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Barrio de pie
Encuentro “La indefensión de la comunidad ante el narcotráfico”. En Puerta de Hierro, conurbano bonaerense, el obispo de San Justo comenzó denunciando el avance del narco, la falta de Estado y la criminalización del barrio. La organización ante la ausencia de todo, menos de la droga. La voz de un juez federal, de jóvenes en recuperación, del jefe de los fiscales bonaerenses. Las dos esclavitudes: el consumo y el hambre. A cuánto cotiza vender y comprar para el narco. El destino de las tres C para los pibes: calle, cárcel y cementerio, y lo que se le opone. Lo que hay que recuperar para entender. Por Lucas Pedulla.
El microestadio se llama “Papa Francisco” y está lleno.
El encuentro fue convocado bajo una consigna que el presidente de la Conferencia Episcopal Argentina (CEA), monseñor Carlos Ojea, definirá en algunos minutos como “un grito”, urgente y sin metáforas:
– “Indefensión de la comunidad ante el narcotráfico”.
Entre las sillas se acomodan:
Jueces y juezas federales.
El jefe de los fiscales de la provincia de Buenos Aires.
Un vicepresidente y una vicepresidenta en representación del Consejo de la Magistratura bonaerense.
La defensora de los derechos de Niñas, Niños y Adolescentes de la Nación.
El rector de una universidad nacional conurbana.
Curas, obispos y monseñores.
Cientos de vecinos y vecinas.
Jóvenes recuperados de su adicción.
El lugar es el Polideportivo San José, localidad de Ciudad Evita, partido de La Matanza, en un barrio cuyo nombre puede rememorar exilios y resistencias pasadas, pero que hoy es eje del “grito” de esta comunidad que resiste bajo otras formas:
–Puerta de Hierro.
Entramos.
Esas otras formas de resistencia las describe un vecino que ubica esta geografía para todas las personas presentes: “Este mismo lugar hace cinco años era un basural, terminal de lo que muchos llamaban el ‘tren del paco’. A metros de acá se bajaban y subían pibes en manada de la estación Villegas (línea del ferrocarril Belgrano Sur) para conseguir sustancias. Se llegaban a poner delante del tren para que no partiera hasta comprar pasta base. Estamos hablando de barrios conocidos como Núcleos Habitacionales Transitorios, conglomerados de casas de aserrín prensado que los militares (durante la dictadura de Juan Carlos Onganía) habían construido cuando erradicaban las villas de la ciudad de Buenos Aires. Estamos rodeados de barrios que vinieron en la dictadura y fueron desaparecidos en democracia, y otros barrios que con mucho trabajo se fueron construyendo. Barrios sin Estado, donde cada vez más fuerte se fueron desarrollando organizaciones del mal”.
Así, también, explica todo lo que la comunidad supo construir, trabajar y sostener: comedores que reparten más de 18 mil porciones por día; los llamados Hogares de Cristo donde viven 1.600 niños, jóvenes, adultos y discapacitados; casas de niñez que albergan a más de mil niños y niñas; secundarias que educan 800 alumnos; 2.200 adultos que se capacitan en terciarios, profesorados y centros de formación profesional; escuelas de música y orquestas con más de 700 personas; primarias con más de 1.100 alumnos; 400 abuelos y abuelas que se reúnen en centros de jubilados; 1.400 niños en siete jardines.
“Hay más –finaliza la presentación–, pero con esto podemos dar un panorama a quienes han decidido venir, para no perder la costumbre que nos enseñaron nuestros ancestros: saber de qué se trata”.
De lo que se trata es de precisar lo único que en estos bordes está alejando a miles de personas de un destino narco que avanza con adicciones y mucha –mucha– violencia, pero también con bolsones de mercadería, préstamos sin tasa de interés y ofrecimientos de 20 mil pesos por turnos de seis horas diarias en los pasillos de los barrios, frente a la ausencia de todo aquello que se puede definir como básico en una vida atravesada por innumerables crisis.
Aquí estamos.
A la buena del narco
Monseñor Ojea explica que “esta reunión” se pensó a partir de un grupo de magistrados que fueron a la Conferencia Episcopal Argentina con el fin de acercarse a los barrios y escuchar.
Uno de ellos es Alejandro Slokar, juez de la Cámara Federal de Casación Penal, que dice a MU: “La idea es sortear la crisis de legitimidad y desmontar la ficción de lo que es el derecho frente a sectores en plena orfandad. Acá hay algo que no atraviesa el derecho, que está muy lejos de la justicia. Es un problema hasta gnoseológico, de salir del escritorio y tomar contacto con otra realidad: no detenernos en el expediente virtual, sino entender la voz de los que más lo necesitan. Ante el repliegue del Estado, no solo por la fragmentación social sino por la inexistencia de programas de cuidado, el terreno que se pierde lo ocupa el narco: favorece un modo de ingreso, el pago de la fiesta de 15, del velorio. Y hay que detenerlo, porque así aparece el Estado narco”. ¿Cómo se aborda? “El abordaje es complejo, no sólo de política criminal, sino básicamente de salud, pero antes de todo es de política económica”.
La gnoseología, en tanto conocer la naturaleza del conocimiento, la introduce el obispo de San Justo, monseñor Eduardo García, sin vueltas:
“Es momento de tomar presencia y contacto con los magistrados, de contarles cómo vivimos en esta zona, desde hace décadas alejada de las manos del Estado”.
“Hace más de 50 años vecinos de CABA fueron tirados a este lugar con promesa de vivienda, futuro y urbanización que nunca se cumplió. La realidad la vivieron sus hijos, sus nietos, y así seguimos. Desde hace años este lugar está tan a la buena, ni siquiera de Dios, sino de aquel que muchas veces se aprovecha de la situación de vulnerabilidad: ese fue y es el marco propicio para que la droga comenzara a instalarse de un modo sistemático, cada vez más fuerte, en nuestros barrios”.
“Hay una ecuación que vemos habitualmente: en los momentos donde hay más necesidades y más hambre, hay más falta de trabajo, y de una manera casi simétrica lo que va creciendo es la presencia del narcotráfico como un estado paralelo. Esta realidad afecta directa e indirectamente a las familias, a los jóvenes, a los chicos. No es simplemente lo que vemos en las series, sino algo que va cobrando vidas desde el crimen que se organiza en torno a lo que es la capacidad de asumir el presente y tener un proyecto de futuro”.
“Hay tres C que nosotros decimos que son de la muerte: calle, cárcel y cementerio, que es el destino y proyecto de vida de muchos de los que viven y nacen acá. Nosotros queremos oponer otras tres C: colegio, capilla y club, como espacios donde puedan crecer”.
“Las políticas judiciales frente a las causas narco son demasiado lentas, a veces demasiado esquivas. De 40 mil causas que entraron el año pasado prosperaron nada más que 2 mil. Eso produce cierta perplejidad en la comunidad. Estamos trabajando y peleando codo a codo: sabemos quiénes son, se los llevan, entran por una puerta, salen por la otra, y el riesgo frente a eso es nuestra vida”.
“No hace mucho se puso en duda, en un medio nefasto (LN+), todo lo que se hacía en este lugar a través de una campaña trucha. No voy a decir el nombre del periodista porque ya me lavé los dientes. A colación de eso aparece la justicia subida a las noticias truchas y basándose en eso para ver qué pasa acá. Bueno, esto pasa acá. Basta ver. Necesitamos un acompañamiento no de escritorio ni de expediente sino real, que tenga nombre, apellido y situación, y permita hacer un proceso para juzgar lo que está pasando y programar qué queremos que pase. Al que llega acá en una situación complicada tenemos la esperanza de reinsertarlo. Si no tenemos un programa, es inútil todo lo que hagamos”.
“Les agradecemos que hayan venido pero necesitamos otro tipo de vínculo. Ponemos lo nuestro para acompañar la vida en el orden afectivo y emocional, pero necesitamos que ustedes pongan lo que está en sus manos y posibilidades para que esta recuperación no se sienta que se hace al margen de la sociedad”.
“Agradecemos que quieran tomar contacto –repite–, pero no tenemos que tomar contacto con ciertas realidades, perdonen que se los diga, tenemos que vivir desde ciertas realidades. Porque no somos acá los monitos extraterrestres que hay que ir a ver para ver cómo funciona. Acá la vida nace, crece, se desarrolla, sufre y se duele. Tienen que tomar contacto para hacerse cargo y estar presentes porque, si no, nos sentimos como la visita al zoológico”.
Un joven de los Hogares aplaude. Hay además comedores (reparten 18.000 porciones por dìa), primarias, secundarias, centros de formaciòn, escuelas de música. Con el micrófono, Carlos Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal. Y un abrazo a Rodrigo, otro coordinador: “Detectan el problema del hambre y te pagan un bolsón de mercadería, pero vos vendés droga para mí. Saben que hay familias que no comen al mediodía, y les ofrecen comida a cambio de que les guarden la droga”.
“Queremos ser personas”
El encuentro dura dos horas. Muchos de los que escuchan son adultos, jóvenes y chicos que están recuperándose en los hogares del barrio después de haber pasado por fuertes procesos de adicción. Hernán tiene 38 años, vive en Puerta de Hierro, y lo que escuchó –dice– le gustó: “Porque tengo muchos amigos que murieron en la calle, o que hoy siguen adictos. Hace muy pocos días que estoy internado por el paco. Gracias a Dios no llegué a dormir en la calle. Por eso me parece importante que una jueza, o que muchas personas importantes se acerquen. No solo para hablar sino para ver lo que está pasando. Es triste. Nosotros mismos nos damos una mano, nos compartimos un plato de comida. Si hacemos eso es porque queremos ser personas”.
¿Qué pasa en el barrio?
Hay chicos de 10, 11 años en la calle. Chicas que se prostituyen para fumar un paco, en un rato las podés ver en la avenida. Hay mucha corrupción también, porque acá enfrente tenés la Gendarmería, que te agarra, te pega y te saca lo que tenés encima mientras el narco está vendiendo droga como si nada. Venden paco, cocaína, tussi, que es nuevo, no se había visto acá. ¿Un gramo de cocaína? 5.000 pesos, en Capital pagás 30 o 40 lucas. El gramo de paco está 3.000. Un chico o chica hace cualquier cosa. Te digo porque lo viví, es una debilidad, una adicción maldita. Hoy lloré cuando escuchaba. Tengo un hijo de 18 años que gracias a Dios no consume. Pero me siento mal por todo lo que yo pasé y lo que pueda seguir pasando. Estoy acá internado, puedo pasar esa puerta y volver a mi barrio, ¿pero los chicos de otras provincias? ¿A dónde van?
En los hogares hay muchos jóvenes que vienen de centros comunitarios de otras provincias. “Soy de Reconquista, Santa Fe”, se presenta Carlos, 24 años. “En mi ciudad no se conoce el paco, pero se empezó a ver lo que era fumar la cocaína: el crack. Se volvió viral. Duele. Llegué anteayer. Nos mandan para acá porque allá los centros escasean un montón”. Y agradece: “Hay una contención bárbara”.
En el encuentro tuvieron la palabra dos coordinadores y dos coordinadoras de los hogares: se presentaban como vecinos y vecinas que se recuperaron de adicciones y explicaban el trabajo comunitario en los barrios. Que necesitan ayuda, porque solos no alcanza. Uno de ellos es Cristian, “El Chapu”, al frente de la casa Virgen de Itatí: “Tengo chicos de 13, 14 años, muchos del interior, de Corrientes, Chaco, Formosa, Misiones. Más allá del refugio, el crecimiento del consumo se nota mucho”, dice. “Los pibes empiezan a los 11, 12 años. Los barrios están tomados y nosotros somos una amenaza para lo narco, porque les sacamos un comercio. Acá tenemos 2.000 pibes: son 2.000 consumidores menos”.
Chapu está a cargo de una casa de 30 jóvenes menores de 18 años: “Pero la demanda es de 100. Hay idea de abrir otras casas, pero también es asumir que la necesidad va creciendo. La idea es prevenir y que ni siquiera lleguen a internarse”.
Alertas, cables y pipas
Una de las personas que escucharon estas realidades fue Julio Conte Grand, el procurador general de la Suprema Corte de Justicia de la provincia de Buenos Aires, es decir, el jefe de los fiscales bonaerenses. “En la provincia tenemos una competencia vinculada a lo que se denomina narcomenudeo o microtráfico, que es pequeña comercialización, y la justicia federal se ha reservado toda la competencia en materia de tráfico mayúsculo”, dice a MU. ¿Qué es lo que más les preocupa?: “Vemos un crecimiento muy significativo de investigaciones penales preparatorias en materia de estupefacientes y violencia de género. Hemos eliminado lo que es persecución delictiva de la tenencia de menor escala para no penalizar al consumidor, para poder avanzar en grandes focos de investigación. Es un flagelo muy grave, y tenemos que evitar que avance, porque el avance nos puede llevar a un lugar irreversible”.
¿El escenario Rosario es una preocupación? “Hemos tenido alertas de fiscales generales en tres departamentos: San Nicolás, Junín y Pergamino, que son linderos a la provincia de Santa Fe. Introducción de algunas bandas, incorporación de mecanismos en la comercialización que dan la impresión de que puede haber una penetración, pero la verdad, por ahora, lo vemos contenido”.
¿Y en el conurbano? “Es diferente. No detectamos grandes bandas, sino asociaciones ilícitas de menor escala que se aprovechan de la situación de los niños o necesitados para hacer tráficos comerciales. Pero no grandes bandas unidas en otros ámbitos delictivos como sucede en otras provincias”.
Afuera, Hernán sigue pensando el día a día de la calle y el barrio: “Acá el narco no te da laburo: lo que te da es vender para él. Tengo amigos que están vendiendo, pero te metés en esa y no salís más. Hay hermanos que tienen a los hijos vendiendo y no pueden salir porque si salen, los matan. ¿Por qué? Porque pueden delatarlos. Muchos vienen de otras provincias, el narco les ofrece, y el pibe agarra para pagar el alquiler o un plato de comida. Aunque muchos se lo gastan en el propio consumo: hay chicos que se cuelgan de un cable de electricidad, pudiendo morirse, y lo cortan para robarse el cobre”.
Dónde lo venden: “Acá hay dos locales en el barrio que lo compran, ¿pero sabés qué? También te venden pipa cortada, bien perfecta, con un pedazo de virulana (que funciona como filtro para el consumo). Te dan una oportunidad para que puedas drogarte. Acá hasta te pueden matar por una pipa que esté cargada. ¿Sabés cuánto la pagamos?”.
¿Cuánto?
500 pesos.
Dos cajas de alfajores
Es la una del mediodía y del Polideportivo San José ya se fueron los jueces y las juezas federales, el procurador general, los vicepresidentes del Consejo de la Magistratura, la defensora de Niños, Niñas y Adolescentes. ¿Qué queda?
De nuevo, la comunidad. Está Rodrigo, 37 años, uno de los coordinadores generales de los Hogares de Cristo, y parte de los trabajadores barriales que acompañan a 1.600 personas en recuperación en Puerta de Hierro, San Petersburgo, 17 de Marzo, 17 Bis, y otros barrios de La Matanza. Llegó de Gualeguaychú, Entre Ríos, hace siete años, con problemas de adicción “de muy chico”, “con la familia rota”, y dice que tiene dos fechas de cumpleaños: “Una cuando nací y la otra cuando llegué al hogar”.
Qué ve: “Un estado ausente. Los chicos buscan este lugar porque el Estado no tiene dignidad, educación, un laburo cuidado, alguien que enseñe a caminar y trabajarse su dinero. La preocupación es que chiquitos y adolescentes están haciendo esclavitud del consumo. Los transas ofrecen dinero y droga para que venda: a un pibe que ‘trabaja’ de las seis de la tarde a las doce de la noche le pagan 20 mil pesos, pero no los usa para comer, los usa para consumir”.
Otra escena: “Detectan el problema de hambre y te pagan un bolsón de mercadería, pero vos vendés para mí. O saben que hay familias que no comen al mediodía, entonces les ofrecen comida para que vendan o les guarden la droga. La necesidad es grande: hay gente que piensa en desayunar pero no puede almorzar, o si almuerza no cena. Esa es la esclavitud. El pibe está en esa marginalidad”.
Luis, 24 años, llegó hace casi dos de Concordia, Entre Ríos, después de que le mataran al hermano. En los hogares, cuenta, los chicos tienen posibilidad de desayuno, almuerzo. “Se bañan”, dice y remarca, para él, una clave: “Hay que ayudar a los pibes a salir de la calle. A los que están tirados. Acá me enseñaron eso. El verdadero tratamiento está afuera, pero uno sale, hace su granja, se va, y ve a los pibes tirados, vuelve al barrio y tiene que aprender a decir que no. Ahora, todo lo que hay que hacer es sacarlos de la calle”.
Rodrigo, antes de llegar al encuentro, dice que vio llorando por televisión la detención de una chica de 12 años. “Por querer comer: tenía un puré de tomate, un kilo de arroz y dos cebollas”. Lo cuenta porque observa, además de toda esta organización y de este encuentro que tanto significó, por dónde hay una hipótesis para salir de esta situación: “La sensibilidad. Hay que ser sensibles frente a esto. Tengo un pibe que fue condenado a tres años y seis meses por robar dos cajas de alfajores. La justicia no ve un pibe que vino a hacer un proceso de cero, del interior, que estudia, que está por terminar la secundaria. Ve dos cajas de alfajores. Entiendo al hombre del kiosco que se gana la vida con eso, pero dos cajas de alfajores no se comparan con una vida, una recuperación, con la dignidad”.
Rodrigo se toca el pecho, antes de ir con su grupo a almorzar. Y dice: “Hay que trabajar la sensibilidad”.
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