40 años y así voy a morir yo, como las abuelas. Ese es el camino”.
Por Bernardina Rosini desde Córdoba. Fotos: Amnistía Internacional Argentina | Nicolás Bertea

“Prometo hacer todo lo posible para que las cosas cambien”.
Soledad Laciar en una carta dirigida a su hijo.

Soledad Laciar es la mamá de Valentino Blas Correas, el joven de 17 años que la noche del 5 de agosto de 2020 salió a comer una pizza junto a cuatro amigos -Mateo, Cristóbal, Camila y Juan Cruz- y quien horas se convertiría en una nueva víctima de la policía de Córdoba.
Vale recordar: los cinco jóvenes regresaban a casa a bordo de un Fiat Argo cuando divisan un control vehicular; Juan Cruz (19 años, quien conduce) al ver que uno de los policías tiene un arma en la mano, se asusta, se saltea el control. Entonces se escuchan disparos. Seis. Uno de impacta en la espalda de Blas, quien siente la herida y le pide a Camila que le de la mano. Van rápidamente a un clínica, la primera que ven, lo bajan a Blas pero en la puerta se niegan a recibirlo, lo suben nuevamente al auto, intentan llegar al Hospital de Urgencias pero nuevamente son detenidos por un control policial; no los dejan avanzar y los obligan bajarse del auto; los amigos de Blas desesperados ruegan que atiendan al amigo herido pero los agentes policiales niegan cualquier asistencia, les piden documentos y hablan por radio.
Así muere Blas, en el asiento trasero del auto, solo.
Pero el horror no termina ahí: en minutos las dos duplas policiales que participaron del tiroteo se reúnen y resuelven plantar un viejo revólver calibre 22 y así intentar justificar sus disparos. El elenco policial interviniente lo conforman 13 agentes. 11 acaban de ser condenados (debajo de la nota, el detalle de las condenas).

Hacer historia
La sala del primer piso de Tribunales II en la ciudad de Córdoba está repleta, desborda hacia los pasillos. Amigos de Blas y de los sobrevivientes, hinchas de Belgrano (club del cual Blas era fanático), Abuelas de Plaza Mayo, el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, madres que llevan remeras de sus hijos también víctimas fatales de la policía, mucha prensa, y ningún funcionario.
Es una jornada histórica, no sólo por la cantidad de agentes policiales condenados, sino porque la sentencia reconoce a Blas Correas, a su familia y a los sobrevivientes, como víctimas de actos de violencia institucional. Soledad Laciar, la madre, luego señalaría que éste reconocimiento fue el momento más conmovedor de la lectura, puesto que señala a la maquinaria en su totalidad.
Y es que la Cámara 8ª del Crimen de la ciudad de Córdoba dió lugar al señalamiento de la familia de Blas, por un lado, con respecto a la ampliación del alcance de responsabilidades y ordenó investigar al ahora ex Ministro de Seguridad de Córdoba y actualmente legislador por el oficialismo, Alfonso Mosquera, y a la actual jefa de la Policía, Liliana Zárate.
Al primero, por presuntos actos de corrupción y malversación de caudales públicos al entregar un vehículo judicializado a uno de los comisarios. Mosquera declaró en el juicio que se trató de “una gauchada personal”.
En cuanto a Zárate -que se desempeñaba como titular de Recursos Humanos de la fuerza para aquel entonces- se la responsabiliza de que los policías Lucas Gómez y Javier Alarcón (autores de los disparos) se encontraran en ejercicio a pesar de que sus legajos estaban nutridos con varias imputaciones anteriores al hecho y, en el caso particular de Alarcón, de no haber aprobado una práctica de tiro. A Zárate se la investigará por omisión de los deberes de funcionario público y por las falencias en la formación y el control de los agentes policiales.



El Tribunal también indicó que se inicie investigación judicial y se identifique a los uniformados policiales que durante esa madrugada detuvieron el Fiat Argo y no permitieron que los amigos de Blas lo llevaran al hospital a pesar de la evidente necesidad de atención médica.
Conforme con la sentencia, la mamá de Blas expresó: “Siento que me acerqué enormemente a la justicia, confieso que tenía muchas dudas. Pero para mí es importantísimo que hayan incorporado la capacitación a todos los agentes de la policía en el trato a víctimas, en el uso de armas de fuego, que se profundicen los exámenes psicotécnicos periódicos. Un mes más o menos en las condenas no me significa nada, pero que se realicen cambios para asegurar que ésto no siga pasando, es lo que me importa”.
Además de las capacitaciones a la totalidad de los agentes de la fuerza, se indicó al Ministerio de Seguridad que se retenga el armamento a todo policía que repruebe las evaluaciones de tiro.
“Esto recién comienza” añadió Soledad, porque ahora asegura que irá tras los demás responsables, estará pendiente de la implementación efectiva de lo expresado en la sentencia, y acompañará a las demás familias que buscan justicia por sus hijos. “Ahora será buscar justicia para Joaquín Paredes, tenía 15 años. Les pido que nos acompañen, que no les quede lejos Cruz del Eje”.
Unas horas antes de conocerse la sentencia Soledad ya lo había adelantado “Marchando el 24 de marzo por mi hijo entendí en el lugar que estoy: vi mujeres marchando durante 40 años y así voy a morir yo, como las abuelas. Ese es el camino”.


Las condenas:
- Lucas Gómez (37) y Javier Alarcón (33) ,autores del homicidio calificado por ser integrantes de la Policía y agravado por el uso de arma de fuego y por la tentativa de homicidio contra los cuatro otros chicos: condena a reclusión perpetua, inhabilitación absoluta y especial para desempeñar empleo y cargo público.
- Wanda Esquivel (34), la oficial que plantó el arma que luego se quebró y confesó el delito fue condenada a 3 años de prisión domiciliaria.
- La oficial Yamila Martínez (25) fue condenada a cuatro años y tres meses de prisión e inhabilitación especial por tres años.
- Leando Alexis Quevedo, condenado a cuatro años de prisión.
- El cabo Ezequiel Vélez (25), a dos años y seis meses de prisión, por lo que no irá a prisión al ser la pena menor a tres años.
- El subcomisario Sergio González (44); subcomisario Enzo Quiroga (36); comisario inspector Walter Soria (45); el comisario inspector Jorge Galleguillo (46) el comisario Juan Antonio Gatica (46) condenados por falso testimonio, encubrimiento por favorecimiento personal a cuatro años y diez meses de prisión.
Nota
Daniel Solano: la Corte confirmó la detención de los 7 policías condenados por homicidio

Los siete policías condenados a prisión perpetua por el asesinato de Daniel Solano, el joven salteño de 27 años desaparecido en Choele Choel el 5 de noviembre de 2011, fueron detenidos tras el rechazo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a un recurso de queja de los efectivos, y así deberán empezar a cumplir la pena en prisión por primera vez desde la sentencia. El juicio concluyó el 1 de agosto de 2018, pero desde entonces los oficiales Sandro Berthe, Pablo Bender, Juan Barrera, Pablo Albarrán Cárcamo, Pablo Quidel, Diego Cuello y Héctor Martínez estaban en libertad, a la espera de la resolución de la Corte. “Nunca los sacaron de la policía: tenían libertad, cobrando sueldo y portando armas”, dice Leandro Aparicio, uno de los abogados de la familia Solano, que subrayó su “satisfacción” por el fallo: “Uno está golpeado, pero esto da energías para poder avanzar. No hay muchos casos en los que se detengan a 7 policías”.
La desaparición de Daniel se produjo tras un episodio de violencia policial en la vereda de un boliche de la ciudad. Antes había reclamado por su sueldo y el de sus compañeros como trabajadores rurales de la empresa Agrocosecha, tercerizada de Expofrut Argentina. Aparicio: “Fue un homicidio más allá de la desaparición, y fue un homicidio en un contexto de trata de personas, que está denunciada en la justicia federal de Roca, como está denunciado el narcotráfico, pero la causa no se mueve como se debería. Está parada. Pero esto va a servir para darle un impulso a toda esas cuestiones pendientes”.

Entre esas cuestiones, en abril habrá audiencias por la acusación a otros cuatro policías, entre ellos Tomás Vega, a quien la familia lo señala como el “nexo” con la empresa: “Vega estuvo cuando le pegaban a Solano en el boliche. Vio todo eso. Y fue el que estuvo a cargo de la investigación los primeros día de la desaparición”.
Daniel sigue desaparecido. Gualberto, su papá, murió en medio del juicio, sin poder llegar a la sentencia por homicidio, y fue el principal motor de la causa que denunció la desaparición forzada y la connivencia judicial y estatal bajo un reclamo concreto que repitió una y otra vez a lo largo de seis años y medio: “Quiero encontrar el cuerpo y llevarlo”. No se detuvo un día: hizo huelgas de hambre, inició acampes y se encadenó al juzgado para exigir respuestas. Así reveló la trama de explotación laboral en Río Negro, la corrupción judicial que cubrió el caso y logró la detención de los oficiales que hoy están presos. Aparicio lo recuerda: “Nosotros tenemos esperanza de que el cuerpo aparezca. Algún policía capaz que se puede quebrar, o Vega mismo, sabiendo lo que se viene, puede dar información. Hemos hecho lo imposible para que aparezca el cuerpo”.
Compartimos la investigación de MU sobre este caso:
Nota
Sí, podemos: 20 años del No a la Mina de Esquel

Esquel está cumpliendo 20 años del histórico plebiscito en el que por más del 81% de los sufragios la comunidad votó «No a la Mina» y rechazó así la instalación de la megaminería en la región. A qué le dijeron que «Sí», desde la nota histórica que se hizo desde MU en uno de los tantos viajes, el primero, a la madre de muchas batallas.

El 23 de marzo se cumplieron 20 años del rechazo a la megaminería en Esquel, símbolo de lucha contra los proyectos contaminantes, inconsultos, impuestos en silencio y con violencia, y símbolo también de la democracia participativa, la organización y una lucha que se contagió a otros lugares del país.
En estos días hubo recitales, charlas, caminatas, marcha el 23 de marzo, y este domingo culminará la celebración con un ascenso al cerro Calfu Mahuida, un modo de simbolizar ese contacto permanente de la comunidad de Esquel con la naturaleza.
La historia viva cuenta que un puñado de vecinas y vecinos, que fueron cada vez más, comenzaron a reunirse, a estudiar la situación, a ir a escuelas, clubes, barios, difundiendo capilarmente, en una movilización a la vez inmensa, lo que se estaba tramando para hundir a Esquel en la megaminería. El 4 de diciembre de 2002 fue la primera marcha que reunió a más de 6.000 personas. Nunca desde entonces se dejó de marchar el 4 de cada mes.
Esa creación de movilización involucró otro hecho histórico: se había formado la Asamblea No a la Mina, grupo apartidario, horizontal, democrático, diverso, expresión de las nuevas formas de organización social que emergían en el país tras la crisis de 2001.
El mecanismo asambleario en el que participaba todo el que quisiera, llevó a presionar la situación hasta obtener la posibilidad de la que se celebraron ahora 20 años: el 23 de marzo de 2003 se realizó un plebiscito en el que la comunidad rechazó por más del 81% de los votos al proyecto que intentaban imponer la empresa Meridian Gold y el Estado. Esquel hizo nacer aquel No, pero además generó un contagio en diferentes lugares en que se manifestaban conflictos ambientales en todo el país (Gualeguaychú, Famatina, Andalgalá, como emblemas de una actitud ciudadana no ha dejado de crecer hasta hoy frente a diferentes situaciones territoriales, de salud, y hasta de derechos humanos). Se ponía en foco al modelo extractivo.
Desde aquellos años Esquel ha pasado por situaciones de todo tipo que han sido reflejadas tanto en lavaca.org como en la revista MU:
- la intención de dar vuelta la decisión de la población a través de campañas de acción psicológica y desinformación;
- el espionaje a vecinas y vecinos que integraban la Asamblea, por parte de la AFI, como forma de amedrentamiento y control social;
- las presiones políticas y hasta laborales que sufría toda persona involucrada con el proceso asambleario;
- el contagio fundamental de la acción de Esquel a toda Chubut, que se pobló de asambleas en todo el territorio, incluyendo a las comunidades de pueblos originarios, siempre rechazando los proyectos y negociados minero-estatales;
- las trampas legislativas detectadas cuando se obtuvo la foto del diputado Gustavo Muñiz (del Frente para la Victoria) chateando por celular con el gerente Gastón Berardi de Yamana Gold, la empresa que había asumido el proyecto para impedir y ningunear la Iniciativa Popular presentada por la ciudadanía para que se convirtiera en Ley;
- las represiones a los manifestantes en Rawson, cuando la lucha debió concentrarse en la capital provincial; el acoso mediático a toda esta movida en defensa de la naturaleza por parte de buena parte del sistema mediático, dependiente de pautas publicitarias estatales y privadas.
- Y, por nombrar algo de lo más relevante en los últimos tiempos, el Chubutazo, o “Chubutaguazo”, con que la provincia movilizada logró dar vuelta de un modo comovedor en 2020 un nuevo intento de legislación que bajo el disfraz de una “zonificación” provincial buscaba lo de siempre: ir por la minería. La ciudadanía logró tumbar esa intentona y reponer la ley que prohíbe los megaproyectos extractivos.
- Otro detalle de estos tiempos: ya hay una tercera generación de integrantes de las asambleas participando plenamente, un sub-17 que demuestra el alcance de todo lo que se ha realizado, también desde el punto de vista inter-generacional.
Esquel fue el nacimiento de la resistencia de Chubut, que no significa solamente un rechazo al saqueo y la contaminación, un No, sino también múltiples Sí:
- Sí: sí a la vida.
- Sí a la reivindicación por la positiva de otras formas de producción que no impliquen la destrucción.
- Sí a la necesidad de licencia social para cualquier proyecto, de cuidado de ambiente como forma de preservación de la vida y el trabajo.
- Sí a nuevas formas de relación entre lo humano y la naturaleza. A nuevas relaciones también entre las personas para plasmar la idea de que el agua vale más que el oro, y de que el futuro es posible.
Como homenaje a todo eso aquí puede verse la primera de las notas publicadas en MU sobre la asamblea de Esquel: “La madre del No”, para conocer esa experiencia histórica hecha de resistencia, inteligencia, generosidad y, también, alegría.
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