Nota
Conferencia de Mike Davis: reflexiones frente al abismo
Esta es una conferencia del urbanista y escritor Mike Davis, publicada por SinPermiso, de cuyo Consejo Editorial Davis es miembro. Se trata de un análisis diferente sobre la crisis financiera global, rompe las comparaciones “keynesianas“, desnuda la falta de ideas en el establishment norteamericano, además de anunciar que Estados Unidos tendrá pronto su primer presidente ciego.
Mike Davis es un norteamericano nacido en 1946, profesor de Teoría Urbana en California y autor de libros como Prisionero del sueño americano, Ecología del miedo y el más reciente Planeta de suburbios, sobre las periferias urbanas como escenario político y social decisivo del futuro. Miembro del Consejo Editorial de la revista española SinPermiso, brindó una charla en el San Diego City College cuyo texto en castellano ha transmitido la propia revista. Una mirada sobre la crisis financiera y el anuncio de que los Estados Unidos, según parece, y gane quien gane las elecciones, están a punto de tener su primer presidente ciego.
Este es el texto completo de esa conferencia, dictada este 13 de octubre.
¿Puede Obama ver el Gran Cañón?
Permítanme comenzar esta charla de una forma harto oblicua, y aun extraña, con el Gran Cañón del Colorado y la paradoja implícita en todo intento de ver más allá de los precedentes culturales o históricos.
El primer europeo que pudo asomarse a las profundidades de la gran garganta fue el conquistador español García López de Cárdenas, en 1540. Quedó tan horrorizado por la visión, que retrocedió al punto, alejándose del Borde Sur. Hubieron de pasar más de tres siglos antes de que el teniente Joseph Christmas Ives, del Cuerpo de Ingenieros Topógrafos del Ejército de los EEUU, accediera al sitio en calidad de segundo visitante. Como García López, se sintió preso de un “pánico que hasta resulta doloroso recordar”. Aunque entre los miembros de su expedición figuraba un artista alemán muy conocido, no por ello dejaron de resultar los esbozos hechos del Cañón extremadamente distorsionados en lo que hace a escala y perspectiva.
En otras palabras: ni el conquistador ni el ingeniero del ejército lograron dar sentido a lo que vieron; a tal punto quedaron sobrecogidos por el horror y por el pánico primitivos que experimentaron. En un sentido fundamental, su ceguera emanaba de la falta de conceptos para organizar una visión coherente de un paisaje totalmente novedoso para ellos.
Sólo empezó a haber retratos fieles del Gran Cañón una generación después, cuando el lugar se convirtió en la obsesión de un héroe manco de la Guerra Civil, John Wesley Powell, y de sus celebrados equipos de geólogos y artistas. Eran éstos como astronautas victorianos en otro planeta: la Meseta del Colorado. Tomó años de brillante trabajo de campo construir un marco conceptual que lograra dar un sentido perceptible acorde con la realidad del paisaje.
El resultado de su trabajo, La historia terciaria del Gran Cañón, publicado en 1882, está ilustrado por obras plásticas maestras que, según dejó dicho Wallace Stegner, “son más fieles que cualquier fotografía”, porque reproducen detalles estratigráficos que, normalmente, escapan a las imágenes tomadas con cámara. Cuando hoy visitamos alguno de los puntos de observación famosos, la mayoría somos conscientes no sólo del grado en que esas imágenes icónicas han llegado a entrenar nuestra mirada, sino también de hasta qué punto estamos imbuidos por la idea, popularizada por Powell, del Cañón como un museo del tiempo geológico, espectacularmente revelado en una suerte de pastel de capas superpuestas en una milla de profundidad de estratos sedimentarios.
¿Y por qué estoy hablando de geología? Porque, como los primeros exploradores del Gran Cañón, lo que tenemos a la vista es un abismo de turbulencias económicas y sociales que confunde nuestras tradicionales percepciones del riesgo histórico. Nuestro vértigo se ve intensificado por nuestra ignorancia de la profundidad de la crisis y porque los sentidos no alcanzan a percibir la distancia que nos separa de la zona abisal a la que podemos finalmente abismarnos.
Permítanme confesarles que, como viejo socialista que soy, a menudo me hallo en una situación como la del testigo de Jehová que abre su ventana para ver las estrellas caer del cielo. Aunque durante décadas he estado predicando la teoría marxista de las crisis, nunca creí que viviría para ver el suicidio del capitalismo financiero.
Mi primera reacción al desplome de 777,7 puntos en Wall Street hace dos semanas fue de una euforia retro, muy años sesenta: “¡La clavaste, Karl!”, grité. “¡Cómanse sus derivados financieros y revienten, cerdos de Wall Street!” Como la del Gran Cañón, la caída de los bancos puede ser un espectáculo aterrador al par que sublime.
Pero los culpables reales, huelga decirlo, no van camino de la guillotina, sino que están bajando plácidamente a tierra munidos con paracaídas de oro. Nosotros estamos todavía atrapados en un avión incendiado y sin piloto, pero el despreciable Richard Fuld, que se sirvió de Lehamn Brothers para saquear fondos de pensiones y ahorros de jubilación, anda enfurruñado en su yate, rodeado de lujos.
Ante una nueva Depresión que augura a las gentes un ignoto mundo de dolor desde Wasila hasta Tombuctú, ¿cómo tenemos que reconstruir nuestra comprensión de la economía globalizada? ¿Hasta qué punto pueden servirnos de ayuda Obama o McCain para analizar la crisis y luego actuar efectivamente para resolverla?
Si el debate del pasado lunes en Nashville sirve de algo para responder a esa pregunta, hay que decir que pronto tendremos nuestro primer presidente ciego. Ninguno de los dos candidatos tuvo los cojones o la información suficientes para responder las sencillas cuestiones planteada por una audiencia ansiosa: ¿qué pasará con nuestros puestos de trabajo? ¿Cuánto empeorarán las cosas? ¿Qué medidas urgentes habría que tomar?
Más todavía, cual si anduvieran presos de sus hojitas volanderas, los candidatos se aferraban a un guión obsoleto. La única sorpresa que tenía reservada McCain era otra innovación falsaria: un plan de ayudas hipotecarias, ya debatido en el Congreso, que vendría primero en socorro de los bancos.
Obama recitó su programa de cuatro puntos, infinitamente mejor, en principio, que la opción preferencial de su contrincante por los ricos; pero abstracto, carente de detalles, más una promesa retórica que el esbozo de una maquinaria para la reforma. Hizo sólo una referencia de pasada a la fase siguiente de la crisis: el desplome de la economía real y un probable desempleo masivo, en una escala desconocida desde hace setenta años.
Es verdad, como argumentarían algunos de mis amigos, que en 1933 ni Franklin Delano Roosevelt ni nadie tenía un programa bien engranado. Lo que tenía (supuestamente) era una gran empatía con la gente común y una disposición a experimentar con todo tipo de intervenciones públicas. Obama, de acuerdo con este punto de vista, podría ser su reencarnación en el siglo XXI: calmo, sólido y dispuesto a aceptar el consejo de los mejores y más brillantes espíritus del país.
Lo que pasa es que esta analogía esperanzadora yerra, o resulta insuficiente, al menos en tres aspectos capitales:
Primero: la analogía entre la Gran Depresión y la situación actual podrá resultar adecuada, pero no lo es la analogía con el New Deal como fórmula resolutoria. Es verdad que hay mucho de déjà vu en los frenéticos intentos de templar el pánico y asegurar que lo peor ya ha pasado. Muchas de las afirmaciones de Paulson podrían ser calcos de las de su predecesor en el cargo Andrew Mellon (el secretario del Tesoro de Hoover), y ambas campañas presidenciales se mecen crispadamente en una retórica heroica procedente del New Deal.
Pero, como se ha encargado de adoctrinarnos durante años la prensa económica, esta no es la Vieja Economía Norteamericana, sino un engendro completamente nuevo construido de piezas externalizadas y sobrecargado con mercados mundiales instantáneos de todo lo imaginable, desde dólares y euros hasta tripas de cerdo y futuros metereológicos. Estamos asistiendo a las consecuencias de una perversa reestructuración que, desde los tiempos de Reagan, ha logrado invertir las proporciones de la industria manufacturera (21% en 1980; 12% en 2005) y de los servicios financieros (15% en 1980; 21% en 2005) en la composición de nuestro producto nacional. En 1930, las fábricas podían estar cerradas, pero la maquinaria estaba intacta; no había sido subastada y saldada a cinco céntimos el dólar a China.
Por otro lado, yo no pretendo subestimar las maravillas de la tecnología contemporánea de mercado. El capitalismo de casino ha demostrado su fibra transmitiendo a una velocidad sin precedentes el virus letal de Wall Street a todos los centros financieros del planeta. Lo que a comienzos de los 30 llevó tres años –la globalización de la crisis—, se ha conseguido ahora en sólo tres semanas. Dios nos ayude si, como parece, el desempleo arrolla a los sufridos contribuyentes a la misma velocidad.
En segundo lugar: carecemos de la ventaja que tenía Roosevelt al disponer de una incipiente teoría económica (luego llamada keynesianismo) de la intervención estatal y de la gestión pública de la demanda, una teoría que se convirtió en idea-fuerza merced a un levantamiento de los trabajadores industriales que marcó toda una época histórica.
Si han visto el triste cortejo de gurúes económicos que ha desfilado por el show televisivo de McNeil-Lehrer, estoy seguro de que coincidirán conmigo en que las estanterías intelectuales de Washington están vacías. Ninguno de los dos grandes partidos dispone sino de unos pocas cáscaras dispersas de tradiciones de políticas públicas distintas de las del neoliberalismo (ademanes pseudopopulistas aparte): No está nada claro que nadie en el anillo periférico, incluidos los consejeros económicos de Obama, esté en condiciones de pensar rectamente más allá de los esquemas cognitivos doctrinariamente impartidos por Goldmann-Sachs, el origen empresarial de dos de los más prominentes secretarios del Tesoro de la última década. Keynes, tan frecuentemente traído a colación estos días, está en realidad más muerto que vivo.
Más decisivo aún resulta el hecho de que, ni aun poseídos de un optimismo superlativo, resulta fácil anticipar un momento obrero norteamericano capaz de recuperarse de la derrota de una manera tan espectacular como lo hizo en 1934-37. Desde luego que yo seré el último en negar la posibilidad o la necesidad del resurgimiento de los trabajadores, pero tenemos que entender claramente que el New Deal no manó por generación espontánea de la Casa Blanca rooseveltiana. Al contrario, el pragmatismo keynesiano fue una respuesta que trató de integrar al mayor movimiento de la clase obrera que registra nuestra historia, en un período en el que el desafío del marxismo ejercía una extraordinaria influencia en el paisaje intelectual norteamericano.
El tercer problema que ofrece la analogía con el New Deal es el más importante. El keynesianismo militar ya no está disponible como deus ex machina. Se me permitirá explicarme.
En 1933, cuando Roosevelt tomó posesión del cargo, los EEUU estaban en plena retirada de los enredos en política exterior, y había pocas disputas sobre la necesidad de traer a casa unos cuantos centenares de marines destinados en Haití y Nicaragua. Se necesitaron dos años y una guerra mundial, la derrota de Francia y la amenaza de un colapso inmediato de Inglaterra, para conseguir una mayoría en el Congreso capaz de votar a favor del rearme, y cuando la producción de material bélico comenzó en 1940, constituyó un gigantesco motor de generación de empleo, la verdadera cura de los deprimidos mercados de trabajo de la década de los 30. La conversión de EEUU en una potencia mundial y el pleno empleo parecían andar positivamente correlacionados, y de forma tal, que se ganaron la lealtad de varias generaciones de votantes obreros.
La situación hoy, huelga decirlo, es radicalmente distinta. Un presupuesto mucho mayor del Pentágono no logra ahora crear centenares de miles de puestos de trabajo estables en las fábricas; buena parte de la producción está ahora externalizada, y el vínculo ideológico entre empleos con buenos salarios e intervención militar, entre buenos puestos de trabajo y viejos laureles gloriosamente conquistados en el exterior, aunque no un vínculo roto, es estructuralmente más laxo que en cualquier otro momento desde los tiempos de la Ley de Facilitación del Crédito [en 1941].(1) Hasta en las actuales fuerzas armadas (una casta ampliamente hereditaria compuesta de blancos pobres, negros y latinos) la desmoralización está llegando al punto del descontento activo, abriéndose paso ideas alternativas nuevas.
La expansión de los servicios militares, la guerra de las estrellas, una misión tripulada Marte: todas ellas son, desde luego, formas de gastar centenares de miles de millones de dólares, muchas de ellas aplaudidas por ambos candidatos; pero no traerán consigo la oferta de puestos de trabajo decentes, ni lograrán hacer que la cosa se ponga en marcha. Pero lo que sí puede lograr un gigantesco presupuesto militar en medio de un hondo desplome es la total destrucción de las modestísimas pero esenciales reformas que figuran en el programa de Obama y en sus planes de asistencia sanitaria, energías alternativas y educación.
La amalgama rooseveltiana de cañones y mantequilla, por decirlo con otras palabras, se ha convertido en una contradicción en los términos, y la campaña de Obama está forjando deliberadamente un catastrófico rumbo de choque: sus compromisos con la seguridad nacional van contra sus objetivos en política interior. ¿Por qué no ven el Gran Cañón?
Tal vez lo vean, en cuyo caso el engaño se habría verdaderamente convertido en factor nutricio de la política norteamericana.
Por si alguno de ustedes se ha perdido los debates, permítanme recordarles que el candidato demócrata se ha atado a sí mismo de pies y manos, salga el sol o caigan piedras de punta, a una estrategia global que mantiene el propósito de “victoria” en Oriente Medio como premisa directriz de la política exterior, y que procede a un afeite de la hybris constructora de naciones de los neoconservadores presentándola como una fe “realista” en una estrategia de “estabilización”.
Es verdad: la enormidad de la crisis económica puede forzar a Obama a renegar de algunas de sus más sonadas promesas, como sostener el idiota sistema de defensa basado en misiles o insistir en la provocativa inclusión de Georgia y Ucrania en la OTAN. Pero, como no se ha cansado él mismo de declarar, la derrota de los talibanes y de Al-Quaeda es, junto con la defensa de Israel, la clave de su agenda de seguridad nacional.
Sometido a una presión simultánea de los republicanos y de los halcones demócratas para recortar el presupuesto y reducir el crecimiento exponencial de la deuda nacional, ¿qué decisiones se verá Obama forzado a tomar al comienzo de su Administración? Es más que probable que la asistencia sanitaria universal quede en los puros huesos, si no menos; y que las energías alternativas acaben en el fraude del “carbón limpio”; y que lo que reste de presupuesto en el Tesoro, luego de que los beneficios de retiro de los estafadores empresariales lo hayan saqueado, sirva para pagar bombas que destruyan más aldeas pashtunes y que produzcan unas cuantas generaciones más de mujahidines encolerizados.
¿Me estoy poniendo indebidamente cínico? Tal vez, pero yo viví los años de Johnson y fui testigo del desmantelamiento de la Guerra contra la Pobreza, el último programa genuinamente inspirado en el New Deal, para pagar el genocidio en Vietnam.
Amarga ironía, pero, fundado en mi experiencia histórica, descuento como seguro que una campaña presidencial sostenida por millones de votantes por su promesa de terminar con la Guerra de Irak ha quedado ya hipotecada con su escalada –“más duro que McCain”— hacia una guerra contra toda esperanza en Afganistán y en la frontera tribal de Pakistán. En el mejor de los casos, los demócratas se habrán limitado a cambiar una guerra brutal por otra. Mucho me temo que a lo que aguardamos no es a la resurrección de la esperanza, sino a su despertar.
Nota
Blas Correa, y la condena a 11 policías responsables de su muerte: “Esto recién comienza”

11 agentes policiales fueron condenados por la muerte de Blas Correas en agosto de 2020 en Córdoba, después de 7 meses, 36 audiencias y el testimonio de más de medio centenar de testigos. La sentencia es histórica no solo porque demostró cómo funciona la máquina de violencia institucional, sino porque incorpora la capacitación a todos los agentes de la policía en el trato a víctimas, en el uso de armas de fuego, y obliga que se profundicen los exámenes psicotécnicos periódicos. Estos argumentos fueron planteados por la familia de Blas, que dice: “Marchando el 24 de marzo por mi hijo entendí en el lugar que estoy: vi mujeres marchando durante 40 años y así voy a morir yo, como las abuelas. Ese es el camino”.
Por Bernardina Rosini desde Córdoba. Fotos: Amnistía Internacional Argentina | Nicolás Bertea

“Prometo hacer todo lo posible para que las cosas cambien”.
Soledad Laciar en una carta dirigida a su hijo.

Soledad Laciar es la mamá de Valentino Blas Correas, el joven de 17 años que la noche del 5 de agosto de 2020 salió a comer una pizza junto a cuatro amigos -Mateo, Cristóbal, Camila y Juan Cruz- y quien horas se convertiría en una nueva víctima de la policía de Córdoba.
Vale recordar: los cinco jóvenes regresaban a casa a bordo de un Fiat Argo cuando divisan un control vehicular; Juan Cruz (19 años, quien conduce) al ver que uno de los policías tiene un arma en la mano, se asusta, se saltea el control. Entonces se escuchan disparos. Seis. Uno de impacta en la espalda de Blas, quien siente la herida y le pide a Camila que le de la mano. Van rápidamente a un clínica, la primera que ven, lo bajan a Blas pero en la puerta se niegan a recibirlo, lo suben nuevamente al auto, intentan llegar al Hospital de Urgencias pero nuevamente son detenidos por un control policial; no los dejan avanzar y los obligan bajarse del auto; los amigos de Blas desesperados ruegan que atiendan al amigo herido pero los agentes policiales niegan cualquier asistencia, les piden documentos y hablan por radio.
Así muere Blas, en el asiento trasero del auto, solo.
Pero el horror no termina ahí: en minutos las dos duplas policiales que participaron del tiroteo se reúnen y resuelven plantar un viejo revólver calibre 22 y así intentar justificar sus disparos. El elenco policial interviniente lo conforman 13 agentes. 11 acaban de ser condenados (debajo de la nota, el detalle de las condenas).

Hacer historia
La sala del primer piso de Tribunales II en la ciudad de Córdoba está repleta, desborda hacia los pasillos. Amigos de Blas y de los sobrevivientes, hinchas de Belgrano (club del cual Blas era fanático), Abuelas de Plaza Mayo, el Secretario de Derechos Humanos de la Nación, madres que llevan remeras de sus hijos también víctimas fatales de la policía, mucha prensa, y ningún funcionario.
Es una jornada histórica, no sólo por la cantidad de agentes policiales condenados, sino porque la sentencia reconoce a Blas Correas, a su familia y a los sobrevivientes, como víctimas de actos de violencia institucional. Soledad Laciar, la madre, luego señalaría que éste reconocimiento fue el momento más conmovedor de la lectura, puesto que señala a la maquinaria en su totalidad.
Y es que la Cámara 8ª del Crimen de la ciudad de Córdoba dió lugar al señalamiento de la familia de Blas, por un lado, con respecto a la ampliación del alcance de responsabilidades y ordenó investigar al ahora ex Ministro de Seguridad de Córdoba y actualmente legislador por el oficialismo, Alfonso Mosquera, y a la actual jefa de la Policía, Liliana Zárate.
Al primero, por presuntos actos de corrupción y malversación de caudales públicos al entregar un vehículo judicializado a uno de los comisarios. Mosquera declaró en el juicio que se trató de “una gauchada personal”.
En cuanto a Zárate -que se desempeñaba como titular de Recursos Humanos de la fuerza para aquel entonces- se la responsabiliza de que los policías Lucas Gómez y Javier Alarcón (autores de los disparos) se encontraran en ejercicio a pesar de que sus legajos estaban nutridos con varias imputaciones anteriores al hecho y, en el caso particular de Alarcón, de no haber aprobado una práctica de tiro. A Zárate se la investigará por omisión de los deberes de funcionario público y por las falencias en la formación y el control de los agentes policiales.



El Tribunal también indicó que se inicie investigación judicial y se identifique a los uniformados policiales que durante esa madrugada detuvieron el Fiat Argo y no permitieron que los amigos de Blas lo llevaran al hospital a pesar de la evidente necesidad de atención médica.
Conforme con la sentencia, la mamá de Blas expresó: “Siento que me acerqué enormemente a la justicia, confieso que tenía muchas dudas. Pero para mí es importantísimo que hayan incorporado la capacitación a todos los agentes de la policía en el trato a víctimas, en el uso de armas de fuego, que se profundicen los exámenes psicotécnicos periódicos. Un mes más o menos en las condenas no me significa nada, pero que se realicen cambios para asegurar que ésto no siga pasando, es lo que me importa”.
Además de las capacitaciones a la totalidad de los agentes de la fuerza, se indicó al Ministerio de Seguridad que se retenga el armamento a todo policía que repruebe las evaluaciones de tiro.
“Esto recién comienza” añadió Soledad, porque ahora asegura que irá tras los demás responsables, estará pendiente de la implementación efectiva de lo expresado en la sentencia, y acompañará a las demás familias que buscan justicia por sus hijos. “Ahora será buscar justicia para Joaquín Paredes, tenía 15 años. Les pido que nos acompañen, que no les quede lejos Cruz del Eje”.
Unas horas antes de conocerse la sentencia Soledad ya lo había adelantado “Marchando el 24 de marzo por mi hijo entendí en el lugar que estoy: vi mujeres marchando durante 40 años y así voy a morir yo, como las abuelas. Ese es el camino”.


Las condenas:
- Lucas Gómez (37) y Javier Alarcón (33) ,autores del homicidio calificado por ser integrantes de la Policía y agravado por el uso de arma de fuego y por la tentativa de homicidio contra los cuatro otros chicos: condena a reclusión perpetua, inhabilitación absoluta y especial para desempeñar empleo y cargo público.
- Wanda Esquivel (34), la oficial que plantó el arma que luego se quebró y confesó el delito fue condenada a 3 años de prisión domiciliaria.
- La oficial Yamila Martínez (25) fue condenada a cuatro años y tres meses de prisión e inhabilitación especial por tres años.
- Leando Alexis Quevedo, condenado a cuatro años de prisión.
- El cabo Ezequiel Vélez (25), a dos años y seis meses de prisión, por lo que no irá a prisión al ser la pena menor a tres años.
- El subcomisario Sergio González (44); subcomisario Enzo Quiroga (36); comisario inspector Walter Soria (45); el comisario inspector Jorge Galleguillo (46) el comisario Juan Antonio Gatica (46) condenados por falso testimonio, encubrimiento por favorecimiento personal a cuatro años y diez meses de prisión.
Nota
Daniel Solano: la Corte confirmó la detención de los 7 policías condenados por homicidio

Los siete policías condenados a prisión perpetua por el asesinato de Daniel Solano, el joven salteño de 27 años desaparecido en Choele Choel el 5 de noviembre de 2011, fueron detenidos tras el rechazo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación a un recurso de queja de los efectivos, y así deberán empezar a cumplir la pena en prisión por primera vez desde la sentencia. El juicio concluyó el 1 de agosto de 2018, pero desde entonces los oficiales Sandro Berthe, Pablo Bender, Juan Barrera, Pablo Albarrán Cárcamo, Pablo Quidel, Diego Cuello y Héctor Martínez estaban en libertad, a la espera de la resolución de la Corte. “Nunca los sacaron de la policía: tenían libertad, cobrando sueldo y portando armas”, dice Leandro Aparicio, uno de los abogados de la familia Solano, que subrayó su “satisfacción” por el fallo: “Uno está golpeado, pero esto da energías para poder avanzar. No hay muchos casos en los que se detengan a 7 policías”.
La desaparición de Daniel se produjo tras un episodio de violencia policial en la vereda de un boliche de la ciudad. Antes había reclamado por su sueldo y el de sus compañeros como trabajadores rurales de la empresa Agrocosecha, tercerizada de Expofrut Argentina. Aparicio: “Fue un homicidio más allá de la desaparición, y fue un homicidio en un contexto de trata de personas, que está denunciada en la justicia federal de Roca, como está denunciado el narcotráfico, pero la causa no se mueve como se debería. Está parada. Pero esto va a servir para darle un impulso a toda esas cuestiones pendientes”.

Entre esas cuestiones, en abril habrá audiencias por la acusación a otros cuatro policías, entre ellos Tomás Vega, a quien la familia lo señala como el “nexo” con la empresa: “Vega estuvo cuando le pegaban a Solano en el boliche. Vio todo eso. Y fue el que estuvo a cargo de la investigación los primeros día de la desaparición”.
Daniel sigue desaparecido. Gualberto, su papá, murió en medio del juicio, sin poder llegar a la sentencia por homicidio, y fue el principal motor de la causa que denunció la desaparición forzada y la connivencia judicial y estatal bajo un reclamo concreto que repitió una y otra vez a lo largo de seis años y medio: “Quiero encontrar el cuerpo y llevarlo”. No se detuvo un día: hizo huelgas de hambre, inició acampes y se encadenó al juzgado para exigir respuestas. Así reveló la trama de explotación laboral en Río Negro, la corrupción judicial que cubrió el caso y logró la detención de los oficiales que hoy están presos. Aparicio lo recuerda: “Nosotros tenemos esperanza de que el cuerpo aparezca. Algún policía capaz que se puede quebrar, o Vega mismo, sabiendo lo que se viene, puede dar información. Hemos hecho lo imposible para que aparezca el cuerpo”.
Compartimos la investigación de MU sobre este caso:
Nota
Sí, podemos: 20 años del No a la Mina de Esquel

Esquel está cumpliendo 20 años del histórico plebiscito en el que por más del 81% de los sufragios la comunidad votó «No a la Mina» y rechazó así la instalación de la megaminería en la región. A qué le dijeron que «Sí», desde la nota histórica que se hizo desde MU en uno de los tantos viajes, el primero, a la madre de muchas batallas.

El 23 de marzo se cumplieron 20 años del rechazo a la megaminería en Esquel, símbolo de lucha contra los proyectos contaminantes, inconsultos, impuestos en silencio y con violencia, y símbolo también de la democracia participativa, la organización y una lucha que se contagió a otros lugares del país.
En estos días hubo recitales, charlas, caminatas, marcha el 23 de marzo, y este domingo culminará la celebración con un ascenso al cerro Calfu Mahuida, un modo de simbolizar ese contacto permanente de la comunidad de Esquel con la naturaleza.
La historia viva cuenta que un puñado de vecinas y vecinos, que fueron cada vez más, comenzaron a reunirse, a estudiar la situación, a ir a escuelas, clubes, barios, difundiendo capilarmente, en una movilización a la vez inmensa, lo que se estaba tramando para hundir a Esquel en la megaminería. El 4 de diciembre de 2002 fue la primera marcha que reunió a más de 6.000 personas. Nunca desde entonces se dejó de marchar el 4 de cada mes.
Esa creación de movilización involucró otro hecho histórico: se había formado la Asamblea No a la Mina, grupo apartidario, horizontal, democrático, diverso, expresión de las nuevas formas de organización social que emergían en el país tras la crisis de 2001.
El mecanismo asambleario en el que participaba todo el que quisiera, llevó a presionar la situación hasta obtener la posibilidad de la que se celebraron ahora 20 años: el 23 de marzo de 2003 se realizó un plebiscito en el que la comunidad rechazó por más del 81% de los votos al proyecto que intentaban imponer la empresa Meridian Gold y el Estado. Esquel hizo nacer aquel No, pero además generó un contagio en diferentes lugares en que se manifestaban conflictos ambientales en todo el país (Gualeguaychú, Famatina, Andalgalá, como emblemas de una actitud ciudadana no ha dejado de crecer hasta hoy frente a diferentes situaciones territoriales, de salud, y hasta de derechos humanos). Se ponía en foco al modelo extractivo.
Desde aquellos años Esquel ha pasado por situaciones de todo tipo que han sido reflejadas tanto en lavaca.org como en la revista MU:
- la intención de dar vuelta la decisión de la población a través de campañas de acción psicológica y desinformación;
- el espionaje a vecinas y vecinos que integraban la Asamblea, por parte de la AFI, como forma de amedrentamiento y control social;
- las presiones políticas y hasta laborales que sufría toda persona involucrada con el proceso asambleario;
- el contagio fundamental de la acción de Esquel a toda Chubut, que se pobló de asambleas en todo el territorio, incluyendo a las comunidades de pueblos originarios, siempre rechazando los proyectos y negociados minero-estatales;
- las trampas legislativas detectadas cuando se obtuvo la foto del diputado Gustavo Muñiz (del Frente para la Victoria) chateando por celular con el gerente Gastón Berardi de Yamana Gold, la empresa que había asumido el proyecto para impedir y ningunear la Iniciativa Popular presentada por la ciudadanía para que se convirtiera en Ley;
- las represiones a los manifestantes en Rawson, cuando la lucha debió concentrarse en la capital provincial; el acoso mediático a toda esta movida en defensa de la naturaleza por parte de buena parte del sistema mediático, dependiente de pautas publicitarias estatales y privadas.
- Y, por nombrar algo de lo más relevante en los últimos tiempos, el Chubutazo, o “Chubutaguazo”, con que la provincia movilizada logró dar vuelta de un modo comovedor en 2020 un nuevo intento de legislación que bajo el disfraz de una “zonificación” provincial buscaba lo de siempre: ir por la minería. La ciudadanía logró tumbar esa intentona y reponer la ley que prohíbe los megaproyectos extractivos.
- Otro detalle de estos tiempos: ya hay una tercera generación de integrantes de las asambleas participando plenamente, un sub-17 que demuestra el alcance de todo lo que se ha realizado, también desde el punto de vista inter-generacional.
Esquel fue el nacimiento de la resistencia de Chubut, que no significa solamente un rechazo al saqueo y la contaminación, un No, sino también múltiples Sí:
- Sí: sí a la vida.
- Sí a la reivindicación por la positiva de otras formas de producción que no impliquen la destrucción.
- Sí a la necesidad de licencia social para cualquier proyecto, de cuidado de ambiente como forma de preservación de la vida y el trabajo.
- Sí a nuevas formas de relación entre lo humano y la naturaleza. A nuevas relaciones también entre las personas para plasmar la idea de que el agua vale más que el oro, y de que el futuro es posible.
Como homenaje a todo eso aquí puede verse la primera de las notas publicadas en MU sobre la asamblea de Esquel: “La madre del No”, para conocer esa experiencia histórica hecha de resistencia, inteligencia, generosidad y, también, alegría.
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